lunes, 1 de septiembre de 2014

Uno más del montón

Durante el verano de este año, el zoológico de Besanzón exhibió un animal bastante corriente: el homo sapiens. En efecto, Laurent Decol, un mimo, se instaló durante un par de semanas de agosto entre las demás bestias, y, como habitualmente lo hacen los leones y los monos que viven allí, se prestó a la mirada de los visitantes. 

No fue una jaula la que lo albergó, sino que estuvo más bien en el interior de un corral. Durante quince días, en un lapso que abarcaba diez horas diarias, Decol atendió sus asuntos desde su cautiverio voluntario. Se sacaba fotos, usaba su celular para conversar con sus amigos y, cuando la oportunidad se presentaba, se dedicaba a dialogar con los curiosos, escogiendo a la biodiversidad, la vida animal o la televisión como tópico de conversación.      


Lo exótico 

Se puede señalar al programa televisivo Loft Story (la versión francesa de Big Brother) como el antecedente más próximo a la experiencia de Decol. ¿Acaso el encierro de una docena de vacacionistas en una casa para ser filmados por una infinidad de cámaras no es lo mismo que colocar a animales salvajes en jaulas para que la gente los vea? 

De cualquier modo, un antecedente innegablemente más parecido ocurrió en el verano de 1988 (con una réplica en el verano de 1990), cuando el periodista Georges de Caunes se instaló en el zoológico La Palmyre en Les Mathes para “observar a los humanos con ojos de animal”. 

Caunes era un hombre creativo: vinculado a Paris-Match y a otros importantes medios de comunicación del Hexágono, en la década de 1950 se aventuró en Groenlandia y en el Amazonas para producir crónicas sobre el frío y el calor; pero lo más extravagante que hizo –antes de convertirse en espécimen de zoológico– fue mudarse a Eiao, una isla desierta perteneciente al archipiélago polinesio de las Marquesas (islas famosas por albergar a las tumbas de Paul Gauguin y Jacques Brel), en donde reportó la soledad a través de la radio durante meses, como si hubiese sido un Robinson Crusoe con carnet de periodista. 

La experiencia de Caunes de convertir a la vida cotidiana en espectáculo varió con el tiempo: al principio sintió la necesidad de insertarse en un escenario exótico para describir a los otros o para dotar de exotismo a sus días, después, con el planeta circunnavegado, las comunicaciones extendidas, y el espacio exterior explorado, lo exótico ya no fue necesario, puesto que la gente comenzó a reclamar por lo que siempre tuvo en casa, asombrada de que el hombre (especialmente el hombre occidental) no hubiese sido descubierto aún. Así Caunes fue al zoológico, y unos años después el zoológico fue a la televisión. 
  
El zoológico humano 

La presencia de seres humanos en los inventarios de los zoológicos es antigua: los egipcios, los griegos, los aztecas, en definitiva fueron muchas las civilizaciones que tenían zoológicos humanos, poblados por extranjeros o “anormales” (albinos, jorobados, enanos, etc). La llegada de Colón a América popularizó durante un tiempo eso de trasladar gente de un continente a otro para que los europeos se asombraran de encontrar personas tan parecidas y tan diferentes a ellos. Es famoso, por ejemplo, el caso de los Tupinambá, una tribu de aborígenes sudamericanos que fueron llevados en 1560 a Ruan para que el delfín Carlos-Maximiliano –coronado después como Carlos IX– se maravillase con su aspecto y costumbres. Montaigne conoció a los visitantes, y usó esa experiencia (junto al libro Les singularitez de la France antarctique de André Thévet) para redactar el famoso capítulo 31 de la primera parte de sus Ensayos en el que habla acerca de los caníbales. 

De cualquier manera el auge de los zoológicos humanos se produjo con la expansión del colonialismo capitalista en la segunda mitad del siglo XIX. En París el Jardín de Aclimatación y Jardín de Ensayo Colonial fueron sedes de exposiciones en las que se podían ver a zulúes, bosquimanos, lapones, hindúes, cosacos y otras etnias foráneas. Los eventos fueron exitosísimos, convocando a miles de espectadores curiosos por ver como vivían estos personajes pintorescos en sus falsas aldeas.  

Claro que no todos estuvieron de acuerdo con el espectáculo humano. Es conocido, por ejemplo, el caso de Félicien Cattier, un banquero belga que, en nombre del libre mercado, organizó una protesta contra la presencia de un campamento de congoleños en la Exposición Universal de Bruselas de 1897: para él los humanos no eran una mercancía, sino los consumidores de aquellas. 

Hacia 1914, cuando el capitalismo imperialista de la Segunda Revolución Industrial desembocó en la guerra, los zoológicos humanos dejaron de entusiasmar a la gente. En las décadas posteriores el fenómeno se repitió con menor frecuencia, impulsado casi siempre como una iniciativa gubernamental para demostrar la prosperidad de las colonias (en la Exposición Universal de Bruselas de 1958 la villa congoleña contra la que había combatido Cattier volvió a aparecer, pero al mismo tiempo Patrice Lumumba ya lideraba en África los esfuerzos por acabar con la presencia de los imperialistas belgas en el continente negro).

La venus y la vergüenza 

Un poco antes del inicio de la Segunda Revolución Industrial, cuando Europa de hecho aún estaba conmocionada por las novedades de la Revolución Francesa, Saartjie Baartman llegó al Viejo Continente proveniente del sur africano. Ella era una mujer que pertenecía a la ahora llamada etnia khoikhoi –pero que en aquel entonces era conocida como el pueblo hotentote. Su anatomía era muy peculiar: padecía de esteatopigia, lo que hacía que sus nalgas fueran descomunalmente grandes y sobresalientes; además poseía órganos genitales protuberantes. 

Entre 1810 y 1814 Baartman vivió en Londres, donde trabajó montando un espectáculo cuasi-circense en el que se disfrazaba de salvaje y se enfrentaba a un domador. Al público inglés le agradaba el acto, pero no así a sus autoridades civiles. Finalmente se llevó al representante de Baartman a un juicio por explotación laboral, pero terminó absuelto gracias a que ella afirmó que no era la esclava del acusado sino su socia y que noche a noche se subía al escenario voluntariamente, pues se consideraba actriz. Los abolicionistas que habían impulsado el juicio se enfurecieron con ella, pues ni la veían como actriz ni con la capacidad para ser más que una mujer explotada. Después de ello Baartman y su socio vivieron un breve tiempo en los Países Bajos, sólo para terminar instalándose al final en Francia. 

En el Hexágono el naturalista Étienne Geoffroy Saint-Hilaire intentó estudiarla en el Museo Nacional de Historia Natural. Notó que su rostro tenía rasgos similares a los del orangután, y que sus glúteos se parecían a los del mandril. 

Al poco tiempo Baartman se vio víctima de la convulsionada época (se encontraba en Francia en los momentos en que el Primer Imperio colapsaba), y tuvo que prostituirse para sobrevivir. En diciembre de 1815 finalmente moriría, víctima de las enfermedades venéreas y del invierno parisino. Tras su deceso, el zoólogo Georges Cuvier le realizó una autopsia en la cual le extirpó varios de sus órganos para conservarlos en formol y fabricó una estatua con un molde de su cuerpo. 

A esta historia se la suele calificar como un caso de “humano zoologizado”, pues Saartjie Baartman –apodada la “Venus Hotentote”– resultaba un espectáculo visual y táctil para la gente, que la admiraba por poseer un cuerpo insólito. Ello debería ser motivo suficiente para que los europeos sientan vergüenza por su comportamiento brutal, el cual habría sido lo suficientemente violento como para atentar contra la dignidad de una mujer negra. Sin embargo creo que sostener esto no es adecuado. Baartman era más bien una artista que ofrecía un espectáculo, rústico y chabacano, pero espectáculo al fin. La gente no le pagaba para verla cocinar o cortar leña (como sucedió después con los pobladores del Jardín de Aclimatación o del Jardín de Ensayo Colonial), le pagaban para verla comportarse como salvaje, pese a que la mayoría comprendía que no se trataba de una salvaje, ¿pues cómo habría de serlo si ya no vivía en la selva? 

La mirada humana en la Sociedad del Espectáculo 

La Venus Hotentote dejó su huella en Francia, no tanto por su breve vida parisina (la cual es lícito suponer que la pasó mayormente en un burdel) sino porque Geoffroy Saint-Hilaire y Cuvier la hicieron parte de la cultura francesa. Así, por ejemplo, Victor Hugo, el Conde de Lautréamont y Georges Brassens hablaron de ella en novelas y poemas. Pero quien le ha hecho justicia recientemente a su figura ha sido el cineasta Abdellatif Kechiche, que dirigió la biopic Vénus noire, estrenada en 2010. 

La película consta de dos partes: una sobre su vida en Londres y otra sobre su vida en París. Tanto en una ciudad como en la otra, Baartman sigue siendo la misma, pero lo que cambia es la gente que la rodea, puesto que los ingleses son representados como gente sanamente curiosa y humanista mientras que los franceses aparecen como brutos y libidinosos. Desde el inicio se nos muestra a una mujer infeliz (hacia la mitad de la película ella revela que ha tenido hijos, pero es posible que hayan muerto), y lo que se ve escena tras escena es el endurecimiento del contexto: la misma escena que muestra a la africana deprimida se repite insistentemente, y lo único que cambia son las circunstancias, aunque no su destino desgraciado (los proletarios londinenses o los aristócratas parisinos, por ejemplo, tienen la misma reacción al verla). En un momento Baartman confiesa que quiere cantar y bailar, pero su representante le exige que insistan con el acto exótico, pues lo que a él le interesa es el dinero; ella, de algún modo, le hará caso –la excepción es la escena en que la llevan al Museo Nacional de Historia Natural y Baartman decide no representar a una salvaje, por lo que los científicos no logran observarle la vulva, lo que ocasionará su caída. 

Vénus noire –a diferencia de 12 años de esclavitud– no es un alegato en contra de la esclavitud, es, más bien, una crítica a la Sociedad del Espectáculo. Al director le interesa trabajar tanto con aquellos que son vistos, como aquellos que ven: por ello el voyeurismo articula las escenas más fuertes de la película, como una en la que un hombre copula con una prostituta mientras le pide a Baartman que pose desnuda para él, y que al terminar el acto sexual le comenta que él la vio actuar en un escenario y que es penoso que el mundo del espectáculo lleve a la gente de la cima a la sima. El mejor truco de Kechiche para lograr su objetivo es equiparar al espectador del siglo XIX con aquel que mira la película en el siglo XXI. Baartman aparece como carente de intimidad, pues los que asisten a su actuación le tocan las nalgas para cerciorarse de que su anatomía es verídica, y los que miramos la película nos concentramos en adentrarnos en lo que sabemos que es una historia basada en hechos reales a la que juzgamos, por un efecto del presente, como incómoda por lo vergonzosa. 

El tono de Vénus noire es glacial. No hay intención de conmover, sólo se busca mostrar a la protagonista con toda la distancia posible, sin agregar ningún efecto sentimental. Ni la emoción ni la empatía tienen lugar, por ello atravesar los 166 minutos que la película propone es una experiencia constantemente dolorosa. En este sentido la obra de Kechiche se ubica en las antípodas de Precious. 

Es probable que lo más interesante de Vénus noire sea el intento por preservar la complejidad de los acontecimientos que de verdad ocurrieron. Aquí se la puede concebir como contrapuesta a 12 años de esclavitud. La biopic sobre Solomon Northup que fue mundialmente aclamada se basa en las edulcoradas memorias que el hombre libre esclavizado publicó. De allí que la historia no aclare cuestione fundamentales: si Northup era un burgués respetado por la comunidad de Saratoga como se muestra al principio de la película, ¿por qué abandona a su familia para unirse al circo sin dejarles siquiera una carta de despedida o algo por el estilo? Es evidente, en consecuencia, que el personaje no fue quien dijo ser. El problema de 12 años de esclavitud es que se queda con el relato de la vida de Northup en cautiverio, pero nada dice acerca de su suerte posterior: Northup desapareció unos cuantos años después de haber publicado su libro; algunos señalaron que fue secuestrado y asesinado por sureños esclavistas para que cesara en su activismo como abolicionista, mientras que otros, más cercanos al personaje, indicaron que terminó sus días como un vagabundo borrachín (esos son los mismos que apuntaron que Northup habría participado del Skin Game, una estafa esclavista que consistía en venderle un negro a un sureño sólo para ayudarlo después a escapar y repetir el evento una vez que el dinero se hubiese repartido entre los cómplices). 

Pues bien, Vénus noire no cae en esas fabulaciones, aunque si magnifica lo obsceno. De todos modos ello es comprensible, puesto que, al fin y al cabo, los insólitos glúteos y los curiosos labios vaginales de Baartman fueron lo que la diferenciaron de los demás negros que vivían en Europa por aquellos años. Y en este aspecto Kechiche procura no recurrir ni al montaje ni a la elipse, por lo que en la pantalla aparecen momentos de carácter plenamente pornográficos aunque libres de todo erotismo (hay un escena de la presentación de Baartman en una orgía en la que todos se entusiasman con el espectáculo de su vagina, pero luego notan su llanto y comprenden que la han ultrajado). 

A la película de Kechiche la abre una recreación de la lección de anatomía comparada que Cuvier dio en 1817 ante miembros de la Academia Nacional de Medicina en París. Como si se tratase del Conde de Gobineau, Cuvier habla de la inferioridad de la raza negra mientras va mostrando los trozos de la Venus Hotentote que ha decidido conservar para la posterioridad. Seguramente Decol no terminará así.  

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