miércoles, 15 de octubre de 2014

Modiano para las masas

El Premio Nobel entregado recientemente a Patrick Modiano sorprendió a los franceses. Cuando la Academia Sueca coronó en 2008 a Le Clézio, el impacto no fue el mismo: Le Clézio es una suerte de simpático boy-scout con inclinaciones literarias, o sea es alguien que celebra la diversidad de las culturas exóticas en un modo que resulta ideal como para darle una pincelada artística a un programa de educación cívica; dicho de otro modo, Le Clézio es un perfecto ganador del Nobel. Modiano, en cambio, nada tiene que ver con ese perfil.

El Absoluto abandonado

Hasta finales de la década de 1980, Modiano era percibido en el Hexágono como uno de los escritores predilectos de aquellos ejecutivos que pretendían indagar en las profundidades del alma humana. Después los tiempos cambiaron: la barbarie no dejó de progresar, por lo que los hombres de negocios dejaron de tener la necesidad de inventarse una coartada literaria para humanizar su actividad (y si de verdad alguno de ellos quiere llenar hoy en día unas horas en un viaje en avión con algo distinto a lo que le ofrece su tableta, entonces seguramente recurrirá a Marc Levy o Guillaume Musso antes que a Modiano). 

No es exagerado sostener que desde hace unos cuarenta y cinco años Modiano es el escritor francés que más profundo ha descrito el asunto de la ausencia. Lo característico de sus narraciones es que en realidad no narran una historia, sino que rondan en torno al alejamiento del mundo y al descubrimiento de las huellas vivas que el pasado ha dejado en el presente. Es la renuncia a la búsqueda de lo Absoluto, algo que como opción de vida puede llegar a ser respetable, pero que, ciertamente, no interesa o no debería interesar como evento estético. 

En Francia es un lugar común decir que Modiano escribe siempre el mismo libro. Algo de cierto hay en eso, pero no creo que sea un reproche: ¿acaso es obligatorio para un novelista renovarse como año a año se renuevan los autos o los electrodomésticos? Imaginar a un Modiano sin incertidumbre ni angustia, vale decir pensar en Modiano como un autor capaz de llenar un libro con personajes con una identidad precisa y bien definida y con una trama plagada de aventuras y suspenso, sería como pedirle a Molière que no escriba como Molière. El hombre está limitado a eso, y eso es sólo lo que le puede ofrecer a un lector. 

Leer a Modiano

Dado que la obra de Modiano se presenta como una unidad, cualquier libro suyo sirve para descubrir su tono narrativo, su estilo y sus obsesiones temáticas.

La Place de l’Étoile (1968), su debut literario, es la autobiografía de un judío antisemita. Llena de virulencia, la novela, de hecho, es atípica en la producción modiananea, aunque se puede comprender el verdadero significado del proyecto observándolo desde la pregunta por la identidad que el escritor no se cansará de repetir libro tras libro (de todos modos Modiano suprimió una buena cantidad de texto en su reediciones posteriores para que la prosa de la novela resultase menos ofensiva). Maurice Sachs, un autor judío y homosexual que fue colaboracionista de los nazis, aparece en el libro como una figura contradictoria y alucinante, a la cual Modiano intentará descifrar como quien busca descifrarse en un espejo roto.

Villa Triste (1975) versa acerca de un hombre que, huyendo de la guerra en Argelia, se esconde en una pensión cercana a la frontera suiza. Allí conocerá a Yvonne Jacquet y a René Meinthe, dos personajes proustianos que encarnan a aquella burguesía que celebra frívolamente a la vida y a la que Modiano sanciona (pero sin llegar a despreciarla verdaderamente).  

Rue des boutiques obscures (1978) es lo más modianista de Modiano. El argumento es así: Guy Roland, un detective, decide en 1965 investigar acerca de su propio pasado, pues desde hace unos quince años padece de amnesia; de esa manera descubrirá que en realidad es un judío griego que se encuentra vinculado a una serie de curiosos personajes. Gracias a ese libro, Modiano ganó el Goncourt.

Quartier perdu (1985) desarrolla la premisa de la identidad desde una perspectiva distinta a la de Rue des boutiques obscures. La novela trata acerca de un escritor inglés que desembarca en París durante un verano, pero alguien lo reconoce: en realidad se trata de Jean Dekker, un francés. A partir de allí el libro se convierte en una exploración de una Ciudad Luz fantasmática.

A través de Un cirque passe (1992) y Du plus loin de l’oubli (1996), Modiano aborda de manera oblicua el Caso Profumo, un bochornoso episodio de la política británica de la década de 1960 en el que un importante funcionario estatal encontró a su tentadora Lolita.  

En Dora Bruder (1997) el autor se propone buscar a una adolescente judía nacida en 1926 y desaparecida de su hogar en 1941, con tan solo 15 años de vida. Con esta obra, en realidad, Modiano no va detrás de una historia que termina en Auschwitz, sino que más bien indaga en su propia infancia y en el trayecto de su padre –un sefaradí– que hizo fortuna en el mercado negro de la Francia ocupada por los alemanes durante los años de la Segunda Guerra Mundial.

Livret de famille (1977) es una novela autofictiva en la que Modiano devela algunas intimidades. En 2005 revisitó el tópico al publicar Un pedigree, una suerte de arqueología sentimental del autor, en la que habla de todo el periodo que va desde sus días de juventud hasta la publicación de su primera novela a los 22 años. Modiano cuenta que sufrió el abandono de su padre, el desinterés de su madre, y la prematura muerte de su hermano Rudy (personaje al que le dedicará expresamente la mayoría de sus libros). También detalla algo asombroso: su madre hablaba en flamenco, por lo que el francés del ganador del Nobel vino a ser una lengua adquirida.

Gracias a Un pedigree toda Francia supo con certeza lo que ya se conjeturaba: las novelas angustiosas de Modiano –esas mismas que usualmente imaginan a un París fantástico, poblado por truhanes y traidores bajo la Ocupación–, fueron la manera que el escritor tuvo de escapar a ese doloroso pasado personal. De tanto huir, al final Modiano descubrió que su destino era simplemente el de caminar.

La cuestión del estilo

Quien frecuente los libros de Patrick Modiano notará de inmediato que éstos tienen la propiedad del “easy reading”. Personajes entrañables, diálogos abundantes y una trama que en realidad no es importante, contribuyen a convertir a la obra de Modiano en una agradable compañía para la playa o la sala de espera –si se es francófono–, o en un manual de aprendizaje del francés –si no se lo es. Todo en su prosa es imagen, color y sonido, como si estuviera filmando una película y no escribiendo un libro. El lector perezoso se encontrará gustoso con las obras completas de Modiano (quien dude de lo que anoto podrá leer Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier, el capítulo más reciente que agrega al libro que viene escribiendo desde hace décadas, y comprobar lo que digo).    

El estilo modianesco encarna la perfecta culminación de la escritura contemporánea, una escritura finalmente liberada de la exigencia de la precisión lexical, de la pesadez de las frases complejas y de otros artilugios hoy en día arcaicos que aburren a los lectores, pero que supieron maravillar a nuestros abuelos. Es la democratización de la literatura: si el lector no puede descifrar una frase, si la letra impresa no penetra en su mente con la facilidad que penetran las canciones palanqueadas por la música, entonces no sirve y hay que evitarle el mal rato a quien lee, pues, al fin y al cabo, hay que estar agradecido con él porque decidió comprar el libro cuando podría haber utilizado ese dinero para cualquier otra cosa. 

El estancamiento como antídoto contra la amnesia y lo efímero

Modiano es bueno para aparentar una profundidad temática a la que le huye y un manejo de la lengua que no tiene. Sus libros todo el tiempo oscilan entre la prosa sin valor y la microliteratura del presente. Es un pez muerto flotando en el agua estancada de su tiempo, lo que le da a la crítica la inestimable oportunidad de identificar un par de rasgos destacables, arraigados justo en el medio de parrafadas soporíferas. 

Por momentos el ganador del Nobel parece un escritor mediocre del siglo pasado (es una versión actualizada de Loti, Pagnol, Aymé o alguien así). Ello se debe a que la literatura francesa padece de una continua pérdida de estilo, agravada por la renuncia progresiva a la búsqueda de la verdad. Mientras Balzac abordaba la banalidad de la vida humana para empujar a las circunferencias hacia el centro gravitacional, sujetos como Modiano hacen lo mismo pero sólo para dar testimonio de si mismos y de su insignificancia, en una tarea muy similar a la del cine actual (sobre todo a la del actual cine francés). 

No negaré que frecuentemente en sus textos, entre la melancolía serena y la nostalgia incurable, aparecen frases justas, pero quien las halle notará tanto su laconicidad, como su falta de ritmo y encanto, lo que hará evidente la ausencia de toda pretensión de grandeza en su obra. A Flaubert le alcanzaron tres textos (Salammbô, La légende de Saint Julien y L’éducation sentimentale) para explorar casi todos los rincones del espíritu humano, en tanto que Modiano, desde la publicación de La Place de l’Étoile en 1968, sigue girando en torno al deber de la memoria sin haber roto el círculo de culpa en el que vive aprisionado. Justo igual que los miembros de su generación. 

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