domingo, 27 de febrero de 2011

No nos olvidemos de Polanski

La edición 2011 de los premios César ha consagrado a Roman Polanski como el gran ganador. El veterano director fue el cineasta de mayor presencia en la gala, como si a través de ese gesto la industria cinematográfica francesa deseara mostrarle su respaldo tras un año repleto de problemas judiciales, generados a causa del arresto que sufrió en Suiza por petición de la justicia de EEUU que lo persigue por haber drogado y sodomizado a una púber en 1977.
La intelligentzia del Hexágono (o su decadentzia) demuestra una vez más su capacidad para generar polémica. En efecto, mientras que The Ghost Writer resultó completamente ignorada en los Oscar de este año, los mandarines de la cultura francesa decidieron encumbrar al artista prófugo. La victoria de Polanski opacó a la película Des hommes et des dieux de Xavier Beauvois, la cual se esperaba que –tras obtener el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes y el Premio Lumière a la Mejor Película– fuese la obra más reconocida en la entrega de este año. La historia de la guerra civil argelina de la década de 1990 narrada desde el punto de vista de unos monjes cisterciense no pudo superar a la denuncia de las hipocresías de la Tercera Vía encarnadas en Tony Blair.
The Ghost Writer, una película británica pero con un importante apoyo franco-alemán, es un producto netamente polanskiano. La música, soberbia, está compuesta por Alexandre Desplat. Las actuaciones son desiguales: algunas resultan excelentes (como la de Tom Wilkinson), otras olvidables (como la Pierce Brosnan) y otras oscilan entre ambos calificativos (como la de Ewan McGregor). Pese a que el género en el que la obra está catalogada es el thriller, quienes la vean notarán que a Polanski no le interesa valerse de los recursos fabricados para el área en las últimas dos décadas, empleando en su lugar elementos más propios del cine de la década de 1960. Un poco de lucidez en el momento de abordar a The Ghost Writer le basta al espectador promedio para ir anticipándose a la acción a medida que la cinta se desarrolla; esa fragilidad en el guión es remendada por el oficio de Polanski, quien después de tantos años trabajando en el cine domina toda clase de efectivos trucos para conducir a cualquier proyecto a un puerto seguro.
Todo lo señalado sobre The Ghost Writer es prueba de que el premio a Polanski es más bien una distinción a su trayectoria antes que a su último trabajo. Las obras anteriores de Polanski son, en su mayoría, obras muy logradas desde un punto de vista narrativo. Muchos críticos han querido ver en las producciones de este cineasta nacido en París giros personales y alusiones autobiográficas. De ese modo, Rosemary’s Baby (1968) ironizaría en contra de aquella burguesía bienpensante que condena la vida libertina pero que, sin admitirlo, cultiva prácticas aún más despreciables; las adaptaciones de Macbeth (1971) y Chinatown (1974) vendrían a representar las interpretaciones de Polanski sobre el asesinato de su esposa Sharon Tate. También bajo la misma perspectiva la experimental Le locataire (1976) funcionaría como una expresión de deseo sobre la huida a través del cambio de identidad, Tess (1979) como una lectura burlona sobre su situación procesal, y Bitter Moon (1992) como el recuento de una vida emotiva particularmente física y sin sentido. The Pianist (2002), mezclando la historia de un sobreviviente del ghetto de Varsovia con sus recuerdos sobre el ghetto de Cracovia, le valió el retorno de su nombre a la primera plana de Hollywood, pero ello no le concedió la exoneración, pues en aquella oportunidad, antes que por el mérito del artista, su obra triunfó debido a los esfuerzos permanentes que, año tras año, la industria norteamericana realiza para no dejar acallarse a la temática entorno a la que la película gira. A The Pianist le siguió Oliver Twist (2005), una historia sobre un niño que aprende a comportarse como adulto tras ser pervertido por la vida urbana.
Sobre The Ghost Writer el propio Polanski ha dicho al momento de recoger su galardón que la obra fue concluida mientras estaba “en la cárcel”. Su detención llegó mientras el cineasta se encontraba de vacaciones en Gstaad junto a su esposa Emmanuelle Seigner, una mujer con quien se casó cuando él tenía 56 años y ella sólo 23, y con quien ha engendrado un hijo y una hija (la cual, afortunadamente para él, nunca conoció a un director que le ofreciese papeles cinematográficos a cambio de horas entre las sábanas o en los jacuzzis). Muchos en Francia se indignaron: Frédéric Mitterrand y Daniel Cohn-Bendit, dos intelectuales y pedófilos confesos, apoyaron al antiguo amante de una adolescente Nastassja Kinski, BHL vindicó al hijo de Ryszard Liebling, y hasta el nieto de Benedict Mallah y actual presidente de Francia trató de interceder en EEUU a favor del hombre de cine, como si el saldo de cuentas con la justicia de un ciudadano francés culpable del delito que se lo acusa fuese un evento que involucra al Estado –y por ende al Pueblo– de Francia. Simbólicamente, el caso Polanski representa para muchos el tardío pase de factura a la generación irresponsablemente hedonista de la cual el director de The Fearless Vampire Killers (1967) fue un adalid.
El resto de los premios fueron repartidos sin demasiados sobresaltos: Sara Forestier se consagró como la mejor actriz del año por su participación en Le nom des gens (arrebatándole el premio a la Catherine Deneuve de Potiche, en un gesto que anuncia la renovación del star system del Hexágono), Éric Elmosnino fue destacado como el mejor actor por su interpretación de las variadas máscaras de Lucien Ginsburg en Gainsbourg, vie héroïque, Logorama –ganadora en 2010 del Oscar al Mejor Cortometraje Animado– se llevó la estatuilla por el Mejor Cortometraje del cine francés, y The Social Network fue reconocida como la mejor obra extranjera, venciendo en esa categoría a la argentina El secreto de sus ojos.

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