martes, 28 de noviembre de 2017

La economía de la distorsión

El nazismo es una fuente de inspiración literaria inagotable. Suscitando horror y terror, pero también fascinación y alucinación, el popular movimiento político alemán de la década de 1930 -ya largamente extinto en nuestros días- ha terminado por convertirse en una obscura fuerza metafórica que representa lo más vil y lo más descabellado del espíritu humano. El fallido Tercer Reich, desde hace un tiempo ya, personifica así el horizonte último de la imaginación. Por eso los escritores no han dejado de revisitarlo: es una embajada del Infierno que no deja de enviar monstruos para atormentarnos (monstruos ante los que, casi con unanimidad, nadie está dispuesto a sentir compasión). 

Los historiadores, en cambio, plantean otro abordaje sobre el asunto, menos espeluznante y menos amonestador, especialmente mientras el tiempo avanza y nuevos acontecimientos se interponen entre el presente y el pasado. 

Éric Vuillard, ganador del Premio Goncourt de este año con su obra L'ordre du jour, es un escritor que adora usurpar el puesto de historiador, pero sin asumir la responsabilidad a la que está sometido el mismo. Y ello se nota, sobre todo, en su tono panfletario y en su intención moralista. 

L'ordre du jour no es propiamente una novela pero tampoco es una crónica. Tiene algo del ensayo histórico, pero la deliberada disminución de la veracidad en favor del artilugio de la ficción la deja afuera de ese género. En consecuencia el libro se sostiene sobre si mismo, como un recuento de hechos verídicos pero presentados sin veracidad. Es decir algo así como una sátira, sólo que lo suficientemente maquillada para no parecerlo. Por ello la obra deriva en la distorsión. 

Los dos primeros capítulos del texto, breves e intensos, hacen creer que L'ordre du jour será disfrutable, pero luego la narración disuelve ese impulso para caer en un mar de anécdotas yuxtapuestas, débilmente unidas por el escenario donde ocurren los acontecimientos. Quizás unas 5 o 10 páginas de una revista alcanzasen para contar (aunque sin tanto detalle y fabulación) todo lo que la novela cuenta, pero Vuillard ha creído que era posible tomarse su tiempo para sumergir al lector en la experiencia de aborrecer a los nazis. El resultado no es necesariamente original. 

El protagonista de la historia es el Anschluss, esa curiosa bestia de la mitología nacionalista. Vuillard destaca que los panzers que entraron a Austria estaban averiados, como dando a entender que las autoridades pusilánimes del país conquistado por Hitler podrían haber dado la batalla por la soberanía, algo que simplemente invisibiliza lo que todos sabemos: que esos mismos panzers luego cabalgarían sobre Polonia y otros territorios militarmente más poderosos sin mucha dificultad.

En el fondo, es inteligente la estrategia de Vuillard: para evitar meterse en el drama del Holocausto y verse obligado a escoger un tono digno para narrarlo, y para evitar asimismo tener que contar una historia igual de intensa sobre la tragedia bélica que provocaron los nazis, se le da voz a las intrigas que llevaron a Europa a manifestar su cobardía ante la avanzada de la ultraderecha. La guerra, desde esta perspectiva, fue consecuencia de que los vecinos de Hitler sólo respondieron a la alarma cuando ya era demasiado tarde. 

Pero el autor deja en claro que esa unificación patética de los germanoparlantes tuvo más padres que el NSDAP. De hecho toda la obra tiene el propósito de culpabilizar del ascenso del nazismo a BASF, Opel, Siemens, Telefunken y veinte grandes empresas más. En ese inicio que he comentado anteriormente se observa a los grandes industriales alemanes contemporáneos a Hitler como un desfile de criaturas desagradables, repugnantes, peligrosos, prepotentes, groseros, de aspecto reptiloide y, sobre todo, inmorales. Y esa resulta ser la máxima distorsión del texto: olvidar deliberadamente el hecho que si el gran capitalismo alemán apoyó a los nazis fue porque del otro lado rondaba el comunismo. A apenas unos 1800 kílómetros de distancia del sitio donde los jerarcas del nazismo se reunieron con los patrones de la industria germana un tirano de origen georgiano amenazaba al mundo, siendo la apropiación de la convulsionada Alemania una de sus principales ambiciones. Por ese motivo, aquellos que no comulgaban con la ideología creada por Marx, debían procurar gestar algún tipo de solución -aunque no fuese la más óptima- para no ser absorbidos por la marea roja.  

L'ordre du jour omite plantear ello, por eso, llegado el momento en el que aborda a los Juicios de Núremberg, aquellos cómplices del nazismo son mostrados como las mismas alimañas que alimentaron la maquinaria de destrucción de Hitler y no fueron juzgados por su crimen, ni siquiera si se beneficiaron del trabajo forzado y ni siquiera si combatieron desde su puesto al comunismo.


* Vuillard, Éric. L'ordre du jour. Arles: Actes Sud, 2017. 16 €

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