La victoria del Front National en las últimas elecciones para el Parlamento Europeo conmocionó a Francia. Este hecho (es decir el control del sistema por un partido antisistema) prácticamente obligó a los políticos y politólogos franceses a intentar comprender y explicar aquello que tanto los inquieta y preocupa. Muchos han coincidido en sostener que en realidad no es que el FN haya triunfado, sino que lo que ha sucedido ha sido más bien que los demás partidos perdieron la oportunidad de recomponer un escenario que ellos mismos han destruido.
Fuimos todos
Mehdi Ouraoui, un joven afiliado
al Partido Socialista, es uno de esos personajes que se han animado a aventurar
una hipótesis acerca del éxito del Front National: toda Francia es responsable
de que el odio crezca, las divisiones se multipliquen, y la falta de compromiso
se imponga, por ello los Le Pen han vencido.
Ouraoui, en su ensayo Marine Le Pen, notre faute, no sólo se
lamenta por el ascenso del FN –a quienes acusa, con poco fundamento, de vender
un plan económico irrealizable–, sino que trata de dibujar un retrato severo
pero realista de la sociedad francesa y sus ineptos dirigentes.
A la casta política que desde
hace treinta años reina sobre el país, Ouraoui la acusa de no tener más
ambición que vivir en el día a día sin proyectar nada acerca del porvenir. Le
atribuye esta miopía al hecho de que se han convertido en meros gerentes del
poder económico, el cual impone, según sus ritmos, la agenda de debate
político. Aunque Ouraoui es más ácido contra la centroderecha, a la
centroizquierda a la cual pertenece también la critica por haber prometido
mucho, haber generado grandes esperanzas y haber fracasado en eso de promover la Libertad , la Igualdad y la Fraternidad (el autor
agrega también “la Laicidad ”
a la hendiatris). Como los izquierdistas, según su opinión, son los únicos que
verdaderamente quieren una sociedad menos conflictiva y más equitativa,
entonces su actual naufragio implica la desintegración rápida y violenta de la República.
Como buen pichón de político,
Ouraoui hace un montón de propuestas: renovar la dirigencia, poner al capital
al servicio de las personas, expandir la austeridad estatal, mejorar la
educación para que ésta ayude al ascenso social, y combatir al fundamentalismo
religioso, especialmente al islámico. Por momentos parece un indignado de la
escuela de Stéphane Hessel, aunque en realidad está alineado al jospinismo (o a
lo que queda de eso) y ve en Manuel Valls y su deseo de convertirse en el nuevo
Tony Blair la causa principal de la pérdida de identidad por parte del
socialismo.
* Ouraoui, Mehdi. Marine Le Pen, norte
faute. Essai sur le délitement républicain. Michalon, París, 2014, 16 €
Abrir el debate
Aurélien Bernier es un intelectual independiente pero de notoria
orientación izquierdista. Feliz por el retroceso electoral del Partido
Socialista y de la Unión
por un Movimiento Popular, pero preocupado por el ascenso del Front National,
escribió un libro que nace de la pregunta “¿por qué la gente descontenta con
los partidos tradicionales ha votado a la ultraderecha y no a la
ultraizquierda?”.
La gauche radicale et ses tabous, la obra de Bernier, comienza
señalando que, salvo en Grecia, el resto de Europa atraviesa por un proceso político
similar al francés, en el cual las fuerzas de ultraderecha (el UKIP británico,
los Demócratas Suecos, el Partido Popular Danés, etc.) o las fuerzas
sospechosamente populistas (como, por ejemplo, es el caso del partido de Beppe
Grillo en Italia) reciben más adhesiones que las organizaciones de izquierda.
Ante este escenario Bernier, en lugar de acusar a los europeos de haberse
convertido en unos retrógrados, opta por hacer autocrítica.
Para lograr su objetivo, el autor
de La gauche radicale et ses tabous analiza
el discurso cotidiano de la ultraizquierda, y encuentra algo que le resulta
chocante: entre los ultraizquierdistas hay una facilidad para declararse
“anti-fascistas” y confundir épocas, favoreciendo con ello a la negación del
sentimiento nacional. Odiar a la nación, según Bernier, no sirve para evitar el
triunfo del nacionalismo totalitario, sino que más bien equivale a promover un
internacionalismo que resulta estéril para el político de ultraizquierda, pues
ello lo lleva a alejarse de aquel ciudadano con derecho a voto que habita en el
suelo francés y que le interesa su futuro y el de sus hijos (pese a esta
juiciosa observación, el propio autor llega a calificar peyorativamente al FN
de “nacional socialista”, evitando así hacer un análisis profundo del discurso
nacionalista que últimamente tanto ha persuadido al electorado de
Francia).
Bernier estudia la campaña
presidencial de 2012 del Front de Gauche (una coalición encabezada por el Partido
Comunista Francés que, actualmente, representa a la cuarta fuerza partidaria en
el Hexágono) y detecta tres contradicciones que le quitan vitalidad y veracidad
a sus propuestas: se declaran anticapitalistas pero no promueven el
proteccionismo nacional como antídoto contra el librecambio globalizado, buscan
construir una Europa alternativa pero no renuncian a la comodidad del actual
orden jurídico y monetario de la Unión
Europea , y dicen querer recuperar la soberanía popular pero
desprecian al concepto de Nación. En estos ejes estaría la explicación de por
qué a la indignación que provoca la crisis contemporánea del capitalismo la ha
capitalizado mejor el Front National que el Front de Gauche.
Más allá del análisis –acertado o
no– sobre la actualidad de la ultraizquierda, hay otras cosas interesantes en La gauche radicale et ses tabous. Una de
ellas es la tesis de que la Unión Europea ,
una “entidad neoliberal”, habría nacido de la mente de Friedrich Hayek. Esto no
es correcto: si bien no es enteramente falso que el calificativo de
“neoliberal” describa a la Unión Europea ,
si resulta errado sostener que Hayek fue el inventor del concepto, cuando en
realidad Eugene Fama, Thomas Sargent y Robert Lucas Jr. han influido más en
este aspecto.
Otro tema interesante se
encuentra en uno de los apéndices en donde se estudia la evolución del voto al
PCF. El retroceso de los comunistas en muchos distritos acosados por el
desempleo (y el consiguiente crecimiento del FN en esos territorios) sugiere
que los nacionalistas han dejado de ser una opción de protesta para convertirse
en una propuesta legítima de gobierno. Bernier insinúa que como antaño el PCF
vendía una idea totalitaria (el sovietismo) que la gente compraba gustosa, hoy
en día, con el Front de Gauche apoyando al europeísmo democrático en su lugar,
esos viejos adherentes a la ultraizquierda han encontrado en el totalitarismo
del Front National aquello con lo cual identificarse.
La gauche radicale et ses tabous pretende también indagar sobre el
tema de la soberanía popular, pero su autor se limita a percibirla como un
efecto de la Revolución Francesa ,
ignorando toda la historia anterior de Francia que, justamente, da nacimiento
al pueblo y a la nación francesa. Ese elogio a la Nación acompañado de un
desconocimiento de su origen y evolución muestra que Bernier también hace lo
que le critica a los ultraizquierdistas: temer coincidir con el Front National.
* Bernier, Aurélien. La gauche
radicale et ses tabous : pourquoi le Front de Gauche échoue face au Front National.
Seuil, París, 2014, 16 €
La izquierda unida
Robert Hue es un senador
francés que apoya al gobierno de François Hollande, pese a no pertenecer al
Partido Socialista. Como Maurice Thorez, Waldeck Rochet o Georges Marchais, Hue
fue líder del Partido Comunista Francés. Pero, a diferencia de ellos, su
ascenso se produjo cuando la URSS
ya había dejado de existir (fue máximo referente del comunismo entre 1994 y
2001), y no pudo gozar de los beneficios de ser un embajador y comisario
moscovita.
Durante su liderazgo, el PCF
experimentó la decadencia. En 1995, Hue publicó Communisme : la
mutation. El libro era un argumento a
favor del aggiornamiento de su
partido. Anunciaba que, a partir de ese momento, la estrategia del PCF
incluiría la apertura a la colaboración con otros partidos y el abandono de
ciertas doctrinas marxistas clásicas que se habían vuelto incómodas para un
mundo sin Muro de Berlín. Informaba también que si bien el PCF no se iba a
democratizar, al menos se le iba a facilitar el acceso a puestos dirigenciales
a muchos afiliados (jóvenes y viejos) que coincidiesen con las nuevas
directivas.
En 1997 se produjo la famosa
tercera cohabitación de la V º
República, lo que significó que el socialista Lionel Jospin llegó al puesto de
Primer Ministro, pese a que el conservador Jacques Chirac era el Presidente. Jospin
convocó a todas las fuerzas de izquierda a armar una coalición que lo apoyase,
y así nació la Gauche Plurielle ,
la cual tenía un manifiesto –Pour une
nouvelle gauche, libro de 1996– cuyo autor era Jean-Christophe Cambadélis. Cambadélis
era un dirigente que, como Jospin, había migrado del trotskismo al socialismo.
A principios de la década de 1990 este sujeto alcanzó fama nacional por haber
organizado el Manifeste contre le Front National, una organización cuyo único
objetivo era exigir la unificación de la izquierda para que el FN no
conquistase el poder. En Pour une
nouvelle gauche, Cambadélis sostenía la necesidad de sintetizar a las
diversas corrientes de izquierda en un único movimiento, que luchase contra el
desempleo, promoviese la ampliación de derechos para las minorías, protegiese
el medio ambiente y mejorase el acceso a la salud y a la educación.
Hacia fines de 1998, los
miembros de la Gauche Plurielle
sabían que su alianza no iba a llegar lejos, por lo que empezaron a
multiplicarse las discusiones internas y los desencuentros entre dirigentes
socialistas, comunistas y verdes. Hue, en 1999, publicó Communisme : un nouveau projet, un texto en el que pretendía despegarse
del fracaso de Jospin pero sin plantear nada muy diferente a lo que había
planteado el líder del PS. La única diferencia que parecía haber entre el
comunista Hue y el socialista Jospin era que uno afirmaba que haría bien lo
mismo que el otro había hecho mal. En 2002, Hue fracasó rotundamente como
candidato del PCF a la presidencia de la república y luego fue acusado de haber
malversado los fondos de campaña, lo que aceleró su desafiliación definitiva
del partido que lideraba.
En la actualidad Hue
encabeza la fuerza política que el mismo fundó: el Movimiento Unitario
Progresista (MUP). Preocupado –como buen izquierdista– ante el avance del FN,
Hue escribió Les partis vont mourir... et
ils ne le savent pas !, un libro en el que llama a reestructurar a la
izquierda francesa para evitar que Marine Le Pen llegue al poder.
El texto de Hue, claro, casi
no menciona al Front National. Es lógico: no quiere que su propuesta sea
interpretada como un intento agónico para evitar la catástrofe, porque le gusta
más presentarse como el promotor de un nuevo movimiento que hará historia, es
decir como un artífice del progreso.
Les partis vont mourir... et ils ne le savent pas ! lamenta que tanto el PS como el PCF se hayan convertido en
instrumentos electorales y no en espacios para canalizar el compromiso: por
ello a los afiliados de uno y otro partido sólo les interesa ganar elecciones
para oficiar de administradores del Estado, y no para motorizar una serie de
cambios económicos y sociales que impulsen la igualdad entre los habitantes de
Francia.
Hue ve al PCF como una
organización piramidal que, si bien ya no revindica formalmente al modelo
soviético, en la práctica sigue comportándose como si así fuese. El PS, por
otra parte, es denunciado como una iniciativa reformista que ha ido perdiendo
todo impulso hasta devenir custodio de los intereses de los capitalistas más
poderosos del país.
Como superación de esta
dicotomía decadente, Hue propone la vía del “progresismo”: unificar a la
izquierda para horizontalizarla, apostar –sin el temor a chocar en contra del
actual capitalismo– a la transformación positiva que las nuevas tecnologías de
la información y la comunicación pueden lograr en el mundo contemporáneo,
alejar a Francia de Europa y acercarla al Tercer Mundo (especialmente a
África), y trabajar fundamentalmente en torno a la imposición de una agenda
ecológica y social.
Lenin, en el libro ¿Qué
Hacer? (1902), teorizó acerca de lo que debía ser un partido de comunistas.
Lo que el autor ruso proponía en esa oportunidad era crear una estructura
autoritaria, controlada por una jerarquía de “revolucionarios profesionales”,
cuyo objetivo fuese ayudar a los obreros a desarrollar una conciencia
socialista; a su vez repudiaba la posibilidad de la espontaneidad individual en
el seno de dicho partido, y sostenía que su organización interna debía
asemejarse a la de un cuerpo militar. Cuando se produjese una revolución, los
miembros de este partido –una vanguardia iluminada– podrían dirigirla,
dotándola de organización, estrategias y tácticas que permitiesen el triunfo
definitivo del proletariado en contra de la burguesía.
Hue fue criado en ese leninismo, sin embargo hoy en
día, ante el FN (que es algo así como el partido más exitoso de la Francia actual), sostiene
que lo que se debe de hacer es más o menos lo contrario a lo que Lenin alguna
vez sostuvo. Los partidos, según su opinión, están en vías de extinción
precisamente por asemejarse al modelo leninista, y en lugar de reconstruirlos
deben ser exterminados para ser sustituidos por alianzas democráticas de
ciudadanos cuyos intereses coincidan.
* Hue, Robert. Les partis vont
mourir… et ils ne le savent pas ! L’Archipel, París, 2014, 18 €
Los caminos que conducen al pueblo
Los caminos que conducen al pueblo
Es innegable que la alianza entre la izquierda y los
sectores populares se ha roto, y por ello el Front National ha conseguido
imponerse. Actualmente hay dos explicaciones que circulan sobre el asunto: una
sostiene que las poblaciones pauperizadas han encontrado en el racismo y la
xenofobia la posibilidad de manifestar su malestar socioeconómico; la otra
versión, en cambio, sugiere que no fue el pueblo el que rompió la alianza, sino
que ello fue obra de la izquierda, la cual, a partir de 1983, ha ido tornándose
cada vez más afín a una burguesía liberal. Jean-Claude Michéa abona esa última idea.
La tesis no es nueva en el pensamiento de Michéa. En Impasse Adam Smith (2002) Michéa
sostiene que fue el Caso Dreyfus lo que unificó al socialismo con el
progresismo y marcó el inicio del declive izquierdista en Francia, ya que los
obreros crearon una alianza con aquellos que treinta años antes se habían
dedicado a fusilar a los comuneros que tomaron París por dos meses y medio; en L’empire du moindre mal (2007), obra elogiada
por los defensores de la décroissance,
el argumento es que el progresismo es un cuerpo extraño que el liberalismo ha
insertado en el corpus socialista hasta terminar fagocitándolo (el libro es
contemporáneo de Le divin marché de Dany-Robert
Dufour, texto que afirma más o menos lo mismo); Les mystères de la gauche (2013) denuncia finalmente que la izquierda se ha
convertido en la hermana gemela de la derecha, y que el maquillaje que usa para
encubrir ese hecho es insuficiente. Ahora, como lo atestigua La Gauche et le
Peuple, Michéa cree ver en la unión de la izquierda en contra de Marine Le
Pen a la repetición del frente que defendió a Dreyfus y que condenó al fracaso
político a su sector. Pero en lugar de lamentarse por el eterno retorno de lo
mismo, propone en su lugar transformar el destino liquidando de una vez por
todas ese vínculo antinatural entre sectores sociales, para que el pueblo deje
de ser visto como un mero instrumento que permite el acceso al poder y pase a
ser visto como un fin que el administrador del Estado debe custodiar.
Lo curioso de La Gauche et le
Peuple es que el mismo libro contiene la respuesta a lo que el socialista
renegado Jean-Claude Michéa plantea. Claro que no la escribe él,
sino que esa tarea recae sobre Jacques Julliard, un periodista integrante de la
casta mediática parisina (la obra es como un intercambio epistolar entre los
dos hombres).
Julliard, a
diferencia de Michéa, sostiene que la alianza entre los sectores populares y la
burguesía laicista y progresista fue el gran acierto de la política de fines
del siglo XIX, y que el fracaso posterior que experimentó esa posición fue por culpa
de la Revolución Bolchevique ,
la cual fisuró internamente a un poderoso movimiento y le quitó unidad y empuje
a su avance –tal argumento ya está presente en Les gauches françaises.
1762-2012, un libro anterior de Julliard.
Para frenar el
triunfo del FN, Julliard propone renovar el pacto entre el pueblo trabajador y
la burguesía demócrata, pero sin recurrir a líderes carismáticos para no
terminar ubicando a una pandilla salvaje en los puestos de poder.
A Michéa el
periodista le reprocha que idealice al pueblo como último y único bastión de la
lucha contra el capitalismo. En contra de ello, Julliard propone algunas
reformas concretas para llevar al pueblo al poder: nacionalizar el sistema de
crédito, limitar los mandatos electivos de los políticos (para evitar la
formación de castas), y aprender de los errores históricos para no volver a
cometerlos.
La Gauche et le Peuple expone las diferencias quizás insalvables entre el extremista Michéa y el reformista Julliard. Pero es valiosa la honestidad intelectual de ambos autores, quienes en lugar de patalear indignados intentan esbozar reformas pragmáticas y/o radicales para resucitar a una izquierda que se ha convertido en gerente del capitalismo y enemiga de la democracia.
* Julliard, Jacques y Michéa, Jean-Claude. La Gauche et le Peuple. Flammarion, París, 2014, 19,90 €
El ciego que no quiere ver
Así como muchos izquierdistas han
organizado un brainstorming para
rearmar su espacio ante el ascenso del Front National, también hay otros que
permanecen insensibles ante el presente. Tal es el caso de Dominique Villemot,
quizás el último de los “hollandeses”.
François Hollande tuvo que
padecer dos huracanes este año: el “Huracán Marine Le Pen”, que terminó con la
lideresa nacionalista proponiendo una cohabitación en la que ella sería Primer
Ministro, y el “Huracán Válerie Trierweiler”, que arrasó con la poca imagen
positiva que le quedaba. A raíz de ello, defender al sujeto y a su gestión es hoy
en día una misión casi imposible. Sin embargo Villemot parece sentirse cómodo
en el rol de combatiente por las causas perdidas.
Antiguo compañero de promoción del
Presidente en la École Nationale d’Administration (ENA), este abogado escribió
un libro alucinante: La gauche qui
gouverne, que es algo así como el “pequeño libro rojo” del que desprecia a
los sin dientes.
De Villemot se ha dicho que
colaboró con la redacción de Le rêve
français (2011) y Changer de destin
(2012), dos libros publicados bajo la firma de Hollande, ya que, de hecho,
Villemot sería uno de los que les escribe los discursos. Por tanto este autor
conoce más que bien la fraseología del Presidente. Y ello queda de algún modo
atestiguado en su libro, el cual –en más de una ocasión– intenta conectar a
Hollande con el panteón socialista francés, demostrando que, por ejemplo,
cuando él habla sobre la juventud lo hace retomando conceptos de Jean Jaurès, o
cuando departe sobre investigación y desarrollo se oye el eco de Pierre Mendès
France.
La apología de Hollande que hace
Villemot es una épica lánguida, ya que es imposible encontrar en el gobierno
del actual Presidente un momento de sublimidad. Se trata, por tanto, de la
supuesta biografía de un socialdemócrata irreducible, alguien que –con la
templanza de los grandes hombres– se mantiene en el centro, sin inclinarse
hacia el altermundialismo ni hacia el liberalismo social, es decir sin
atrincherarse en la izquierda ni tentarse con la derecha.
A la hora de hablar de política
exterior, Villemot asegura que Hollande ha optado por desviarse de la
estrategia gaullista que, mal que mal, Francia prolonga desde hace más de 40
años. Es que, en el fondo, el Presidente sería un pacifista que no quiere utilizar
el poderío francés para sacar ventajas ante las naciones hermanas del mundo. Así
de justo sería el amante de Julie Gayet.
Con respecto al infame eslogan
“mi verdadero enemigo es el mundo de las finanzas” –lo que fue interpretado
como una declaración de guerra a los usurócratas y como el anuncio del triunfo
de la redistribución de las riquezas–, Villemot sostiene que fue un desliz
demagógico, propio de las campañas electorales. Aquí el autor no tiene más
remedio que reconocerle un error a Hollande, ya que si hay algo que no ha sido
atacado por los socialistas en estos últimos dos años eso ha sido el
capitalismo financiero. De todos modos Villemot reconoce que los problemas
económicos de Francia tienen su causa en una Europa controlada egoístamente por
Alemania, por lo que señala que Angela Merkel es uno de los rivales más
peligrosos del buen Hollande, quien estaría piloteando con extrema paciencia a
un barco que, en medio de la tempestad, avanza centímetro a centímetro hacia su
salvación. Y para probar ello el autor, con el estilo de tecnócrata que le
enseñaron en la ENA
ochentista, utiliza toda clase de cifras estadísticas. Como los números son
–según su opinión– tan contundentes, se sigue que todo lo que ha decidido hasta
ahora el Presidente no es más que un acierto. En el último capítulo, de hecho,
llama “hollandenomics” a todas las políticas económicas de Hollande, como si el
Presidente estuviese dejando una huella (como la que dejaron Ronald Reagan o
Shinzo Abe) que próximamente hará escuela. Y anticipa que, de seguir por el
mismo rumbo, en 2017 el pueblo francés clamará por la reelección de Hollande.
Insólito.
Lo que sorprende es que a lo
largo de La gauche qui gouverne no
haya una sola referencia al proyecto para legalizar el matrimonio entre homosexuales,
una de las pocas cosas que se podría contar como un triunfo histórico
motorizado por Hollande. ¿Será que Villemot puede ver lo que otros no, y no
está capacitado para percibir lo que es obvio para los demás?
* Villemot, Dominique. La gauche qui gouverne. Hollande, la République, la jeunesse, le progrès. Privat, Toulouse, 2014, 9,80 €
El empacho del pensamiento único
Pierre-André Taguieff no
suele decepcionar a sus lectores. Meticuloso e intelectualmente honesto, sus
descripciones y explicaciones suelen ser acertadas. Esta vez, Taguieff invoca
al diablo, pero al diablo político.
Si hay alguien que merezca
ser considerado el diablo de la política contemporánea francesa ese es el Front
National. Y esto es así no porque los hombres y las mujeres del FN practiquen
misas negras o busquen cultivar el mal, sino porque son tantos los que repudian
a los Le Pen que el partido que ellos comandan se encuentra profundamente
demonizado.
Taguieff ha escrito mucho
sobre el racismo promoviendo una perspectiva interesante: aprender sobre el
tema indagando acerca de las motivaciones del anti-racismo. En Du diable en politique, el sociólogo
hace algo parecido: estudia el lepenismo enfocándose en lo que los
anti-lepenistas dicen sobre él.
Al libro lo articula una
certeza: el anti-lepenismo existe, más que nada, para ocultar la falta de una
política social en la izquierda actual, la cual parece haberse convertido en
uno más de los voceros del capitalismo financiero. Hace treinta, veinte, diez
años atrás –al igual que hoy– ser de izquierda equivalía a ser anti-Le Pen.
Ello ha sido el acto ideológico por excelencia de aquellos que se consideran
representantes del izquierdismo. Poco importa si uno no se opone a los
imperativos del libre mercado, a la tecnocracia administrativa, a las
restricciones de la Unión Europea ,
etc., siempre y cuando uno manifieste su odio a Le Pen, entonces ya habrá
cubierto su cuota de izquierdismo. ¿Cuál ha sido el resultado de esto? Bruno
Latour, en octubre de 1996, lo indicó en un artículo publicado por Le Monde: “El único discurso político de
la Francia de
hoy es el del Front National”.
Aunque la afirmación de
Latour pareciese una hipérbole, no dejaba de ser cierta: en los últimos treinta
años las izquierdas, empachadas de pensamiento único, han abandonado la
reflexión. En lugar de articular respuestas para los problemas ocasionados por
la mundialización político-cultural y por la globalización socio-económica se
dedicaron a eructar su desprecio contra Le Pen.
Muchos recuerdan que Jean
Baudrillard, en 1997, señaló que la convergencia entre la izquierda y la
derecha para formar un gran centro partidocrático (lo que hoy en día se conoce
como la “UMPS”) se asemejaba a una “conjura de los imbéciles”: al aliarse para
cogobernar, lo único que los políticos franceses lograron fue eliminar a
Francia como motivación política, permitiéndole al Front National ser la única
fuerza interesada en abordar y discutir ese tema en particular. Taguieff ve a este
fenómeno como el mayor obstáculo para la reflexión ideológica, o, lo que es lo
mismo, como la banalización de la política.
El ejemplo más claro que el
sociólogo encuentra para ilustrar esa tesis es Christiane Taubira: si bien es
repudiable que gente afín al FN haya llamado “simia” a la Ministra de Justicia de de la República, al sostener ella que el FN se maneja con el guión de que “todos los negros deben estar sobre los árboles, los árabes flotando en el mar, los homosexuales ahogados en el Sena, y los judíos en los hornos” está homologando una idea paupérrima de lo político, pues convierte a las amenazas y a las injurias en armas simbólicas, y contribuye así a desatar una guerra civil verbal motorizada por el odio y el resentimiento.
Lo que sobrevuela el libro de Taguieff es la idea de que la sociedad francesa contemporánea se encuentra esclerosada, lo que la vuelve incapaz de pensar en su propio futuro; entonces lo más excitante en este mundo de estancamiento sería denunciar que el diablo no está en el poder, sino rondando en sus alrededores con la intención de atacarlo ante el primer descuido –más allá, claro, de que eso no sea cierto.
* Taguieff,
Pierre-André. Du diable en politique.
Réflexions sur l'antilepénisme ordinaire. CNRS Éditions, París, 2014, 22 €
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