martes, 22 de noviembre de 2016

Del uso de la historia como rescate de una voz

Laëtitia ou la fin des hommes, novela firmada por el historiador y periodista Ivan Jablonka, obtuvo la edición 2016 del Premio Médicis, uno de los galardones literarios más prestigiosos de Francia (también el diario Le Monde, en nombre suyo, le otorgó el premio a la mejor novela del año). Algo curioso sobre esta obra es que resulta evidente que el libro no ha sido leído correctamente: si se consultan las reseñas de los críticos, se nota de inmediato que lo entendieron como un esfuerzo por presentar una noticia policial preservando su naturaleza de noticia policial, vale decir, los críticos de Francia, casi todos ellos, leyeron Laëtitia ou la fin des hommes como el recuento de un acontecimiento siniestro, que súbitamente se insertó en una sucesión de eventos penosos. Así este microhecho habría producido una pesada masa de realidad fantasmagórica que se impuso sobre el Hexágono a través de los medios masivos de comunicación, sólo para esfumarse un poco más tarde y permitir con ello que lo similar reaparezca una y otra, y otra, y otra vez. En la mirada de los críticos, la novela de Jablonka comparte un destino similar al acontecimiento sobre el cual se construye: se ha instalado como un suceso relevante del presente, y luego la memoria se ocupará de barrerlo hacia el cesto de basura cuando pasen los meses.

¿Pero de qué habla la novela? Básicamente es un relato y una reflexión sobre un homicidio: el de Laëtitia Perrais, asesinada en terribles circunstancia durante la noche del 18 al 19 de enero de 2011 en Nantes. Más allá de las apariencias recreativas e impactantes del hecho policial, Jablonka se ocupa de implantar ese episodio en el contexto de una larga historia que poco tiene que ver con la brevedad ilusionista e iterativa con la que se fabrican las crónicas rojas. Dicho de otro modo, lo que Jablonka intentó hacer es rechazar la tiranía de la casualidad –con su temporalidad sucinta y aproximativa– a favor de una historia temporalmente agigantada, que no se deja embelezar por los caprichos y azares. Pero los cretinos que se supone que debían destacar este tipo de cosas fallaron… como habitualmente lo hacen.

El problema es que para los mandarines de la cultura francesa Laëtitia Perrais no es más que una mujer que les limpia el departamento o les lleva el café a la oficina. De ese modo, para ellos Jablonka es un mero fisgón, que se ha inmiscuido en las intimidades del Caso Perrais para hacer de inquisidor y mistificador. Y eso les encantó. Empero Laëtitia ou la fin des hommes es más bien el libro de un historiador que ha sabido desaparecer detrás del objeto que aborda, y que ha sacado a la superficie no el cuerpo desmembrado de la víctima que tanto escandalizó a la prensa, sino el sombrío brillo de una existencia desdichada y su trituración despiadada por una cantidad obscena de dispositivos comunicacionales. El éxito comercial de este libro es, por tanto, algo embarazoso, puesto que sus nobles intenciones han quedado eclipsadas por los amantes del chisme y de los fetichistas de la sangre.

La recepción bochornosa de Laëtitia ou la fin des hommes les ha permitido a muchos concebir un abusivo parentesco entre la obra de Jablonka y Le disparu, un libro deliberadamente grotesco de Anne-Sophie Martin que salió a la venta más o menos por la misma fecha que Laëtitia ou la fin des hommes. El texto de Martin versa sobre el Caso Dupont de Ligonnès, ocurrido también en la región de Nantes durante el 2011, pero protagonizado por una familia de raíz aristocrática, o sea a la inversa del Caso Perrais. Los periodistas amantes de las coincidencias, con su idiotez habitual, quisieron por ello ver en los Casos Perrais y Dupont de Ligonnès las dos caras de una misma moneda, y a Jablonka y Martin ahora los piensan como si fuesen dos gemelos, completamente indiscernibles el uno del otro. De más está decir que los libros, en lo esencial, no se parecen en nada (del mismo modo que los crímenes que los motivaron tampoco se vinculan de modo alguno).

Para empezar en ningún momento se aprecia en Jablonka la intención de escribir una historia de suspenso maquillada con tripas e intestinos. Por el contrario, su esfuerzo se basa en idear un método que le permita trascender la instantaneidad del caso policial, con el propósito de extraer del mismo lo impensado y lo invisible. Frente a la habitual exposición del episodio sangriento como un espectáculo, está el intento de examinarlo como un objeto que nos permite entrever el escenario social detrás del sórdido suceso (pero no para presentarlo como un “historia de interés”, habitual delicia de la prensa perezosa y amarillista que pretende que el receptor se identifique con la víctima que tiene en frente, sino para exponerlo en su cruda realidad).

Para no caer en el sensacionalismo, Jablonka decodifica el Caso Perrais en tres etapas: primero se trata de comprender el caso, descubriendo sus ramificaciones más íntimas y revelando las lagunas de lo callado; luego es importante examinar el caso, pero examinarlo con una amplitud ocular generosa, la cual permita observar los eventos como situaciones que desbordan un territorio determinado y que no sólo involucran a un conjunto de individuos específicos; y finalmente se debe disipar el caso, lo que significa ir más allá del fallecimiento horrible de la víctima y restituirle a los damnificados toda la densidad de sus antecedentes existenciales. Al reunir esas tres condiciones, el hecho policial se convierte en una historia objetivamente aumentada, que no nos informa sobre un demente asesinando a una mujer, sino sobre personas aterradoramente humanas y la sociedad en la que viven. 

Todas las precauciones que toma Jablonka para presentar el Caso Perrais son la huella evidente de su formación como historiador, miembro puntualmente de la tradición historiográfica de Marc Bloch. El énfasis en el método, le permite a Jablonka evitar caer en la arrogancia del sabio y en la soberbia del juez. Como historiador, el autor se posiciona a una respetable distancia de esos penosos impulsos: prudente en cuanto a sus progresiones y lúcido en cuanto a sus límites, el historiador trata de no ceder ante la tentación del subjetivismo (omitiendo sus ansiedades políticas y honrando así a los protagonistas de los acontecimientos). 

Jablonka entonces presenta al Caso Perrais con una neutralidad ejemplar. Su novela deja dudar de lo que es dudoso y provee al lector de muchos elementos útiles para la comprensión de la situación, sin caer en el desarrollo de largas disertaciones superfluas. Los capítulos abordan de punta a punta a los acontecimientos y a los involucrados en el caso, con una imparcialidad característica, recogiendo testimonios que van dando peso y forma a la historia –sin embargo el narrador no se ocupa mucho de Tony Meilhon, el homicida, probablemente porque su infatuación y sus mentiras necesitarían ser revisadas en un libro aparte. He ahí entonces la intención del libro: reconstruir la vida de Laëtitia Perrais, pero no de aquella Laëtitia Perrais que, para Francia, nació con su muerte desde los medios masivos de comunicación a sólo fin de regocijar a la chusma impresionable, sino de aquella Laëtitia Perrais a la que le arrebataron su dignidad junto a su vida.

El “fin de los hombres” que menciona el título remite, por un lado, al actual descenso a las tinieblas que experimenta una humanidad que se niega a sí misma, y, por el otro lado, remite también al lento crepúsculo de un modelo societal patriarcal tan corrompido que ya resulta más destructivo que productivo. A lo largo de su difícil vida, Laëtitia fue manipulada por la “garra masculina”. Empero ella osó decirle “no” a la ley de Tony Meilhon, “no” al decreto del matón que quiere que su pene entre en la boca de la mujer. Y por ello pagó con su vida.

En la autopsia, los médicos sólo detectaron la presencia de líquido prostático en Laëtitia, pero no de semen, hecho que explicaría al homicidio como fruto de una frustración, develando así la naturaleza fundamentalmente misógina del crimen. Para Meilhon la muchacha no era más que una zorra entre otras, un levante más, una muñeca inflable de carne que tenía que utilizar hasta donde fuese posible.

Junto a ese acto de violencia real, Jablonka aborda también la violencia simbólica, pues la novela no sólo describe el desmembramiento físico que sufrió Laëtitia por parte de su agresor, sino que también hace lo mismo con el desmembramiento metafísico que los periodistas chacales y los políticos oportunistas hicieron con ella. La novela busca denunciar que todos los aspectos de aquello que Laëtitia fue a lo largo de su vida terminaron ocultados por la expansión indecente de su muerte, lo que terminó por invisibilizar el lamentable sufrimiento de los pobres y la repudiable violencia contra las mujeres que resultan parte del paisaje cotidiano de la Francia del siglo XXI.

El Caso Perrais fue tema central de la prensa francesa durante cinco semanas consecutivas, debido a que su cadáver permaneció extraviado desde el 1º febrero de 2011 hasta el 9 de abril de ese año: la policía encontró primero la cabeza y las extremidades en un estanque de las afueras de Nantes, y más tarde encontraría el resto del cuerpo en otro estanque lejano. A raíz de esa demora, el duelo de los familiares de Laëtitia fue nacionalizado. Todo el mundo se sintió con la obligación de opinar sobre el tema, y por ello tanto Nicolas Sarkozy como Gilles Patron y Franck Perrais asumieron patéticamente el rol de padre de una mujer que jamás en su vida gozó de la suerte de tener una figura paterna auténtica. Franck Perrais, un hombre con un pasado judicial pesado, fue rápidamente descartado por los mediócratas franceses, pero Patron (el padre adoptivo de Laëtitia) y Sarkozy (el padre adoptivo de la República) se convirtieron en los paradigmas mediáticos de quienes reclaman el fin de las injusticias –de Patron más tarde se sabría que el sujeto violó a Jessica, la hermana gemela de Laëtitia, y que probablemente abusó de Laëtitia y de otras mujeres que habrían estado bajo su custodia, mientras que de Sarkozy se supo, bueno, que es Sarkozy.

Para Jablonka, Laëtitia padeció una triple injusticia: una infancia excesivamente violenta con un padre biológico que abusó de su madre y un padre adoptivo que abusó de ella, una muerte espantosa a manos de un cruel psicópata, y la metamorfosis de su vida en crónica policial y en causa política.

Se comprende que esa acumulación de calamidades haya podido excitar a los espíritus mediocres y haya fascinado a los periodistas, pero en contramano de ese espectáculo de terror, Jablonka rinde homenaje a Laëtitia, sabiendo descubrir la alegre voz que la víctima supo tener entre un mar de tristezas y de infortunios.

* Jablonka, Ivan. Laëtitia ou la fin des hommeSeuil, París, 2016, 21 €

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