2014 presenció el estreno de dos
películas inspiradas en Yves Saint Laurent, algo a mi entender excesivo. La
gigantesca influencia del diseñador en el mundo de la alta costura
internacional es un hecho indiscutible, pero su vida tan banal difícilmente
merezca tanta atención.
Yves Saint Laurent, película dirigida por Jalil Lespert, vino a ser
la biografía autorizada del modisto. A pesar de haber sido filmada
suntuosamente, y más allá de ser una pieza cinematográfica bien ensamblada, la
obra es demasiado superficial como para volver interesante a la vida de Saint
Laurent. La actuación de Pierre Niney encarnando al diseñador es muy convincente:
el joven actor se esfuerza para que las ansiedades del propio Saint Laurent
irradien desde la pantalla.
La película sugiere que el famoso
modisto fue una suerte de víctima de la Guerra de Argelia, por lo que su personalidad
neurótica no sería producto ni de su relación con su madre, o de su relación
con los hombres, o de otra cosa más que la feroz violencia que quebró a una
comunidad que vivía feliz en el norte de África.
En París conoce a Christian Dior,
su mentor, y a Pierre Bergé, el gran amor de su vida. Pero después todo en la
película se vuelve una suerte de telenovela, en donde la genialidad de Saint
Laurent se despliega ex nihilo y
todas las celebridades de la época desfilan frente a la cámara, como dando a
entender que al final el modisto pudo vencer los traumas de la juventud,
experimentar las aventuras y desventuras del amor verdadero, y alcanzar el
éxito que merecía.
Más interesante es Saint Laurent, la película de Bertrand Bonello
(por qué no la llamó “Yves” es un
misterio). Dotada de un mayor sentido del espectáculo, la película es a Yves Saint Laurent lo que Coco avant Chanel (2009) es a Coco Chanel & Igor Stravinsky
(2009). Vale decir Saint Laurent, al
explorar el mundo de los excesos y la seducción, pone dramatismo en una
biografía por lo demás aburrida.
Bonello pasa por alto todo lo
relacionado al ascenso al estrellato del modisto y pone el ojo sobre el Saint
Laurent que ha alcanzado el reconocimiento, pero que aún así vive inseguro de
si mismo: se ha vuelto célebre pero su espíritu se encuentra vacío. Gaspard
Ulliel, mucho más carismático que Niney, interpreta a un Saint Laurent explosivo,
pero poco parecido al real.
La estructura de Saint Laurent es un tanto tortuosa,
porque la película apuesta a lo sensitivo (creo que es eso o de lo contrario no
se explica el montaje trivial en el que se mezclan recreaciones de las
invenciones del modisto junto a imágenes de archivo del Mayo Francés y otros
eventos históricos). A medida que la historia penetra en la década de 1970, la
narración se torna más turbia, pues Saint Laurent está quebrándose mentalmente.
En 1976 el modisto hace su regreso triunfal con una colección de ropa inspirada
en la vestimenta de los marroquíes, y luego la historia omite todo lo que sigue
hasta mostrar a un Saint Laurent anciano, salto temporal que sería imperdonable
para una de esas biopics convencionales que les gusta fabricar en Hollywood.
Creo que lo más destacable de Saint Laurent son dos cosas: su amor por
los detalles y el hecho de que es una película de y sobre Bonello (el famoso
modisto es sólo una excusa del director para hablar de si mismo). Cada escena
muestra un diseño meticuloso y acertado de escenario y vestuario; hacer lo
contrario sería casi ofender la memoria de Saint Laurent. Ahora bien, en cuanto
a lo otro, el propio cineasta ha confesado que la gran mayoría de los diálogos
y situaciones fueron completamente inventadas, pues la idea era transmitir a
través de la pantalla a la filosofía del diseñador más que simplemente
reconstruir escenas de su vida.
Así Saint Laurent es una película proustiana, en donde las espirales
temporales se estiran y la voluntad de explicar la genialidad se diluye en la
presentación de la propia obra genial. Saint
Laurent es también una película viscontina, con toda la fastuosidad visual
expuesta de un modo sutil y natural. Y es, a su vez, una película ophulsiana por
como está narrado el triángulo amoroso entre Yves, Pierre y Jacques. Saint Laurent, en definitiva, es una
obra bien propia de Bertrand Bonello.
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