jueves, 27 de noviembre de 2014

Historia de un crepúsculo

Atravesar Karpathia –la novela de Mathias Menegoz que fue premiada este año con el Interallié– requiere tiempo, pues se trata de un libro voluminoso, escrito con una prosa aceptable pero con cierta escasez de elegancia. Ambientada en Austria y Transilvania, la obra sigue las aventuras del Conde Alexander Korvanyi, un hombre perteneciente a la nobleza húngara, que, después de casarse con la Baronesa Charlotte-Amélie von Amprecht (apodada “Cara”), decide abandonar el ejército y retornar a Korvanya, el feudo que domina su familia. Allí, tras haber dejado atrás a las luces de Viena, descubrirá lo que es la vida en la obscura provincia.  

El mérito de Karpathia es que Menegoz ha procurado no ceder a la tentación de escribir una fábula gótica, lo cual sería entendible, puesto que –gracias a Le château des Carpathes de Jules Verne y a Dracula de Bram Stoker– la región donde la mayor parte de la acción se desarrolla está fuertemente vinculada con esa estética en el imaginario cultural occidental. Por el contrario, la novela ganadora del Interallié busca sonar realista, en un realismo heredero de Stendhal. En efecto, el autor (que, por cierto, es un debutante) confesó que la elaboración del texto le llevó varios años de investigación histórica, ya que le preocupaba que la reconstrucción de la vida en los Cárpatos del siglo XIX no sonase verosímil. Atribuirle costumbres, hábitos o creencias foráneas a la gente de la región le resultaba un error imperdonable. Sucede que Menegoz es un científico de formación, admirador de Karl Raymund Popper y amante de los detalles, de allí que pacientemente haya trabajado página a página para contar una historia compleja, llena de personajes y situaciones, que pretende ser una especie de fotografía de la época y el espacio que evoca.    

La primera parte del libro relata los acontecimientos del Conde Korvanyi en la imponente Viena decimonónica –en esta parte de la historia hay una estupenda escena de un duelo, escrita de un modo muy visual. Luego el protagonista contrae matrimonio y entonces llega el momento de la mudanza. La Transilvania de 1833 no es homogénea: los magiares, los sajones, los suabos, los székely, los valacos y hasta los gitanos comparten la misma geografía pero sin mezclarse entre ellos, lo que no sólo hace que cada uno de los grupos de siervos tengan su propio idioma, sino que además les permite organizarse y defender sus intereses. Entre los diversos grupos las relaciones varían según el grado de amistad o enemistad que cultivan. Los conflictos étnicos vienen siendo desplegados desde hace siglos, dado que la presencia de otomanos, tártaros, rusos y austriacos generó flujos y reflujos demográficos que favoreció a la desarmonización social. Los valacos –antepasados de los actuales rumanos– son el pueblo más rebelde y contestatario, que se convertirán en los auténticos antagonistas de los nuevos amos.

Cuando Alexander y Cara se afincan en la región, no son muy bien recibidos. En 1784 una violenta revuelta de siervos había enviado al exilio a los antepasados de Korvanyi, por lo que los pobladores locales no aprecian a los nuevos señores. Cuando unos niños son secuestrados y una mujer, Auranka, resulta violada, la gente acusa al Conde de ser un vampiro que busca aterrorizarlos. Alexander es un hombre de valores sólidos, temerario y valiente, respetuoso de la tradición y amante del deber, pero es también un hombre ambicioso dispuesto a imponer su voluntad. Por ello desatará una guerra contra los bandidos que asolan la región –guerra que no es más que un intento por frenar el surgimiento de la conciencia nacional rumana.

La Revolución Industrial parece ser un concepto demasiado ajeno para Transilvania. A raíz de ello la pobreza extrema flagela los dominios del Conde Korvanyi. La pareja gobernante cree manifestar una superioridad moral e intelectual que fastidia a la mayoría de los siervos, lo que facilita que el resentimiento crezca y el odio se multiplique. Los “forasteros” serán otro factor de importancia para el desarrollo de la narración. Éstos, con su espíritu subversivo y sus ansías de riquezas, manipularán a los indignados valacos para enfrentar al poder y guiar todo hacia el camino de la tragedia.  

Karpathia es una bella historia sobre el honor, tópico que nos resulta extraño después de haber vivido en el siglo XX. Hay un honor aristocrático, pero también una suerte de honor popular (que vendría a ser algo así como el orgullo nacional). En alguna época quizás esa distinción no existió, pero para el siglo XIX será fundamental.

Seguramente no faltarán quienes quieran leer en el texto alguna suerte de alusión a la Francia contemporánea –Korvanyi podría ser Sarkozy, Cara, su esposa Carla Bruni, la vieja Viena, la actual París, etc.–, pero creo que el texto vale más como testimonio del trauma de la Modernidad.  

El propio Menegoz se ha presentado en sociedad en Le Nouvel Obs como un conservador, admirador de Ernst Jünger. También ha criticado a la escena literaria francesa por sobrevalorar a la autoficción (es un tanto irónico que lo edite P.O.L., cuartel general de los autores autofictivos que escriben en Francia). Y para rematar aseguró que de ganarse la lotería invertiría el dinero en la restauración de antiguos castillos. Todo ello lo convierte en un personaje pintoresco, y nos deja interrogándonos acerca de cómo será su próximo libro, obra que promete abordar el conflicto entre Argelia y Francia de la década de 1950 en clave de ucronía.

* Menegoz, Mathias. Karpathia. P.O.L., París, 2014, 23,90 € 

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