jueves, 26 de febrero de 2015

Lo que importa es el mensaje

Las historias de aquellos que se convierten de una religión a otra (o incluso la de aquellos no creyentes que descubren la fe, como también la de los creyentes que la pierden) siempre producen mensajes interesantes: una persona encuentra en otra tradición la certeza que antes no tenía, por eso los conversos tienden a ser tenaces. Cada caso de conversión es único –pues se trata de un proceso íntimo–, pero no por ello su relato resulta insignificante. Sin embargo todo converso debería saber que la única manera de compartir esa iluminación que supone poseer es a través de la sutileza. Sin sutileza el mensaje del converso suena deshonesto, incluso por más que no lo sea. 

El fracaso del mensaje 

La película Qu’Allah bénisse la France está basada en el libro homónimo que escribió Abd Al Malik y que la editorial Albin Michel publicó allá por 2004. El texto es autobiográfico, pues narra el ascenso de Abd Al Malik de ladronzuelo en Estrasburgo a estrella del rap francés. El filme reconstruye esa historia, pero está realizado de manera tal que parezca una reversión de La Haine, aquella famosa película de Mathieu Kassovitz que, de modo impactante y en blanco y negro, retrataba la vida de algunos franceses en los márgenes la sociedad. 

Régis (interpretado por Marc Zinga) es un adolescente negro que vive en Neuhof, un barrio de Estrasburgo en donde se concentra la pobreza. El muchacho es hijo de una inmigrante congoleña. Gracias a su buen desempeño en la escuela primaria, el joven consigue asistir a uno de los mejores colegios secundarios de la ciudad. Es un buen alumno, interesado por la filosofía y la literatura. Sin embargo, cuando deja la escuela y regresa a casa, su universo cambia radicalmente. Es que mientras lee a Rousseau en un banco de una plaza, sus amigos venden marihuana a su lado. 

Régis, al igual que los chicos de su edad con los que comparte su tiempo, hurta billeteras en las inmediaciones de la Catedral de Estrasburgo, pero, a diferencia de ellos, también canta rap y escribe las letras como si se tratase de poemas. Las drogas duras sólo rozan a Régis, pero aniquilan a otros jóvenes de Neuhof. Cuando le llega el turno a Rachid –asesinado por quienes le venden lo que consume–, todos los adolescentes descarriados que asisten al entierro escuchan las sabias palabras del imán. Pero, de cualquier manera, uno a uno desaparecen: sobredosis, homicidio, sida, accidente automovilístico, etc. 

Un tanto desesperanzado por su situación, Régis decide dejar la religión que practicó desde su nacimiento junto a su familia –el catolicismo–, y se convierte al Islam. Tras recitar la shahada se transforma en Abd al Malik. Pronto recibe reconocimiento por ser  un rapero talentoso, supera el conflicto que su carrera genera entre sus correligionarios, y termina convertido en un sufista dueño no sólo de una gran sensibilidad, sino también de una lucidez envidiable. 

Así es Qu’Allah bénisse la France: del delito a la espiritualidad, pasando por el amor a los libros y el orgullo de ser ciudadano de la República Francesa. La película sugiere que, con la educación adecuada, pareciera que la convivencia armoniosa es posible. 

Abd al Malik ha dicho que el Islam es lo que lo hizo amar a Francia. Sin embargo la afirmación no es muy exacta. El rapero se convierte al Islam pues, en el fondo, sentía que el catolicismo lo volvía un forastero en un vecindario donde los viernes por las tarde todos desenrollan las alfombras y se arrodillan en dirección a La Meca. Los musulmanes integristas, en lugares así, no son tildados de fanáticos e ignorados por la gente, sino que resultan respetados por la mayoría y hasta admirados por muchos. Ellos reclutan a los que después se convierten en yihadistas. Cuando su pasión por el canto se ve obstaculizada por esos radicales, Abd al Malik encuentra en una corriente esotérica y altamente intelectualizada del Islam a su salvación: frente a ese Islam despreciable que llama a matar gente para cumplir con la voluntad divina, se impone el Islam romántico y exótico que es perfectamente compatible con el fulgurante pabellón tricolor, el Louvre y el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (convertido en best seller por estos días). Por qué el artista no exploró la mística cristiana, el ritual tridentino, o los misterios de los ortodoxos, nadie lo sabe. A él tampoco le interesa explicarlo: sólo renunció al cristianismo e inició su ascenso al éxito con un Corán en la mesa de luz. 

Por estos motivos es que Qu’Allah bénisse la France resulta ser más una apología del Islam que una exhortación a convivir asimilados bajo la generosidad de la República libre, igualitaria y fraterna (esa misma que tan poco aprecio demuestra hacia quienes cuestionan el laicismo).   

La película, escrita y dirigida por Abd al Malik, recibió generosos subsidios monetarios del Estado francés. El público la vio y la olvidó rápidamente, pues lejos está la obra de ser memorable. Entonces Abd al Malik, unos meses después del estreno, terminó denunciando que muchos lectores de Télérama renunciaron a la revista tras ver la portada en la que su rostro –tan negro y tan musulmán– aparece en primer plano. Sin embargo los responsables de la publicación aclararon que sólo tres personas cancelaron su suscripción después de la aparición de Abd al Malik, un número de hecho más pequeño que el que habitualmente se desuscribe de la revista cada semana. ¿Hasta en eso discriminan los franceses a Abd al Malik?

El triunfo del mensaje 

L’Apôtre es una historia sobre una familia musulmana practicante que reside en Francia. Los miembros de esta familia respetan su tradición religiosa, al punto tal de que el más grande de los hijos se comprometió a reemplazar a su tío imán como predicador. Sin embargo la fe católica se filtra entre ellos, y a partir de allí las dudas y los tormentos de aquel que se convierte en un apóstata se apoderan de la narración. 

Hakim (interpretado por Fayçal Safi) es un joven francés de origen argelino que tiene un empleo y un pasatiempo, y pretende vivir su vida sin complicaciones. Un día sale a andar en bicicleta y se topa con el cadáver de una mujer que ha sido asesinada por resistirse a un asalto. En medio de patrullas y ambulancias, divisa al hermano de la víctima, un sacerdote católico. 

Un poco después Hakim se convierte en protagonista de un accidente de tránsito, y uno de esos franceses típicos que aún habitan en el Hexágono intercede a su favor diciéndole a la policía que la culpa del accidente la tuvo el conductor del automóvil y no el muchacho de la bicicleta. Los hombres se hacen amigos a partir de ese episodio, y Hakim termina asistiendo al bautismo del hijo del otro.  

Cuando va hasta la Iglesia a presenciar el evento, encuentra al sacerdote a cuya hermana asesinaron; se entera que el hombre vive cerca de la familia de aquel que mató a su hermana, y cada vez que puede los ayuda a sobrellevar la penosa situación de tener a uno de los suyos encarcelado por homicida. Hakim siente que su mente y su corazón son interpelados por la belleza de la misericordia practicada por el sacerdote. Eso despierta su curiosidad por el cristianismo y cada palabra del Evangelio lo aleja de una fe musulmana a la que jamás había cuestionado. Ello, obviamente, le genera problemas: su familia se entristece, su hermano se enfurece, y su tío de decepciona. Afortunadamente el trato con otros musulmanes convertidos al cristianismo le ayuda a soportar la vergüenza y el rechazo de su familia y de su comunidad. 

Cheyenne Carron, la directora de L’Apôtre, hace un buen trabajo a la hora de graficar el universo agresivo, desesperanzado y un tanto lúgubre en el que viven los personajes. Sin embargo el final no es realista, ya que Hakim se reconcilia con su familia bajo la idea de que, más allá de que la religión sea un obstáculo para la convivencia, el amor triunfa sobre todo lo malo. 

La producción de la película, según cuentan los realizadores, fue un desafío, ya que el guión no fue aprobado para recibir subsidios estatales. Fueron familias francesas las que donaron el dinero para filmar. Al carecer de los sellos del Estado, L’Apôtre tuvo dificultad para acceder a las salas cinematográficas francesas, por lo que la cinta tuvo que desarrolar su propio circuito de proyecciones semi-públicas. Una pena, pues en una cinemateca como la de la Francia de hoy, tan llena de filmes propagandísticos y mediocridades en celuloide, L’Apôtre llegaba para desentonar y transmitir un mensaje, un buen mensaje. 

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