jueves, 30 de octubre de 2014

Las egerias rebeldes

A Madeleine de Scudéry, una autora francesa del siglo XVII, se la recuerda por haber escrito Artamène ou le Grand Cyrus, probablemente en compañía de su hermano Georges de Scudéry. El libro en cuestión es una novela larguísima –de hecho se la considera la novela de mayor extensión publicada en toda la historia– que intenta cultivar cierto tono épico. Sin embargo lo épico en el libro termina resultando anecdótico, pues ese tipo de acción se ve devorada por miles de párrafos que recogen extensas conversaciones.

Los personajes que protagonizan esos diálogos tienen nombres de persas, asirios y griegos, pero hablan como perfectos franceses, pues casi todos están basados en personas reales. Es decir Mademoiselle de Scudéry escribió un voluminoso libro sólo para que sus contemporáneos supiesen lo que ella pensaba acerca de ellos: por ese motivo trazó un mapa de aliados y enemigos, convirtiendo en héroes a aquellos con los que simpatizaba, y condenando a ser villanos a los demás.

Hubo un célebre autor que destrozó a la obra de Madeleine de Scudéry: Nicolas Boileau. En efecto Boileau –especialmente en su Dialogue sur les héros de roman– la defenestró por su exceso de verbosidad, por su frivolidad para abordar ciertos asuntos, por los retratos lambiscones hechos a sus contemporáneos, y por su falta de claridad expositiva. De todos modos Victor Cousin, un siglo y medio después de la muerte de Mademoiselle de Scudéry, reivindicó a la escritora al publicar, en 1858, La société française au XVIIe siècle, un estudio de Artamène ou le Grand Cyrus en el que el filósofo lee la novela como si se tratase de un libro de historia que sirve para estudiar la vida de Luís II de Borbón-Condé.

Lo que hizo Cousin, claro, no fue erróneo. Empero al leer Artamène ou le Grand Cyrus se puede aprender más sobre Madeleine de Scudéry que sobre Luís II de Borbón-Condé. Porque la escritora fue una persona que resultó ser tan interesante como lo fue su obra: por ello Molière la ridiculiza en Les précieuses ridicules (1659) y E.T.A. Hoffman la vindica en Das Fräulein von Scuderi (1819). A la autora no le simpatizó lo que hizo Molière con ella, pero probablemente hubiese estado agradecida con Hoffman.

De cualquier manera lo que le sucedió a Mademoiselle de Scudéry en relación a Molière y Hoffman es más que común en el mundo de la invención literaria. Muchos grandes personajes creados por los genios de la literatura universal han tenido referentes de carne y hueso: el político John Elwes sirvió como modelo del famoso avaro Ebenezer Scrooge que protagoniza Un cuento de Navidad de Charles Dickens, el Victor Maskell de The Untouchable –novela de John Banville– está claramente inspirado en el espía Anthony Blunt, el protagonista de Orlando de Virginia Woolf es una invención de su autora basada en su amante Vita Sackville-West, y hasta la famosa ballena blanca de la que habla Herman Melville en Moby-Dick aparentemente nadó en el Pacífico Sur hasta ser cazada en 1838.

Simone de Beauvoir también ventiló sutilmente a su vida privada en Les Mandarins, libro de 1954 en el que aparecen Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Nelson Algren. Pero una cosa es fabular en torno a la propia vida, involucrando a gente que uno conoce y con la que puede arreglar los conflictos existentes con un café de por medio, y otra cosa es citar a personajes a los que no se los conoce personalmente y ponerlos a vivir las fantasías que a uno se le ocurre que pueden vivir. En relación a esto último, quiero citar tres casos recientes de la literatura francesa: el Caso Delacourt, el Caso Brami y el Caso Angot.


Grégoire Delacourt es un autor proveniente del mundo de la publicidad. En 2012 publicó La liste de mes envies, una de esas novelillas de prosa simple y directa, que transmiten mensajes positivos pero simplificados para adular el supuesto poder de la voluntad humana (en este caso la obra desarrolla la idea de que el dinero no hace la felicidad, algo que Muriel Barbery había abordado en 2006 a través de L’élégance du hérisson, libro al que Delacourt le debe mucho). De la noche a la mañana, La liste de mes envies se convirtió en un éxito de ventas, lo que motivó su traducción a diversos idiomas y sirvió para que la narración se convirtiera en una pieza teatral primero, y en otra cinematográfica después.

Ebrio por su éxito rotundo, a Delacourt no se le ocurrió mejor idea que aprovecharlo para incursionar en la farándula (lo que en Argentina se le diría “volverse un cholulo”). Pero, claro, lo hizo con estilo: en 2013 la editorial Jean-Claude Lattès publicó La première chose qu’on regarde, una novela que cuenta la historia de un mecánico de autos que un día recibe en su taller la visita de una muchacha de la que se enamora perdidamente. El elemento farandulesco proviene del hecho que Delacourt insiste en afirmar que el mecánico de su historia se parece a Ryan Gosling, y la muchacha, a Scarlett Johansson. Ese es el guiño del libro: contar el improbable romance entre un trabajador francés provinciano y una estrella de cine internacional –o al menos alguien que bien podría ser su sosías. A partir de esa premisa es posible imaginar una gran cantidad de variaciones que incluiría críticas a la Sociedad del Espectáculo, sátiras contra la globalización cultural y un montón de cosas más, pero La première chose qu’on regarde –fiel al estilo de su creador– pretende ser un cuento honesto sobre un improbable amor que se vuelve real.

A la propia Scarlett Johansson no le cayó bien lo que intentó hacer Delacourt. Ofendida por el uso de su imagen sin su autorización, demandó a la editorial para exigir una compensación monetaria y prohibir tanto la traducción del libro a otros idiomas como su transformación en película. Los jueces franceses le dieron la razón a la actriz, pero no validaron todas sus demandas, por lo que en un futuro podría llegar a haber una película basada en La première chose qu’on regarde (aunque probablemente los productores no se atrevan a incluir referencias a Scarlett Johansson).

El Caso Brami no es muy diferente. Alma Brami es una joven novelista que ha publicado ya varias obras. En 2013 la editorial Plon decidió arriesgarse con un título de su autoría que a algún editor iluminado le pareció que podría ser un buen negocio: Lolo.

Lolo es una novela basada en la biografía de Ève Vallois, una actriz conocida mundialmente como “Lolo Ferrari”. Ferrari vivió una vida penosa: después de haber atravesado una infancia infeliz y una juventud conflictiva, incursionó en el modelaje y la prostitución hasta que en 1988 se casó con Éric Vigne, un hombre 15 años mayor que ella, que portaba un obscuro pasado como microtraficante de drogas; al lado de su nuevo marido, Ferrari siguió trabajando en los rubros en los que ya trabajaba, pero expandió sus horizontes al incursionar en el mundo de la música y del cine. Como Ferrari no tenía ningún talento, el marido le propuso que se sometiera a una serie de cirugías plásticas para que de ese modo su cuerpo se transformase en algo más llamativo. Ella aceptó y en poco tiempo su rostro se desfiguró considerablemente intentando asemejarse al de la cantante Amanda Lear y sus pechos se llenaron de silicona. Tuvo de hecho tanta silicona encima que se convirtió en un fenómeno mundial por el tamaño gigantesco del busto. Los pornógrafos, rápidamente, la convirtieron en un ícono del entretenimiento para adultos. En marzo de 2000, a la edad de 37 años, la voluptuosa mujer apareció muerta. Se habló al principio de un suicidio, pero luego se lo incriminó al marido ante la fuerte sospecha de que se habría tratado de un homicidio. Sin embargo, Vigne fue liberado un tiempo después porque no se presentaron pruebas suficientes en su contra.

Brami tomó la historia de Lolo Ferrari –como quien elige a Sabrina Sabrok o a Sheyla Hershey– y escribió una novela. Y, como pasó con Delacourt, la interesante premisa de la que parte su relato se desperdicia rápidamente. Lolo está construida como el testimonio de la actriz ante un psicólogo al que su médico la ha enviado después de que le pidiese realizarse una nueva cirugía. En el consultorio del terapeuta, ella cuenta su complicada vida, habla de su sufrimiento como mujer, y sugiere que Vigne –que, por supuesto, no aparece bajo ese nombre– es un manipulador, un vividor, un torturador y un cretino del cual no se puede despegar, porque vive sumergida en una suerte de síndrome de Estocolmo permanente.
   
El propio Vigne, hoy en día un hombre sexagenario, se ofendió con la obra de Brami y no vaciló en denunciar a la editorial para exigirle un resarcimiento económico por difamarlo. No se sabe aún qué decidirá la Justicia, pero a nadie habrá de extrañar que se incline a favor del demandante. 

Finalmente me resta comentar el Caso Angot, el cual tiene sus particularidades. Mientras que Delacourt y Brami recurrieron explícitamente a figuras públicas para construir sus ficciones, Christine Angot, en cambio, buscó la inspiración en su entorno privado. Así escribió Les Petits –publicada en 2011 por Flammarion–, una historia basada en la vida de Élise Bidoit. ¿Quién es la tal Bidoit? Pues nada menos que la ex-esposa de Clovis Charly, su actual marido.

Angot –cuyo auténtico apellido es Schwartz– cultiva ese mal francés llamado “autoficción”. Mientras que Madeleine de Scudéry se incluyó como personaje en Artamène ou le Grand Cyrus con el nombre de Sapho, Christine Angot suele aparecer en sus obras con el nombre de Christine Angot, muchas veces sólo para hablar acerca de Christine Angot. Ella misma hace todo lo posible para convertirse en una figura pública. Un ejemplo: el relato Quitter la ville (2000) es un ejercicio de reflexión sobre el arte de escribir y el negocio de publicar, en el que la protagonista, Christine Angot, analiza las repercusiones de su novela L’inceste (1999), en la cual Christine Angot cuenta como fue o como habría sido copular con su propio padre. Y así suelen ser sus obras generalmente: ella contando intimidades propias o ajenas, sólo para agregar comentarios sobre tal o cual periodista o crítico literario que resultó ser un cretino.

En Les Petits, Angot opta por hablar poco acerca de ella con el fin de utilizar el espacio vacante para detallar la vida privada de otras personas que le son cercanas (concretamente se concentra en hablar acerca de su actual marido y de su ex-esposa). Antes de divorciarse, Bidoit y Charly tuvieron cuatro hijos juntos, y, como es normal en toda familia rota, hubo un conflicto infinito por la tenencia de los menores de edad. Sobre eso gira el argumento de la novela, aprovechando cada momento para recordarnos que Hélène, el alter-ego de Bidoit, es una mujer horrenda, inescrupulosa y desequilibrada.

Los jueces franceses, tras analizar el asunto, fallaron a favor de Bidoit. Ya en Le marché des amants (una novela de 2008 auspiciada por Seuil) Christine Angot había ficcionalizado a la ex-esposa de su marido para comentar su romance con Doc Gynéco, un rapero francés. En aquella ocasión la casa editora Seuil negoció con la demandante, la indemnizó generosamente y luego canceló el contrato con Angot. La escritora egomaníaca quedó enfurecida, por lo que preparó su venganza. Sin embargo fue tan torpe lo que hizo que al final terminó desembolsando el dinero indemnizatorio de su propio bolsillo. Al parecer a los jueces de Francia no les agrada la idea de que fragmentos de las vidas de los otros se filtren en el campo de la ficción sin los permisos adecuados. 

0 comentarios:

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails