A Madeleine de Scudéry, una
autora francesa del siglo XVII, se la recuerda por haber escrito Artamène ou le Grand Cyrus,
probablemente en compañía de su hermano Georges de Scudéry. El libro en
cuestión es una novela larguísima –de hecho se la considera la novela de mayor
extensión publicada en toda la historia– que intenta cultivar cierto tono
épico. Sin embargo lo épico en el libro termina resultando anecdótico, pues ese
tipo de acción se ve devorada por miles de párrafos que recogen extensas conversaciones.
Los personajes que
protagonizan esos diálogos tienen nombres de persas, asirios y griegos, pero hablan
como perfectos franceses, pues casi todos están basados en personas reales. Es
decir Mademoiselle de Scudéry escribió un voluminoso libro sólo para que sus
contemporáneos supiesen lo que ella pensaba acerca de ellos: por ese motivo
trazó un mapa de aliados y enemigos, convirtiendo en héroes a aquellos con los que
simpatizaba, y condenando a ser villanos a los demás.
Hubo un célebre autor que
destrozó a la obra de Madeleine de Scudéry: Nicolas Boileau. En efecto Boileau –especialmente
en su Dialogue sur les héros de roman–
la defenestró por su exceso de verbosidad, por su frivolidad para abordar
ciertos asuntos, por los retratos lambiscones hechos a sus contemporáneos, y
por su falta de claridad expositiva. De todos modos Victor Cousin, un siglo y
medio después de la muerte de Mademoiselle de Scudéry, reivindicó a la escritora
al publicar, en 1858, La société
française au XVIIe siècle, un estudio de Artamène ou le Grand Cyrus en el que el filósofo lee la novela como
si se tratase de un libro de historia que sirve para estudiar la vida de Luís
II de Borbón-Condé.
Lo que hizo Cousin, claro,
no fue erróneo. Empero al leer Artamène
ou le Grand Cyrus se puede aprender más sobre Madeleine de Scudéry que
sobre Luís II de Borbón-Condé. Porque la escritora fue una persona que resultó ser
tan interesante como lo fue su obra: por ello Molière la ridiculiza en Les précieuses ridicules (1659) y E.T.A.
Hoffman la vindica en Das Fräulein von
Scuderi (1819). A la autora no le simpatizó lo que hizo Molière con ella,
pero probablemente hubiese estado agradecida con Hoffman.
De cualquier manera lo que
le sucedió a Mademoiselle de Scudéry en relación a Molière y Hoffman es más que
común en el mundo de la invención literaria. Muchos grandes personajes creados
por los genios de la literatura universal han tenido referentes de carne y
hueso: el político John Elwes sirvió como modelo del famoso avaro Ebenezer
Scrooge que protagoniza Un cuento de
Navidad de Charles Dickens, el Victor Maskell de The Untouchable –novela de John Banville– está claramente inspirado
en el espía Anthony Blunt, el protagonista de Orlando de Virginia Woolf es una invención de su autora basada en su
amante Vita Sackville-West, y hasta la famosa ballena blanca de la que habla
Herman Melville en Moby-Dick aparentemente
nadó en el Pacífico Sur hasta ser cazada en 1838.
Simone de Beauvoir también
ventiló sutilmente a su vida privada en Les
Mandarins, libro de 1954 en el que aparecen Jean-Paul Sartre, Albert Camus
y Nelson Algren. Pero una cosa es fabular en torno a la propia vida,
involucrando a gente que uno conoce y con la que puede arreglar los conflictos
existentes con un café de por medio, y otra cosa es citar a personajes a los
que no se los conoce personalmente y ponerlos a vivir las fantasías que a uno
se le ocurre que pueden vivir. En relación a esto último, quiero citar tres casos
recientes de la literatura francesa: el Caso Delacourt, el Caso Brami y el Caso
Angot.
Grégoire Delacourt es un
autor proveniente del mundo de la publicidad. En 2012 publicó La liste de mes envies, una de esas
novelillas de prosa simple y directa, que transmiten mensajes positivos pero simplificados
para adular el supuesto poder de la voluntad humana (en este caso la obra
desarrolla la idea de que el dinero no hace la felicidad, algo que Muriel
Barbery había abordado en 2006
a través de L’élégance
du hérisson, libro al que Delacourt le debe mucho). De la noche a la
mañana, La liste de mes envies se
convirtió en un éxito de ventas, lo que motivó su traducción a diversos idiomas
y sirvió para que la narración se convirtiera en una pieza teatral primero, y en
otra cinematográfica después.
Ebrio por su éxito rotundo,
a Delacourt no se le ocurrió mejor idea que aprovecharlo para incursionar en la
farándula (lo que en Argentina se le diría “volverse un cholulo”). Pero, claro,
lo hizo con estilo: en 2013 la editorial Jean-Claude Lattès publicó La première chose qu’on regarde, una
novela que cuenta la historia de un mecánico de autos que un día recibe en su
taller la visita de una muchacha de la que se enamora perdidamente. El elemento
farandulesco proviene del hecho que Delacourt insiste en afirmar que el
mecánico de su historia se parece a Ryan Gosling, y la muchacha, a Scarlett
Johansson. Ese es el guiño del libro: contar el improbable romance entre un
trabajador francés provinciano y una estrella de cine internacional –o al menos
alguien que bien podría ser su sosías. A partir de esa premisa es posible
imaginar una gran cantidad de variaciones que incluiría críticas a la Sociedad del Espectáculo,
sátiras contra la globalización cultural y un montón de cosas más, pero La première chose qu’on regarde –fiel al
estilo de su creador– pretende ser un cuento honesto sobre un improbable amor que
se vuelve real.
A la propia Scarlett
Johansson no le cayó bien lo que intentó hacer Delacourt. Ofendida por el uso de
su imagen sin su autorización, demandó a la editorial para exigir una
compensación monetaria y prohibir tanto la traducción del libro a otros idiomas
como su transformación en película. Los jueces franceses le dieron la razón a
la actriz, pero no validaron todas sus demandas, por lo que en un futuro podría
llegar a haber una película basada en La
première chose qu’on regarde (aunque probablemente los productores no se
atrevan a incluir referencias a Scarlett Johansson).
El Caso Brami no es muy
diferente. Alma Brami es una joven novelista que ha publicado ya varias obras.
En 2013 la editorial Plon decidió arriesgarse con un título de su autoría que a
algún editor iluminado le pareció que podría ser un buen negocio: Lolo.
Lolo es una novela
basada en la biografía de Ève Vallois, una actriz conocida mundialmente como
“Lolo Ferrari”. Ferrari vivió una vida penosa: después de haber atravesado una
infancia infeliz y una juventud conflictiva, incursionó en el modelaje y la
prostitución hasta que en 1988 se casó con Éric Vigne, un hombre 15 años mayor
que ella, que portaba un obscuro pasado como microtraficante de drogas; al lado
de su nuevo marido, Ferrari siguió trabajando en los rubros en los que ya trabajaba,
pero expandió sus horizontes al incursionar en el mundo de la música y del
cine. Como Ferrari no tenía ningún talento, el marido le propuso que se
sometiera a una serie de cirugías plásticas para que de ese modo su cuerpo se
transformase en algo más llamativo. Ella aceptó y en poco tiempo su rostro se desfiguró
considerablemente intentando asemejarse al de la cantante Amanda Lear y sus
pechos se llenaron de silicona. Tuvo de hecho tanta silicona encima que se
convirtió en un fenómeno mundial por el tamaño gigantesco del busto. Los
pornógrafos, rápidamente, la convirtieron en un ícono del entretenimiento para
adultos. En marzo de 2000, a
la edad de 37 años, la voluptuosa mujer apareció muerta. Se habló al principio
de un suicidio, pero luego se lo incriminó al marido ante la fuerte sospecha de
que se habría tratado de un homicidio. Sin embargo, Vigne fue liberado un
tiempo después porque no se presentaron pruebas suficientes en su contra.
Brami tomó la historia de
Lolo Ferrari –como quien elige a Sabrina Sabrok o a Sheyla Hershey– y escribió
una novela. Y, como pasó con Delacourt, la interesante premisa de la que parte
su relato se desperdicia rápidamente. Lolo
está construida como el testimonio de la actriz ante un psicólogo al que su
médico la ha enviado después de que le pidiese realizarse una nueva cirugía. En
el consultorio del terapeuta, ella cuenta su complicada vida, habla de su
sufrimiento como mujer, y sugiere que Vigne –que, por supuesto, no aparece bajo
ese nombre– es un manipulador, un vividor, un torturador y un cretino del cual
no se puede despegar, porque vive sumergida en una suerte de síndrome de
Estocolmo permanente.
El propio Vigne, hoy en día
un hombre sexagenario, se ofendió con la obra de Brami y no vaciló en denunciar
a la editorial para exigirle un resarcimiento económico por difamarlo. No se
sabe aún qué decidirá la
Justicia , pero a nadie habrá de extrañar que se incline a
favor del demandante.
Finalmente me resta comentar
el Caso Angot, el cual tiene sus particularidades. Mientras que Delacourt y
Brami recurrieron explícitamente a figuras públicas para construir sus
ficciones, Christine Angot, en cambio, buscó la inspiración en su entorno
privado. Así escribió Les Petits
–publicada en 2011 por Flammarion–, una historia basada en la vida de Élise
Bidoit. ¿Quién es la tal Bidoit? Pues nada menos que la ex-esposa de Clovis
Charly, su actual marido.
Angot –cuyo auténtico
apellido es Schwartz– cultiva ese mal francés llamado “autoficción”. Mientras
que Madeleine de Scudéry se incluyó como personaje en Artamène ou le Grand Cyrus con el nombre de Sapho, Christine Angot
suele aparecer en sus obras con el nombre de Christine Angot, muchas veces sólo
para hablar acerca de Christine Angot. Ella misma hace todo lo posible para
convertirse en una figura pública. Un ejemplo: el relato Quitter la ville (2000) es un ejercicio de reflexión sobre el arte
de escribir y el negocio de publicar, en el que la protagonista, Christine Angot,
analiza las repercusiones de su novela L’inceste
(1999), en la cual Christine Angot cuenta como fue o como habría sido
copular con su propio padre. Y así suelen ser sus obras generalmente: ella
contando intimidades propias o ajenas, sólo para agregar comentarios sobre tal
o cual periodista o crítico literario que resultó ser un cretino.
En Les Petits, Angot opta por hablar poco acerca de ella con el fin de
utilizar el espacio vacante para detallar la vida privada de otras personas que
le son cercanas (concretamente se concentra en hablar acerca de su actual
marido y de su ex-esposa). Antes de divorciarse, Bidoit y Charly tuvieron
cuatro hijos juntos, y, como es normal en toda familia rota, hubo un conflicto
infinito por la tenencia de los menores de edad. Sobre eso gira el argumento de
la novela, aprovechando cada momento para recordarnos que Hélène, el alter-ego de Bidoit, es una mujer horrenda,
inescrupulosa y desequilibrada.
Los jueces
franceses, tras analizar el asunto, fallaron a favor de Bidoit. Ya en Le marché des amants (una novela de 2008
auspiciada por Seuil) Christine Angot había ficcionalizado a la ex-esposa de su
marido para comentar su romance con Doc Gynéco, un rapero francés. En aquella
ocasión la casa editora Seuil negoció con la demandante, la indemnizó generosamente
y luego canceló el contrato con Angot. La escritora egomaníaca quedó
enfurecida, por lo que preparó su venganza. Sin embargo fue tan torpe lo que
hizo que al final terminó desembolsando el dinero indemnizatorio de su propio
bolsillo. Al parecer a los jueces de Francia no les agrada la idea de que
fragmentos de las vidas de los otros se filtren en el campo de la ficción sin
los permisos adecuados.
0 comentarios:
Publicar un comentario