domingo, 23 de noviembre de 2014

Vulgaridad a la española

El Goncourt, el premio más prestigioso de las letras francesas, fue este año para la novela Pas pleurer de Lydie Salvayre. Salvayre, cuyo apellido de soltera es Arjona, es una psiquiatra francesa hija de inmigrantes españoles, que ha publicado ya una buena cantidad de ficciones. La obra premiada cuenta una historia cuyo escenario es la Guerra Civil Española; los protagonistas son dos: una joven (de hecho una versión imaginaria de la madre de la autora) que vive el despertar sexual justo después de unirse a las filas de los anarquistas que peleaban en el Bando Republicano, y el escritor Georges Bernanos –autor del célebre panfleto antifranquista Les grands cimetières sous la lune–, que valientemente criticó al Bando Nacional, pese a haberlo apoyado inicialmente. Ambos tendrían en común el hecho de haber estado dispuestos a romper con sus orígenes para mantenerse fieles a su compromiso con la justicia.

El libro se inscribe en el amplio corpus de la literatura sobre la Guerra Civil Española, verdadero trauma hispánico que, a 75 años de finalizado el conflicto, todavía sigue estando vivo en la península ibérica. Puntualmente Pas pleurer viene a engrosar el estante en donde se acomodan las numerosas novelas que vomitó la fiebre memorialista que se desató en España a partir del cambio de siglo, vale decir Pas pleurer pertenece a lo que en España llaman la “postmemoria”.   

Algo característico del Goncourt es que no siempre el libro ganador resulta ser un gran libro. En efecto, en ocasiones el Goncourt se convierte en una promoción de la insignificancia y en una recompensa de la trivialidad, y esta ocasión es una de ellas. En una época en la que la trazabilidad se impone como artilugio preferido de la producción global y del comercio internacional, el jurado del Goncourt sucumbe a la tentación de premiar a esta tendencia que tanto daño hace –al arte en general y a la literatura en particular. 

Pas pleurer parece un texto que habría sido escrito de un tirón, probablemente después de extenuantes horas de reflexión mental o de una conversación de dos adolescentes a través de WhatsApp. Es fácil notar que Lydie Salvayre carece de inspiración y disciplina literaria, sin embargo compensa ello con algo que los premiadores supieron apreciar: una dosis masiva y, sin embargo, no letal de vulgaridad.

Ya el título, con su minimalismo lingüístico, anticipa con total honestidad la indigencia literaria del resto de la novela. La vulgaridad atraviesa de punta a punta Pas pleurer, e infecta todo: su forma, los términos y las fórmulas que emplea, y, claro, los temas que aborda (la crítica al catolicismo, la crítica al nacionalismo, la crítica a las guerras civiles y la crítica a los fanáticos). Los publicistas dicen que la intención de la autora es la de hablar de la Francia de los chauvinistas contemporáneos evocando a esa vieja España de las cruces y las espadas. Sin embargo, si el texto hace ello en efecto, lo hace a través de la caricaturización. La mayor parte de los personajes parecen salidos de un tebeo satírico. Muchos de ellos son conservadores hipócritas e ignorantes, y otros son “rojos” (comunistas o anarquistas) que blasfeman a diestra y siniestra: “Puto nuestro que está en el cielo / Cornudo sea tu nombre / Venga a nosotros tu follón / Danos nuestra puta cada día / Y déjanos caer en la tentación” se lee, así en español, en la página 42.

A lo largo del libro se advierte una voluntad pasoliniana por pintar a la España de 1936 como falocrática y escatológica. Esa obsesión genital es el eje de la novela. Y como ese asunto es una verdadera obsesión, la saturación de groserías es inevitable.

En lo personal la vulgaridad relacionada a lo sexual no me escandaliza, pero tampoco me entusiasma. El libro La chair de Serge Rivron explota este tipo de cuestión y lo encuentro divertidísimo. La diferencia entre Rivron y Salvayre radica en que la ganadora del Goncourt tiene una habilidad que Rivron, afortunadamente, se cuida de cultivar: la facilidad para hacer que la vulgaridad fagocite toda –absolutamente toda– su novela. Ni siquiera las últimas dos partes de Pas pleurer, las partes que podrían llamarse “sanas”, están exentas de una vulgaridad capaz de devorar la carne para transformarla en una materia negra, muerta y putrefacta. Céline y sus precursores (Rabelais, Quevedo, etc.) se valieron de la vulgaridad como Salvayre, pero con la diferencia de que ellos lo hicieron de un modo proverbial, devastador e irresistiblemente divertido, pues su propósito, en definitiva, era el de parir una escritura sostenida sobre una estilística prodigiosa y capaz de la invención lingüística más audaz. Al carecer del genio o del talento que haga tolerable su prosa, Lydie Salvayre explica o justifica la vulgaridad a la que somete al lector evocando a la enfermedad mental de su madre (véase la página 82).

Acerca de su escritura no diré mucho. Salvayre intenta crear una lengua a mitad de camino entre el francés y el español, y termina construyendo un adefesio teratológico, que agotará a cualquier traductor (incluso al traductor que tenga que traducir el texto del francés al español). Hay toda una serie de palabras españolas galicanizadas –“griter” (p. 13) sería gritar o crier, “riquesses” (p. 114) sería riquezas o richesses, “siègle” (p. 120) sería siglo o siècle, etc.– que, en principio, harían quedar a su madre no como a una pobre inmigrante condenada a vivir el resto de su vida en un idioma que no es el suyo, sino más bien como una imbécil, pues hay pasajes en los que la mujer, lejos de hablar ese francés ridículo, se expresa de un modo más pulcro que en el que lo haría Huysmans. Así es Pas pleurer.  

* Salvayre, Lydie. Pas pleurer. Seuil, París, 2014, 14,50  

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Y tu te creeras inteligente, sofisticado y exquisito con estos comentarios.... qué nivel !

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