El tiempo de las cigarras ha muerto
Dada la afición de los franceses
a las vacaciones, durante el verano (época ideal para los vacacionistas) el
Hexágono se paraliza. Hacia finales de agosto y principios de septiembre la
nación se desentumece y, salvo que esté programada una huelga o algo por el
estilo, todo recupera su marcha habitual. Es justo en ese periodo en el que se
produce un fenómeno exclusivamente francés: la rentrée littéraire [temporada literaria].
¿En qué consiste la temporada
literaria? Pues que año a año, desde fines de agosto hasta mediados de
noviembre –aunque con su epicentro a lo largo del mes de septiembre–, se
produce una inundación en las librerías de Francia. A dicha inundación,
obviamente, la protagonizan los libros, pero no cualquier libro: durante la
temporada literaria las editoriales francesas se dan el lujo de evitar esos
libros escritos por futbolistas ambiciosos, políticos parlanchines o zuripantas
de la televisión y en su lugar publican ficciones, sobre todo novelas.
¿Cuándo nació esta tradición
cultural y comercial? Nadie en Francia lo recuerda. Algunos sostienen que
comenzó en la década de 1980, época en que la industria libresca logró
afianzarse completamente tras la sanción de las leyes que imponían el sistema
de ISBN. Para otros, en cambio, la temporada literaria es cien años más
antigua, ya que hay evidencia de que Ernest Renan había teorizado sobre ella. Lo
más probable es que hacia fines del siglo XIX esta tradición haya sido
concebida, deviniendo un fervoroso asunto publicitario recién en el último
tercio del siglo XX.
El mundo de lectores franceses
–el cual, afortunadamente, aún es grande– recibe con entusiasmo este evento.
Fundamentalmente las editoriales más importantes se ponen de acuerdo para
largar a la venta centenas de novelas de autores consagrados, junto a un puñado
generoso de obras de debutantes (la temporada literaria es una especie de
presentación en sociedad de los jóvenes talentos), y una buena cantidad de
textos extranjeros traducidos al idioma de Victor Hugo. Cual hormigas, los
franceses empiezan en septiembre la lenta recolección de libros que irán
leyendo a lo largo del año hasta concluir con los últimos títulos durante los
cálidos días del verano siguiente, sólo para recomenzar el ciclo después.
Fetichismo de la
mercancía
El impacto de la temporada
literaria en el mercado editorial no es profundo. En las listas de venta hay
otro tipo de libros que se colocan por encima de las ficciones de calidad, sin
embargo ello no importa: la temporada literaria no se trata de dinero, se trata
de prestigio. Más allá de los franceses, quienes se entusiasman con este evento
son los norteamericanos, siempre tan receptivos a lo que se produce alrededor
del globo. También los alemanes, los italianos y los británicos miran con
cierta curiosidad a Francia durante septiembre. España y el resto del mundo de
habla hispana, es decir aquellos países que estuvieron bajo la órbita cultural francesa
durante siglos, demuestran hoy en día un escaso interés por la famosa temporada
literaria.
Priscilla Parkhurst Ferguson, en
su ya clásico Literary France: The Making
of a Culture, señala que a los franceses no los apasiona el libro como
objeto, sino la Literatura
como idea. Sin embargo esta observación hoy en día –a unos treinta años de que
fuese hecha– resulta cuestionable. Es cierto que la temporada literaria es el
momento propicio para cualquier lector francés de hablar sobre ficciones sin
tapujos, pero también el libro como objeto tiene cierto protagonismo. La
industria editorial del Hexágono ha hecho muy poco para introducir el libro
electrónico (contrariamente a lo que pasó en EEUU, Alemania y Japón), en parte
atenta a sus propias necesidades comerciales, y en parte atenta a las
costumbres de los lectores locales, quienes han empezado en muchos casos a
manifestar cierto fetichismo por las impresiones en papel.
El trigo y la paja
La temporada literaria permite
una cosa que, sobre todo, los escritores agradecen: la creación de algo así
como una farándula libresca. El éxito de un debutante, por ejemplo, puede
traducirse en la venta de colaboraciones a todo tipo de diarios y revistas. Del
mismo modo, una novela decepcionante de un autor consagrado puede enviarlo a
las zonas frías del campo de la publicación. Incluso el carnicero, el panadero
y el mecánico pueden cambiar la actitud con respecto a un escritor si éste ha
tenido algo de suerte durante la temporada literaria.
En los meses en que dura este
fenómeno, abunda la variedad. Como para una persona es virtualmente imposible
leer los cientos de libros que salen a la venta (normalmente la cifra de
títulos nuevos ronda el medio millar), los críticos literarios adquieren una
enorme importancia. Sus palabras suelen decidir la fortuna de un libro, aunque
hay muchos lectores que bucean en el mar de papel usando su propia brújula.
Realmente no existen fórmulas
para los lectores a la hora de acertar con la lectura correcta. Existen, claro,
toda una serie de elementos que le permiten a uno aproximarse a lo que se está
buscando, pero en el fondo todo se trata de una cuestión de ensayo y error. Lo
positivo es que es un mundo tan amplio que la competencia es fuerte y sana, repercutiendo
ello en lo que se escribe –no como en otros países en los que el nivel de la
calidad de lo producido es muy bajo y el mercado editorial termina embaucando a
quienes han cultivado el hábito de la lectura.
Así lo dice la faja
Lo que de alguna manera clausura
la temporada literaria es la entrega del Premio Goncourt durante el mes de
noviembre. Francia es un país que cuenta con cerca de dos mil premios
literarios, la mayoría de los cuales son entregados en los meses del otoño. Las
cinco estrellas de los premios literarios son el Renaudot, el Femina, el
Médicis, el Interallié y, claro, el mentado Goncourt. Ganar este último premio
es lo mismo que ser el campeón en el torneo de fútbol de la Ligue 1 o el vencedor de un
reality show de mucho raiting, pues no sólo permite la conquista local sino que
también abre puertas en el extranjero.
De todos modos el libro que lleva
la faja que anuncia que ganó un premio probablemente no venda la cantidad de
ejemplares que venden los best-sellers
fabricados para engatusar a los lectores. En Francia, más allá del nivel
cultural del que muchos franceses se jactan de tener, el mercado editorial se
maneja con leyes muy similares a las del resto de Occidente.
Muchos de esos libros pensados
para lograr elevados números de venta (los destinados al “grand public”, según la expresión gala) son publicados en el otoño,
por lo que participan de facto de la
temporada literaria. Los lectores de paladar negro se cuidan de evitar esos
textos, pero, por más que custodien la tradición, los tiempos cambian.
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