jueves, 24 de julio de 2014

Quiero a Tellier en mi iPod

El sabor de la baguette 

Conchita Wurst no es la primera mujer barbuda que participa en Eurovisión. En 2008, en Belgrado, Sébastien Tellier salió a escena con varias coristas que llevaban una barba similar a la suya –aunque, claro, completamente postiza. En aquella oportunidad Tellier no gozó de la misma suerte que Wurst, ya que el freak show que él montó quedó muy lejos del triunfo: el francés terminó décimo noveno entre veinticinco participantes. 

La canción que Tellier interpretó en Eurovisión fue “Divine”, una pieza que debía funcionar como banda sonora de la película francocanadiense Steak, pero que al final no lo hizo, siendo acomodada entonces en el disco Sexuality y seleccionada después para ser enviada a competir al famoso festival europeo de la canción. La letra de “Divine” menciona a los “chivers”, una especie de pandilla juvenil que forma parte del argumento de Steak. La música parece escapada del disco 20/20 de The Beach Boys. ¿Por qué Francia envió ese acto tan particular a Eurovisión teniendo siempre tanto para elegir? Difícil saberlo con exactitud, pero probablemente la idea en aquel momento era la de interrumpir al interminable desfile de personajes kitsch, melosos baladistas y músicos eurointegracionistas que normalmente constituyen los actos del festival, o, dicho de otro modo, la intención de los franceses era la de –como se dice ahora– trolear Eurovisión. 

Aquello –me refiero a trolear Eurovisión– no es nada realmente nuevo, pues, si uno se fija en la historia del evento, notará que casi todos los años aparece sobre el escenario alguien que, de un modo u otro, busca mofarse del festival o de los valores que éste cree encarnar (para comprobarlo basta con recordar que Dustin the Turkey, Kreisiraadio, Rambo Amadeus, Pas de Deux, Schmetterlinge, LT United, Silvía Night, Alf Poier y muchos otros artistas igual de irreverentes concurrieron a Eurovisión con el apoyo de sus respectivas organizaciones nacionales, sabiendo que era poco probable que el resto del público europeo les celebrase la broma que proponían).  

En un universo últimamente habituado a los aeromozos, los piratas, los vampiros, los cyborgs y las mujeres increíblemente sensuales, Tellier tenía la obligación de hacer algo genial. Como ya todos conocían la canción que interpretaría en Serbia, entonces la magia debía surgir sobre las tablas. Sin embargo, nada pasó. Tellier apareció manejando un carro de golf eléctrico, aspiró helio de un globo y se arrodilló para decir que a él le “encanta cantar en francés”. Después concluyó su acto. Fue como un chiste sin remate. 

Ciertamente lo de Tellier fue mucho más digno que lo de Rodolfo Chikilicuatre (el intento español por trolear el Eurovisión de ese año), pero no resultó ni divertido ni impactante: afortunadamente no fue penoso, pero lamentablemente tampoco fue glorioso. 

De cualquier modo, si bien la campaña por la conquista de Europa de Tellier fue un fracaso, al éxito lo encontró en casa. “Divine” generó controversia: salvo un par de versos, toda la letra está escrita en inglés. En el Eurovisión de las últimas décadas es más que común que los artistas canten en inglés o que utilicen cualquier otra lengua en detrimento de su lengua vernácula (por ejemplo los austriacos Global Kryner cantaron en inglés y español en el 2005, y la noruega Stella Mwangi usó el inglés y el swahili en 2011 para representar al país escandinavo). Empero al hecho de que un francés fuera del Hexágono, con el estandarte tricolor en la mano, se atreva a eludir al idioma de Victor Hugo se lo considera una suerte de crimen contra la francofonía. A raíz de ello autoridades gubernamentales le pidieron a Tellier que reconsidere lo de cantar en inglés, pero el músico no dio marcha atrás. Entonces se desató la polémica idiomática –una polémica, de hecho, bastante ridícula, ya que, por ejemplo, Natasha St-Pier en 2001 y Les Fatals Picards en 2007 habían mezclado profusamente al inglés y al francés en sus respectivas canciones. Tellier terminó desdramatizando el asunto, señalando que porque él cantase en inglés en Eurovisión “no iba a terminar cambiando el sabor de la baguette”. 

Un joven en una vieja época

Las críticas que en 2008 cosechó Tellier antes de participar en Eurovisión lo catapultaron a la fama nacional. Hasta ese momento, el músico era reconocido y apreciado sólo en la escena indie, pero lejos estaba de ser considerado una celebridad nacional. Con la polémica idiomática, ello cambió radicalmente. Así la obra de Tellier previa a 2008 fue revalorizada. 

El primer disco que Tellier grabó fue L’incroyable Vérité, lanzado a la venta en 2001, cuando era prácticamente un desconocido en el mundo de la música que vivía una vida sin lujos en un departamento en París. Rápidamente recibió el reconocimiento y el padrinazgo de los miembros de Air. 

La obra es básicamente una colección de canciones pensadas para ambientar películas de terror y ciencia ficción de las décadas de 1960 y 1970. En aquel entonces Tellier se estaba probando a sí mismo como compositor, por lo que canción a canción trabaja para lograr diversos climas y atmósferas, evocando en más de una ocasión a Erik Satie, pero dialogando frecuentemente con Soft Machine y Nits. El tema conceptual que le proporciona una tenue unidad al disco es la idea de la familia. 

L’incroyable Vérité contiene dos piezas, “Universe” y “Fantino”, que luego fueron utilizadas como partes de la banda sonora de dos películas altamente aclamadas: Electroma de Daft Punk y Lost in Translation de Sofia Coppola. 

Tellier al gobierno, la música al poder

Unos años después de su debut, Tellier produjo Politics, un disco escasamente convincente. Con una gimnasia rítmica similar a la de Stevie Wonder en su época de Songs in the Key of Life, Tellier compone melodías observando los detalles, mientras deja relucir un sentido del humor tan particular que lo emparienta más con Gainsbarre que con Gainsbourg. En “League Chicanos” habla sobre la inmigración, mientras que dedica “Ketchup vs Genocide” a los indios americanos, “Wonderafrica” al continente negro y “Mauer” al Muro de Berlín. El disco, interpretado como un manifiesto político, es felizmente frívolo, como si los discursos proviniesen de una reina de belleza que afirma querer por igual la Paz Mundial y los certificados de regalo de Yves Rocher. De allí que la canción “Broadway”, uno de los pilares del álbum, pida por Juan Rico –el protagonista de Starship Troopers– para que oficie de redentor del caos post-9/11. 

De cualquier manera Politics incluye el primer clásico compuesto por Tellier (en el cual el percusionista nigeriano Tony Allen, uno de los inventores del afrobeat, participa como músico sesionista): “La Ritournelle”. Esta pieza, con su larga pero nunca excesiva introducción musical, es realmente alucinante. Su letra es simple, pero, si se la considera libre de la ironía que atraviesa al disco, resulta conmovedora: “el amor es para compartir / el mío es para vos”. 

“La Ritournelle”, una grandilocuente y a la vez sincera manifestación de cariño y pasión entre amantes, fue usada en diversos comerciales y videos institucionales, como también sirvió para musicalizar varios de esos videos que se pasan en las bodas en las que se ven fotografías de la pareja recién casada. Más allá de esos contextos kitschs en donde “La Ritournelle” ha quedado muchas veces insertada, lo cierto es que la canción, por la innegable influencia que ha producido en muchos de los contemporáneos de Tellier, merece un puesto privilegiado en la memoria musical del Hexágono. 

Una visita a la maison Tellier 

Antes de dar a conocer su tercer disco de estudio, Tellier firmó un par de trabajos que acompañaron a las películas Narco (2004) –no debe pasarse por alto a la fundamental “Le Long de la Riviere Tendre”– y Steak (2007). También, en 2006, volvió sobre sus propias creaciones para despojarlas de los artificios y grabarlas en vivo en un estudio pero con instrumentación mínima (el famoso “unplugged” que hace veinticinco años institucionalizara globalmente MTV, algo que los artistas franceses suelen hacer, siendo el caso de Arthur H el más destacado). De esa experiencia nació Sessions, disco que incluye el estupendo cover de “La Dolce Vita” de Christophe.  

Sexuality, LP que vio a la luz en 2008, está coproducido por Guy-Manuel de Homem Christo. El disco es conceptual como los otros: esta vez la exploración es en torno a la experiencia sexual. Ese tópico fue revisado en diversas ocasiones por Serge Gainsbourg, quien llegó a producir Vu de l’extérieur, un disco que –exceptuando a la emotiva “Je suis venu te dire que je m’en vais”– se regocija en la vulgaridad, abordando en tono picaresco el culto al trasero femenino y todo lo que éste produce. Tellier, a diferencia de Gainsbourg, se esfuerza por hablar de culos conservando la elegancia, como si quisiera deconstruir la culolatría que año a año gana adeptos en Francia y el resto del mundo. 

Allende de la famosa “Divine”, el contenido de Sexuality roza la excelencia. “Roche”, una especie de hechizo sexual que evoca a las playas de Biarritz, abre el disco. Esa canción preludia lo que será el resto de la obra: una alianza entre Jean-Michel Jarre, Francis Lai y Jean-Luc Ponty para musicalizar el mayor logro cinematográfico de Marc Dorcel.

El disco está lleno de sainetes, autobiográfico o autoficticios, a veces narrados, y a veces protagonizados por un joven libertino. “Sexual Sportswear” quiere contar el amorío entre un entrenador personal y su sensual alumna, pero más bien termina relatando las infidencias de un hombre –quizás un obscuro personaje de una novela de Houellebecq– que se entretiene mirando a mujeres en una clase de aeróbicos. “Pomme”, menos turbia y más erótica, sirve para musicalizar un encuentro sexual en un sauna. “Une heure”, a través de unas guitarras casi orientales, fantasea con la bisexualidad discreta desde un hotel de Mónaco. 

La canción “Fingers of Steel” aborda la cuestión del tacto, pero se destaca por ser una suerte de homenaje/desafío a Giorgio Moroder. “Manty” representa las aventuras de un italiano que quiere hacerles el amor a Claudia Mori o a Mina. 

En “Look”, Tellier toca el tema de la seducción, o, más bien, de la atracción sexual que se produce entre dos que intentan seducirse. “Kilometer”, una suerte de contrapunto electrónico de “Physical” de Olivia Newton-John, gira en torno a la prueba de resistencia en las alcobas. “Elle”, la más tierna de las piezas del álbum, remite a ese momento en que el amor se ha consumado y la mente se resiste a trabajar para no arruinar el momento. 

Finalmente “L’Amour et la Violence” redime a Sexuality apelando al género de la confesión con un piano y un truco electrónico. La canción salda las deudas de Tellier con la tradición de la chanson française, y se la puede observar como un eco meditado de esa joya musical llamada “La nuit je mens” de Alain Bashung. 

El álbum fue remixado en 2011 (Sexuality Remix) por gente como Kavinsky, SebastiAn, Breakbot, Boys Noize, Arpanet, A-Trak y otros más.  

El culto del dios azulado

Tras hablar como buen francés de política y sexo, Tellier optó por abordar otro de los tópicos preferidos de las conversaciones en el Hexágono: Dios (o, más puntualmente, la religión y el espíritu). My God is Blue salió al mercado en 2012, el año en que las profecías mayas anunciaban, a su modo, el final de los tiempos. Quien lo produjo, esta vez, fue Mr. Flash. 

En una entrevista, Tellier contó que su intención, originalmente, era hacer un disco sobre la tierra, sobre la fertilidad, pero desistió de ello para no caer en el folklore agrícola. Entonces, según él, decidió viajar para experimentar los rincones de lo religioso y terminó, primero, en América haciendo un viaje psicodélico bajo la supervisión de un chamán, y luego en África, descendiendo al corazón de lo salvaje para contactar con los inventores del vudú. La historia, con todo lo inverosímil que se percibe en ella, alimentó el mito que el músico intentaba crear para esta obra. 

Tellier es un personaje particular: es muy visible y, a la vez, muy enigmático. La barba desaliñada, los cabellos largos y las gafas obscuras lo vuelven fácilmente distinguible, pero, al mismo tiempo, lo ocultan, pues le desdibujan el rostro. Esos detalles de su estilo funcionan como una suerte de máscara. Por ello no es raro que este músico, permanentemente, juegue a ser alguien además de él. My God is Blue ilustra eso: Tellier aparece aquí como un falso profeta o un perverso gurú, una suerte de Räel o Sai Baba –aunque con un innegable aire pastafario. Por ese motivo, cuando el álbum salió a la calle, apareció una página web desde donde Tellier vendía las doctrinas del culto que había inventado.  

Del disco, a vuelo de pájaro, se puede decir que tiene más aciertos que errores. Todos los pianos que se oyen, por ejemplo, son estupendos. La canción que más desentona es “Yes, it’s possible”, que suena como si Pink Floyd tratase de parecerse a Phil Collins o viceversa. Después todo mejora. “Cochon ville”, con su ritmo discoide, está pensada para musicalizar una orgía crowleyana, es litúrgica y al mismo tiempo bailable. “Pépito Blue”, deliberadamente grandilocuente, alude a las migas de esas famosas galletas que llevan chocolate, pero es bastante obvio que el tema resulta ser el poder transformador del éxtasis (el Dios azul que sobrevuela el disco). “Russian atractions” me hace pensar en Scott Walker, “My Poseidon” resulta felizmente obscura, y “Draw your world” –que comienza exigiendo la inmensidad– termina siendo profundamente simpática, como de hecho lo es My God is Blue.   

Confidencial 

El concepto de My God is Blue lo invitaba a Tellier a convertirse en un Sacha Baron Cohen francés, permitiéndole invadir los medios masivos de comunicación para interpretar al personaje que había creado para sacudir a la opinión pública; pero más temprano que tarde el autor renunció a la idea, aunque ello no ayudó a evitar el desatino de muchos de pensarlo como una versión burlona de Lady Gaga. Para exorcizarse de su delirio divino y de los equívocos que ello generó sobre su figura, Tellier produjo Confection

El título de la obra remite a lo artesanal, al trabajo silencioso y meticuloso de sastres y costureras, cuyo arte los reduce a devenir sujetos que se limitan a dar puntadas para permitir que la tela se luzca. 

La canción que abre el disco, “Adieu”, no parece un proemio sino que más bien se trata de un epílogo. Con ella Tellier sepulta dignamente al personaje que trató de asaltar el pop francés en 2012, y da paso a un mundo minimalista. 

Lo más destacable de Confection es el retorno a los orígenes. Todo el álbum suena como si hubiera nacido de un intento de reinventar “La Ritournelle”. Tellier pone a la canción “L’amour naissant” para darle empuje comercial a la obra, pero luego la desmaquilla para presentarla como realmente es (vid. “L’amour naissant II” y “L’amour naissant III”). François de Roubaix y Pierre Bachelet brotan como fantasmas detrás de “Coco”, “Curiosa” y “Le Delta des amours”, mientras que “Waltz” es una suerte de parodia al querible Jean-Jacques Perrey. El resto del disco es simplemente Tellier intentando buscar el tiempo perdido. 

Un puente aéreo

Cuenta la leyenda que hacia finales de la década de 1970 el inglés Brian Eno se encontraba en un aeropuerto alemán mientras esperaba embarcar en su vuelo. En la sala de espera se oía una de esas típicas tonadas que normalmente se oyen cuando se está en un ascensor o hablando por teléfono con un operador; a Eno esa música le resultó chocante, por lo que se planteó qué otro tipo de música encajaría mejor en aquella situación. Como para esa época Eno se encontraba en una investigación musicológica sobre los efectos de la música en el ánimo de la audiencia, se le ocurrió que podía componer todo un disco que acompañase satisfactoriamente a la experiencia de esperar un vuelo y despegar en un avión. Así nació Music for Airports. 

Music for Airports representó algo así como la deconstrucción de la muzak. Mientras que la muzak tiene por propósito "regular" a los ambientes, la música ambiente de Eno se propone exaltarlos. El mérito del autor inglés fue introducir la idea de que la música, en el mundo contemporáneo, puede alterar considerablemente a la propia percepción de las cosas, creando experiencias únicas en las personas. 

Con esa premisa en mente, la empresa Air France -principal aerolínea francesa- ha establecido desde hace varios años ya un programa en el que a los pasajeros se les proporciona acceso a un catálogo musical digno de un redactor estrella de Pitchfork o Les Inrocks. En ese marco, el departamento de mercadotecnia de Air France contrató al parisino Sébastien Tellier y a la neoyorkina Caroline Polachek (cantante de Chairlift y Ramona Lisa) para que produjesen una canción que fuese del gusto tanto de los franceses como de los norteamericanos. El resultado se titula "In the Crew of Tea Time", tema que fue acompañado por un videoclip en el que, como novedad, se puede escoger entre privilegiar a Tellier o privilegiar a Polachek 


El paraíso recobrado

Tellier dedicó Confection a la memoria de su abuela, L’Aventura, en cambio, es un regalo a su hijo recién nacido. Es que el barbudo está al borde de los 40, por lo que creyó que era un buen momento para abordar un tema más serio que la política, el sexo o lo religioso: la infancia. Sin embargo la infancia que a Tellier le interesa explorar es la propia, aunque, claro, a su modo: por ello se inventó un pasado brasileño. En rigor no es que haya alterado su biografía para devenir sudamericano, sino que L’Aventura es más bien un ejercicio de imaginación sobre cómo hubiese sido crecer en el Brasil de la alegría (en 1941 el escritor Stefan Zweig publicó Brasilien. Ein Land der Zukunft, un libro en el que pintaba un Brasil tan festivo e idílico como el de Tellier, pero que no le alcanzó para convencerlo en eso de no suicidarse). 

El disco más reciente de Tellier pretende ser exótico, pero sin ser deshonesto. Es una indagación sobre las culturas cariocas, paulistas y amazónicas pero con un elegante toque francés. Los franceses cultivan un gran aprecio por la bossa-nova y otros ritmos similares desde hace décadas. Por ello Tellier no puede hacer lo que Gainsbourg hizo hacia fines de la década de 1970 cuando viajó a Jamaica y versionó el reggae para hacerlo sonar insólitamente galo; para él, por el contrario, el camino es el respeto y la delicadeza. 

“Love”, la canción que abre L’Aventura, busca introducirnos en una selva con aves que suenan como flautas y sintetizadores que imitan a los ríos. Es, quizás, la más excesiva de las piezas de la obra, lo que puede llegar a generar una primera mala impresión en aquel que se siente a escuchar el disco. Empero después las cosas se corrigen un poco. “Sous les rayons du soleil”, con su acento bossa-nova, navega tranquila en el interior de L’Aventura. La canción sirve para conectar la obertura con “Ma calypso”, una pieza que, explotando el kitsch, suena a como se oiría Lilicub si ese grupo fuese algo más que un truco publicitario.

En “Ambiance Rio”, con el sonido de los animales superponiéndose sobre los instrumentos, se percibe la mano del legendario Arthur Verocai, quien realizó los arreglos de L’Aventura. “Aller vers le soleil”, otro plácido momento del disco, hace imaginar a un ave volando por encima de los coloridos paisajes brasileños o a un francés haciendo turismo en Sudamérica. “Comment revoir Oursinet ?”, deliberadamente excéntrica, representa una odisea sonora de unos 14 minutos de duración, en lo que constituye una búsqueda alucinante. “L’Adulte” y “L’amour carnaval” son ligeras, armadas con guitarras y maracas, como  estereotípicamente se espera de un álbum que evoca a Brasil, en tanto que “Ricky l’adolescent” resulta más bien turbulenta (sobre todo porque permite una segunda lectura a partir de lo sutilmente sugerido). Hay algo de tristeza en algunas canciones, pero nunca al punto de abrirle las puertas a lo dramático y desentonar con el retorno a la inocencia que propone Tellier. 

“L’enfant vert”, una suerte de vals, cierra L’Aventure, explicando que todo se ha tratado de una fantasía, de un viaje a un país de ensueños en donde habitan pájaros gigantes y los colores se desbordan por todos lados. L’Aventure, así, resulta ser una obra lánguida y sensual, por momentos festiva, por momentos emotiva, pero siempre poética. 

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