Christine and the Queens no es el
nombre de un grupo, sino el pseudónimo de Héloïse Letissier, una cantante
francesa que nos recuerda por momentos a Camille, por momentos a Lorde, por
momentos a Björk y por momentos también a Nicola Hitchcock (la cantante de
Mandalay, ¿se acuerdan?). Chaleur humaine,
su primer álbum, gozó de la aprobación unánime por parte de la crítica
francesa. De allí que en los premios Victoire de la Musique pasaron por alto
el premio de revelación y directamente le dieron el de Mejor Artista Femenina
del Año.
El proyecto estético de Letissier
se basa en la androginia, algo muy oportuno en esta época en la que todo el
tiempo se habla sobre géneros y en la que la ambigüedad es vista como algo
positivo. En 1986 la escritora Anne Garréta publicó Sphinx, una novela que narraba la historia de amor entre dos
personajes, sin aclarar en ningún momento si se trataba de un hombre y una
mujer, o de dos hombres, o de dos mujeres. Christine and the Queens,
tranquilamente, podría ser uno de esos personajes.
En Chaleur humaine todo es obra de Christine and the Queens, excepto por
“Paradis Perdus”, reversión de la canción compuesta por Christophe (que termina
siendo mezclada con “Heartless” de Kanye West). Las melodías que se escuchan son
nítidas y precisas, quizás ligeramente anticuadas. El sonido electrónico muchas
veces es capaz de restar elegancia, pero, afortunadamente, ello no sucede en Chaleur humaine.
Las letras (tanto en inglés como
en francés) son brumosas, y en ocasiones esquivas. Son canciones que hablan
sobre la identidad y la intimidad. El disco, así, se convierte casi en un
tributo a lo impredecible, en una suerte de oda al azar existencial.
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