Tzvetan Todorov –en su ensayo “Typologie
du roman policier” de 1966– señala que existe una literatura de autor, la cual
se produce cada vez que un genio individual rompe las reglas aceptadas hasta
ese momento en el universo literario y crea algo novedoso que impresiona a los
lectores; sin embargo Todorov sostiene que existe también la literatura de
masas, cuya característica más notoria es que el autor no sólo se subordina a
las reglas, sino que hasta se somete a las fórmulas, por lo que renuncia
voluntariamente a la riesgosa innovación para favorecer la segura monotonía.
La narrativa policial,
ciertamente, pertenece al segundo grupo, es decir al grupo de la literatura de
masas. Las señales son obvias: escritura orientada a satisfacer una demanda
preexistente, pretensión de alcanzar a un público lo más amplio y lo más
heterogéneo posible, y producción organizada en serie con el fin de incrementar
la velocidad de fabricación y facilitar el consumo de la misma. Es debido a
ello que la narrativa policial tiene a tantas figuras icónicas que se dedican a
resolver crimen tras crimen (v gr. los detectives privados Sherlock Holmes,
Hercule Poirot, Sam Spade y Philip Marlowe, el inspector John Rebus, el coronel
Perceval March, el cura Brown, el comisario Montalbano, el reportero Rouletabille,
e incluso el elegante estafador Arsène Lupin).
Ahora bien, hay que tomar en
cuenta que la narrativa policial no es exclusividad de la sociedad industrial
que dio nacimiento a las masas contemporáneas, sino que –dado que el crimen es
algo que siempre ha estado presente entre la humanidad– es posible hallar
ejemplos de narrativa policial a lo largo de la historia. Esto bien lo supo Robert
van Gulik, un orientalista y diplomático neerlandés, que durante los años de la Segunda Guerra
Mundial tradujo una novela china del siglo XVIII que encontró en una librería de
saldos de Tokio y que gracias a ello lanzó al mercado internacional al
personaje del Juez Di (llamado “Tie” en neerlandés, “Dee” en inglés y “Ti” en
francés). Este juez viajaba de ciudad en ciudad en la China del siglo VII
capturando malvivientes y aplicándoles castigos por sus faltas, algo que,
juzgando por el éxito que han tenido sus libros, le pareció interesante al
público occidental.
Tomando en cuenta precisamente
ese éxito, cabe preguntar: ¿por qué dejar que sólo los jueces chinos del pasado
sean los únicos capaces de acabar con la impunidad? ¿Por qué no permitir que el
Hermano Cadfel en la
Inglaterra del siglo XII o la Hermana Fidelma en la Irlanda del siglo VII usen
su sabiduría para atrapar maleantes? ¿O por qué privar a Gordiano el Sabueso o
a Edwin el Sajón de contribuir, respectivamente, con la justicia en la Antigua Roma y en el Imperio
Carolingio?
Frédéric Lenormand es un cultor francés
de la narrativa policial histórica. Lo prueba tanto las novelas que escribió
reflotando al personaje del Juez Di, como las que él decidió ambientar en la Venecia del siglo XVIII para
que las protagonice la intrépida Leonora Pucci. Sin embargo, su máximo logro en
el género ha sido la serie “Voltaire mène l’enquête”, a través de la cual el
propio François-Marie Arouet es presentado como un develador de misterios.
Voltaire no es el primer escritor
real (y probablemente no sea el último de ellos) que es convertido en un
buscador de pistas y un planteador de hipótesis que resuelve crímenes en su
tiempo libre: Oscar Wilde fue ya utilizado por Gyles Brandreth para andar por
Londres a la par de Arthur Conan Doyle atrapando a delincuentes, y seguramente
habrán muchos otros casos similares que, afortunadamente, desconozco.
Sea como sea el Voltaire de
Lenormand tiene toda la intención de ser un personaje exclusivamente literario.
Por ello se parece bastante a una creación suya: el listo Zadig, el mismo personaje
que inspirara a Poe y Gaboriau en eso de emplear el raciocinio para aclarar las
situaciones confusas –y, por extensión, el mismo personaje que inspirara a toda
la literatura detectivesca posterior.
En Élémentaire,
mon cher Voltaire !, la novela más reciente de la serie, el filósofo aparece
en París durante el año 1734. Anda por la ciudad de incógnito, debido a que sus
Lettres philosophiques han causado un
escándalo y las autoridades, furiosas, queman el libro ante la vista de los
curiosos. Su tarea es descubrir quien envenenó a Margoton, un sirviente de la Marquesa Émilie du
Châtelet, su amante (pues la historia de Lenormand, además de presentar una
trama policial, también incluye algunos pasajes románticos, aunque no en un
tono como el de Voltaire in Love de Nancy Mitford, sino más bien intentando
darle un giro cómico al hacer que Voltaire se sienta celoso porque la Marquesa ha empezado a verse
con el matemático Pierre Louis Moreau de Maupertuis).
Mientras da vueltas por la Ciudad Luz acompañado del abad
Linant -su amigo católico con el que no concuerda en nada-, Voltaire visita el
café Procope, y se cruza con Montesquieu, Jean-Philippe Rameau y Madame du
Deffand. Más tarde se viste de mujer y termina en el interior del Convento de
las Inglesas que está sobre la calle Champ-de-l’Alouette. Y así.
Hoy en día, en la Francia que ha vivido los
atentados contra la sede de Charlie Hebdo,
Voltaire se ha vuelto una lectura muy popular. Pero los franceses no leen
cualquier texto del filósofo, no leen, por ejemplo, Le fanatisme, ou Mahomet le Prophete (un drama teatral que fuese
despreciado por el islamofílico Napoleón Bonaparte), sino que leen principalmente
el Traité sur la tolérance, cuya
edición más reciente de Gallimard se convirtió en uno de los libros más
vendidos del bimestre. Hasta hace unos meses, sin embargo, nadie se preocupaba
por Voltaire y todos miraban en dirección al Marqués de Sade.
Lo de Lenormand, de todos modos,
no es oportunismo, ya que la serie “Voltaire mène l’enquête” empezó a
publicarse en 2011 y el autor ha manifestado desde siempre un interés legítimo
por las Luces, la
Revolución y el Terror.
En lo personal creo que esto de involucrar a
personajes reales en un género tan irreal como el policial es un modo de
desdramatizar la historia. Por eso, si yo me dedicase a escribir dentro de este
género, yo sí hubiese escogido al Marqués de Sade para convertirlo en un detective.
En este caso se trataría más bien de un sujeto que, en lugar de resolver los
crímenes, ayuda a cometerlos, pero no por ello debe dejar de ser un personaje
querible (al fin y al cabo el Marqués de Sade lleva varias décadas de
canonizado en el Hexágono). Y luego seguirían otras series, protagonizadas por
otros personajes: Jack el Destripador, Adolf Hitler, Amedy Coulibaly, todo es
posible en la literatura.
* Lenormand, Frédéric. Élémentaire,
mon cher Voltaire ! JC Lattès, París,
2015, 18 €
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