Claude Chabrol filmó Madame Bovary –una adaptación de la
famosa novela de Gustave Flaubert– en 1990. El resultado no fue muy
convincente: el bovarismo de la película resulta cáustico, porque las
atmósferas opresivas que crea Chabrol dislocan la historia, haciéndola
demasiado contemporánea. Es decir Chabrol se mantiene fiel al decimonónico
Flaubert en todo lo relacionado a la ambientación pero, al mismo tiempo, lee a
la acción de la historia como un evento penoso del siglo XX. De allí que la
película sea una suerte de alegato contra la postergación femenina en la
sociedad occidental.
Una manera un poco más feliz de
adaptar al viejo cuento de Flaubert al escenario actual es encarnada por la
película Gemma Bovery. Lúdica, ligera
y, sobre todo, modernizada, esta película no termina de ser un pastiche ni
tampoco una parodia, lo que la hace muy simpática. La obra está basada en una novela gráfica de la británica Posy
Simmonds, la cual –ciertamente– es una interpretación libre de la obra de
Flaubert.
Anne Fontaine, la directora, se
ocupa de presentar a los personajes de un modo irónico, pero se cuida de no
juzgarlos lapidariamente. A la película no la protagoniza Gemma Tate (una mujer
inglesa interpretada por Gemma Arterton), sino Martin Joubert (representado aquí
por el gran Fabrice Luchini). Joubert es un hombre patético y obsesivo, que
abandona el mundo de la edición en París y se reubica en Normandía para hacerse
cargo de la panadería familiar, viviendo el sueño de todos aquellos animales
urbanos que fantasean con encontrar su lugar en el mundo en un pequeño pueblito
donde todos se conocen. Lo acompañan su esposa mandona y su hijo bobalicón. En
su nuevo hogar, tras años de vivir sumergido en el aburrimiento, encuentra la
oportunidad para entrometerse en la historia de unos ingleses cuasi-parisinos que
residen allí (Gemma y Charlie), con el objetivo de imponerle una serie de
analogías con la obra flaubertina que sólo él visualiza. Eso lo estimula para
intentar seducir a Gemma (se equipara con Rodolphe Boulanger, el amante de Emma
en la novela de Flaubert, pues “boulanger” significa “panadero” en francés),
sin embargo la mujer seguirá otro camino. Ahogado en su propio pensamiento, Joubert
vivirá persuadido de que la realidad imita al arte y que de alguna manera todo
está escrito de antemano.
Se le pueden hacer muchos
reproches a Gemma Bovery (su enfoque
innecesariamente feminizante, su exceso de optimismo, su anclaje sociológico
incoherente, etc.), pero la buena predisposición de los actores, la hermosa
presentación de los paisajes normandos y la evocación permanente al gran
Flaubert evitan el naufragio.
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