Extremo, grandilocuente,
compulsivo, y, a la vez, tierno, culto y sutil, Gérard Depardieu no es un actor
brillante: es mucho más que eso. Monstruosamente sensible y pavorosamente
delicado, la versatilidad de su registro actoral lo convierte en uno de esos
personajes inemulables que de tanto en tanto surgen en el mundo de la cultura.
Dueño de una vida excesiva,
avanzando siempre sin una red debajo se abrió camino en un mundo que no lo
esperaba pero que terminó recibiéndolo con los brazos abiertos. Sabio y
rebelde, cuando la civilizada Francia comenzó a exigirle toda clase de
tonterías decidió abandonarla. No fue cobardía, fue bronca. Depardieu hoy en
día no es un traidor de su patria, es un incomprendido dueño de una fuerza
creativa inagotable y de una fortuna material inmensa. Por ello los franceses,
pese a todo, aún lo admiran y, seguramente, lo extrañarán cuando su salud
termine de deteriorarse y la memoria artística de la humanidad lo convierta en
parte de su patrimonio.
La última invención
de Rabelais
Gérard Depardieu, francés
sexagenario actualmente en el exilio, parece querer despedirse. Ça s’est fait
comme ça, su autobiografía –escrita
con la colaboración de Lionel Duroy–, bien podría ser un testamento. El texto
habla de un hombre que ama a las mujeres, que bebe mucho, y que ha muerto en
incontables ocasiones, tanto en el cine como fuera de él.
Su historia empieza en 1948, en
un lugar llamado Châteauroux. Su padre lo engendra, pero su madre no lo desea.
Por ese motivo ella busca abortarlo. Lo intenta usando una aguja de tejer, pero
fracasa. Al final lo trae al mundo y, a su manera, no sólo lo ama sino que
termina adorándolo. El padre de Gérard, según cuenta el propio hijo, era un
hombre tosco, analfabeto, sucio y alcohólico, con el que tendrá poco trato a lo
largo de su vida.
Durante su niñez, Depardieu vive
en la calle. También su adolescencia será igual. Su vida, de acuerdo al relato,
es una bizarra aventura picaresca permanente, imaginada tal vez por el propio
Rabelais. Muy pronto descubre que puede producir dinero fácil en el campo de la
prostitución, ofreciendo sus servicios a homosexuales pasivos. También
comprende que hay un mundo de hurto y contrabando en el que un sujeto como él
puede hacer carrera.
Su vida es desastrosa pero
entretenida. Le gusta pelear, le gusta follar, le gusta beber. Es robusto y le
sobra confianza, pues si sobrevivió a los intentos de asesinato de su madre
supone que puede sobrevivir a cualquier cosa.
Finalmente
la existencia descarriada cobra su deuda y termina preso por robar un auto.
Mientras cumple la condena, un psicólogo de la cárcel le sugiere que se incline
por el arte. Así parte hacia París una vez que deja la prisión. Estudia teatro
y aprende que puede interpretar muchos papeles, siendo él mismo en cada
oportunidad pero mudando de piel en piel según la ocasión lo amerite. Su
perseverancia termina siendo recompensada: la mismísima Marguerite Duras lo
escoge para actuar en Nathalie Granger
(1972), lo que le abrirá muchas nuevas puertas. En 1974 protagoniza Les valseuses, en donde interpreta a un
gamberro encantador. La película es un éxito comercial y Depardieu, a través
del elogio, ingresará en el corazón del público para no irse nunca más de allí.
Lo
curioso de Ça s’est fait comme ça es
que su autor insiste en afirmar que nunca se tomó en serio a si mismo como
actor. Quiere autopercibirse como un pillo con suerte, cuya permanencia en el
mundo cinematográfico francés se debió a una combinación de factores que le
permitieron estar en el lugar adecuado a la hora correcta.
Más allá de la falsa modestia, Depardieu,
en su libro, asume todos sus errores. En 2007 el
periodista Patrick Rigoulet había publicado el libro Gérard Depardieu, itinéraire d’un ogre en el que señalaba que el
gran actor francés era un hombre lujurioso, con una exagerada pasión por el
alcohol, que parecía no tomarse en serio su trabajo como actor pese a
desarrollarlo luego maravillosamente bien. Depardieu demandó a Rigoulet por difamarlo, pero siete años más tarde convalidó
él mismo lo que su biógrafo había dicho sobre su persona.
Ça s’est fait comme ça evoca una buena cantidad de recuerdos tristes, mayormente
vinculados a cuestiones familiares (el más fuerte de ellos es la trágica muerte
de Guillaume, el primogénito y heredero de Gérard, a los 37 años de edad). El
lamento por no haber sido un buen padre está lógicamente presente, pero ello
está de alguna manera justificado por el inagotable deseo de disfrutar los
misterios de la vida y de la naturaleza.
Vinculado
a Vladimir Putin, Fidel Castro, Ramzán Kadýrov, Rafik Khalifa y muchos otros poderosos
líderes, Depardieu aprovecha su libro para explicar las causas de su exilio y
denunciar que Francia se ha convertido en un país que vive en el permanente
miedo de ofender a los demás por la imposición de una abusiva cultura de lo
políticamente correcto. Castrada la virilidad espiritual del país, a Depardieu
se le hizo muy natural lo de tomar sus cosas y migrar hacia un lugar en donde
el sol de la historia caliente la tierra: la Libertad habría sido
siempre su horizonte. La sinceridad del extravagante actor es, seguramente, lo
más valioso del libro.
* Depardieu, Gérard. Ça
s’est fait comme ça. XO, París, 2014, 16,90
€
Francia y su negación
Richard Millet ha escrito un
libro sobre Gérard Depardieu. La obra, como no puede ser de otra manera, es
polémica. Millet no se ocupa de la biografía de Depardieu, sino que trata más
bien de ubicarlo como una figura simbólica: hoy en día el actor vendría a ser
algo así como el francés que quiere ser francés pero el gobierno y buena parte
de la sociedad se lo impide.
El viejo Depardieu, según la
opinión de Millet, encarna la miseria de una nación sin Dios pero siendo él
mismo un accidente divino, casi un milagro. Le
corps politique de Gérard Depardieu es el testimonio de un exiliado que no
ha abandonado su país, puesto que más bien ha sido su país quien en verdad lo
abandonó.
Millet repasa la filmografía de
Depardieu y encuentra que sus películas ilustran la decadencia de la Francia actual, la lenta
agonía de aquel glorioso “Estado-Nación literario” que hoy colapsa dado que el
Estado se desfigura, la Nación
se descompone y la
Literatura se banaliza (como bien lo ha descrito en L’enfer du roman, ensayo de 2010).
El cuerpo que Depardieu pone película
tras película es carne sacrificial: el genio francés vive inmolándose hoy en
día, por lo que cada acción de Depardieu para engrandecer el tesoro del cine
francés es también una entrega del propio talento a un país que vive desde hace
unas décadas en la bancarrota espiritual. El talentoso actor francés, polémico
a causa de su honestidad, es el gran espejo que refleja la decadencia de
Francia y su actual vaciamiento cultural. Ciertamente Depardieu no es el
culpable de esa situación: él, de hecho, es un ciego resistente, que se niega a
ser devorado por la frivolidad y la perversidad contemporánea.
De todas las obras
cinematográficas en las que aparece Depardieu, para Millet es Cyrano de Bergerac aquella en donde
Francia se museifica. La película es artísticamente impecable, sin embargo no
es más que una parodia de aquel pasado galo que tanto orgullo debería causar
pero con el que la gente de hoy en día parece no poder o no querer
identificarse.
Depardieu, un hombre de excesos,
ha decidido ser ruso y vivir en Bélgica. Ello, claro, no lo exime de ser un
francés, sino todo lo contrario.
* Millet, Richard. Le corps politique de Gérard Depardieu. Éditions Pierre-Guillaume de Roux, París,
2014, 17,90 €
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