miércoles, 5 de noviembre de 2014

68, modelo para desarmar

Cuando se creía que Merci pour ce moment de la ex-esposa del Presidente François Hollande iba a ser el mayor fenómeno editorial del año en materia de libros “de actualidad política”, Le suicide français del polemista Éric Zemmour acabó con esa esperanza.

El libro, incisivo y apasionado, es un éxito de ventas. Con una fuerte campaña publicitaria de por medio, la obra ha resultado ser tan amada como odiada, generando una verdadera grieta entre quienes coinciden con Zemmour y quienes disienten con él. Al autor algunos lo acusaron de ser un incendiario extremista y, por ello, le regalaron toda clase de epítetos peyorativos; sin embargo mucha otra gente lo ha visto como la única voz con vocación constructiva en el actual desierto de ideas.

Más allá de la discusión sobre el contenido de Le suicide français –el cual, en el fondo, no es más que una oda nostálgica a la Francia de Charles de Gaulles–, lo que principalmente produjo la obra de Zemmour fueron fricciones en el mundo mediático. En efecto, los medios masivos de comunicación juegan un juego sórdido: exhiben a Zemmour vindicando a un universo ideológico al que se lo creía muerto, cuando han sido ellos quienes más hicieron por demoler lo que Zemmour defiende. Y lo curioso es que el escritor, solo contra todos, ha resistido con gran compostura el ataque de sus incontables detractores, justo igual a como lo haría un toro al que no le toca aún su turno frente al estoque. El conformismo mediático encontró así a su perfecta antítesis, lo que se tradujo en masivas manifestaciones de simpatía hacia Zemmour y sus ideas (en un sondeo de opinión publicado por Valeurs actuelles se sugirió que el 76% de los franceses piensan que las acusaciones de “racista” que caen sobre muchas personas suelen ser gratuitas, el 62% cree que la nación francesa está en vías de extinción a causa de la mundialización, la inmigración y el multiculturalismo, el 56% asegura que el Islam no es compatible con la República, y el 45% considera como un dato real que la mayor parte de los narcotraficantes detenidos en el Hexágono son negros o árabes, ideas todas sostenidas y divulgadas por el tal Zemmour).

Deconstruir a los deconstructores

Le suicide français bien podría titularse “El deber de la memoria”. El libro comenta unos ochenta episodios que tuvieron lugar en el periodo que va desde 1970 hasta 2007. El objetivo del autor es denunciar que el presente de Francia ha sido enteramente diseñado durante mayo de 1968 bajo tres luceros: “Dérison, Déconstruction, Destruction” [Ironía, Deconstrucción, Destrucción].

Los “revolucionarios” de Mayo del 68 no llegaron a tomar el poder político, pero, para Zemmour, han hecho un trabajo cultural fundamental para minar las bases de la sociedad tradicional, dando paso al “universo líquido” en el que actualmente se vive: así han trivializado a la familia, a la nación, al trabajo, y a la escuela. Salvaron al Estado, pero sólo para destruir a la Sociedad.

La Vº República se mantuvo vigente, pero podrida en su interior. Según Zemmour el espíritu republicano transmitido por Charles de Gaulle (el inventor de la Vº República) aún persiste, pero está actualmente reducido a ser sólo una escenografía institucional: hoy en día no se deja de exaltar el republicanismo… sólo para negar la efectivización de ese republicanismo. 

La Francia parida por el Mayo del 68 habría facilitado la revancha de los oligarcas por sobre el pueblo, el triunfo del internacionalismo ante las naciones, la imposición del neofeudalismo y el retroceso del Estado de Derecho, la victoria de los girondinos en su disputa frente a los jacobinos, el reemplazo del imperio de la ley por la voluntad de los jueces, y la colonización feminista en contra del liderazgo masculino. Como consecuencia la vieja Francia se estaría desintegrando, para dar lugar a una aglomeración de individuos que se odian a si mismos.   

La culpa política

Cada uno de los momentos históricos evocados por Éric Zemmour en su libro ilustran la evolución ineluctable del Mayo del 68. Poco importa si Francia estuvo gobernada por la derecha o la izquierda, la política casi nada ha hecho para interferir en la creación de la ideología que actualmente domina al Hexágono. De este modo Zemmour parece sumarse a la pléyade de analistas (un grupo bastante heterogéneo, que va desde Jean-Claude Michéa a Paul-François Paoli) que postulan la existencia del “UMPS”, el partido único del régimen falsamente democrático.

Le suicide français no presenta al triunfo del Mayo del 68 como una conspiración inteligentemente orquestada a lo largo de los años; por el contrario, el texto habla más bien de la progresiva renuncia de los políticos –especialmente de los políticos centroderechistas– al combate de ideas. La suerte que sufre Francia desde 1970 es un producto de ese abandono. 

La obra de Zemmour expone la existencia de una maquinaria político-mediática que operó con gran fuerza para denigrar y demonizar a todos aquellos que hubiesen presentado motivos válidos para mostrarse desconfiados de los cambios de la sociedad. Si la izquierda pudo presionar con el tema del matrimonio homosexual en 2013 es porque, desde mediados de la década de 1980, el poder gay comenzó a consolidarse con la complicidad de personalidades del mundo del espectáculo, muchos de ellos humoristas (v. gr. Thierry Le Luron, Coluche, Yves Mourousi, Serge Gainsbourg), por lo que no fueron confrontados seriamente, permitiéndoles así instalar ideas subversivas en el imaginario popular sin generar demasiado debate en torno a ello.

Y si la falta de clarividencia es cuestionable, la falta de coraje –para Zemmour– será imperdonable. El principal problema con la casta política francesa vendría a ser su falta de reactividad. El pacto entre izquierda y derecha habría sido catastrófico: la izquierda renunció a sus propuestas en materia económica para aceptar el capitalismo global, a cambio de dominar el campo cultural, penetrando en los sindicatos, en el mundo de la educación, en las escuelas de tecnócratas, en los medios masivos de comunicación, en el universo de los ecologistas, y en las constelaciones de intelectuales (quienes, hoy por hoy, sólo pueden elegir entre ser de izquierda o no ser). Los Derechos Humanos y el Progreso infinito son la ideología del actual Estado francés, así como los principios del comunismo fueron la ideología del Estado soviético organizado desde Moscú o las doctrinas del fascismo fueron la ideología del Estado italiano fundado en Saló.

Amigos y enemigos

La revista L’Express publicó un artículo tendencioso en el que se preguntaba si acaso Le suicide français ha eclipsado a los libros de crítica de la actualidad nacidos desde plumas izquierdistas. Es que cerca de la misma fecha en que la obra de Zemmour salió a la venta, Insoumise de la ex-Ministra Delphine Batho llegó a las librerías. La obra de Batho no vendió ni mil ejemplares. ¿Ello se debió a que no hay público en la Francia de hoy para libros de socialistas que critican al gobierno? Claro que no: la obra De l’intérieur. Voyage au pays de la désillusion de Cécile Duflot, otra ex-Ministra, vendió casi cuarenta mil ejemplares este año. ¿La razón? El libro de Duflot fue publicado en agosto, y se conjugó bastante bien con aquel libro de Madame Trierweiler que también contaba desde adentro lo que es el fracaso del Partido Socialista bajo la conducción de Hollande (cuando la gente llegaba a las librerías en busca de Merci pour ce moment y se encontraba los carteles anunciando que estaba agotado, aprovechaban la visita para llevarse consigo otras obras redactadas ácidamente en contra del Presidente).

También el diputado socialista Claude Bartolone sufrió la desgracia de intentar emerger en el campo editorial justo cuando la pesada sombra de Zemmour se imponía. Su libro Je ne me tairai plus prometía ser polémico, ya que el actual presidente de la Asamblea Nacional –vale decir uno de los hombres más importantes del parlamento francés– exhortaba a realizar una reforma radical del actual régimen político. Sin embargo su propuesta no encontró prácticamente ningún eco, pese a toda la inversión en publicidad que la editorial Flammarion realizó en las semanas previas a su lanzamiento.

Pero quien más se ha lamentado por el destiempo ha sido Jean-Luc Mélenchon. El gran líder del Front de Gauche publicó L’ère du peuple con la esperanza de que su obra repitiese el enorme éxito que Qu’ils s’en aillent tous ! había cosechado en 2010. Empero mientras la segunda vendió más de ciento ochenta mil ejemplares en una cuantas semanas, la primera apenas ha superado los cinco mil en un mes.

Sea cierto o no que Le suicide français le costó el éxito a los libros de Batho, Bartolone y Mélenchon, nadie puede negar que el libro de Zemmour poco tiene que ver con esas obras. Los autores izquierdistas coinciden con el polemista en eso de criticar a la casta política contemporánea por su ceguera ante los problemas del pueblo, pero difícilmente compartan todo lo otro acerca de que la inmigración y multiculturalidad sean un auténtico problema. En ese sentido, Le suicide français tiene parientes más cercanos: Les traites négrières de Olivier Pétré-Grenouilleau, Le déni des cultures de Hugues Lagrange, Les yeux grands fermés de Michèle Tribalat, Le Grand Remplacement de Renaud Camus, y el reciente La France périphérique de Christophe Guilluy.

Muchos han querido ver en el panfleto de Zemmour a una versión simplificada de L’identité malheureuse, un ensayo que Alain Finkielkraut publicó el año pasado. Este libro, al igual que Le suicide français, reflexiona acerca del mestizaje, el laicismo, la diversidad y el feminismo, pero su tono es más solemne, y sus referencias son más cultas (el texto está atravesado de citas y alusiones a Alexis de Tocqueville, Charles Péguy, Emmanuel Lévinas, Claude Lévi-Strauss, François Furet, Simone de Beauvoir y Joan Scott entre tantos otros). Zemmour, por el contrario, recurre a la cultura popular y expone cómo ésta ha estado siendo penetrada por la corrección política que, hoy en día, es el dogma de fe de Francia.

Así, por ejemplo, la canción “Les divorcés” de Michel Delpech es interpretada como una oda a la destrucción de la familia, en tanto que la película antiracista Dupont Lajoie es vista como una obra que hace apología del racismo “anti-blanco”, y la serie televisiva Hélène et les Garçons es acusada de haber sido un instrumento útil para la castración de la virilidad espiritual de los jóvenes franceses. También hay un recordatorio de la vez en que el propio de Gaulle afirmó que si se producía la integración de Argelia con Francia, la ciudad en la que él tenía su famosa mansión –la célebre Colombey-les-Deux-Eglises– terminaría reemplazando a las “dos iglesias” de su nombre por “dos mezquitas”.

La cuestión judía

Una de las discusiones que Le suicide français desencadenó tuvo como eje al antisemitismo. Más allá de la crítica despiadada al Conseil Représentatif des Institutions Juives de France (CRIF), o a su vocero más famoso, Bernard-Henri Lévy, el libro de Zemmour –quien es judío– intenta desestigmatizar a la Francia de Vichy, es decir al régimen nacionalista que gobernó al Hexágono entre 1940 y 1944, justo los años en los que los ejércitos alemanes y los políticos nazis ocuparon el país.

Concretamente Zemmour señala que la demonización de los colaboracionistas sólo ha servido para que, cada vez que se intente cuestionar la presencia de árabes o negros en Francia, se lo acuse a uno de querer ser uno más de aquellos que apoyaron a Vichy (y, por contagio, también a los nazis). Lo osado del polemista es que se atreve a criticar al historiador Robert Paxton, un académico norteamericano que en 1972 publicó el famoso Vichy France: Old Guard and New Order, un libro en el que denunció que el régimen de Vichy no fue un ejemplo de “resistencia pasiva” a la barbarie nazi –que era lo que sostenían, entre otros, autores como Robert Aron– sino que, por el contrario, estuvo caracterizado por su fervoroso deseo de llevar a la Revolución Nacional hacia el sendero del nacionalsocialismo alemán. El texto se tradujo en Francia en 1973 y causó un gran revuelo, debido a que las conclusiones de Paxton se apoyaban en documentos oficiales del Estado alemán que había podido consultar gracias al convenio que había logrado la Universidad de Columbia con el gobierno de Alemania. Desde entonces, Paxton se convirtió en un referente de la generación del 68, alimentando sobre todo sus impulsos parricidas.

En 1981 nuevamente Paxton creó una gran polémica al publicar Vichy et les Juifs junto con Michaël R. Marrus, una investigación en la que se aseguraba que no sólo el gobierno del Mariscal Philippe Pétain había trabajado para atacar y exterminar a los judíos de Francia, sino que además la mayor parte de la ciudadanía del país habría acogido con gran satisfacción esa decisión. Semejante tesis fue criticada y refutada en numerosas ocasiones desde la publicación del libro, habiendo sido la obra Vichy et la Shoah (2012) de Alain Michel uno de los últimos ejemplos.

Zemmour sigue a Michel para sostener que, en lugar de haber perseguido a los judíos franceses, el régimen de Vichy hizo todo lo posible para salvarlos, al indicarles a los nazis que ellos no permitirían que se deporten ciudadanos franceses de raza y/o religión judía (una traba en la política antijudía nazi que estos personajes no encontraron en otros países). A raíz de ello tanto Paxton –arraigado en Francia– como Michel –arraigado en Israel– han reaparecido en la mediósfera para hablar con pasión sobre algo que pasó hace 70 años atrás.

La rebelión de los reaccionarios

El éxito de Zemmour está directamente vinculado a su habilidad para no salirse del cómodo espacio del centro político. Es decir, es evidente que el polemista tiene una notoria inclinación hacia la derecha, pero en ningún momento cae en la tentación de llegar hasta el extremo. Por ello Jean-Marie Le Pen lo ha elogiado efusivamente, pero Zemmour no ha realizado ningún tipo de gesto para agradecerle sus palabras (algo curioso en su libro de más de 500 páginas es que casi no aparecen referencias al Front National). Entonces, dentro del sistema partidocrático, Zemmour es sólo un reaccionario que ha entrado en rebeldía.

Erraría mucho el que considerase a Zemmour como un anticapitalista: si bien este autor desprecia al neoliberalismo por salvaje, se declara partidario de un liberalismo social, pues su modelo político, además de Charles de Gaulle, es Napoleón I.  

Para lamento de quienes aborrecen a Zemmour, se puede asegurar que no hay ni resistencia al Nuevo Orden Mundial ni propuestas neofascistas en Le suicide français. Tan sólo hay un repudio nostalgioso hacia una época: la actual. Así como los reaccionarios de fines del siglo XVIII culpaban de todos los males del mundo a la Revolución de 1789, Zemmour, desde el siglo XXI, hace lo mismo pero sindicando a las revueltas estudiantiles de mayo de 1968 como fuente de los conflictos del presente. Y así como antaño se acusaba a los protestantes, a los masones, a los judíos y a los metecos de estar coaligados para destruir la grandeza de Francia, hoy Zemmour denuncia que la misma tarea la llevan a cabo las feministas, los musulmanes y los gays que, con la complicidad de la casta política en el poder, ejercen una “tiranía de las minorías” que se ha vuelto incuestionable.

En 1968 se produjo el ascenso al poder de aquellos que en Francia se denominan “bobos” (la palabra es una contracción de “bourgeois bohème”). Amantes de Canal +, lectores de Libération, esta clase media secularista y progresista se convirtió en la guardiana del moralismo contemporáneo. De haber sido una fuerza socialmente revolucionaria, en unas pocas décadas pasaron a convertirse en elementos de funcionamiento del sistema, cumpliendo el rol de los rebeldes (la rebeldía, como ha sugerido Marcel Gauchet, es el estado infantil del cambio social, por lo que si ésta se convierte en un fin y no un medio, deja de ser peligrosa y pasa a funcionar como una simple válvula de escape, útil para aliviar tensiones y permitir con ello mantener vigente al status quo, sólo que con un nuevo maquillaje). Hoy en día, con el progresismo convertido en koiné, les toca a los reaccionarios ponerse la máscara de rebeldes y agitar a los fantasmas. El reaccionario de hoy, será el bobo de mañana.

* Zemmour, Éric. Le suicide français. Albin Michel, París, 2014, 22.90 €

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