domingo, 9 de enero de 2011

La colonización publicitaria

En el año 2007 una reforma al Código de Patrimonio habilitó a los directivos de edificios públicos a colocar publicidades sobre sus fachadas para cubrir la realización de obras de refacción. Se pretendía que ello sirviese para proteger al público del costado desagradable de la conservación de la magia, al mismo tiempo que les inyectaba a las instituciones correspondientes una buena suma en sus presupuestos. A partir de entonces, de una manera lenta pero sostenida, han empezado a florecer carteles cada vez más voluminosos sobre los tesoros arquitectónicos de París.
La contaminación visual no es muy celebrada por los franceses. Es por ello que las últimas dos grandes campañas publicitarias sobre edificios públicos recibieron violentas críticas por parte de la ciudadanía. Nos referimos a lo que hicieron las reconocidas empresas H&M y Chanel sobre la Ópera Garnier y el Museo de Orsay respectivamente.
La abrumante presencia de la firma sueca sobre el palacio de estilo neobarroco generó una polémica que, si bien no fue tan feroz como aquella vez en que acusaron a Marc Chagall de profanar la armonía del edificio, levantó numerosas desaprobaciones. La excusa de que la mancha publicitaria no iba a tener carácter perenne redujo decibeles, pero no por ello anuló a los repudios.
Y cuando a las quejas aún se las escuchaba arder, el Museo de Orsay amaneció con un enorme cartel –aunque, a decir verdad, considerablemente más pequeño que el de la Ópera Garnier– en el que se ve una botella de perfume Chanel hecha con más de un millar de enormes lentejuelas, digna obra de Karl Lagerfeld.
La trivialización de una normativa tendiente a suplir las reducciones presupuestarias del Estado francés obliga a la sociedad del Hexágono a replantearse los límites entre ciudadanía y consumo, y simultáneamente ensancha el campo de discusión y de debate más caliente en la Francia de la última década: la identidad.

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