martes, 27 de noviembre de 2018

Insomnio de las noches de verano

El libro Leurs enfants après eux de Nicolas Mathieu fue reconocido por el jurado del Premio Goncourt como el mejor producto de la literatura francesa de este año. La obra es un reportaje sobre la decadencia de la clase obrera en la reciente Francia finisecular, que sólo por deseo e insistencia de su autor se ha convertido en una novela social. 

A lo largo de cuatro extensos capítulos seguimos a un grupo de adolescentes que habitan en el pueblo lorenés de Heillange (obvia deformación imaginaria de Hayange). La acción comienza en el verano de 1992 y concluye en el verano de 1998, que fue el año en que el equipo de fútbol nacional conquistó la Copa del Mundo. La narración sigue particularmente a uno de los jóvenes protagonistas llamado Anthony, que parece ser el alter ego del escritor. 

¿Qué hacen exactamente los personajes principales a lo largo de las páginas? Pues no mucho: duermen, deambulan, copulan, cometen pequeños crímenes y consumen drogas (sus padres, severamente afectados a causa del desempleo originado por la desindustrialización de la región, son igual de insignificantes). Algunos buscan escapar a su realidad sórdida y estancada, por lo que dejan Heillange con la esperanza de estudiar en París o de servir en el Ejército Francés, otros, por su parte, se van al norte de África o al norte de América deseando encontrar la vida que les falta en su país. Pero todos terminan retornando al punto de partida, sin ningún aprendizaje a cuestas. Sus veranos, el momento en donde todos se reencuentran, no son veranos mágicos poblados de amores y aventuras, son más bien, y por el contrario, instancias en las que constatan que su existencia tiene vedada todo lo que no sea monotonía. 

Lo más interesante del libro gira en torno al robo y la destrucción de una motocicleta que ocasiona una crisis familiar, por lo que se crea una excusa para una venganza. Pero ella, finalmente, no se consuma. Porque los personajes creados por Mathieu no existen para contar una historia, existen, por el contrario, sólo para dar testimonio de una realidad.

La atmósfera es aplastante y los paisajes son obscuros, creando un escenario perfecto para la mediocridad en la que viven los personajes. Expulsados del sistema productivo, defraudados por el Estado de Bienestar, marginados de la mundialización, pareciera ser que su destino es simplemente el de tumorear, es decir sólo existen para ocupar un espacio -los benignos- o para dañar el cuerpo social -los malignos. Nada más aparenta haber en la vida de esas personas: ningún dios que les de esperanza, ninguna ambición personal que los impulse a superarse, ninguna flor que les proponga la primavera. 

La prosa de Mathieu no es deslumbrante, pero al menos es efectiva. Sin embargo se ocupa de atravesar al texto con una coloquialidad chata y cruda, completamente al servicio del tono apático del libro, carente de toda posibilidad de iluminación (Mathieu no es Céline).

Si Émile Zola creó en el siglo XIX al naturalismo a partir de su interés por retratar con fidelidad a los cautivos del sistema industrial, Nicolas Mathieu ha ganado un Goncourt en el siglo XXI por pintar de gris los recuerdos de su aldea post-industrial. Esa es la enseñanza que deja el libro.


* Mathieu, Nicolas. Leurs enfants après eux. Arles: Actes Sud, 2018. 22,80 

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