sábado, 3 de enero de 2015

"Gemma Bovery" o las trampas de la imaginación

Claude Chabrol filmó Madame Bovary –una adaptación de la famosa novela de Gustave Flaubert– en 1990. El resultado no fue muy convincente: el bovarismo de la película resulta cáustico, porque las atmósferas opresivas que crea Chabrol dislocan la historia, haciéndola demasiado contemporánea. Es decir Chabrol se mantiene fiel al decimonónico Flaubert en todo lo relacionado a la ambientación pero, al mismo tiempo, lee a la acción de la historia como un evento penoso del siglo XX. De allí que la película sea una suerte de alegato contra la postergación femenina en la sociedad occidental.

Una manera un poco más feliz de adaptar al viejo cuento de Flaubert al escenario actual es encarnada por la película Gemma Bovery. Lúdica, ligera y, sobre todo, modernizada, esta película no termina de ser un pastiche ni tampoco una parodia, lo que la hace muy simpática. La obra está basada en una novela gráfica de la británica Posy Simmonds, la cual –ciertamente– es una interpretación libre de la obra de Flaubert.
 
Anne Fontaine, la directora, se ocupa de presentar a los personajes de un modo irónico, pero se cuida de no juzgarlos lapidariamente. A la película no la protagoniza Gemma Tate (una mujer inglesa interpretada por Gemma Arterton), sino Martin Joubert (representado aquí por el gran Fabrice Luchini). Joubert es un hombre patético y obsesivo, que abandona el mundo de la edición en París y se reubica en Normandía para hacerse cargo de la panadería familiar, viviendo el sueño de todos aquellos animales urbanos que fantasean con encontrar su lugar en el mundo en un pequeño pueblito donde todos se conocen. Lo acompañan su esposa mandona y su hijo bobalicón. En su nuevo hogar, tras años de vivir sumergido en el aburrimiento, encuentra la oportunidad para entrometerse en la historia de unos ingleses cuasi-parisinos que residen allí (Gemma y Charlie), con el objetivo de imponerle una serie de analogías con la obra flaubertina que sólo él visualiza. Eso lo estimula para intentar seducir a Gemma (se equipara con Rodolphe Boulanger, el amante de Emma en la novela de Flaubert, pues “boulanger” significa “panadero” en francés), sin embargo la mujer seguirá otro camino. Ahogado en su propio pensamiento, Joubert vivirá persuadido de que la realidad imita al arte y que de alguna manera todo está escrito de antemano.   


Se le pueden hacer muchos reproches a Gemma Bovery (su enfoque innecesariamente feminizante, su exceso de optimismo, su anclaje sociológico incoherente, etc.), pero la buena predisposición de los actores, la hermosa presentación de los paisajes normandos y la evocación permanente al gran Flaubert evitan el naufragio.

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