Atravesar Karpathia –la novela de Mathias Menegoz que fue premiada este año
con el Interallié– requiere tiempo, pues se trata de un libro voluminoso,
escrito con una prosa aceptable pero con cierta escasez de elegancia.
Ambientada en Austria y Transilvania, la obra sigue las aventuras del Conde
Alexander Korvanyi, un hombre perteneciente a la nobleza húngara, que, después
de casarse con la
Baronesa Charlotte-Amélie von Amprecht (apodada “Cara”), decide
abandonar el ejército y retornar a Korvanya, el feudo que domina su familia. Allí,
tras haber dejado atrás a las luces de Viena, descubrirá lo que es la vida en
la obscura provincia.
El mérito de Karpathia es que Menegoz ha procurado no ceder a la tentación de
escribir una fábula gótica, lo cual sería entendible, puesto que –gracias a Le château des Carpathes de Jules Verne
y a Dracula de Bram Stoker– la región
donde la mayor parte de la acción se desarrolla está fuertemente vinculada con
esa estética en el imaginario cultural occidental. Por el contrario, la novela
ganadora del Interallié busca sonar realista, en un realismo heredero de
Stendhal. En efecto, el autor (que, por cierto, es un debutante) confesó que la
elaboración del texto le llevó varios años de investigación histórica, ya que
le preocupaba que la reconstrucción de la vida en los Cárpatos del siglo XIX no
sonase verosímil. Atribuirle costumbres, hábitos o creencias foráneas a la
gente de la región le resultaba un error imperdonable. Sucede que Menegoz es un
científico de formación, admirador de Karl Raymund Popper y amante de los
detalles, de allí que pacientemente haya trabajado página a página para contar
una historia compleja, llena de personajes y situaciones, que pretende ser una
especie de fotografía de la época y el espacio que evoca.
La primera parte del libro relata
los acontecimientos del Conde Korvanyi en la imponente Viena decimonónica –en
esta parte de la historia hay una estupenda escena de un duelo, escrita de un
modo muy visual. Luego el protagonista contrae matrimonio y entonces llega el
momento de la mudanza. La
Transilvania de 1833 no es homogénea: los magiares, los
sajones, los suabos, los székely, los valacos y hasta los gitanos comparten la
misma geografía pero sin mezclarse entre ellos, lo que no sólo hace que cada
uno de los grupos de siervos tengan su propio idioma, sino que además les
permite organizarse y defender sus intereses. Entre los diversos grupos las
relaciones varían según el grado de amistad o enemistad que cultivan. Los
conflictos étnicos vienen siendo desplegados desde hace siglos, dado que la
presencia de otomanos, tártaros, rusos y austriacos generó flujos y reflujos
demográficos que favoreció a la desarmonización social. Los valacos –antepasados
de los actuales rumanos– son el pueblo más rebelde y contestatario, que se
convertirán en los auténticos antagonistas de los nuevos amos.
Cuando Alexander y Cara se
afincan en la región, no son muy bien recibidos. En 1784 una violenta revuelta
de siervos había enviado al exilio a los antepasados de Korvanyi, por lo que
los pobladores locales no aprecian a los nuevos señores. Cuando unos niños son
secuestrados y una mujer, Auranka, resulta violada, la gente acusa al Conde de
ser un vampiro que busca aterrorizarlos. Alexander es un hombre de valores
sólidos, temerario y valiente, respetuoso de la tradición y amante del deber,
pero es también un hombre ambicioso dispuesto a imponer su voluntad. Por ello
desatará una guerra contra los bandidos que asolan la región –guerra que no es
más que un intento por frenar el surgimiento de la conciencia nacional rumana.
Karpathia es una bella historia sobre el honor, tópico que nos
resulta extraño después de haber vivido en el siglo XX. Hay un honor
aristocrático, pero también una suerte de honor popular (que vendría a ser algo
así como el orgullo nacional). En alguna época quizás esa distinción no
existió, pero para el siglo XIX será fundamental.
Seguramente no faltarán quienes
quieran leer en el texto alguna suerte de alusión a la Francia contemporánea –Korvanyi
podría ser Sarkozy, Cara, su esposa Carla Bruni, la vieja Viena, la actual
París, etc.–, pero creo que el texto vale más como testimonio del trauma de la Modernidad.
El propio Menegoz se ha
presentado en sociedad en Le Nouvel Obs como un conservador, admirador de Ernst Jünger. También
ha criticado a la escena literaria francesa por sobrevalorar a la autoficción
(es un tanto irónico que lo edite P.O.L., cuartel general de los autores
autofictivos que escriben en Francia). Y para rematar aseguró que de ganarse la
lotería invertiría el dinero en la restauración de antiguos castillos. Todo
ello lo convierte en un personaje pintoresco, y nos deja interrogándonos acerca
de cómo será su próximo libro, obra que promete abordar el conflicto entre
Argelia y Francia de la década de 1950 en clave de ucronía.
* Menegoz, Mathias. Karpathia. P.O.L., París, 2014, 23,90 €
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