sábado, 26 de junio de 2010

Vil espectáculo, noble deporte

El brujo sin magia

La prematura eliminación del seleccionado francés de fútbol de la Copa Mundial de Sudáfrica 2010 pone fin al polémico ciclo de Raymond Domenech como máximo responsable del equipo.

Desde que el entrenador asumió su puesto en 2004 para reemplazar a Jacques Santini, sus decisiones han generado toda clase de controversias. Repasemos. Durante las eliminatorias para el Mundial de Alemania 2006 estalló un conflicto generacional: al no poder asegurar la clasificación francesa por la presión de rivales de segunda línea como Israel, Suiza e Irlanda, Domenech tuvo que convocar a Makelele, Zidane y Thuram, atletas que –por cuestiones etarias– ya estaban alejados de la competición a nivel internacional. Antes del inicio de aquel torneo, Domenech excluyó a jugadores inexcluibles (como Robert Pirès, Johan Micoud y Philippe Mèxes) alegando que sus “situaciones astrológicas” no eran favorables, e incluyó a otros (como Pascal Chimbonda y Vikash Dhorasoo) a quienes nadie los consideraba como posibles miembros de la selección nacional. El conflicto más grave de aquel momento fue la decisión de prescindir del talentoso Ludovic Giuly (en 2007, cuando fue publicado el libro autobiográfico Giuly par Giuly escrito por el jugador en colaboración con Pierre Orlac’h, se confirmó el rumor que todos sospechaban como causa de aquella disposición: el entonces jugador del FC Barcelona habría mantenido un romance con la periodista deportiva Estelle Denis, es decir, con la esposa de Domenech que es 25 años más joven que el entrenador, lo que provocó su marginación del plantel por cuestiones personales). Los aficionados en Francia no tenían esperanzas en el equipo, y su preocupación creció cuando el director técnico puso en discusión la titularidad del goleador David Trezeguet y del guardavallas Fabien Barthez. 

El caos se avecinaba, y todos en el Hexágono temían que se repitiese la vergonzosa historia de 2002. El periodista Bruno Godard aprovechó el clima de fracaso, y escribió el ácido análisis Les Bleus peuvent-ils vraiment gagner la Coupe du Monde ?, en donde dudaba de la capacidad de Domenech como seleccionador, entrenador y estratega de equipos de fútbol, y trazaba un mapa de enemistades y fricciones entre los 23 futbolistas representantes del país. Sin embargo la actuación de Francia en aquella Copa Mundial del 2006 fue memorable: tras una ajustada clasificación a la segunda ronda, sucesivamente eliminaron a una esperanzada España, a un tibio Brasil, y a un afinado Portugal, para meterse así en la final contra una sólida Italia. La campaña fue verdaderamente legendaria, y adquirió un tono más heroico aún cuando Zidane renunció a la gloria del fútbol al agredir a Materazzi para, supuestamente, defender su honor personal.

Coupe du Monde 2006. Au bord du rêve de Dominique Grimault es, creo, uno de los mejores trabajos dedicados a reflejar el esfuerzo de los jugadores integrantes del seleccionado francés subcampeón del mundo en Alemania como si fuese una verdadera gesta épica. Puesto a la venta apenas dos semanas después de concluido el torneo, el libro arroja una mirada retrospectiva con todo el lujo posible. La selección de fotografías que presenta es exquisita, pues va agregando imagen tras imagen para generar la sensación en el lector de que todo ha acontecido en otro tiempo, y tal vez en otro espacio, en un universo creado con el único propósito de que Les Bleus asciendan ante la cima y se les escape la victoria en el último suspiro. Los goles, las infracciones, las lesiones, el sacrificio, todo queda registrado en esa sucesión de capturas que los ojos capturan como si se tratase de la narración de una leyenda ya conocida por todos. Y si bien Francia protagoniza la historia, son también admirables los momentos de la decepción argentina, de la insolencia australiana, de la desgracia marfileña. Todos los datos y todos los comentarios que el libro alberga callan ante la evidencia de las sonrisas y las lágrimas de quienes pisaron los campos de juego para generar la magia de aquel evento. 

De todos modos, por más retórica triunfalista posterior, ya durante aquel campeonato quedó al descubierto algo que explotó cuatro años más tarde: la falta de unidad en el equipo. Vikash Dhorasoo, aquel futbolista nacido en Mauricio pero descendiente de hindúes, filmó con una cámara de aficionado un estupendo dogmaumental titulado “Substitute”, en el cual –además de relatar en primera persona su desilusión por ser un suplente sin chances reales de jugar y, por tanto, sin la oportunidad de sentirse artífice del triunfo– mostraba que el éxito del equipo de Domenech en 2006 se basó en el esfuerzo individual de unos pocos jugadores de camiseta azul, convirtiendo con ello a la actuación del entrenador en algo secundario.

La conspiración de los astros

La Eurocopa de 2008 fue otro fiasco para Domenech. Durante dos años el entrenador convocó a muchísimos jugadores para renovar el juego del seleccionado nacional, pero el equipo siguió manteniéndose sobre dos pilares: los veteranos Thuram y Makelele. En el plantel que jugó el torneo en Austria y Suiza hubo jóvenes talentos (como Karim Benzéma) junto a promesas truncas (como Bafétimbi Gomis) que se acoplaron a un plantel de estrellas (como Henry, Vieira y Abidal), pero aún así Francia fracasó estrepitosamente tras ser goleada por Países Bajos.

La afición gala, enfurecida, clamó por la destitución de Domenech, pero el seleccionador no renunció a su cargo. Consecuentemente comenzaron a aparecer libros contra su figura. Joël Domenighetti, un periodista de L’Equipe, publicó Domenech en 2008, una biografía “casi” autorizada del entrenador. El libro recorre la trayectoria del polémico personaje, relatando los acontecimientos más importantes de su vida desde su inicio en 1952 hasta el año de la publicación del texto. Domenighetti habla así del hijo de un inmigrante catalán orgulloso de su herencia, que intentó ser actor cómico durante su juventud, y que concluyó una larga carrera como jugador profesional con la fama de ser un defensor brusco y aguerrido. Lo sorpresivo es la parte en que relata su actuación como director técnico –en equipos del ascenso primero y luego en el seleccionado juvenil francés–, pues los éxitos deportivos parecen serle ajenos. De cualquier modo el exitismo de los franceses en el fútbol es algo particular, ya que basta con revisar los historiales para constatar que a nivel clubes el Hexágono se ha anotado sólo dos triunfos (la Liga de Campeones de 1993 obtenida por el Olympique de Marsella, y la Recopa de 1996 conseguida por el PSG), tres menos que a nivel selecciones (las Eurocopas de 1984 y 2000, las Copas de las Confederaciones de 2001 y 2003, y el Mundial de 1998). Por ese motivo el texto de Domenighetti, si bien sugiere que Domenech es un personaje antipático por ser agresivo con la prensa e inepto a la hora de lograr metas, trata de dejar bien parado al supuesto entusiasta de la astrología mostrando su costado humanista, vale decir mostrando su costado de hombre comprometido políticamente con el progresismo y, de algún modo, víctima de un sistema violento como el del fútbol profesional –que cada día se vuelve más salvaje al ser objeto de las más viles ambiciones capitalistas.

Menos favorable para el entrenador es el libro Raymond Domenech, hors-jeu de Jennifer Mendelewitsch, publicado en 2009. La autora –una mujer involucrada al mundo del deporte profesional como agente de futbolistas– trata de presentar a Domenech como un hombre de escasos conocimientos de estrategia y nulas capacidades para dirigir grupos, que pese a sus fracasos y a sus controversias mantuvo su puesto porque es lo suficientemente cínico como para defender determinados intereses y fingir que todos los desastres ocasionados por él son producto de conspiraciones astrales. Mendelewitsch intenta desnudar las bajezas subyacentes en la lógica comercial que rige al deporte profesional, y para ello embiste contra el entrenador acusándolo, esencialmente, de obstaculizar o, directamente, suprimir la comunicación (con sus jugadores, con la prensa, con sus superiores).

Curiosamente, unos seis meses antes del fracaso de la Eurocopa de 2008, el autor Franck Martin había publicado Managez humain c’est rentable !, uno de esos libros de administración que sostienen que la construcción de un espíritu de equipo se funda sobre la confianza entre sus integrantes generada, justamente, a partir de la comunicación. El libro defiende la virtud de la honestidad como pilar fundamental de las relaciones armoniosas entre pares, y cuenta con la bendición del propio Raymond Domenech, quien, en el prólogo escrito por él, señala que es asesorado por Martin en el manejo de grupos desde el año 1991 –algo que (sobre todo ahora) hubiese sido mejor ocultar, sobre todo por el bien del experto en relaciones humanas.

Pero quien intentó liquidar definitivamente a Domenech es el ya citado Bruno Godard, quien este año firmó Domenech, histoires secrètes d’une imposture, un libro que los abogados del entrenador intentaron detener tras considerarlo abiertamente injuriante. El panfleto, escrito por el antiguo editor de la versión francesa de Rolling Stone, no tiene la gracia que tendría un libro de la tradición de la literatura injuriosa francesa (aquella que tuvo en Léon Bloy a su expresión más lograda), pero aún así es bastante duro contra Domenech. Godard señala que jamás ni Zidane ni Thuram llamaron o llaman al entrenador por su nombre, como si al no invocarlo estuviesen evitando darle el crédito de los pocos logros que ha tenido el seleccionado de fútbol francés en los últimos seis años.

También el texto intenta derribar ciertos mitos construidos en torno a Domenech, pues comenta el episodio en que, durante la Copa Mundial de EEUU 1994, el entrenador fue arrestado por revender las entradas que tenía para ver a Bolivia contra Corea del Sur, o reconstruye la anécdota en la que, siendo un joven jugador, se atribuyó ser el autor de la paralizante lesión del talento austriaco Helmut Metzler, cuando en realidad el “carnicero” había sido Jean Baeza. En las páginas de Domenech, histoires secrètes d’une imposture el periodista Godard pretende revertir la imagen de rebelde anarquista que se decía que el director técnico cultivaba: en el fondo Domenech no sería más que un hombre carente de escrúpulos y ávido de dinero.

Tantos ataques contra Domenech pusieron al descubierto una situación delicada. Quizás para disminuir un poco los decibeles con los que se interpelaba al entrenador, pero aún así manteniendo el tono crítico, la editorial Nova publicó un mes antes del inicio de la Copa Mundial de 2010 un librillo titulado “Sexe, Foot, Royalties”, en el cual el propio Domenech y su esposa periodista conversan libremente sobre toda clase de temas vinculados a sus vidas como figuras públicas en el Hexágono. En rigor, esas entrevistas entre Estelle y Raymond recogidas en el texto son producto de la imaginación de algún o de algunos satiristas que prestaron sus plumas socarronas y amonestadoras para inventar un falso reportaje. El libro, por supuesto, ironiza muchísimo contra la fama de astrólogo que el ex jugador campeón con el Racing de Estrasburgo se hizo a si mismo. Aunque los diálogos incluyen muchas y muy divertidas digresiones, Sexe, Foot, Royalties es una obra bien documentada que sabe hacer de la dura realidad un motivo de risa, aunque no de risa cómplice sino más bien de risa condenatoria.

Otro libro que encara a Domenech desde el flanco humorístico –aunque quizás sin tanta agresividad– es Le bêtisier Domenech, realizado por Georges Alexandre. La obra recoge las mejores y más ingeniosas frases que este personaje provocador dijo públicamente a través de los años. Ordenado por temas de modo alfabético, Le bêtisier Domenech rescata los puyazos verbales más destacados del entrenador. Así, por ejemplo, se puede recordar aquella declaración tan polémica dirigida contra los periodistas que preguntan en las conferencias de prensa: “Yo pensaba que podía generar un diálogo diferente al de los otros seleccionadores con los medios. Pero Jacques [Santini], Roger [Lemerre] y Aimé [Jacquet] tenían razón: me debo contentar con el sujeto, el verbo y el adverbio.” En otra oportunidad, cuando el director técnico portugués Mourinho lo acusó de “esclavista” por convocar a un ya veterano Makelele, Domenech le respondió: “él es un esclavo y yo soy un esclavista, yo lo azoto y él hace caso”. Y también tiene otras perlas como: “hacen falta más viejos que corran que jóvenes que duerman”, o “un campo de juego es un rectángulo verde”, o “un partido ganado es siempre mejor que un partido perdido”, que fueron respuestas picaras ante las habituales preguntas sosas de los periodistas. 

Bad Old Boys

Para explicar el fracaso del seleccionado francés en Sudáfrica, la prensa del Hexágono ha apuntado tanto contra el entrenador (que incluso antes de comenzar el campeonato ya sabía que Laurent Blanc iba a reemplazarlo en su puesto) como contra los jugadores.

Algo más de un mes antes de que el equipo hubiese viajado a tierras africanas, un escándalo extradeportivo empañó a la escuadra: Benzéma, Govou y Ribéry fueron denunciados por haber contratado los servicios de Zahia Dehar, una prostituta menor de edad de ascendencia marroquí. Este episodio, sumado a la vergonzosa clasificación de Francia a la Copa Mundial (ganándole el repechaje a Irlanda luego de que Gallas anotase un gol tras la asistencia de Henry con la mano), puso en alerta al público francés, que vio en su equipo a una banda de mercenarios más interesados por el dinero que por el deporte.

Los altercados protagonizados por los franceses en Sudáfrica fueron numerosos: la negación del saludo de Domenech a Parreira, la acalorada discusión entre Evra y el preparador físico del plantel, el motín de los jugadores que decidieron no entrenarse, el gesto obsceno que Gallas le hizo a un periodista. Pero el más grave de esos episodios, el que desencadenó la crisis posterior, sucedió en el entretiempo del encuentro entre Francia y México, en donde el equipo europeo atacaba con apatía y defendía con suavidad: el delantero Nicolas Anelka profirió insultos contra el entrenador Domenech, que alguien (“un traidor”, según la expresión del caudillo Ribéry) dio a conocer a la prensa a través de un mensaje de texto de su celular. 

Anelka es un jugador muy particular. Cuando debutó como profesional era apenas un adolescente. Muy joven aún, se enfrentó a la dirigencia del Arsenal (a donde había llegado para reemplazar al bombardero Ian Wright) y pasó al Real Madrid. En España amenazó con abandonar el fútbol, pero continúo jugando con un contrato muy generoso. Luego rebotó por el PSG, el Fenerbahçe y por diversos e importantes clubes ingleses, siempre generando conflictos, discutiendo con técnicos, chocando con dirigentes, defraudando auspiciantes, peleándose con la prensa, y desempeñándose en la cancha sin escuchar a nadie más que a él mismo. 

Un poco antes del inicio de la Copa Mundial de Sudáfrica, Anelka publicó Anelka, un libro –escrito junto a Arnaud Ramsay– en el que pretende limpiar su imagen. En sus páginas admite haber sido un revoltoso, pero (al igual que Giuly) justifica su actitud denunciando lo alienante del sistema de fútbol profesional, quejándose de la presión que sufren los jugadores frente a la constante evaluación de la prensa y de los aficionados, y confesando el temor que inspira sufrir una lesión que liquide la carrera de un futbolista. En el texto, curiosamente, es elogioso con Domenech. Quizás el jugador lo releyó en el avión de regreso a Europa, luego de haber sido expulsado por la Federación Francesa de Fútbol por violar un código de conducta que regía desde los días después de haber sido derrotados por Argentina en febrero del año pasado.

Después de Anelka, en Francia acusaron furiosamente de ser los culpables del caos a Ribéry y Gallas, los otros dos hombres fuertes del plantel que, al parecer, tenían poder de decisión dentro y fuera del terreno de juego. Ambos jugadores, al igual que Anelka y Giuly, publicaron libros autobiográficos. El libro de William Gallas, La parole est à la défense (2008), está escrito en colaboración con Christine Kelly. En el mismo se puede descubrir a un hombre discreto, que resalta lo positivo de Zidane o Desailly (con quienes alguna vez tuvo algún encontronazo), y que aconseja a los jóvenes evitar las malas tentaciones en las que él alguna vez cayó. El libro de Franck Ribéry, por su parte, fue producido en 2009 junto a Claude Moreau, lleva por título el nombre cristiano del jugador, y ya tuvo dos subtítulos: “un Ch’ti devenu grand” primero, e “itinéraire d’un surdoué” después. El texto es una especie de oda dedicada a la estrella del balompié francés, en donde se alude a su trauma de vivir desde niño con las horrendas cicatrices que cubren su cara, relata su conversión al Islam tras casarse con su esposa de origen argelino, y comenta sus diversos enfrentamientos contra los que hacen del noble deporte un inclemente negocio.

El elemento común que se percibe en estos libros de famosos personajes franceses es, quizás, la tensión que todos manifiestan sufrir: por un lado está lo lúdico y lo festivo del fútbol entendido como deporte, mientras que por el otro lado aparece lo lucrativo y la seriedad que el fútbol inspira al considerárselo una industria del espectáculo, y entre medio están esos hombres, en su mayoría muchachos de orígenes humildes y vidas simples, que se ven obligados a ponerse más camisetas que las que la gente ve.

Crisis nacional

En su libro Football et mondialisation, el geopolitólogo Pascal Boniface sostiene que el fútbol es un asombroso fenómeno de globalización, a través del cual viejos y nuevos países encuentran un modo de resistir la homogenización cultural que impulsan quienes controlan al mundo, y que contribuye a forjar una identidad común en una época en que éstas parecen difíciles de constituirse. Esa idea, por tanto, ha disparado en Francia toda clase de especulaciones acerca de qué es Francia.

El derechista Jean-Marie Le Pen y el izquierdista Georges Frêche se han vuelto tristemente célebres por señalar lo mismo: si se toma en cuenta el número de personas de color que habitan el país, se puede afirmar entonces que en la selección nacional francesa de fútbol hay demasiados jugadores negros. Los grupos identitarios más radicales sostienen que la olvidable actuación francesa en la última Copa del Mundo se debió a un deliberado acto de sabotaje, encabezado por los jugadores sin ascendencia europea. Sucede que hombres como Abou Diaby, Alou Diarra y Djibril Cissé hicieron declaraciones a la prensa expresando su orgullo por tener raíces africanas y se mostraron felices por tener la suerte de participar de un gigantesco evento deportivo organizado en el continente negro; los grupos nacionalistas interpretaron ello como un anunció de su renuncia a Francia. La situación se agravó cuando Sidney Govou, en una entrevista con el diario deportivo L’Equipe, reconoció implícitamente la existencia de clanes étnicos rivales en el seno de Les Bleus, mientras que el periodista Pierre Ménès señaló en su blog que la exclusión del talentosísimo Yoan Gourcouff del equipo titular se debió a que el color de su piel no es como el de la mayoría.

Muchos en Francia afirmaron sentir vergüenza por lo que el seleccionado de fútbol hizo en Sudáfrica. Antes del último partido (el que enfrentó al conjunto de azul contra el equipo anfitrión), varios alcaldes decidieron desmontar las pantallas gigantes ubicadas en lugares públicos que transmitían los encuentros gratuitamente. Algunos educadores se quejaron de la actitud poco ejemplar del equipo francés, y los representantes de los deportes amateurs expresaron su repudio ante esos deportistas sin espíritu deportivo.

Alain Finkielkraut comparó al equipo de Francia con una mafia, mientras que Eric Zemmour dijo que eran menos que un equipo y que no representaban a Francia. Jean-Marie Molitor aprovechó la situación para atribuirle los conflictos internos del plantel a la matriz educativa heredada desde el Mayo del 68, aquella que irrespeta el concepto de “autoridad”, se desentiende de las jerarquías y resuelve todos sus problemas mediante las vías más ineficaces. Agregó que el equipo de Domenech si representaba a Francia, pero a la Francia de los arrabales, a la Francia de los delincuentes. Y se mofó del enfrentamiento entre clanes de antillanos y de africanos comparándolo con una guerra entre hutus y tutsis (para algunos le faltó agregar algún comentario satírico contra André-Pierre Gignac, el delantero del Toulouse que desciende de gitanos). Molitor tampoco se privó de equiparar el “Va te faire enculer, sale fils de pute ! ” [“¡Andá a hacerte romper el culo, sorete hijo de puta!”] de Anelka contra Domenech, con el “Casse-toi pauv’ con !” [“¡Tomátelas bolas tristes!”] que Sarkozy profirió contra un ciudadano en un multitudinario evento de hace unos años, considerando a ambas expresiones como signo de la arrogancia y el engreimiento que genera el convertir a la acumulación de dinero en la principal meta de la vida.

El tema adquirió razón de Estado cuando gente del gobierno intervino. Sucede que Francia, en 2016, organizará la Eurocopa, por lo que en los próximos años el fútbol no puede ir por un carril diferente al de la política.

Ahora bien, más allá de los análisis políticos sobre el asunto, lo cierto es que en Sudáfrica hubo una guerra de egos que ni Domenech ni demás autoridades supieron controlar. La decisión de no convocar a Samir Nasri, Karim Benzéma y Hatem Ben Harfa basada en “criterios invisibles” –y que los nacionalistas más acérrimos consideraron una saludable “limpieza” de los magrebíes del equipo nacional– se revela ahora como lo que en verdad fue: el entrenador pretendía evitar tener que lidiar contra tres jugadores de innegable mala conducta, alguno de ellos enfrentados personalmente a otras de las figuras del plantel. Se ve que no hizo lo suficiente para erradicar los conflictos.

La mala reputación

Como ya hemos apuntado más arriba, el escándalo parece ser la norma que, desde al menos el último lustro, rige al seleccionado de fútbol francés. Junto al insulto de Anelka, la mano de Henry y el cabezazo de Zidane son inesperados acontecimientos que deslucen al fútbol de Francia, momentos negativos que incomodan a la moral establecida, pero que no por ello se los puede condenar tajantemente sin caer en el maniqueísmo, sin generar una división arbitraria e ideológica entre buenos y malos, entre sanos y enfermos, entre nosotros y ellos.

El filósofo Ollivier Pourriol intentó pensar esos episodios (los de Zidane y Henry) en su contexto, y para ello escribió el libro Eloge du mauvais geste. Con respecto a Zidane, Pourriol sostiene que el astro francés obró como un hombre de honor que renuncia a todo para salvaguardar su buen nombre. El cabezazo fue en el pecho, no sobre el rostro del otro como suelen ser los cabezazos. ¿La razón? Zidane le apuntó al corazón. Pourriol percibe mucha dignidad en la acción de Zidane porque, en una final de un Mundial, el mediocampista ejecutó una maniobra tan irracional no con la intención de ganar, sino para recordarle a Materazzi que antes que los jugadores profesionales batallando por la gloria y el dinero, hay seres humanos que merecen un trato humano.

Tal vez deliberadamente, Pourriol ignora el testimonio que el futbolista Jérôme Rothen incluye en su libro chimentero « Vous n’allez pas me croire... » (2008), en el cual asegura que Zidane lo insultó muy agresivamente en un encuentro entre Real Madrid y Mónaco de 2004, y que nunca se disculpó por ello (en Francia hay quienes sostienen que el texto de Rothen –que además deja mal parados a Barthez y Gallas– fue tan dañino para la imagen del alguna vez jugador de Juventus, que en 2009 se editó Zidane, une vie sècrete de Besma Lahouri sólo para reconstruir la imagen del ídolo galo, mostrándolo como un hombre que durante años ha intentado escapar del laberinto comercial al que lo guió su talento deportivo).  

Eloge du mauvais geste va un poco más allá del “caso Zidane”, y trata de interpretar de un modo también simpático a aquel famoso episodio que involucró a Éric Cantona y a un enardecido espectador inglés: expulsado el atacante en un encuentro del Manchester United ante Crystal Palace, y mientras se retiraba del campo de juego –sin protestar y asumiendo la responsabilidad de sus actos–, súbitamente lanzó una patada voladora contra un joven que profería insultos contra él desde las tribunas. Pourriol lee en esa “cantonada” un acontecimiento que pone nuevamente en jaque al deporte profesional. Cantona, al agredir al duodécimo jugador, le da entidad en el juego a alguien quien habitualmente no la tiene, entonces –concluye Pourriol– lo obliga a él también a hacerse responsable por lo que sucede, pues no fue a Cantona a quien agredió aquel espectador, fue a Éric.

Otro episodio que analiza Pourriol es la falta casi letal que el arquero alemán Harald Schumacher le cometió al líbero Patrick Battiston en el encuentro entre Francia y Alemania Occidental por la semifinal de la Copa del Mundo de España 1982. Allí Pourriol reduce a Schumacher a la categoría sartreana de “salaud”, es decir lo considera algo así como un cretino que obra de mala fe y que no se hace cargo de sus acciones, pues las justifica sosteniendo que es la circunstancia la que lo obliga a obrar de manera repudiable, como si él no fuese artífice de sus propias decisiones. Pero Pourriol, más deleuzeano que sartrearno, entiende que la existencia no sólo precede a la esencia, sino que también la sucede, por lo defiende que lo que hizo Schumacher deja de ser, en algún punto, tan aberrante como parece.

En relación a Michel Platini, Pourriol es un poco más piadoso. El escenario es el estadio de Heysel, en Bruselas, durante el 29 de mayo de 1985. Unos minutos antes del inicio del encuentro entre Juventus y Liverpool unos cuarenta espectadores murieron a causa de una avalancha humana ocurrida en las tribunas. El partido se juega pese a todo, y Platini anota un gol de penal. Lógicamente, tras ver a la pelota introducirse en el arco, el héroe del fútbol francés de la década de 1980 corre festejando su logro. Pero hay quienes no quieren festejar. En aquella ocasión, según como lo mira Pourriol, Platini se dejó atrapar por la lógica del espectáculo, que dictamina que pase lo que pase, no se puede no continuar: todo fue un error sincero, ajeno de toda malicia. Platini no es ningún cretino que festeja sobre los cadáveres, es sólo un hombre desorientado por la situación (aunque después la televisión arme el montaje y contraste la sonrisa de “Platoche” con las víctimas de la desgracia y la negligencia).

Además de estos cuatro casos, el texto de Pourriol deja espacio para dos manos: la de Henry y la de Maradona. Con respecto a la del argentino, Pourriol destaca su carácter vulgarmente milagroso: Maradona, casi inocentemente, utiliza la mano para superar a Shilton, sin confiar en la realidad de su acto, como si en el momento crucial el ídolo apostase al azar. Lo de Henry, en cambio, es distinto, pero Pourriol no quiere leerlo de un modo muy diferente. La mano del delantero francés, que todo el mundo vio excepto el árbitro, no fue una violación deliberada de las reglas del juego, sino una transgresión producto de la seducción del mal. La mano de Henry no buscó la pelota, sino que la pelota buscó a la mano de Henry. Quien consintió a la trampa en aquel duelo contra Irlanda no fue un jugador, fue toda Francia que vio en aquella oportunidad la posibilidad de lograr algo que no merecían, respetando la consigna de que, posteriormente, su excelente participación en Sudáfrica iba a redimir la vergonzosa clasificación. Sin embargo la intervención de Francia estuvo muy lejos de ser excelente. ¿Elogiará Pourriol el mal gesto de Anelka?

* Alexandre, Georges. Le bêtisier Domenech. Editions du Rocher, Mónaco, 2008, 6,90 €
* Anelka, Nicolas y Ramsay, Arnaud. Anelka. Hugo & Cie., París, 2010, 15 €
* Anónimo. Sexe, Foot, Royalties [Entretiens avec Estelle]. Nova Editions, París, 2010, 12 €
* Boniface, Pascal. Football et mondialisation. Armand Colin, París, 2006, 17 €
* Domenighetti, Joël. Domenech. Les editions du moment, París, 2008, 18,95 €
* Gallas, William y Kelly, Christine. La parole est à la défense. Les editions du moment, París, 2008, 16,50 €
* Giuly, Ludovic y Orlac'h, Pierre. Giuly par Giuly. Hugo & Cie., París, 2007, 15 €
* Godard, Bruno. Les Bleus peuvent-ils vraiment gagner la Coupe du Monde ? Hugo & Cie., París, 2006, 10 €
* Godard, Bruno. Domenech, histoires secrètes d’une imposture. Jean-Claude Gawsewitch Éditeur, París, 2010, 19,90 €
* Grimault, Dominique. Coupe du Monde 2006. Au bord du rêve. Solar, París, 2006, 22,90 €
* Lahouri, Besma. Zidane, une vie sècrete. J'ai Lu, París, 2009, 6,70 €
* Martin, Franck. Managez humain c’est rentable ! De Boeck, Bruselas, 2008, 18 €
* Mendelewitsch, Jennifer. Raymond Domenech, hors-jeu. Favre, Lausana, 2009, 29 CHF (17 €)
* Pourriol, Ollivier. Eloge du mauvais geste. NiL, París, 2010, 13,50
* Ribéry, Franck y Moreau, Claude. Franck Ribéry. Favre, Lausana, 2009, 27 CHF (16 €)
* Rothen, Jérôme. « Vous n’allez pas me croire... » Prolongations, Boulogne-Billancourt, 2008, 18,90 €

viernes, 25 de junio de 2010

El discreto desencanto de la burguesía

Lucien Paumelle, un médico jubilado, antiguo miembro de la Resistencia y activo militante socialista, decide, ya octogenario, contraer matrimonio con una inmigrante moldava, para evitar que esa mujer y su hija preadolescente sean expulsadas de una Francia cada vez más reacia a admitir extranjeros. Según parece el viejo Lucien (interpretado por Michel Aumont), que toda su vida ha apoyado causas humanitarias tomando partido siempre por el lado de los oprimidos, realiza quizás uno de sus últimos gestos para lograr un mundo más justo e igualitario, abriéndoles las puertas de su bello departamento parisino a dos mujeres casi desconocidas provenientes de la Europa oriental.
El galeno tiene dos hijos: Babette (Karin Viard) y Arnaud (Fabrice Luchini). La primera ha optado por ser igual al hombre a quien admira, convirtiéndose en médica ella también y forjándose una mirada progresista sobre los problemas del mundo, mientras que el otro, por su parte, ha buscado contraponerse a esa pesada sombra que lo cubre para construir así su propia identidad, y ha terminado por ello tornándose un abogado interesado por asuntos económicos. Al enterarse del matrimonio, ninguno de los dos vástagos del anciano toma la noticia con demasiada alegría. Ella porque, por un lado, encuentra en la mujer moldava a una persona que no se ajusta al prototipo de “condenado de la tierra” que sufre en silencio y sumisión las injusticias a las que fue condenado –Tatiana, la mujer moldava, es cínica, racista y egoísta–, y por el otro lado ve que la inmigrante no parece lo suficientemente agradecida por el acto de autosacrificio que, al parecer, lleva a cabo su padre; él porque teme que la herencia que le correspondía se diluya por culpa de una intrusa. Tal es, basicamente, el eje de la película Les invités de mon père, escrita y dirigida por Anne Le Ny.
Lo interesante de esta obra es que, a medida que avanza, los maniqueísmos se van desdibujando. De ese modo el altruista Lucien empieza a mostrarles a los demás que es capaz del “pecado” del egoísmo, y la hija progresista y el hijo neoconservador van revelando que son más los puntos en los que sus actitudes coinciden que en los que discuerdan. El resentimiento aflora poco a poco, sacando a la luz la sordidez y la hipocresía con la que habitualmente se manejan aquellos que en Francia son llamados “bobos” (“burgueses bohemios”), gente que considera legítimo el concepto de “plusvalía” pero que casi siempre consume primeras marcas de alimentos y vacaciona dos veces por año.
Con esta comedia Le Ny prueba que el cine francés puede ser sabio si se lo propone. Aunque Les invités de mon père sea recién su segunda película, puede decirse que esta cineasta es muy hábil para moverse entre zonas incómodas, no a la manera cruda de Gaspar Noé, pero si con la fuerza suficiente para demoler las simplificaciones (su película anterior, Ceux qui restent, aborda el tema del amor entre dos enfermos terminales).
Al dejar al descubierto los límites del humanismo pequeñoburgués, Les Invités de mon père ironiza contra la solidaridad hipócrita que, desde la condescendencia, cierto sector social privilegiado practica como modo de tranquilizar la propia conciencia. Una verdadera fábula ácida sobre quienes convierten a sus visiones políticas en signos de superioridad moral.

jueves, 17 de junio de 2010

Castillos en el agua

Jacques Rougerie es un arquitecto francés que ha diseñado numerosas edificaciones para ambientes tan diversos como lo son la tierra y el espacio. Muchas de sus obras han sido exitosamente materializadas, lo que le ha permitido ganarse la fama de ser un diseñador si no vanguardista, al menos refrescantemente original. Sin embargo el sector en el que Rougerie se siente más a gusto es, sin lugar a dudas, en el agua.

En efecto, este arquitecto ha trabajado tanto tiempo alrededor de la creación de espacios habitables en el agua (ya sea tanto sobre como bajo este medio) similares a los que existen en la tierra, que hoy en día nadie objetaría que se lo considere un verdadero constructor “marrestre” o “terrino”.

Rougerie estuvo vinculado durante muchos años al grupo de estudios del reconocido oceanauta Jacques Cousteau. Por ese motivo el arquitecto es también un acérrimo protector de las biosferas marinas y un entusiasta promotor de las investigaciones acerca del universo acuático. Desde 1975 trabaja en proyectos cuyos objetivos centrales son los de demostrar que los mares y los océanos no son lugares hostiles en los que sólo los marineros más feroces pueden sobrevivir, sino que, por el contrario, conforman fuentes de inagotable belleza que deberían estar al alcance de toda la humanidad, permitiéndoles así a los hombres de todas las naciones construir una nueva manera de interpretar al mundo.

martes, 15 de junio de 2010

Gol Stereo

A Johan Micoud se lo recuerda en Francia por su actuación como futbolista en el AS Cannes y el Girondins de Bordeaux, aunque su consagración se produjo cuando jugó en el Werder Bremen de Alemania (antes de ello había tenido un paso intrascendente por el club italiano Parma). Habilidoso y de juego elegante, no tuvo lugar en la selección de su país pues le tocó disputar su puesto nada más y nada menos que contra Zinedine Zidane.
Tras su retiro de la actividad, Micoud eligió no seguir por el típico camino de los futbolistas jubilados (volverse entrenador) y probó suerte en otras direcciones. Así hoy en día es periodista deportivo, viticultor y, claro, productor musical. Su primera obra en este último campo es el disco Pop'n'Foot, una antología que reúne a casi una veintena de artistas en torno a la explotación musical de la temática futbolera.
Tomando como base tres canciones ya conocidas y ampliamente difundidas (“Evoluer en D3” de Miossec, “La footballeuse de Sherbrooke” de Mickey 3D, y “Cameroun” de Zebda), Micoud –junto al músico Laurent Dory– logra sumarles otras 16 creaciones originales para integrarse al álbum. Entre quienes contribuyen se puede encontrar a artistas muy populares en el Hexágono (como es el caso de los grupos Dionysos, Bikini Machine y Luke) junto a otros nuevos emergentes (cual Music is Not Fun, H-Burns, Yann Seul, Richard Jones y Macadam Club). También el disco hace lugar a los coordinadores del proyecto: Dory participa con su banda Robert & Mitchum, mientras que Micoud toma su guitarra y se rodea de amigos músicos para construir su canción. Otras curiosidades de Pop'n'Foot es la presencia del grupo catalán de retrosoul The Pepper Pots (una especie de emuladoras contemporáneas de The Ronettes), y la participación de Fatty & Shorty Ramone, dos miembros extraviados en Francia de la famosa (y ya físicamente extinta) familia neoyorquina, que titulan a su contribución “The PSG took my baby away”.
La obra nacida de la iniciativa de Micoud es ecléctica: convoca en un mismo espacio al reggae, al indie rock, al hip hop, al punk y a otros ritmos y estilos musicales de escaso parentesco. Quizás el gran ausente en una obra con estas características es Pascal Obispo, un músico de enorme éxito en Francia e hijo de un admirado ex-futbolista del Girondins. Aún así Pop'n'Foot cumple con lo promete.

Promocional:

sábado, 12 de junio de 2010

Nada nuevo debajo del sol

Louise Attaque es una banda francesa a la que se puede calificar de “gigantesca”, no tanto por la calidad de su producción musical sino más bien por la cantidad de público que convocan.

En 1997 lanzaron el primero de sus –hasta ahora– tres discos editados, que consiguió un número impensado de unidades vendidas para un artista de estas características en Francia. Su éxito fue enorme, y de un día para el otro Louise Attaque pasó a ser un grupo que se movía por todo el Hexágono con una caravana de seguidores que los acompañaba (similar a lo que sucedía con Grateful Dead en los EEUU, pero con un poco más de orden y un poco menos de ideología).

La canción “J’t’emmène au vent” se convirtió en una especie de himno generacional para quienes abandonaron la adolescencia en el último lustro del siglo XX: no era extraño escucharla sonar en, prácticamente, todos los bares, discotecas y lugares donde pasasen música, y no era extraño tampoco ver a muchos jóvenes cantándola con cierto fervor. Tanto éxito generó muchas tensiones entre los integrantes de la agrupación, lo que hizo que su trayectoria se torne una suma sucesiva de separaciones y reuniones, especialmente durante la última década.

Parte del éxito de esta banda muchos se lo atribuyen a Gordon Gano, el líder del grupo norteamericano Violent Femmes, quien estuvo vinculado a la producción de sus dos primeras obras. Gano, a lo largo de la década de 1980, desarrolló un estilo al que se lo puede calificar de “folk punk”, un sonido rústico y simplista, que ha sido hasta ahora muy efectivo en su tarea de agradarle a la gente (la simpática canción “Blister in the sun”, por ejemplo, bien puede ser considerada un jingle publicitario). Ese estilo es el mismo que cultiva Louise Attaque.

Quien lidera Louise Attaque es el músico Gaëtan Roussel, que, a su vez, es quizás el mejor discípulo de Gano. Roussel también ha trabajado con diversos artistas (como Alain Bashung, Rachid Taha y Vanessa Paradis), ya sea como productor o como compositor. Y ahora, al igual que su maestro, ha editado su primer disco solista: Ginger.

Sobre Ginger hay, básicamente, dos opiniones: o es una obra muy lograda o es algo que ya se ha escuchado miles de veces. Yo soy de los que toman la última postura. En su primer disco solista Gaëtan Roussel se esfuerza por sonar como Beck, pero no se arriesga a abandonar sus privilegios de ser el cantante de Louise Attaque. Por tanto sus canciones gozan de una gran facilidad para sonar en las radios, y la novedad que implica su música parece existir desde hace por lo menos 15 años.

Video de “Help Myself (Nous ne Faisons Que Passer)”:

jueves, 10 de junio de 2010

La literatura a la manera de Julia Malye

Durante la década de 1950 el mundo literario francés se vio conmovido por la publicación del primer poemario de Minou Drouet. La calidad del libro no era mucha, pero auguraba que si la autora desarrollaba un poco más su talento, quizás en el futuro lograría firmar una obra no condenada al olvido. Lo curioso es que Drouet, en aquel entonces, era una niña de ocho años, lo que asombró a algunos y escandalizó a otros. Estos últimos organizaron una campaña para desacreditar el trabajo de la pequeña, promoviendo la ejecución de toda clase de pesquisas grafológicas y psicotécnicas para determinar si la autora de sus textos era ella o era en realidad su madre (por la misma época sólo el famoso libro de la neerlandesa Anne Frank tuvo más peritos revisando su autenticidad que el de Drouet).
Julia Malye, quien publica su primera obra literaria, tiene, actualmente, el doble de edad que Drouet, pero más o menos el mismo talento. Escribió y, lo que es más importante aún, publicó una novela que supera las 300 páginas. Lo que habitualmente se espera de una autora de esa edad es que produzca algo así como una ficción sobre los sufrimientos y las ilusiones de la adolescencia femenina, y La fiancée de Tocqueville no defrauda en ese aspecto. Lo particular de la novela es que está ambientada en las primeras décadas del siglo XIX, durante los años del imperio napoleónico y la restauración de la monarquía.
La anécdota desde donde nace la historia es peculiar: casi por casualidad, Malye se entera que una amiga suya es descendiente de una mujer que fue la hija de un importante líder militar del ejército del emperador Napoleón I, y después descubre que ella misma es descendiente de otra mujer que vivió una suerte de romance con Alexis de Tocqueville, el famoso escritor que realizó un profundo estudio sobre el funcionamiento de la democracia norteamericana en el siglo XIX. A partir de allí construye dos personajes basadas en este hallazgo genealógico, Rosalie y Hortense, a las que ubica en aquel periodo y las hace vivir sus aventuras. El libro apunta a capturar el interés de cierto segmento determinado del mercado, y se asemeja por momentos a la película Marie Antoniette (2006) de Sophia Coppola, película que debería de haber apuntado a capturar mejor cierto segmento determinado del mercado.
En una entrevista la joven Malye sostiene que envió el manuscrito a unas 25 editoriales, hasta que finalmente una decidió asumir el riesgo y publicar y publicitar su ópera prima, pero exigiéndole que realice severas correcciones, lo que finalmente hizo. Además de sus ganas de escuchar a los editores y aprender el oficio de escritora, Malye tiene otros méritos independientes de su capacidad autoral, pero que han contribuido para que el libro sea publicado (en lugar de ser autopublicado) y haya recibido atención por parte de la prensa importante de París: ella es hija de François Malye –un historiador especializado en la época de Napoleón Bonaparte y periodista de la revista Le Point–, y asiste al famoso colegio Henri-IV –uno de los más prestigiosos de Francia, al que asistieron, entre muchos otros, gente como Michel Foucault, Jean-Paul Sartre y Jacques Maritain.
Muchos dicen que si Malye hubiese firmado exactamente el mismo libro que firma ahora pero siendo la hija de un camionero y una estudiante en un colegio de provincia, no hubiese conseguido esta entrada en este blog. Y lo más probable es que ello sea cierto.

* Malye, Julia. La fiancée de Tocqueville. Balland, París, 2010, 18,90

domingo, 6 de junio de 2010

Ma grand-mère la rose

La vida en amatista

Cuando, en 2008, Françoise Hardy publicó Le désespoir des singes, a muchos les pareció que la cantautora le anunciaba al mundo su definitivo retiro de la vida pública. La autobiografía de esta señora –que en aquel momento contaba con 64 años– es un libro sincero pero a la vez discreto. Sus páginas recogen pudorosas confesiones, y omiten todo aquello que podría ser considerado una revelación sensacionalista. Nada de drogas, sexo ni rock and roll para Françoise, pese a que en su momento llegó a estar muy vinculada a esa escena. En los diversos capítulos figuran –algunas veces explícitamente, otras veces mediante alusiones– toda clase de reconocidas personalidades (como Bob Dylan, Patrick Modiano, Serge Gainsbourg, Mick Jagger y John Frankenheimer sólo por nombrar a cinco), pero retratadas con respeto y sin profundidad, como si todos fuesen parte de una película sobre la cual Hardy no puede decir si la protagoniza o sólo la observa.

El texto deja la sensación de que la narradora de la historia, ya canosa y con el rostro arrugado, nunca dejó de ser esa adolescente tímida y recatada que Paco Rabanne e Yves Saint-Laurent vestían con sus vinchas, sus botas blancas y sus minifaldas, mientras alguien de la disquera Vogue le comentaba sobre como sería su agenda para los próximos seis meses. Por ello, en el fondo, el libro no es más que un catálogo de banalidades. Es decir, después del retrato sobre su infancia y adolescencia, Hardy pasa al relato sobre su salto al estrellato durante la década de 1960, una década agitada que incluye incontables viajes por Europa, la participación en el festival Eurovisión de Londres de 1963 –representando a Mónaco–, la filmación de varias películas (incluyendo una dirigida por Jean-Luc Godard, una guionada por Woody Allen y otra musicalizada por Ennio Morricone), y su metamorfosis como heroína de historietas cuando el belga Guy Peellaert publicó Pravda, la Surviveuse. Concluido ese periodo, en el que Hardy se sentía una aprendiz tironeada de un lado hacia el otro por los inversores, asistimos a una interminable historia de altibajos y claroscuros.

En realidad el texto se concentra en la cuestión familiar, al principio con la familia heredada y después con la familia formada: ninguna de las dos –hay que decirlo– pudo evitar la disfuncionalidad. Quizás conmueva a algún lector conocer la historia de la abuela tiránica, la hermana esquizofrénica, el padre homosexual o la madre eutanasiada, pero sin dudas divertirá o entristecerá (dependiendo de la perspectiva) lo que escribe sobre Jacques Dutronc, su marido hasta 1988.

Hardy sostiene que tras fracasar en sus intentos por aprender la jerga lacaniana se introdujo en el estudio de la astrología bajo la dirección de Jean-Pierre Nicola –un estudioso poco apreciado por el eminente Patrice Guinard. Su intención, tal vez, era aprender a leer a las personas, conocerlas mejor de lo que ellas se conocen a si mismas, al mismo tiempo que aprendería mucho sobre quién era ella realmente. Dicho de otro modo, al parecer Hardy se comprometió profundamente con la astrología (llegó a tener programas de radios y a escribir libros sobre el tema) para afianzar su identidad y fortalecer su personalidad. Sin embargo la relación con su marido condicionará sutilmente todo ese proceso.

En una reciente entrevista aparecida en Paris Match, Dutronc dice: “al lado mío, ella corre el riesgo de volverse menos inteligente. Mi caso, en cambio, es al revés.” Y esas palabras reflejan bastante bien quien es Dutronc, especialmente cuando un poco después agrega: “yo prefiero mirar un olivo antes que leer un libro”.

Para Hardy, Dutronc es algo así como el príncipe azul que se casa con la princesa rosada. Y al sumar azul y rosado se genera una suerte de violeta, el amatista. A ese tipo de color se lo suele asociar a lo incorpóreo, aunque hay quienes lo ven ligado a lo ilusorio y, en muchos casos, a la muerte. Algo de ello hubo entre Jacques y Françoise. Él: mujeriego e irreflexivo. Ella: hogareña y meditativa. En la entrevista de Paris Match ella dice que se separó de él porque la afectó la crisis de los cuarenta, y él replica que, por su parte, vive esa crisis desde que era un muchacho de 16 años. La mujer que quiere crecer, el hombre que se resiste a hacerlo: algo así fue el matrimonio Dutronc-Hardy. Por esa extraña relación amorosa –en la que ella vivió en el idealismo, la fidelidad, el perfeccionismo, y la angustia, y él en el pragmatismo, los amoríos, la desidia y la seducción– la delicada joven que conoció el éxito laboral tempranamente, termina expuesta como una frágil mujer madura que no sabe exactamente que hacer con toda su fama.

Un laurel para Hardy

Ciertas mujeres de 66 años suelen dedicarse a la fabricación de velas aromáticas, a la jardinería y floricultura, a la pintura de manera amateur, a la cocina gourmet para ocasiones especiales, a la lectura (de libros de autoayuda o de libros de Proust, o también a la lectura de libros sobre Proust en clave de autoayuda), a la decoración de interiores y a hacer pátinas sobre los muebles de madera. En la rutina de Françoise Hardy, lo sospechamos, figuran esas actividades, pero la veterana cantante le suma otra: grabar discos.  

La pluie sans parapluie es el noveno álbum que Hardy edita en las últimas tres décadas, y quizás uno de los mejores de su carrera. Desde principios de los sesenta hasta mediados de los setenta, Hardy cultivó un ritmo frenético de trabajo, en el que editaba algo así como un disco por año y se dedicaba a cantar en otros idiomas para abrirse mercados. Cuando nació su hijo (el músico Thomas Dutronc) comenzó a alejarse de la escena musical francesa, para hacer reapariciones esporádicas, celebradas por los fanáticos y promocionadas por la prensa. Esta es una más de ellas, después de que muchos la daban ya por jubilada.

Alain Lubrano supervisa la versión final del producto, que lleva el sello de Hardy en casi todas las canciones, apareciendo como autora de las letras (pues Hardy era de esas extrañas muñecas del yé-yé que podían escribir poemillas digeribles y tocar la guitarra con sus propias manos). Hay algunas excepciones: “Mister” de La Grande Sophie, que es una suerte de balada tierna como algunas de las que canta Cat Power, y “Memory Divine” de Jean-Louis Murat, que es una especie de blues sensual y desafiante. Los hermanos Calogero y Gioacchino Maurici  componen la música de “Noir sur blanc”, una canción bastante lograda. Excepto por la sorprendentemente pop “Champ d’honneur”, la cálida “La pluie sans parapluie”, y la encantadora “Je ne vous aime pas” (en la que en algún momento creo escuchar, en una versión dulcificada, un esquema de acordes similar al de “London Calling” de The Clash) la colaboración directa entre Lubrano y Hardy no llega muy lejos. Esa última canción está dedicada a la veteranísima actriz Danièle Darrieux, una suerte de diva del cine francés de los cuarenta y cincuenta. También hay otra pieza con dedicatoria: “Un cœur éclaté”, que lleva una música un tanto obscura compuesta por Pascale Daniel, y que es un homenaje a Rosamond Lehmann, una escritora británica muy famosa en la década del treinta.

El disco se cierra con “Les mots s’envolent”, una canción compuesta en letra y música por (y probablemente para) Arthur H, y que Hardy no sabe encontrarle el mejor tono. De cualquier modo, más allá de un cierre poco conveniente, alegra saber que a la famosa cantante, pese a la edad, aún le queda voz para cantar de un modo no muy diferente a como cantaba cuando empezó su carrera.

Extracto:


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