lunes, 2 de agosto de 2010

Acerca de la kenosis como una manera de desasimiento


Si hubiese que reconocer el eje sobre el cual gira el desarrollo de la película Villa Amalia, entonces se podría sostener que el film es una narración acerca de la experiencia del desasimiento. Dicha experiencia fue ficcionalizada por Pascal Quignard (quien es el autor de la novela sobre la que está basada la película), pero el que la predicó con mucha honestidad y entusiasmo fue un fraile dominico renano conocido como Eckhart, durante los años otoñales del medioevo occidental. El desasimiento es un estado de ánimo que se vincula a la soledad, pero no se confunde con ella. Una persona desasida del mundo es una persona que se enfrenta a su soledad, la atraviesa sufriéndola profundamente, y finalmente aprende a dominarla y tolerarla.
La película de Benoît Jacquot sigue (o, mejor dicho, acompaña) a Ann, una exitosa pianista interpretada por Isabelle Huppert, en su proceso de desasimiento, el cual inicia de manera súbita pero que –según es lícito suponer– se ha ido gestando a través de muchos años de silencioso malestar. En efecto, tras descubrir que su marido le es infiel, Ann decide renunciar a su vida. Sin embargo no opta por el suicidio, porque abandonar la propia vida no necesariamente significa abandonar toda forma de vida. No es la rabieta de una mujer despechada lo que la película muestra, se trata, más bien, de ver cómo alguien asume la responsabilidad de su propia kenosis: ante el banal cataclismo  Ann decide, simplemente, borrar su pasado, sumergirse en lo que se cree ser su propia intimidad para desvincularse de ella, morir, en definitiva, pero para la muerte.     
En la primera mitad de la cinta se asiste a la huida de Ann. En esta instancia, la película es una suerte de thriller en el que Isabelle Huppert parece una heroína escapada de alguna de las obras bellamente tortuosas de Chabrol o Haneke. La puesta en escena se torna limpia, los detalles afloran de modo abundante pero nunca explícitamente. Jacquot demuestra un total dominio de los ritmos y las rupturas, logrando evitar el énfasis sentimental para llevar a la historia hacia el conflicto existencial. La tenacidad de Ann para vaciar su persona es admirable, sobre todo porque nunca cae en la vulgaridad ni en el escapismo.
Tras haber vendido todo lo que poseía, la mujer vagabundea un tiempo por distintos lugares de Europa hasta que llega a una isla en el mar Tirreno. A partir de allí la película asume otro modo de construir el relato. La imagen se vuelve más serena y sensual, dejando atrás toda la tensión acumulada. El Mediterráneo, tan ligero y libre, le dará a Ann la oportunidad de vivir de otro modo su propia vida, quizás más allá de la esencia.

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