Cuando se creía que Merci pour ce moment de la ex-esposa del
Presidente François Hollande iba a ser el mayor fenómeno editorial del año en
materia de libros “de actualidad política”, Le suicide
français del polemista Éric Zemmour acabó con esa esperanza.
El libro, incisivo y apasionado,
es un éxito de ventas. Con una fuerte campaña publicitaria de por medio, la
obra ha resultado ser tan amada como odiada, generando una verdadera grieta entre quienes
coinciden con Zemmour y quienes disienten con él. Al autor algunos lo acusaron
de ser un incendiario extremista y, por ello, le regalaron toda clase de epítetos
peyorativos; sin embargo mucha otra gente lo ha visto como la única
voz con vocación constructiva en el actual desierto de ideas.
Más allá de la discusión sobre el
contenido de Le suicide français –el cual, en
el fondo, no es más que una oda nostálgica a la Francia de Charles de
Gaulles–, lo que principalmente produjo la obra de Zemmour fueron fricciones en
el mundo mediático. En efecto, los medios masivos de comunicación juegan un
juego sórdido: exhiben a Zemmour vindicando a un universo ideológico al que se
lo creía muerto, cuando han sido ellos quienes más hicieron por demoler lo que
Zemmour defiende. Y lo curioso es que el escritor, solo contra todos, ha resistido
con gran compostura el ataque de sus incontables detractores, justo igual a
como lo haría un toro al que no le toca aún su turno frente al estoque. El
conformismo mediático encontró así a su perfecta antítesis, lo que se tradujo
en masivas manifestaciones de simpatía hacia Zemmour y sus ideas (en un sondeo de opinión publicado por Valeurs actuelles se sugirió que
el 76% de los franceses piensan que las acusaciones de “racista” que caen sobre
muchas personas suelen ser gratuitas, el 62% cree que la nación francesa está
en vías de extinción a causa de la mundialización, la inmigración y el
multiculturalismo, el 56% asegura que el Islam no es compatible con la República , y el 45% considera
como un dato real que la mayor parte de los narcotraficantes detenidos en el
Hexágono son negros o árabes, ideas todas sostenidas y divulgadas por el tal
Zemmour).
Deconstruir a los
deconstructores
Le suicide
français bien podría titularse “El deber
de la memoria”. El libro comenta unos ochenta episodios que tuvieron
lugar en el periodo que va desde 1970 hasta 2007. El objetivo del autor es
denunciar que el presente de Francia ha sido enteramente diseñado durante mayo
de 1968 bajo tres luceros: “Dérison, Déconstruction, Destruction” [Ironía,
Deconstrucción, Destrucción].
Los “revolucionarios” de Mayo del
68 no llegaron a tomar el poder político, pero, para Zemmour, han hecho un
trabajo cultural fundamental para minar las bases de la sociedad tradicional,
dando paso al “universo líquido” en el que actualmente se vive: así han
trivializado a la familia, a la nación, al trabajo, y a la escuela. Salvaron al
Estado, pero sólo para destruir a la Sociedad.
La culpa política
Cada uno de los momentos
históricos evocados por Éric Zemmour en su libro ilustran la evolución
ineluctable del Mayo del 68. Poco importa si Francia estuvo gobernada por la
derecha o la izquierda, la política casi nada ha hecho para interferir en la
creación de la ideología que actualmente domina al Hexágono. De este modo
Zemmour parece sumarse a la pléyade de analistas (un grupo bastante
heterogéneo, que va desde Jean-Claude Michéa a Paul-François Paoli) que
postulan la existencia del “UMPS”, el partido único del régimen falsamente
democrático.
Le
suicide français no presenta al triunfo del Mayo del 68 como una
conspiración inteligentemente orquestada a lo largo de los años; por el
contrario, el texto habla más bien de la progresiva renuncia de los políticos
–especialmente de los políticos centroderechistas– al combate de ideas. La
suerte que sufre Francia desde 1970 es un producto de ese abandono.
La obra de Zemmour expone la
existencia de una maquinaria político-mediática que operó con gran fuerza para
denigrar y demonizar a todos aquellos que hubiesen presentado motivos válidos
para mostrarse desconfiados de los cambios de la sociedad. Si la izquierda pudo
presionar con el tema del matrimonio homosexual en 2013 es porque, desde
mediados de la década de 1980, el poder gay comenzó a consolidarse con la
complicidad de personalidades del mundo del espectáculo, muchos de ellos
humoristas (v. gr. Thierry Le Luron, Coluche, Yves Mourousi, Serge Gainsbourg),
por lo que no fueron confrontados seriamente, permitiéndoles así instalar ideas
subversivas en el imaginario popular sin generar demasiado debate en torno a
ello.
Y si la falta de clarividencia es
cuestionable, la falta de coraje –para Zemmour– será imperdonable. El principal
problema con la casta política francesa vendría a ser su falta de reactividad.
El pacto entre izquierda y derecha habría sido catastrófico: la izquierda
renunció a sus propuestas en materia económica para aceptar el capitalismo
global, a cambio de dominar el campo cultural, penetrando en los sindicatos, en
el mundo de la educación, en las escuelas de tecnócratas, en los medios masivos
de comunicación, en el universo de los ecologistas, y en las constelaciones de
intelectuales (quienes, hoy por hoy, sólo pueden elegir entre ser de izquierda
o no ser). Los Derechos Humanos y el Progreso infinito son la ideología del
actual Estado francés, así como los principios del comunismo fueron la
ideología del Estado soviético organizado desde Moscú o las doctrinas del fascismo
fueron la ideología del Estado italiano fundado en Saló.
Amigos y enemigos
La revista L’Express publicó un artículo tendencioso en el que se preguntaba
si acaso Le suicide français ha eclipsado a
los libros de crítica de la actualidad nacidos desde plumas izquierdistas. Es
que cerca de la misma fecha en que la obra de Zemmour salió a la venta, Insoumise de la ex-Ministra Delphine Batho
llegó a las librerías. La obra de Batho no vendió ni mil ejemplares. ¿Ello se
debió a que no hay público en la
Francia de hoy para libros de socialistas que critican al
gobierno? Claro que no: la obra De
l’intérieur. Voyage au pays de la désillusion de Cécile Duflot, otra
ex-Ministra, vendió casi cuarenta mil ejemplares este año. ¿La razón? El libro de Duflot fue publicado
en agosto, y se conjugó bastante bien con aquel libro de Madame Trierweiler que
también contaba desde adentro lo que es el fracaso del Partido Socialista bajo la conducción de
Hollande (cuando la gente llegaba a las librerías en busca de Merci pour ce moment y se encontraba los
carteles anunciando que estaba agotado, aprovechaban la visita para llevarse
consigo otras obras redactadas ácidamente en contra del Presidente).
También el diputado socialista Claude
Bartolone sufrió la desgracia de intentar emerger en el campo editorial justo
cuando la pesada sombra de Zemmour se imponía. Su libro Je ne me tairai plus prometía ser polémico, ya que el actual
presidente de la Asamblea Nacional
–vale decir uno de los hombres más importantes del parlamento francés– exhortaba
a realizar una reforma radical del actual régimen político. Sin embargo su
propuesta no encontró prácticamente ningún eco, pese a toda la inversión en
publicidad que la editorial Flammarion realizó en las semanas previas a su
lanzamiento.
Pero quien más se ha lamentado
por el destiempo ha sido Jean-Luc Mélenchon. El gran líder del Front de Gauche
publicó L’ère du peuple con la
esperanza de que su obra repitiese el enorme éxito que Qu’ils s’en aillent tous ! había cosechado en 2010. Empero
mientras la segunda vendió más de ciento ochenta mil ejemplares en una cuantas semanas, la primera
apenas ha superado los cinco mil en un mes.
Sea cierto o no que Le suicide français le costó el éxito a los libros
de Batho, Bartolone y Mélenchon, nadie puede negar que el libro de
Zemmour poco tiene que ver con esas obras. Los autores izquierdistas coinciden
con el polemista en eso de criticar a la casta política contemporánea por su
ceguera ante los problemas del pueblo, pero difícilmente compartan todo lo otro
acerca de que la inmigración y multiculturalidad sean un auténtico problema. En ese sentido, Le suicide français tiene parientes más
cercanos: Les traites
négrières de Olivier Pétré-Grenouilleau, Le déni des cultures de Hugues Lagrange, Les yeux grands fermés de Michèle Tribalat, Le Grand Remplacement de Renaud Camus, y el reciente La France périphérique de Christophe Guilluy.
Muchos han querido ver en el
panfleto de Zemmour a una versión simplificada de L’identité malheureuse, un ensayo que Alain Finkielkraut publicó el
año pasado. Este libro, al igual que Le suicide
français, reflexiona acerca del mestizaje, el laicismo, la diversidad y el
feminismo, pero su tono es más solemne, y sus referencias son más cultas (el
texto está atravesado de citas y alusiones a Alexis de Tocqueville, Charles
Péguy, Emmanuel Lévinas, Claude Lévi-Strauss, François Furet, Simone de
Beauvoir y Joan Scott entre tantos otros). Zemmour, por el contrario, recurre a
la cultura popular y expone cómo ésta ha estado siendo penetrada por la
corrección política que, hoy en día, es el dogma de fe de Francia.
Así, por ejemplo, la
canción “Les divorcés” de Michel Delpech es interpretada como una oda a la
destrucción de la familia, en tanto que la película antiracista Dupont Lajoie es vista como una obra que
hace apología del racismo “anti-blanco”, y la serie televisiva Hélène et les Garçons es acusada de
haber sido un instrumento útil para la castración de la virilidad espiritual de
los jóvenes franceses. También hay un recordatorio de la vez en que el propio
de Gaulle afirmó que si se producía la integración de Argelia con Francia, la
ciudad en la que él tenía su famosa mansión –la célebre
Colombey-les-Deux-Eglises– terminaría reemplazando a las “dos iglesias” de su
nombre por “dos mezquitas”.
La cuestión judía
Una de las discusiones que Le suicide français desencadenó tuvo como eje al
antisemitismo. Más allá de la crítica despiadada al Conseil Représentatif des
Institutions Juives de France (CRIF), o a su vocero más famoso, Bernard-Henri
Lévy, el libro de Zemmour –quien es judío– intenta desestigmatizar a la Francia de Vichy, es decir
al régimen nacionalista que gobernó al Hexágono entre 1940 y 1944, justo los
años en los que los ejércitos alemanes y los políticos nazis ocuparon el país.
Concretamente Zemmour señala que
la demonización de los colaboracionistas sólo ha servido para que, cada vez que
se intente cuestionar la presencia de árabes o negros en Francia, se lo acuse a
uno de querer ser uno más de aquellos que apoyaron a Vichy (y, por contagio,
también a los nazis). Lo osado del polemista es que se atreve a criticar al
historiador Robert Paxton, un académico norteamericano que en 1972 publicó el
famoso Vichy France: Old Guard and New Order, un libro en
el que denunció que el régimen de Vichy no fue un ejemplo de “resistencia
pasiva” a la barbarie nazi –que era lo que sostenían, entre otros, autores como
Robert Aron– sino que, por el contrario, estuvo caracterizado por su fervoroso
deseo de llevar a la Revolución Nacional
hacia el sendero del nacionalsocialismo alemán. El texto se tradujo en Francia
en 1973 y causó un gran revuelo, debido a que las conclusiones de Paxton se
apoyaban en documentos oficiales del Estado alemán que había podido consultar
gracias al convenio que había logrado la Universidad de Columbia con el gobierno de Alemania.
Desde entonces, Paxton se convirtió en un referente de la generación del 68,
alimentando sobre todo sus impulsos parricidas.
En 1981 nuevamente Paxton creó
una gran polémica al publicar Vichy et les
Juifs junto con Michaël R. Marrus, una investigación en la que se aseguraba
que no sólo el gobierno del Mariscal Philippe Pétain había trabajado para
atacar y exterminar a los judíos de Francia, sino que además la mayor parte de
la ciudadanía del país habría acogido con gran satisfacción esa decisión. Semejante
tesis fue criticada y refutada en numerosas ocasiones desde la publicación del
libro, habiendo sido la obra Vichy et la Shoah (2012) de
Alain Michel uno de los últimos ejemplos.
Zemmour sigue a Michel para
sostener que, en lugar de haber perseguido a los judíos franceses, el régimen
de Vichy hizo todo lo posible para salvarlos, al indicarles a los nazis que
ellos no permitirían que se deporten ciudadanos franceses de raza y/o religión
judía (una traba en la política antijudía nazi que estos personajes no
encontraron en otros países). A raíz de ello tanto Paxton –arraigado en
Francia– como Michel –arraigado en Israel– han reaparecido en la mediósfera
para hablar con pasión sobre algo que pasó hace 70 años atrás.
La
rebelión de los reaccionarios
El éxito de Zemmour está
directamente vinculado a su habilidad para no salirse del cómodo espacio del
centro político. Es decir, es evidente que el polemista tiene una notoria
inclinación hacia la derecha, pero en ningún momento cae en la tentación de llegar
hasta el extremo. Por ello Jean-Marie Le Pen lo ha elogiado efusivamente, pero
Zemmour no ha realizado ningún tipo de gesto para agradecerle sus palabras
(algo curioso en su libro de más de 500 páginas es que casi no aparecen
referencias al Front National). Entonces, dentro del sistema partidocrático,
Zemmour es sólo un reaccionario que ha entrado en rebeldía.
Erraría mucho el que considerase
a Zemmour como un anticapitalista: si bien este autor desprecia al
neoliberalismo por salvaje, se declara partidario de un liberalismo social,
pues su modelo político, además de Charles de Gaulle, es Napoleón I.
Para lamento de quienes aborrecen
a Zemmour, se puede asegurar que no hay ni resistencia al Nuevo Orden Mundial
ni propuestas neofascistas en Le suicide
français. Tan sólo hay un repudio nostalgioso hacia una época: la actual. Así
como los reaccionarios de fines del siglo XVIII culpaban de todos los males del
mundo a la Revolución
de 1789, Zemmour, desde el siglo XXI, hace lo mismo pero sindicando a las
revueltas estudiantiles de mayo de 1968 como fuente de los conflictos del
presente. Y así como antaño se acusaba a los protestantes, a los masones, a los
judíos y a los metecos de estar coaligados para destruir la grandeza de
Francia, hoy Zemmour denuncia que la misma tarea la llevan a cabo las feministas,
los musulmanes y los gays que, con la complicidad de la casta política en el
poder, ejercen una “tiranía de las minorías” que se ha vuelto incuestionable.
En 1968 se produjo el ascenso al poder de aquellos
que en Francia se denominan “bobos” (la palabra es una contracción de “bourgeois
bohème”). Amantes de Canal +, lectores de Libération, esta clase
media secularista y progresista se convirtió en la guardiana del moralismo
contemporáneo. De haber sido una fuerza socialmente revolucionaria, en unas
pocas décadas pasaron a convertirse en elementos de funcionamiento del sistema,
cumpliendo el rol de los rebeldes (la rebeldía, como ha sugerido Marcel
Gauchet, es el estado infantil del cambio social, por lo que si ésta se
convierte en un fin y no un medio, deja de ser peligrosa y pasa a funcionar
como una simple válvula de escape, útil para aliviar tensiones y permitir con
ello mantener vigente al status quo, sólo que con un nuevo
maquillaje). Hoy en día, con el progresismo convertido en koiné, les
toca a los reaccionarios ponerse la máscara de rebeldes y agitar a los
fantasmas. El reaccionario de hoy, será el bobo de mañana.
* Zemmour, Éric. Le suicide français. Albin Michel, París, 2014, 22.90 €
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