La editorial Larousse nació en el
siglo XIX con la intención de proveer a los lectores franceses de obras de
carácter republicano y progresista, por lo que desde sus inicios la empresa fue
fuente de polémicas en el campo de la cultura.
Sin embargo las discusiones que
disparó Larousse en los últimos tiempos lejos están de asemejarse a aquellas
batallas que antaño se generaban en torno suyo. Es que –hay que reconocerlo–
son otros los tiempos.
Para citar un ejemplo de lo que
refiero basta recordar el conflicto que se desencadenó en 2012 después de que
se difundiera que los diccionarios de Larousse definían a la homosexualidad
usando el término “desviación”. La editorial actuó rápidamente sosteniendo que
la definición que ofrecían de esa palabra no era errónea sino obsoleta, por lo
que se comprometieron a cambiarla en las ediciones ulteriores de sus
diccionarios.
El linchamiento mediático que
recibió Larousse por ese episodio causó tanta vergüenza entre los directivos de
la empresa que, al año siguiente, decidieron enmendarlo del modo más estúpido
posible: alteraron la definición de matrimonio para que dijera que se trata de una unión solemne entre dos personas de igual o distinto sexo. Esa modificación
fue realizada antes de que se aprobase la legalización del matrimonio entre
homosexuales, por lo que muchos consideraron que Larousse estaba operando
ideológicamente en lugar de atenerse a abordar hechos (como se supone que debe
suceder con todos los buenos diccionarios).
Otra polémica de baja calidad que
Larousse protagonizó recientemente está vinculada a su colección Les Petits Bêtisiers: pensada la misma como una serie de florilegios que recogen
fragmentos textuales ingeniosos o torpes de los más diversos ámbitos (el mundo
de las sentencias judiciales, el mundo de los exámenes, el mundo de los avisos
clasificados, etc.), el tomo Les Perles
des Tweets et du Net se publicó en 2014 sin consultar a sus diversos autores. En las condiciones de uso de la red social Twitter se especifica que los
tuiteros son autores intelectuales de sus obras, por lo que aquellas no pueden
ser empleadas en otras obras con fines de lucro sin el consentimiento expreso
de los usuarios.
Para calmar la tempestad,
Larousse decidió retirar de la venta al libro que tan felizmente había
publicado apropiándose del trabajo ajeno.
2015 trae ahora otro bochornoso
episodio protagonizado por la legendaria Larousse. Esta vez se trata no sólo de
la presencia de malicia ideológica y de la falta de profesionalismo, sino de
una combinación de ambas cosas. Me refiero, claro, a la publicación de la
infausta guía de conversación Le Breton
dans votre poche, un libro que pretende ser útil para todo aquel
francoparlante que desee comunicarse con aquellas personas capaces de hablar en
el dialecto bretón.
Escrito por Jean-René Bonissent y
corregido por Marie Gabiache –dos ilustres desconocidos en el mundillo de los
profesores y traductores de bretón–, el texto destinado a los principiantes
está repleto de groseras faltas. Una muestra: ya en la página 10 y 11 se lee la
frase “Peseurt teodoù komz out ?” que
es traducida al francés como “Quelles
langues parles-tu ?” obviando el hecho de que “teodoù” se deriva de “teod”,
que es el término bretón para referirse no a la lengua que se habla sino al
órgano que se encuentra en la boca (el término correcto que debieron haber
usado es “yezh”).
Los cultores del bretón
estallaron de rabia al toparse con semejante afrenta a su trabajo. Las quejas
contra Larousse se multiplicaron. En respuesta, la editorial emitió un comunicado
diciendo que el manuscrito original fue enviado a la Oficina Pública de la Lengua Bretona (un organismo
estatal dedicado a preservar y difundir el dialecto) y fue devuelto sin recibir
correcciones ni sugerencias, en lo que constituye una clara muestra de que los
funcionarios perezosos son una plaga en el Hexágono y de que una marca
prestigiosa como Larousse, amparada en el trabajo que otros supieron realizar
correctamente durante décadas, puede saltearse controles de calidad con gran
facilidad. Ahora los burócratas de la Oficina Pública de la Lengua Bretona, tras el escándalo, solicitan con urgencia que el libro sea nuevamente revisado.
Muchos bretones se sienten
ofendidos. Bonissent, el autor, se defendió diciendo que el bretón cambia con
el tiempo, por lo que los numerosos errores gramaticales registrados en la obra
se deben, seguramente, a que los mandarines del bretón transformaron las reglas
que él conocía. Más de uno sospecha que Bonissent, en cambio, tiene un
conocimiento mínimo del dialecto y para armar el libro utilizó alguna clase de
traductor automático que, con tosquedad, transforma palabras y frases francesas
en bretonas.
Afortunadamente existen otros
textos de mayor calidad para aproximarse al bretón (los libros auspiciados por
la editorial de la revista Al Liamm son un buen ejemplo de ello). De todos modos este
episodio pone en evidencia que la herencia celta de los franceses es vista por
muchos sólo como una oportunidad comercial y no como la manifestación de la de
identidad cultural de la nación.
* Bonissent, Jean-René. Le Breton dans votre poche. Larousse, París, 2015, 3,50 €
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