En los últimos años los críticos
franceses le han reprochado a Philippe Sollers que el paso del tiempo lo está
dejando sin humor, algo que, penosamente, lo vuelve una parodia de si mismo. Sin
embargo, gracias a su obra más reciente –la novela L’Ecole du Mystère–, Sollers
les demuestra hoy a esos charlatanes que esa observación no es cierta.
El escenario literario actual del
Hexágono es cada vez más ajeno a Sollers, como Sollers es cada vez más ajeno al
escenario literario actual del Hexágono. Hubo una época en la que este hombre, Sollers,
ofició de patriarca de las letras francesas, como si hubiese sido una especie de
Voltaire del siglo XX; desde su puño imponía el modelo al cual toda obra debía
ajustarse para ser considerada una expresión de calidad del presente libresco
de Francia. Empero esos años hace ya mucho que se han acabado, y Sollers se ha
ido convirtiendo poco a poco en un mero escriba, que, cada tanto, acerca un manuscrito
original a las editoriales, las cuales lo publican sin corregirlo, ya que
esperan que la sola firma de esta vieja gloria recaude lo suficiente como para
cubrir el gasto de producción y generar algo de plusvalía. Aunque sea duro
decirlo, lo cierto es que en Francia aguardan el deceso del escritor para desatar
una catarata de homenajes y reverencias, pues a estas alturas el viejo Sollers vale
más como el recuerdo de una era que como un comentarista y maestro del hoy.
Con L’Ecole du Mystère, sin embargo, Sollers decide dejar de ser un hommes de lettres a la espera del
pomposo funeral que protagonizará pero sin presenciarlo y, simplemente, se
dedica a hacer aquello que lo puso en el lugar en el que ahora está: escribir.
Así, en lugar de atemorizarse o indignarse con el Islam como lo hacen todos por
estos días, lo trata con respeto teológico, como dando a entender que él si
leyó y comprendió al hoy olvidado Louis Massignon, aquel viejo amigo francés de
Ghandi. ¿Y desde dónde enuncia Sollers entonces? Pues desde el pie de la Cruz , esa misma Cruz que es
un escándalo para los judíos y un absurdo para los paganos.
Más jesuita y
mandarín que nunca, Sollers construye L’Ecole
du Mystère como un texto acerca de la fe. Y a la fe la interpreta como una
cuestión relacionada a la vitalidad: Dios ya no suele manifestarse en las
misas, ni se les aparece a los líderes de la tribu para impartirles órdenes; por
el contrario, más discreto, ahora Él se presta sólo a aquellos oídos sensibles
que pueden percibirlo en una piedra, un ave, una nube o una flor. O sea que,
para Sollers, Dios se habría convertido en una cuestión sensitiva: para
participar de la fe ya no hacen falta las genuflexiones o las lecturas de los
textos sagrados, ahora basta con vivir, basta con disfrutar de un perfume, de un
gesto, de una melodía, etc. Así este viejo maoísta demuestra que se puede ser católico
y epicúreo al mismo tiempo.
La novela consta de casi una
treintena de capítulos breves, encabezados cada uno de ellos por una única
palabra (“deporte”, “fuego”, “obscenidad”, etc). Hay dos mujeres: Fanny y
Manon. La última es singular, en tanto que la primera, por el contrario, es
plural. En realidad las “Fanny” de L’Ecole
du Mystère son, indiferentemente, hombres o mujeres. Estas Fanny son excelentes
productos escolares, adaptadas a las necesidades del mercado, educadas en la
soberbia filosófica de que todo problema es resoluble, pero vergonzosamente
desorientadas en eso que muchos llaman “vivir”. A su vez están programadas
moralmente, con el fin de no tener que demorarse pensando: saben bien a quien
respetar y a quien despreciar porque, básicamente, así se lo han dicho desde
pequeñas. Si son políticas, entonces actúan, y si son mediáticas, entonces se
entregan al juego de las apariencias. Para decirlo brevemente: Fanny es la
persona considerada hoy en día normal.
Del otro lado, frente a Fanny,
aparece la hermana del narrador, la encantadora Manon, que vendría a ser algo
así como su contracara. Manon celebra la espontaneidad, y prefiere las
perversiones inocentes y las caricias infantiles. Fanny, al comenzar el día, se
fija en su agenda las citas que tiene programadas, mientras que Manon sólo
observa cuál es el santo que es recordado en esa jornada. Una se siente juzgada
y exigida, lo que la hace temblar todo el tiempo, la otra, en cambio, ha perdido
el miedo a vivir y ve a sus ancestros no como aquellos fantasmas que le
reprochan sus debilidades, sino como un grupo de hombres y mujeres ya extintos
a los que debe perdonar.
Fanny y Manon son, obviamente, la
encarnación contemporánea de Marta y María, las hermanas de Betania que son
mencionadas en el Evangelio de Lucas y en el Evangelio de Juan. Sollers escoge
a la última por sobre la primera. Y es María la que conmueve a Jesús al
arrojarse a sus píes, gesto que, en definitiva, posibilita que su hermano
Lázaro resucite.
* Sollers, Philippe. L’Ecole du
Mystère. París, Gallimard, 2015, 17,50 €
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