jueves, 10 de marzo de 2011

The piano has been feeling

Arthur H es un artista muy apreciado en Francia, pero su éxito, lamentablemente, no excede los límites del Hexágono. Hijo del famoso cantante y compositor Jacques Higelin –y medio-hermano del cineasta Kên Higelin y de las cantantes Izïa Higelin y Maya Barsony–, desde hace unos veinte años que viene ganando su espacio en el universo musical francés contemporáneo.

Su gusto para la composición es, sin dudas, ecléctico. Es fácil imaginarlo como un viajante, pero es más acertado imaginarlo como varios viajantes enamorados de los lugares que visitan al punto de tal de decidir sumarse a esos escenarios como si en realidad fuesen nativos. Así, desde cierta perspectiva Arthur H sería uno de los tantos que, en el Nueva York de mediados de la década de 1940, participó del circuito del jazz a la par de gente como Art Tatum o Thelonious Monk; bajo otra mirada, lo encontramos en Memphis haciendo blues con violines, mandolinas, mirlitones y tablas de lavar durante los años en los que se avecinaba la Crisis de 1929; si nos esforzamos un poco más lo veremos convertido en un musicólogo europeo que, tras sufrir alguna clase de delirio místico en Tierra Santa, se convierte en una suerte de aventurero y trovador folklórico que vagabundea por el Medio Oriente Otomano de fines del siglo XIX buscando emociones y tratando de tocar todos los instrumentos que caen en sus manos; en otra visión se nos aparecerá en la Cuba del dictador Fulgencio Batista, yendo de club en club para tocar con orquestas de son, guajira, rumba y mambo; borrosamente lo encontraremos después en Londres, en un pequeño club, escuchando atento el espectáculo, tal vez durante una presentación de The Kinks, de The Animals o de The Clash; antes de eso será fácil verlo intentado frecuentar a los amigos de Erik Satie para saber, infructuosamente, si alguno de ellos tiene acceso a la misteriosa habitación en la que el maestro vive en Arcueil; y claro, no faltará la imagen de él en el Buenos Aires de los inmigrantes, vestido con un traje gastado mientras le saca nostálgicas notas a un bandoneón en un bar de compadritos de La Boca.

Su voz, resquebrajada y llena de humo, es muy particular; muchos han querido oírla similar a la de Tom Waits. Por su sentido del humor, su cultura literaria y su sensibilidad, pareciera ser un deliberado discípulo de aquel treintañero Serge Gainsbourg, quien –mientras pagaba las cuentas trabajando como titiritero de las niñas del yé-yé– aprovechaba los ratos libres para musicalizar la ‘patafísica, honrar a unos cuantos poetas, satirizar el mundo del consumo masivo y relatar historias íntimas con el menor ruido de fondo posible (aquel hombre amaba ya a Melody Nelson sólo que aún no la había atropellado con su auto).

El último disco de Arthur H es una obra especial. Voluminoso –contiene, en total, 24 canciones–, Mystic Rumba nos llega como un ejercicio de sinceridad de parte de su autor. Sentado frente a un piano que, curiosamente, nació en el mismo año que él, dos decenas de viejas canciones son reinventadas para extirparles todos los aditamentos y dejarlas valerse por si mismas (algo similar había hecho con su álbum en vivo Piano Solo de 2002). Uno de los motivos por los que se lo admira a Arthur H en Francia es por su capacidad para reexplorar su propia música, por su habilidad para subirse al escenario y regalarle algo que aún no se ha escuchado al público que ha tenido la suerte de asistir a su presentación durante esa noche.

El concepto del disco es un tanto audaz, por lo que el neófito deberá revisar antes lo fundamental de la obra de Arthur H para poder disfrutar de la nueva propuesta. La versión minimalista de, por ejemplo, “Ma dernière nuit à New York City” sonará, para el oído desacostumbrado, muy diferente a la que se oye en Adieu tristesse (2005). Del mismo disco se incluyen otras canciones que causarán el mismo efecto, como es el caso de “The lady of Shangai”, “Est-ce que tu m’aimes ?” y la siempre impresionante “Le chercheur d’or” (que, contrariamente a lo que un lector instruido puede llegar a pensar, no está relacionada con la novela homónima de J.M.G. Le Clézio ambientada en Mauricio, sino que relata más bien una historia acerca de un minero cojo francés intentando hacerse la América en el Oeste norteamericano en 1880). Muchas otras canciones de otras obras como Négresse Blanche de 2003 (v. gr. “Le jardin des délices”, “Nancy & Tarzan”, la hermosa “Lily Dale”, “Raïssa”, etc), Pour Madame X de 2000 (v. gr. “Naïve Derviche” y la propia “Mystic Rumba”) y L’homme du monde de 2008 (v. gr. “Luna Park”, “Cosmonaute Père & Fils”, “Mon nom est Kevin B.”, etc) se someten a sus respectivas metamorfosis. A ellas se les suman cuatro títulos inéditos. El resultado no defrauda.

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