jueves, 16 de julio de 2015

El monstruo equivocado

Muchos artistas suelen fascinarse con los parias, puesto que las experiencias de un muchacho rebelde o de una muchacha de vida licenciosa ilustran mejor nuestra época que la mayoría de los bellos discursos, ya que rebelan una realidad densa y turbia, casi incuestionable. Nuestras sociedades mercadocéntricas, materialistas, racionalistas, feminizadas, individualistas y pacifistas detestan la barbarie primitiva y salvaje. Por ese motivo un país como Francia tiene dos tipos de parias fáciles de reconocer: los islamistas y los neonazis.

Cuando digo “islamistas” no hablo de esa gente que reza en dirección a La Meca y participa luego de mesas de diálogo interreligioso o cosas por el estilo. Por el contrario, un islamista es uno de esos jóvenes extraviados en el mundo contemporáneo y reencaminados gracias a Allah y a su exhortación al asesinato. Del mismo modo, un neonazi no es un lector de Jünger que practica el montañismo y se dedica a aprender el alemán, es más bien un muchacho que se rapa el pelo, se pone una remera negra y sale a las calles a embestir contra el que no es igual que él. 

Hacer películas en Francia acerca del primer tipo de paria es un acto políticamente incorrecto. ¿Alguien se imagina que pasaría si el Estado francés decide financiar la filmación de la cinta Un algérien, en la cual un joven inmigrante magrebí aparece dando vueltas por las calles de París mientras vende y consume drogas, incendia autos y se enfrenta a puñetazos contra aquel que lo desafía? Seguramente se desataría un escándalo de enormes proporciones.

Pese a ello, el otro grupo de parias al que referí, es decir los neonazis, si pueden ser vilmente representados, ya que ellos son tan universalmente despreciados como los fumadores o los cazadores. Es por ello que el cine del Hexágono produjo Un français.

El trailer de la película desencadenó una pequeña polémica, ya que muchos temían que la cinta pudiese expresar un tono de empatía con alguien que es considerado por nosotros como el peor de los males posibles. Sin embargo el estreno de la obra en cuestión disipó toda preocupación.


Un français está muy lejos de ser una película memorable. Creo que no exagero al sostener que la discusión sobre la obra es mucho más interesante que la obra misma.

La historia que la película nos permite conocer está protagonizada por Marco, un joven que hacia finales de la década de 1980 es un adherente de la subcultura skinhead. El muchacho es un verdadero bruto, dueño de un vocabulario limitadísimo y con escasas capacidades para razonar correctamente, fallido producto del sistema educativo nacional y de unos padres que no lo criaron como debían. Cuando no vagabundea por allí bebiendo una cerveza y haciendo comentarios racistas, se dedica a chocar contra miembros de bandas rivales o a acosar a los inmigrantes de razas y religiones diferentes a la suya.

El maniqueísmo es infaltable en una producción como esta (ello hace pensar que la película fue un invento del Ministerio de Educación de Francia destinada a que la reproduzcan en las aulas escolares y sirva como prólogo a unos debates que habrán de conducirse sin ningún tipo de sorpresa).

Marco, con los años, evoluciona. El hombre se purifica, y así lo sombrío de su alma de desvanece. Un cuento de redención. La bestialidad y la violencia, el odio que guardaba dentro de si, lo harán sofocarse, literalmente. Y, gracias a ello, cobrará consciencia de que la gente es amable, la naturaleza es bella, y que todo falta si a uno lo privan de una sonrisa y del amor de los hijos (su ex-mujer, una racista recalcitrante, lo ha abandonado llevándose a la pequeña Gwendoline consigo).  

Un français pretende ser revolucionaria, pero no lo es: el peligro de hoy no está en esos hipotéticos neonazis que se esconden detrás de las cruces celtas, está en aquellos que le juran fidelidad al Califato Islámico y hacen de la muerte su razón de vivir. La poesía visual que produjo la genial Leni Riefenstahl tiene hoy en día menos poder de seducción que esos videos de YouTube en donde un hombre vestido de negro, otro vestido de anaranjado y un cuchillo divorcian brutalmente a los cuerpos de las almas.

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