domingo, 25 de julio de 2010

Libros de la vagina

Oksana es una actriz francesa que es ignota para la mayoría de los fruidores de cine convencional del Hexágono, pero que a su vez es muy reconocida dentro de su nicho: la pornografía. En efecto, esta mujer comenzó a participar desde joven en el cine X, y en 2005 consiguió firmar un importante contrato con la productora Marc Dorcel, la empresa más importante en desarrollo de entretenimiento para adultos en Francia.
Convertida en “Dorcel Girl” (sucediendo en ese rol a la brasileña Priscila Sol y precediendo a la marroquí Yasmine Laffite), Oksana comenzó a aparecer en las revistas, en la televisión y en los salones eróticos, al mismo tiempo que puso el cuerpo para protagonizar numerosas películas. Así se la puede ver en Salopes 3, Megasexus, Corsica Hot Sex, la “Lección 7” de la serie Russian Institute, e incluso en la comedia pornográfica estelarizada por el rapero Doc Gynéco, entre tantas otras.
A partir de 2008 la joven actriz se independizó, y comenzó a explotar sus talentos por intermedio de su propio videochat y a través de la presentación de shows eróticos en diversos clubes nocturnos.
Una de sus nuevas actividades como profesional independiente parece ser la escritura de obras literarias. Oksana ha publicado ya dos libros que todavía circulan a la caza de lectores fracófonos.

Dos mujeres, dos caminos

Oksana no es la primera hardeuse con aspiraciones literarias. En Francia hay muchas otras que ya han transitado esa ruta. Las dos más famosas quizás sean las ya veteranas Brigitte Lahaie y Sylvia Bourdon. Ambas mujeres pertenecieron a la generación hedonista de la década de 1970, la cual tuvo como estandarte cinematográfico a Emmanuelle, la famosa película que convirtió a Sylvia Kristel en un fetiche del soft-porn mundial. Lahaie y Bourdon gozaron de una efímera fama durante la época en que el cine X penetró en casi todas las salas de proyección como si se tratase de dibujos animados –unos años antes de que las videocaseteras invadiesen los hogares y las alcobas–; sin embargo cada una de estas damas supo canalizar su reconocimiento de un modo diferente, lo que les deparó dos destinos completamente distintos.
Brigitte Lahaie –quien en su momento filmó bajo la dirección de Mulot, de Kikoïne, de Tranbaree e incluso de Bénazéraf (al protagonizar la película pornonazi Bordel SS)– dio un paso en falso al lanzarse como cantante y flotó a la deriva como actriz de cine convencional, pero luego se acomodó en la radio y en la televisión fabricándose una imagen de consejera emocional y de discreta pero experimentada sexóloga que perdura hasta el día de hoy. Así llegaron sus libros: Zodiaque érotique (Ergo Presse, 1989, escrito junto a Ariette Dugas), Le sexe défendu (Michel Lafon, 1996; republicado tres años más tarde como Les chemins du mieux aimer por J’ai lu), Les 12 signes de l’amour (Blanche, 2002), Parler moi d’amour (Marabout, 2004), Osez le sexe selon les astres (La Musardine, 2005), L’amour et le couple: toutes les réponses à vos questions (Flammarion, 2005), So sex: le nouveau Kâma Sûtra (Seuil, 2006, escrito junto a Frédéric Ploton), Parlez-nous d’amour (Flammarion, 2007, escrito junto al padre Patrice Gourrier), el libro-objeto Pour le plaisir (Minerva, 2008, escrito junto a Frédéric Ploton, incluye un consolador de regalo), Hommes, je vous aime (Editions Anne Carrière, 2009) y Dictionnaire émancipé de sexualité (Minerva, 2009, escrito junto a Bruno Martin). Y junto a esas obras, Lahaie probó suerte en el campo de la ficción (publicó La femme modèle en 1991, Le sens de la vie en 1994 y Amour passion en 2001, tres novelas rosas de aire “emmanuellesco”, junto a algunos cuentos eróticos para antologías de la editorial Pocket) y tampoco le faltó oportunidad para explorar el ámbito de la autobiografía (Moi la scandaleuse, de 1987, es, se podría decir, un recuento “políticamente correcto” de su vida, en donde se nos presenta la típica historia de la muchacha de provincia que llega a la gran ciudad para de algún modo terminar triunfando frente a las adversidades de la vida, y que busca convertirla en una especie de Céleste Mogador del siglo XX, aunque, claro está, Mogador no tuvo un Dominique Malacarne que se haya ocupado de tomar imágenes suyas y reescribir la historia con el subtítulo “A pictorial biography”, como si lo tuvo Lahaie).
Sylvia Bourdon también irrumpió en el mundo de los libros publicando su autobiografía, pero lo hizo en el año 1976, época en la que publicó L’amour est une fête, a través de la editorial Belfond. El libro, se puede sugerir, anticipa 25 años a la obra de Catherine Millet, pero éste no ha hecho por su autora lo que si ha hecho La vie sexuelle de Catherine M. por la suya. L’amour est une fête recoge historias de sexo, habla sin tapujos de orgías, intercambio de parejas, lesbianismo, masturbación, lluvias doradas, tormentas marrones, penetraciones a través de todos los orificios del cuerpo humano (sin incluir, claro, los de las orejas o los de la nariz), diversas posiciones corporales para maximizar el goce del coito, etc. El texto sería una obra pornográfica más, si no fuese porque Bourdon, en las páginas 117 y 118, describe su experiencia de sexo con perros. Un lector piadoso podría considerar a buena parte del libro como una mera ficción, pero el hecho de que casi todo lo que allí se cuente –incluyendo la zoofilia– esté debidamente registrado en celuloide, obstruye una interpretación de ese tipo.
Bourdon intentó ser una versión actualizada de Colette, y terminó culturalmente marginada por celebrar sus excesos. Durante décadas buscó conseguirse un lugar en Francia (quiso ser curadora de arte, impulsó un fallido concurso destinado a diseñar la gráfica del ECU –el antecesor del actual euro–, trato de actuar sin involucrar coitos reales, etc) pero jamás pudo deshacerse de su imagen de trabajadora sexual, como tampoco de su calificación de “mujer sexualmente viciosa”. Por ese motivo escribió un virulento panfleto, Le sceau de l’infamie, en 2001. El texto es bastante extraño: relata y comenta las desventuras que supuestamente sufrió durante los años en que promovió su proyecto de unidad monetaria europea. Habla de encuentros y reuniones con toda clase de importantes funcionarios de los más variados países que integraban la Comunidad Europea, y lamenta que todos ellos la admiren por sus ideas pero la maltraten por su currículum.
Lo último que públicamente se supo de esta señora fue que durante 2007, preocupada por la situación de inseguridad que sufría el vecindario parisino en el que vivía, abrió unos blogs desde donde publicaba fotos de “actos sospechosos” que tomaba a lo largo de su jornada de “vigilante civil” a través de su ventana. Finalmente envió varios correos electrónicos a autoridades del gobierno y de la policía para exigirles que actuasen frente a tanta barbarie, y recibió como contestación una “injuria”: se la invitaba a que visitase gratuitamente a un médico psiquiatra en el hospital Maison Blanche. 

El porno se manifiesta

En la última década mucha gente vinculada al cine X de Francia ha buscado desarrollar sus carreras en otras direcciones. Los saltos al cine convencional no han sido exitosos, como tampoco las participaciones televisivas (nos referimos, sobre todo, a programas cuyas temáticas no estén directamente vinculadas al sexo). A las hardeuses y a los hardeurs se los tiende a estigmatizar, encadenándolos al universo de la cópula como único medio posible de expresión. Sin embargo muchos y muchas han intentado desafiar esa postura. Es por ello que cada tanto aparecen canciones cuyas voces son aportadas por mujeres que es más habitual oírlas gemir. 
El EP Les stars du X chantent es bastante representativo en ese aspecto: reúne a Carla Nova, Lisa Crawford, Tina Lys, Jenna y Estelle Desanges. Delfynn Delange (ahora llamada Lena Costa) y Clara Morgane también han elegido al canto como alternativa artística. Con respecto a la última hardeuse sería injusto no reconocerle que también ha sabido proyectarse con algo de éxito más allá del campo de la música. En efecto, Clara Morgane fue considerada en su momento como la nueva Brigitte Lahaie, y de hardeuse porno pasó a ser modèle de charme erótica, convirtiéndose en presentadora de programas para adultos en Canal+, dueña de su propia marca de lencería y sexogoga –al fotografiarse para el libro Kâma Sûtra: plaisirs et positions amoureuses. También escribió su biografía, Sex Star, a los 22 años de edad. El libro habla de una joven libre, curiosa, valiente, que hizo todo lo que hizo por propia voluntad, y que siempre mantuvo el control de las situaciones que vivenció. Un favorecedor relato, sin lugar a dudas.  
La obra de Morgane es una autobiografía que se centra más en resaltar las virtudes de la protagonista, que en criticar el medio a través del cual se movió para hacerse reconocida. Bajo esa misma perspectiva están escritas otras autobiografías de hardeuses: la de Nina Roberts (J’assume, Scali, 2005), la de Coralie Trinh Thi (La voie humide, Au diable vauvert, 2007), la de Céline Bara (La sodomite, Céline Bara Editions, 2007), la de Julia Channel (L’enfer vu du ciel, Blanche, 2008), etc. El libro de Dolly Golden (Le meilleur des perles du X, Michel Lafon, 2001) tiene mucho contenido autobiográfico, pero vale más por los pasajes que contribuyen a construir una crítica pero aún así benévola postal de la industria pornográfica francesa. La contracara de esa postal se puede leer en Hard (Grasset, 2001) de Raffaëla Anderson, un libro que entremezcla el relato de una mujer desafortunada e infeliz con comentarios acerca de las prácticas más sórdidas que habitualmente se desarrollan en la escena del cine X (el libro tuvo su versión cinematográfica a través del documental La petite morte de 2003, y una precuela –Tendre violence– escrita al mejor estilo del realismo sucio). De todos modos no caben dudas que quien, a partir de su experiencia como hardeuse, ha elevado más agudamente su voz en contra de las inequidades del negocio de la venta de sexo filmado ha sido Ovidie.
Antigua estudiante de filosofía –y actual actriz, directora y productora de cine pornográfico–, Ovidie pasó a engrosar la fauna mediática francesa cuando la editorial Flammarion le publicó Porno Manifesto en 2002. El libro funciona, supuestamente, como una herramienta para desarticular los estereotipos y las falsedades que pesan sobre el mundo de la pornografía. Como si el hecho de ser una voz que emerge desde el seno mismo de la escena le confiriese más autoridad para hablar del tema de la que tiene un periodista incisivo o un sociólogo estudioso, la autora sostiene la tesis de que todo aquel que critica a su visión de la pornografía es, básicamente, un ignorante. A Ovidie le molesta que existan hombres que ignoran la diferencia entre una mujer a la que le pagan para filmarla teniendo sexo y una mujer a la que le pagan para tener sexo sin necesariamente filmarla. También le enfurece saber que todavía haya gente que piensa que todas las personas involucradas en la industria del porno lo hacen o porque padecen de ninfomanía y satiriasis (o bipolaridad o lo que sea que se diagnostique para esos síntomas en los tiempos actuales), o porque provienen de familias disfuncionales y sufrieron traumas en su juventud, o porque son gente sin más talento que el de exhibir como introducen partes del propio cuerpo en los cuerpos ajenos.

Gin/e/cología

Los intereses literarios de Oksana parecen no coincidir con los de sus colegas hardeuses: por ahora la protagonista de Les deux sœurs no ha editado su biografía para desestigmatizarse públicamente o para exorcizar su pasado. Tampoco se ha jactado de poder enseñar a copular o de poder filosofar sobre la cópula entendiéndola como a una de las bellas artes. Por el contrario, su campo elegido ha sido el de la ficción.
En ese espacio de las letras otras hardeuses han dejado su huella. Así recordaremos a Coralie Trinh Tri, quien escribió Betty Monde, una novela que representa el lado oscuro de la chick lit, en donde una “demoníaca” heroína explota su femineidad en un ambiente neogótico, para reinar finalmente sobre su propia vida. Algo parecido es lo que hizo Nina Roberts al publicar Grosse vache, pero fue más sincera al recalcar que su objetivo era atraer la atención de las mujeres adolescentes. Su relato sobre la superación de la anorexia y la bulimia –y sobre el rechazo social y la aceptación personal–, omite la descripciones del sexo explícito, y se limita a amagar con perderse en un tenue feminismo  en el que nunca ingresa.
Las obras de Oksana, por el contrario, no se han centrado en el tópico de la mujer dueña de si misma. Quizás ello se deba a que han sido coescritas con Gil Prou. Prou dice ser un egiptólogo, antiguo gerente de una sucursal del FNAC, y entusiasta del dark metal y de los estudios de filosofía neoplatónica. Oksana, por su parte, se atribuye una diplomatura en matemáticas, informática y ciencias aplicadas, y se define como apasionada de las artes marciales, la cosmología y las civilizaciones antiguas. El trabajo conjunto de estos dos autores ha fructificado en forma de dos novelas: Cathédrales de brume y la más reciente Katharsis.   
Ambas novelas se inscriben en un nicho: la ciencia ficción. El mundo francófono europeo ha producido buenos autores de ficciones científicas a lo largo de su historia (Jules Verne, Albert Robida, J.-H. Rosny, Jean de La Hire, Maurice Renard, Théo Varlet, Regis Messac, René Barjavel, Francis Carsac, Gérard Klein, Michel Demuth, etc.) pero no ha logrado consolidar la identidad del género a nivel local. Por ello, durante la primera mitad del siglo XX, la ciencia ficción en Francia marcó un camino que fue abandonado en la segunda mitad del siglo pasado, tras la invasión de publicaciones del género promovida desde EEUU y, en menor medida, desde la URSS. En los países francófonos la ciencia ficción se fue transformando en literatura juvenil, en letras de segunda categoría destinadas a un público que no está capacitado para acceder a obras más complejas, que, sin embargo, son visitadas cada tanto por uno que otro escritor de otro ámbito para emplearla como artilugio de una estética diferente. De todos modos aún siguen apareciendo autores que, desde las filas mismas del género, demuestran que en esa parte del mundo se pueden producir textos de destacada calidad: con ello nos referimos a plumas como Léo Henry, Jerôme Noirez y Frédéric Jaccaud, pero no a Oksana y Prou.
En Cathédrales de brume (la primera novela firmada por la dupla) el relato gira en torno a un naufragio en el espacio, pero no alcanza a desarrollar el estilo preciosista de A voyage to Arcturus de David Lindsay o de Solaris de Satanislaw Lem. Katharsis, en cambio, utiliza a la Tierra como escenario: en el año 2033 un grupo de ecoterroristas arma una operación para chantajear a la ONU, en medio de un planeta azotado por la superpoblación y lacerado por el cambio climático, donde la escasez de agua potable es ya un problema de enormes dimensiones. Así a lo largo del libro irán apareciendo naves espaciales, armas de destrucción masiva, discusiones bizantinas, burocracia, Internet, jóvenes cyberpunks (o algo parecido), romance y otros temas que plantean una historia de una dama en peligro (la Madre Naturaleza) que debe ser rescatada antes de que sea demasiado tarde. El prólogo del libro está escrito por Yves Paccalet, un filósofo alguna vez vinculado al grupo de investigadores de Jacques Costeau.

* Oksana y Prou, Gil. Katharsis. Interkeltia, Jouy-en-Josas, 2010, 16,50

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