viernes, 1 de abril de 2011

La generación espontánea de Francia

Hay autores que sostienen que para que una nación pueda imaginar su futuro, antes debe inventarse un pasado. Los mismos también creen que para justificar un Estado, asegurar las leyes y garantizar la obediencia, no alcanza simplemente con tener un cuerpo de policía, sino que también es imprescindible contar con héroes y villanos, con sueños y pesadillas, con horizontes y abismos. Para estos autores la legitimidad, la unidad y el patriotismo es inútil si no se posee una “novela nacional”, vale decir si no se posee una mezcla de ficción y realidad que dicte el contenido de los manuales escolares y que moldee las mentes de los más jóvenes. François Reynaert es uno de esos autores.
A Reynaert se lo conoce en el Hexágono por ser un reputado periodista que trabaja para Nouvel Observateur, el boletín oficial de la parroquia progresista de la Francia contemporánea. En los últimos años ha producido algunas obras de ficción –según consta en los contratos que ciertas editoriales archivan y en la cartelería que algunas librerías han exhibido en determinadas ocasiones–, pero es en el campo del periodismo en donde demuestra maestría. Pocos como él tienen la habilidad para revisar tan minuciosamente las entrelíneas del proceso de comunicación de la información, y analizar tan en detalle sus trucos, engaños y artimañas (su obra Nos amis les journalistes de 2002 lo deja en claro). Su domino en el área le ha sido útil para abordar, desmenuzar y opinar sobre diversas temáticas socioculturales desde sus puntos de vista izquierdistas y políticamente correctos.
Subiéndose a la ola editorial hexagonal del momento (aquella que sugiere que los libros sobre historia escritos por historiadores amateurs son un negocio rentable), la editorial Fayard le publicó a Reynaert el libro Nos ancêtres les gaulois et autres fadaises. Como ya señalamos, la labor del periodista en este libro es ideológica. El texto no es más que un arduo esfuerzo para “desmitificar” lo “mitificado” en la historia de Francia. La premisa fundamental de Reynaert sostiene que la mayoría de los franceses son unos ignorantes, dado que han absorbido sin cuestionar lo que ciertos grupos que construían poder les han dicho sobre su propia historia, y que a causa de ello la intolerancia, la xenofobia y la discriminación han tenido lugar en la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Así, por ejemplo, Reynaert afirma que la Guerra de los Cien Años no fue un combate entre naciones sino un conflicto entre feudos, o que el Renacimiento fue una época obscura debido a la peligrosa combinación entre fanatismo religioso y fuerza bélica inspirada por una Iglesia Católica que deseaba retener sus bastiones leales ante la avanzada subversiva de los protestantes. Para el autor de Nos ancêtres les gaulois et autres fadaises todo lo dicho sobre la historia de Francia es verdadero, pero, al mismo tiempo, también es falso, puesto que lo que le importa –según afirma Reynaert– son los modos en los que la historia es contada.
La idea del libro es mostrar que Francia es un invento de la modernidad, así como lo sería también el Hombre (tal y como lo teorizó Michel Foucault durante las décadas de 1960 y 1970). Más puntualmente, para Reynaert lo que en la actualidad se conoce como “Francia” es un producto de los discursos de los herederos de la Revolución de 1789, quienes –tras asumir el control del Estado luego de deponer a un rey– se vieron obligados a generar símbolos que convenzan a la gente a “asociarse” a la comunidad, ya que, aparentemente, la pertenencia a la misma había dejado de ser obligatoria. Esta mirada, que convierte a la voluntad individual en lo que posibilita la comunión entre compatriotas (intentando prescindir así de la sangre y de la tierra), es típicamente republicana. Entonces, según esta lectura de los eventos, los historiadores republicanos, enfrentados al analfabetismo generalizado de los pobladores devenidos ciudadanos, habrían urdido casi de manera conspirativa un relato en el que el efecto casual era, en realidad, un fin preestablecido: Vercingetórix, Clodoveo I, Carlomagno y todos los gobernantes previos a la toma de la Bastilla, habrían sido gente que sólo les allanaban el camino al triunfante pabellón azul, blanco y rojo.
Algún reseñador trasnochado trató de ver en la obra de Reynaert la perfecta antítesis de los viejos manuales Lavisse (una serie de textos producidos durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX por el historiador Ernest Lavisse, y que, hasta la mitad del siglo pasado, fueron posicionados como el canon para el aprendizaje y la enseñanza escolar de la historia de Francia). Empero es bastante evidente que a quienes Reynaert tiene en mente para dedicarles su libro es a los miembros de cierta corriente nacionalista francesa que día a día se vuelve más grande en el Hexágono: los identitarios. En efecto, “galos” –aquellos pobladores con los que “difícilmente Luís XIV se identificaría”– era el nombre asignado por los romanos para referirse a aquél pueblo que los griegos denominaban “celtas”. Negar el origen galo de Francia es convertir a los celtas en personajes emergidos desde la caprichosa imaginación literaria, sugiriendo así que Francia (y toda Europa) no tiene derecho a tener “pobladores originarios”, como si lo tienen los demás continentes del planeta.
Los identitarios contra los que busca chocar Reynaert son una fuerza emergente que provienen desde la derecha más dura. Se caracterizan por cultivar la idea de que la intromisión extranjera en los asuntos locales y las facilidades para la inmigración deben llegar a su fin para garantizar con ello el futuro de los actuales habitantes de Francia. Lo que separa a los identitarios de organizaciones como el Front National es su posición de no enemistad frente al sionismo (en ese sentido toda la derecha populista del grupo Europa de la Libertad y la Democracia del Europarlamento –es decir el Partido por la Independencia del Reino Unido, la Liga Norte de Italia y sus aliados–, más gente como el neerlandés Geert Wilders y personajes similares, son extremadamente cercanos a los identitarios franceses, ya que comparten ese rechazo del antisionismo y ese aprecio por frenar el aluvión inmigratorio). El libro de Reynaert quiere refutar a todas las historiografías de la derecha política, pero está dirigido especialmente en contra de los identitarios, puesto que el periodista se esfuerza en cada página de dejar en claro que los franceses son un producto de los sucesivos mestizajes étnicos que acontecieron sobre el suelo hexagonal. Así, ante los ojos de Reynaert, un francés tendría poco o nada en común con, por ejemplo, un bretón (producto éste de la fantasía), y si en cambio sería prácticamente un hermano de vientre de un sueco, de un alemán, de un portugués, de un italiano, o incluso de un magrebí.

* Reynaert, François. Nos ancêtres les gaulois et autres fadaises. Fayard, París, 2010, 22 €

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