lunes, 27 de septiembre de 2010

Un avec-culotte

La precursora Italia

Durante el verano boreal de 2010, la periodista italiana Flavia Amabile publicó un artículo en La Stampa que tuvo gran repercusión a nivel mundial. En el mismo se informaba que, gracias a un decreto de Silvio Berlusconi firmado en 2008 y tendiente a ampliar el poder de los municipios transfiriéndoles ciertas atribuciones judiciales, cada ciudad italiana está habilitada para emitir ordenanzas “sobre todo aquello que pueda interesarle a la seguridad y al orden público”. Amabile da a entender que, por capricho del máximo responsable de los destinos del Estado italiano, la gente que visite o que viva en Italia debe ahora tolerar cualquier tipo de prohibición absurda, cuyos únicos objetivos son los de reducir las libertades individuales arbitrariamente y los de recaudar el dinero de los incautos que violen las insólitas disposiciones emitidas por las más “lúcidas” autoridades municipales.
La lista de prohibiciones es muy extensa. Algunas pretenden que lo íntimo no se manifieste públicamente. Así, mientras que, por ejemplo, en Éboli, en el sur, se busca que las parejas no demuestren su afecto en público (ya que está prohibido estacionar sus autos en ciertos paradores si su intención es la de quedarse en su interior besándose), en Pordenone, en el norte, se quiere por el contrario que las parejas no demuestren su desafecto ante la mirada de los otros (puesto que son sancionadas todas aquellas personas que se peleen en la vía pública). En San Remo, Erice y cientos de otras localidades, la prostitución callejera –al igual que en Francia– queda terminantemente prohibida, pero no por ello del todo erradicada.
A muchos líderes municipales (como a los de Roma, Florencia o Trapani) les molesta en cambio que la gente ingiera alimentos en otros lugares que no sean los debidamente habilitados por las correspondientes oficinas del Estado, por lo que comerse un típico panini donde a uno más le plazca puede acarrearle problemas con la justicia. En otras ciudades –y Gallarete es un ejemplo– también arremeten contra aquellos que se desplazan a través de las calles bebiendo cualquier tipo de bebidas. Asimismo la vieja costumbre de cazar y comer aves colúmbidas en Lucca, Venecia, Cesena y Bérgamo está ahora fuertemente multada.
Hay ciudades que fomentan la desaparición de ciertas prácticas: un caso es Minturno, donde las rickshaws (usadas mayormente como bicitaxis) no pueden circular entre julio y agosto; otro ejemplo es Lecco, en donde se ha vetado el acto de pedir limosna. En Sorrento las autoridades deseaban eliminar a los artistas callejeros, pero éstos mostraron resistencia; así se llegó a una solución “salomónica”: un artista puede actuar en la vía pública, pero sólo por 15 minutos y procurando siempre ser el único entre sus colegas en un radio de 500 metros a la redonda. La ciudad de Positano, por su parte, sanciona a todos los que empleen fuegos artificiales en fiestas privadas (algo que suele suceder en casamientos o aniversarios), excepto si éstas se realizan los días sábados.
Pero ante quienes los italianos se muestran verdaderamente intolerantes es frente a los que tienen la fortuna de disfrutar de sus playas. En las playas de Ravena no se puede escuchar música sin auriculares durante las tardes, ni entregar volantes publicitarios, ni tampoco acostarse sobre la arena en ningún lugar que quede cerca de los primeros 200 metros de playa. En Sirolo cada quien que vaya a la playa debe llevar una silla o reposera, pues no está permitido apartar un lugar utilizando una toalla. Capri se sumó a la ola de prohibir la ingesta de alimentos en lugares no habilitados, y son especialmente duros contra quienes no la cumplen en el espacio arenoso cercano al mar. En Eraclea, las playas del mar Adriático son tan apreciadas por los jefes comunales que no se pueden cavar pozos sobre su arena, recoger conchas o pasearse sin remera o algo que cubra el torso, sea uno hombre o mujer.

La Clochemerle del siglo XXI

Uno, que ha visto todas las películas satíricas de Don Camillo y Peppone, es capaz de imaginarse a algún vecino enojado encabezando alguna iniciativa para desobedecer las disposiciones del municipio ausonio en el que vive. De ese modo se nos viene a la mente la imagen de un típico ciudadano italiano, regordete y vociferante, que, por ejemplo, se movilice para enfrentar al alcalde de Lerici por prohibir colgar las toallas en los balcones y ventanas.
Empero en donde damos fe que esto si ha ocurrido no ha sido en Italia, sino en Francia: en la ciudad de Reillanne, en la región de Provenza, el alcalde promulgó una ordenanza que no le impide a los vecinos colgar toallas en sus ventanas como en Lerici, pero si les saca la posibilidad de colgar sus calzones en cualquier lugar de sus hogares donde éstos puedan ser vistos desde las calles; en reacción frente a la medida, el ciudadano Henri Gouttard, conocido por todos en el minúsculo pueblo como “Mérou”, se largó a protestar colgando unos calzones de dos metros y medios para enfurecer al alcalde, un afiliado al partido de Sarkozy.
El insólito episodio llamó la atención de la prensa, y tanto La Provence, como Le canard enchaîné y Libération le dedicaron espacio de sus páginas a la original protesta. Más de uno no pudo evitar llamar a Mérou el “avec-culotte” [“con culote”], en clara referencia a los revolucionarios de fines del siglo XIX que eran denominados “sans-culottes” [“sin culotes”] por los pantalones característicos que utilizaban (en aquella época el término “culotte” no remitía a los calzones sino a una especie de vestimenta similar a lo que hoy sería una calza).
Este tipo de situaciones son llamadas en Francia una “Clochemerle”. “Clochemerle” es el nombre de una popular novela escrita por Gabriel Chevallier y publicada en 1934. La historia del texto gira en torno a la decisión “progresista” del alcalde del pueblo de Clochemerle de colocar una vespasiana (que era una suerte de urinal público, precursor de los actuales sanisettes que pululan por todo París) cerca de una iglesia local. A partir de allí comienza una muy graciosa y ridícula guerra entre ricos, pobres, políticos, militares, obreros, campesinos, miembros del clero, funcionarios y todo aquel que el autor tuviese en mente para caricaturizar.
La pintoresca historia de Mérou y el alcalde de la UMP rescatada por la prensa hexagonal recupera para el imaginario social francés la vida simple y desestructurada de los pueblos, más allá de que los protagonistas no sean gente simple ni desestructurada.

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