domingo, 1 de agosto de 2010

Consagración

En el universo cinematográfico las prisiones suelen ser una excusa para contar historias de individuos ingeniándoselas para fugarse o de individuos arreglándoselas para esquivar los peligros que representan sus compañeros y/o sus carceleros. El anhelo de libertad y el instinto de supervivencia son, por tanto, las ideas sobre las que suelen gravitar las películas ambientadas en prisiones. Hay, claro, muchas comedias que utilizan a la prisión como escenario, generando la sensación de que vivir privado de la libertad no es tan grave como parece. Sin embargo las películas con “cárceles felices” no escapan a los ejes narrativos que señalamos.

Una prisión es una posibilidad para que un personaje cinematográfico exacerbe sus pasiones, puesto que los conflictos que debe enfrentar siempre lo empujan hasta el límite más básico: seguir con vida o conseguirse una muerte. Esa tensión atraviesa Un prophète, una de las muchas películas cuyo fondo es la prisión.

El argumento de la obra dirigida por Jacques Audiard descarta el tópico de la fuga, y se centra en el asunto de la supervivencia. Allí es cuando jaquea concientemente a la mirada simplista sobre el concepto de Libertad, poniendo en juego el tema del Poder como verdadero factor determinante: pareciera que se es libre no cuando uno se libera de todas las ataduras (la libertad solitaria), sino más bien cuando uno tiene la capacidad de permitir o prohibir la acción de los otros (la libertad social).

La historia de Un prophète gira en torno a un muchacho, Malik El Djebena, que ingresa a muy temprana edad en una cárcel, como si ese fuese el único destino que podía gestionarse. Es un ladronzuelo reincidente, pobre y casi analfabeto, un pequeño magrebí que se reconoce como tal solamente porque los otros se lo han recordado de la peor manera posible, un sans domicile fixe, un enfant de la rue, una suerte de niño feral: una presa fácil para los demás prisioneros. Al principio Malik sufre su mala suerte, pero poco a poco irá apropiándose de la situación, desplazándose de su rol de Esclavo de las circunstancias hacia el de Amo de la situación.

Pese a que en primera instancia uno así pueda suponerlo, al mirar la película no se asiste a un trillado relato de bandas (y guerras) de gángsteres, donde el Mal busca arrasar con el Bien y el Bien busca resistirse al Mal. Un prophète, por el contrario, representa la minuciosa construcción de un retrato acerca de la paulatina degradación de la que es capaz un ser humano ante un mundo donde la ley nace y se mantiene desde los puños de quienes no admiten ninguna forma de inocencia.

Malik aprende a ser malvado. En un mundo donde las universidades y las escuelas de posgrado educan sin recordarles a los estudiantes sobre la necesidad de no perder sus escrúpulos una vez que el éxito los alcanza, en un mundo donde el sistema de enseñanza superior hace poco para formar profesionales que consideren la intachabilidad de la conducta como meta fundamental, Malik sólo demuestra ser un buen aprendiz más. De esa manera la historia, contada a través de una estética realista que busca detallar los tortuosos procesos mentales de alguien que se va acostumbrando a ser una encarnación del horror, incomoda –una buena prueba de ello es la escena en que el protagonista ensaya el asesinato de su primera víctima. Con el tiempo Malik aprende a dominar el reino en el que vive, banalizando a la brutalidad pero sin festejarla, pues su sadismo no es más que un hábito adquirido. De ese modo, tras asesinar a Reyeb (el primer hombre al que le quita la vida), vivirá acompañado por su fantasma. Y del mismo modo, tras destronar al mafioso César y tomar su lugar, no lo liquidará aunque nada se lo impedía hacerlo.

Malik pasa mucho tiempo en el interior de la cárcel, pero hay momentos en que se lo muestra afuera. Sin embargo esos momentos son excepciones, porque Malik comprende que afuera y adentro, que libertad y encierro, que acción y reflexión, son la misma cosa, pues ya se ha adaptado a vivir en la prisión, y allí el tiempo es siempre repetitivo, es como un círculo del que no se puede escapar, pues aunque todos sepan más o menos la fecha en que serán liberados están también obligados a vivir en un muy duro día a día. Audiard grafica esto último convirtiendo a los sueños del “profeta” en el único lugar donde cree encontrar una salida.

En los aspectos técnicos la película constituye un triunfo de la forma. Aunque es bastante extensa, a la cinta no le sobra nada como tampoco nada le falta. Es, se puede decir, una victoria de la coherencia y de la cohesión narrativa. Al inicio del film, con la pantalla sumergida en la completa obscuridad, se escuchan ruidos confusos, sonidos metálicos, gritos, balbuceos. Después las imágenes comienzan a aparecer –a veces a través de un montaje brusco, a veces a través de panorámicas que no expanden la visión del espectador– mostrando a los personajes al mismo tiempo que se ocultan, inspirando incertidumbre en el ojo intruso, dando a entender que la realidad registrada en el interior de las celdas, los pasillos, los patios y los demás lugares de la cárcel será siempre furtiva.


Se muestra mucha rudeza, pero no hay nada deliberadamente macabro. La cámara de Audiard flota sobre una tensa serenidad. De hecho algo muy interesante que la película refleja es la cuestión de la mirada dentro de la prisión. Los guardiacárceles vigilan a los reos y, a su vez, los reos monitorean a los guardiacárceles, mientras, por otro lado, ellos se estudian entre si, a veces para defenderse de los ataques y otras veces para saber romper la defensa de quien va a ser atacado. No obstante, pese a que en la prisión todos quieren conocer la posición de todos, el acto de mirarse abiertamente (especialmente entre los presos que no tienen ningún tipo de lazo amistoso) es pura violencia. Todas las acciones se realizan entonces dentro de un doble juego: crearse una reputación de Amo pero mantener el secreto de las acciones para no ser castigados, inspeccionar a los otros pero evitar entrar en los campos visuales de los demás. Ello termina haciendo que el camino por donde se puede transitar sea muy estrecho, facilitando el encuentro con el caos ante el error más mínimo.

Es Un prophète una obra tan realista que al verla no sólo se observa el ascenso de  Malik El Djebena de ladrón a líder mafioso, sino que también se puede ver el camino que Tahar Rahim hace para convertirse en un verdadero actor. Es decir, la película, sin lugar a dudas, es consagratoria en todos los sentidos. Por ese motivo no fue casualidad que la obra de Jacques Audiard arrasase con los César y tampoco se debió a las maniobras comerciales que el film haya sido muy celebrado en Cannes: Un prophète es una obra maestra.

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