En Hayange, una ciudad cercana a
la frontera franco-luxemburguesa, hay una fuente. La misma alberga a una
escultura hecha de acero y piedra, creada por un tal Alain Mila. Para darle un
poco de color, la municipalidad local decidió repintar el sitio. Así una mañana
de julio apareció la fuente teñida de un azul piscina, en tanto que la
escultura –no la parte hecha de piedra sino la hecha de acero– recibió un azul
turquesa.
Antes y después |
Este acto fue interpretado por
muchos como un crimen de lesa majestad, una profanación maliciosa del genio
artístico, y hasta un episodio de brutal vandalismo. Mila, el artista becado
por el Ministerio de Cultura de Francia, no se privó de manifestar su
incontenible indignación e infinita tristeza al enterarse de lo que los
incultos pueblerinos le hicieron a su obra.
La polémica
Fabien Engelmann, alcalde de
Hayange y miembro del Front National, sostuvo que la Municipalidad había
decidido colorear la obra puesto que la gran mayoría de los habitantes de la ciudad
encontraban horrorosa a la fuente. Esa justificación desató la ira de muchos,
quienes acusaron a Engelmann de ser un ignorante incapaz de distinguir entre
una obra de arte y una pieza del mobiliario urbano, entre una invención de
Duchamp y un poste de luz.
Aurélie Filippetti, Ministra de
Cultura, condenó al alcalde al indicar que lo hecho por sus subordinados
resulta ser “una violación manifiesta del derecho moral y de las reglas
elementales del código de propiedad intelectual y del de protección patrimonial”.
Y añadió que el “incidente es revelador de la concepción de la política
cultural que manejan los políticos del Front National”, por lo que a través de
Twitter llamó a vigilar de cerca a estos personajes (todo eso mientras una
auditoría ha denunciado la desaparición de 32 obras de los museos nacionales y
su reubicación en las residencias presidenciales durante la gobernación de
François Hollande).
Los otros Hayange
El episodio de la fuente de
Hayange gozó de una gran repercusión mediática debido a que el protagonista era
el FN. Sin embargo en los últimos años otros pueblos han atravesado situaciones
similares y el eco de ello ha sido más bien pequeño: en 2008 las autoridades de
Saint-Romain-au-Mont-d’Or consiguieron que la Justicia le ordene a
Thierry Ehrmann que desarme la “Morada del Caos”, un supuesto museo que el
artista construyó sobre una oficina de correos abandonada y que se niega a desmontar; en 2013 el alcalde
de Pamiers dio la orden de avanzar sobre una fuente creada por Jacques Tissinier, debido a que la misma –que no era más que un par de gigantescos
conos de mármol– se encontraba peligrosamente deteriorada, ya que los jóvenes
de la localidad la usaban para escalar o para patinar sobre ella; y también en
2014, las autoridades de La
Roche-sur -Yon, con la excusa de que la obra corría peligro,
se deshicieron de una espantosa columna de seis metros creada por el venezolano Carlos Cruz Diez.
Otro episodio similar
relativamente reciente fue el que enfrentó a Alain Kirili contra las autoridades de la Universidad de Borgoña, en su campus de Dijon. En 1992,
Kirili colocó unos bloques de piedra tomadas de las canteras de Nuits-Saint-Georges.
Un tiempo después, el escultor retornó a la universidad para fotografiar a su
obra, pero se enteró de que para esas fechas ésta ya yacía en el fondo de un
barranco. Consiguientemente inició una campaña de desagravio, y la Universidad de Borgoña
lo volvió a contratar para que reponga las esculturas. Así es que, al día de
hoy, se pueden ver más de una docena de falsos menhires arrojados en el
interior del campus universitario, frente a los cuales poco se puede hacer.
Los incorregibles frontistas
La prensa francesa, aburrida por el
letargo veraniego, aprovechó el incidente de Hayange para, una vez más, “denunciar”
que el Front National está en guerra contra la cultura (ignorando, claro, que
los alcaldes frontistas no son los únicos que han manifestado esa actitud).
Los memoriosos recordaron que Bruno
Mégret, un viejo dirigente del FN que fungiese de eminencia gris de su esposa
cuando ella ostentó el cargo de alcalde de Vitrolles, había fustigado a la
cultura “raptaglang” en la década de 1990. Con el neologismo, Mégret pretendía
nombrar a aquello que él veía como una mezcla de rap o cultura negra
norteamericana, rebeldía juvenil y pensamiento políticamente correcto (lo que
hoy en día se llama, simplemente, “MTV”). Muchos aseguran que la ocurrencia
megretiana ocultaba un plan cultural que las alcadías frontistas ejecutaron
ante cada oportunidad que se les presentó: promover el folklore francés en
detrimento de la creación contemporánea, convirtiendo de ese modo al combate
político en un combate cultural que debía de frenar el “genocidio” que el mundo
moderno ejecuta en contra del espíritu humano.
Al Front National se lo acusó de
haber desplegado su ofensiva cultural en cuatro frentes: la exaltación de las
identidades provinciales, el dominio de las bibliotecas, la supresión de las
subvenciones municipales a los circuitos artísticos alternativos, y el ataque a
los grandes festivales musicales y teatrales.
Vitrolles (bajo el dominio de los
Mégret), Tolón (gobernada por Jean-Marie Le Chevallier), Marignane (administrada
por Daniel Simonpieri) y Orange (bajo el control de Jacques Bompard) fueron los
bastiones municipales frontistas en la década de 1990. “Raíces, Tradición,
Identidad”, esa era su hendiatris en materia cultural. Con ese criterio en
mente, Bompard canonizó al poeta provenzal Frédéric Mistral, en tanto que Le
Chevallier hizo lo mismo con el famoso actor Raimu, aquel histrión que Orson
Welles calificara como “el mejor del mundo” en su rubro. Simonpieri, por su parte,
invirtió grandes sumas del presupuesto municipal para homenajear a los pieds-noirs, que son aquellos antiguos
pobladores de Argelia que tuvieron que abandonar África cuando la provincia
francesa se convirtió en un país independiente. Sin embargo los Mégret, muchos
más creativos para lo patriotero que sus colegas frontistas, dieron el ejemplo
de cómo llevar el localismo al extremo: Vitrolles se convirtió en
“Vitrolles-en-Provence” y las calles y plazas cambiaron sus denominaciones,
reemplazando los nombres del canaco Jean-Marie Tjibaou, del chileno Salvador
Allende, y de los sudafricanos Dulcie September y Nelson Mandela por los de
Jean-Pierre Stirbois, Madre Teresa de Calcuta, Margarita de Provenza y
simplemente Provenza.
En materia de libros la ola frontista
comenzó en Orange, cuando un funcionario del gabinete de Bompard decidió vetar
la lista de títulos que la comisión de bibliotecas municipal había pedido para
alimentar sus estantes, aduciendo que el cosmopolitismo y el progresismo de los
autores intoxicaban a los lectores (entre los textos figuraban, por ejemplo,
obras de la pediatra Catherine Dolto o del dibujante Rascal). Para compensar el
vacío bibliográfico que ellos mismos habían creado, la gente del FN compró
libros con el fin de satisfacer sus propios gustos literarios, incorporando de
ese modo a las bibliotecas a textos escritos por los miembros del Club de l’Horloge
y del Groupement de Recherche et d’Etudes pour la Civilisation Européenne ,
los otrora think tanks del partido de
Jean-Marie Le Pen.
Las hemerotecas tampoco se
salvaron: las suscripciones a Libération
y a La Marseillaise fueron canceladas y sustituidas
por suscripciones a Rivarol y a Présent.
En Tolón, Le Chevallier intervino
la feria del libro local, e invitó a Brigitte Bardot para que opacara con su
presencia a Marek Halter, un escritor judío que fuese amigo de Juan Perón y
promotor en Europa de la causa de las Madres de Plaza de Mayo.
En materia de obstaculización del
desarrollo de circuitos culturales alternativos, el episodio más famoso lo
protagonizaron los Mégret, quienes un día le retiraron la subvención municipal
al pub Le Sous-Marin por el pecado anti-occidental de haber promovido el rap. Pronto
la situación del local de diversión nocturna se convirtió en noticia nacional,
y sus dueños se encontraron recibiendo el apoyo de miles de personas indignadas
con la decisión del FN: Le Sous-Marin de Vitrolles se convirtió así en un espacio
de resistencia cultural, albergando desde entonces a incontables espectáculos
de rap, jazz y todo aquello que los frontistas consideraban “arte degenerado”.
En Orange, Bompard no se
concentró en perseguir a las pequeñas discotecas sino que intentó apoderarse de
la organización de Chorégies, un famoso festival de ópera y música clásica. Su
excusa era que los responsables del mítico evento lo montaban pensado en
coincidir con los gustos de los parisinos y no con el de los orangeoses, cosa
imperdonable según su punto de vista.
El FN entró en decadencia después
de 2002 y recién en 2012 pudo recuperarse, gracias al nuevo liderazgo de Marine
Le Pen. En consecuencia, nuevos alcaldes frontistas aparecieron en distintos
puntos de Francia y, como Engelmann, cada uno de ellos generó fricciones en el
campo cultural. Así, por ejemplo, Robert Ménard –alcalde de Béziers– eliminó el
puesto de Director de los Teatros de la ciudad por considerarlo casi tan
superfluo como a la actividad teatral contemporánea misma, en tanto que Philippe de La Grange
–jefe comunal de Le Luc– presionó para que se cancele el festival Amne`Zik de
música electrónica, debido a que, según él, no estaba garantizada la ausencia
de drogas ilegales ni el consumo moderado de bebidas alcohólicas.
Sin embargo la nota más destacada
la dio Jean-Claude Philipot, un dirigente frontista que por muy poco no pudo
ser coronado alcalde de Reims. Este sujeto, a través de un sitio web de noticias del FN, señaló que los Fondos Regionales de Arte Contemporánea de
Champaña-Ardenas son una estafa a los contribuyentes, pues sólo se dedican a
financiar a “obras que podrían haber sido realizadas por un niño de cinco años
o por un animal al que le hubiesen manchado las patas y la cola con pintura
para que camine sobre un lienzo”.
Como respuesta a los aparentes
atropellos del Front National, muchos artistas franceses intentaron contraatacar:
los cantantes Patrick Bruel y Lio anunciaron que no se presentarán en las
ciudades gobernadas por el FN (quizás porque consideran que la gente que votó
por el partido patriota son unos retrógrados que no merecen su música), en
tanto que muchos teatristas no sólo amenazaron con no pisar los municipios
administrados por el FN hasta que recambien a sus autoridades, sino que además
anunciaron que buscarían relocalizar varios de sus más grandes festivales, como
es el caso del enormemente prestigioso Festival de Aviñón. Bruno Gollnisch acusó
a todos aquellos que se oponen a la concepción de cultura del Front National de
formar “mafias culturales”, tan peligrosas éstas para el ciudadano francés como
aquellas que trafican con drogas o personas.
El destino final
La obra de Mila que tanto alborotó causó se llama “Fuente
de vida”, y consta de un monolito de piedra y de un huevo de acero de color
verde. El reemplazo del lúgubre verde por un azul vivo parecía un acierto que
venía a sumar significado a la obra en lugar de alterarlo, pero Mila lo rechazó
sugiriendo que el FN trataba de imponer sus colores partidarios sobre una
creación suya. Si la
Municipalidad de Hayange hubiese pintado con los colores del
arco iris al huevo, ¿Mila hubiese reaccionado igual?
Sea como sea, Engelmann propuso
vender la obra a quien quiera adquirirla y recuperar así los 8.000 euros que su
municipio gastó en 2001 para comprar y emplazar la escultura. Empero Filippetti
le recordó que eso es ilegal si no cuentan con la expresa autorización del
escultor o de sus herederos, por lo que al final se decidió que la “Fuente de
vida” sea reubicada en uno de los rincones de Hayange, un tanto lejos del lugar
privilegiado en el que antes se encontraba.
De todos modos los hombres del FN
se preguntan por estos días en donde estaban las Filippetti cuando el alcalde de París privó a la Plaza
de la República
de las fuentes de los Delfines, o cuando un iraní destrozó con un martillo el
reloj del siglo XIV de la
Catedral de Lyon o cuando las ménades de Femen dañaron las campanas de la Catedral
de Notre-Dame. ¿No le funcionaba el Twitter para convocar a aumentar la
vigilancia?
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