viernes, 2 de diciembre de 2016

El muchacho mudo que tiene el don de la narración

El niño feral es una entidad anónima y recuperada por la civilización cuando ya no quedan rasgos de ésta sobre él, por lo que está condenado a ser ahistórico. Pero su drama no concluye allí, ya que su existencia misma suele flotar en una zona donde se interseca la dimensión de lo animal y la dimensión de lo humano (sin pertenecer completamente a ninguna de las dos). Dado que estamos tan acostumbrados a obviar nuestra animalidad, nos cuesta entonces admitir la realidad de tal tipo humano, prefiriendo en su lugar confinarlo al campo de la ficción. Su ahistoricidad, su hibridez y su aura fictiva lo convierten en un estupendo objeto narrativo -protagonista de varios mitos y leyendas-, pero jamás en sujeto, ya que, como sostenía Lacan, la ausencia de padre le niega al niño feral el registro de lo simbólico: ello significa que nunca podrá hablar por él mismo, permitiéndoles a los demás que hablen por él. 

Quienes han dotado de voz a los niños ferales en Francia han sido Lucien Malson con su obra Les enfants sauvages de 1964 y Serge Aroles a través del libro L'enigme des enfants-loups de 2007. En el primer caso se trata de un hombre de las ciencias sociales, mientras que en el segundo caso el autor proviene de las ciencias naturales. Por ello Malson busca exponer el tema enmarcándolo en una reflexión general sobre la naturaleza humana, mientras que Aroles se ocupa más bien de recabar y confirmar datos puntuales sobre el asunto. Pero quien abordó el tópico por fuera de la ciencia y de un modo que muchos todavía recuerdan fue el cineasta François Truffaut, que en 1970 produjo, dirigió y protagonizó la película L'enfant sauvage, recuento ficcionalizado del caso del niño Victor de Aveyron. La obra, en un principio, había sido recibida con algarabía, ya que en plena era hippie se contaba la historia de un ser de la naturaleza más humano que cualquier humano, pero quienes sostenían esa interpretación de la pieza de Truffaut no tardaron en darse cuenta de que, en realidad, la película adopta el punto de vista del científico Jean Marc Gaspard Itard, quien sería el verdadero héroe aquí ya que, con sus conocimientos, trata de restaurarle la humanidad al niño.

Por ende a Francia le estaba faltando la historia de un niño feral que fuese contada desde un ángulo diferente al del científico. Marcus Malte, el ganador de este año del Premio Femina, se percató de ello y por ese motivo decidió cubrir ese vacío con su novela Le garçon

Malte está encasillado como un autor de novelas policiales y de literatura juvenil, pero Le garçon no se inscribe en esos géneros. La obra es más bien una suerte de fábula de aprendizaje ajustada a una estructura de folletín de aventuras. 

El texto sigue las gracias y desgracias de un muchacho mudo y sin nombre, entre 1908 y 1938. Se trata de un campesino de algún país de Europa del Este que, tras quedar huérfano, parte hacia el oeste. Llega a un aldea francesa, donde primero lo confunden con un animal, pero luego le otorgan humanidad paulatinamente. En un momento enferma, y la familia con la que vive trata de ayudarlo usando un ritual de sanación de origen zapoteca (obviamente que la inclusión de algo originario de México en el escenario de la Francia de comienzos del siglo XX puede sonar extravagante, pero ello es un pequeño detalle que sirve para fijar el tono de la historia).

Alguien supersticioso lo acusa más tarde de ser portador de mala suerte, viéndose obligado a huir de la aldea. Ello le sirve para toparse con un artista circense itinerante, cuyo acto es demostrar en pueblos y ciudades que es el hombre más fuerte del mundo. Su historia termina mal, por lo que nuevamente el muchacho se ve obligado a alejarse sin un rumbo determinado. 

El intermedio picaresco llega a su fin y comienza a desarrollarse el Bildungsroman cuando el muchacho casi muere en un accidente de tránsito. Los conductores del automóvil, un padre y una hija, lo rescatan y eventualmente lo adoptan. Emma le da el nombre de "Felix" y se fija el propósito de educarlo. Su nueva maestra lo introduce a una alta cultura y a una modernidad que los aldeanos ignoraban. Pero también lo instruye en materia de sexo y amor, similar a como cuenta Molière que lo hace Arnolphe de La Souche con la joven Agnès en L'École des femmes.

Luego llega el inevitable 1914 y estalla la Gran Guerra, por lo que el padre de Emma se alista para combatir por Francia, arrastrando al muchacho consigo. En medio de las trincheras, ya lejos de Eros, conoce a Tánatos. Y no sólo lo conoce, sino que trabaja para él, al punto que sus compañeros lo terminan apodando como el "Ángel de la Muerte".

Cuando deja el frente de batalla y retorna al sitio seguro con Emma en 1916, la guerra se niega a soltarlo. Entonces el amor y la muerte, las dos cuestiones más decisivas en la existencia de cualquier ser humano, comienzan a desdibujarse para él. Y la cosa se agrava cuando Emma muere a causa de la gripe. Aquí la novela podría avanzar en una reflexión sobre esos asuntos y proponer un final acorde, pero todavía falta una enorme sección del folletín en la que el muchacho es detenido por deambular sin rumbo y fijar residencia en las calles de París, lo que deriva en que es enviado a una colonia penal en América; allí logra evadirse pero luego aparecen toda clase de personajes que incluyen a jesuitas, chamanes, cosechadores explotados e incluso hasta la diosa zapoteca que alguna vez lo curó (pero ahora encarnada en el cuerpo de una muchacha que vive en la selva amazónica). Si el último año narrado en la vida del muchacho acontece en 1938, luego de solamente dos décadas de acción, es fácil deducir cual es su final.

Le garçon es quizás el producto de una historia de aventuras para niños o adolescentes a la que su autor quiso empujarla más allá de su plan original. Algo de ello se nota en el uso del lenguaje, ya que al principio el texto usa frases sencillas y claras, y luego, a medida que la realidad del personaje principal se enriquece, las palabras en el texto se vuelven cada vez más culteranas y las frases que construyen, más floridas y complejas. Las escenas de sexo y asesinato definitivamente acaban con la pretensión de que el libro sea confundido con literatura infantojuvenil, pero quizás son también lo más innecesario de la obra. 

La decisión de Malte de no darle voz a su personaje es, desde mi perspectiva, un acierto, pero quizás lo que no sea un acierto es el exceso de imaginación. Al fin y al cabo, si la misión es darle historicidad y humanidad al niño feral, el aura fictiva que lo envuelve y de la que hablé más arriba debería ser más tenue que espesa.


* Malte, Marcus. Le garçon. París: Zulma. 24 €

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