martes, 20 de enero de 2015

#JeSuisCassandre

Michel Houellebecq es un novelista importante aunque irregular. Este sujeto ha pasado los últimos veinte años ventilando sobre el papel a sus ansiedades libidinosas, mientras agregaba entre párrafo y párrafo algunas divagaciones filosóficas más o menos interesantes sobre su época. Soumission, su obra más reciente, no es la excepción a la regla.

El argumento gira en torno a la posibilidad de que Occidente sea devorado por el Islam, tópico que ya ha sido explotado por muchos autores (véase La mémoire de Clara de Patrick Besson, Caliphate de Tom Kratman, The Flying Inn de G. K. Chesterton, etc). Houellebecq imagina que la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 pone a competir al Front National en contra de un partido islámico; la gente, para evitar el triunfo del nacionalismo identitario, apoya a los musulmanes, y Francia termina por imponer la sharia. Muchos que no han leído Soumission pero si han oído su reseña tildaron a Houellebecq de islamofóbico y racista por fantasear sobre la colonización musulmana de Europa, sin embargo no hay nada de eso en la obra: la novela es más bien una crítica a la mediocridad de los líderes del mundo (pos)moderno, los cuales profesan un individualismo que desemboca en un egoísmo atroz y predican el nefasto ideal de un hedonismo sin consecuencias.

El estilo de la prosa en este libro es lo mismo de siempre: una escritura simplona, de fácil acceso, libre de trucos y sobresaltos. Y tampoco hay innovación alguna en su poética. Soumission, por tanto, es un “Houellebecq clásico”. 

François, el personaje principal –que el autor lo construye como un producto estereotípico del ambiente universitario parisino–, pretende ser el defensor de una cierta idea de literatura. Apasionado por la obra de Joris-Karl Huysmans, hostil a los textos de Léon Bloy, su interés por el fin del siglo XIX juega con la idea de que existe un paralelismo entre el periodo decadentista y el nuestro. La presencia de Huysmans tiene un peso importante en Soumission, pero el mérito del libro es su habilidad para capturar su época. Las marcas de alimentos congelados, YouPorn, los debates televisivos sobre la espiritualidad en el siglo XXI, Houellebecq se dedica a observar y comprender todo ello para incluirlo en su libro.

Soumission no tiene pretensiones políticas, contrariamente a lo que cualquiera podría pensar luego de que se produjese el tiroteo contra la redacción de Charlie Hebdo la semana en la que una caricatura de Houellebecq salió en la portada de la revista satírica. La aparición de François Bayrou o Marine Le Pen como personajes son meras formalidades narrativas, sin un doble sentido. Soumission no se inmiscuye en la arena política tomando partido por tal candidato y haciendo campaña en contra de otro, sino que más bien analiza con lucidez a las grandes ideologías que condicionan nuestro presente.

En un pasaje, uno de los personajes afirma que tanto la dirigencia de la UMP como la del PS quieren que Francia desaparezca para integrarse a una unión federal europea, más allá de que la gente que los vota no esté muy de acuerdo con la propuesta. Esa opinión (bastante común entre muchos franceses) no constituye un discurso en contra de la partidocracia o un alegato a favor de las fuerzas políticas antisistema: es sólo un reproche a una práctica que pareciera ser obligatoria en la Europa de hoy.

En la imaginación de Houellebecq, la Hermandad Musulmana consigue apoyo mediático para robarle algunos temas de la agenda (la importancia de la familia, la recuperación del concepto de autoridad, etc) a la “extrema”-derecha. La izquierda los termina apoyando, porque les temen menos que a una alianza entre los identitarios y los neoconservadores. Es que al fin y al cabo Mohamed Ben Abbes, el candidato islamista, se muestra como un hombre culto, enérgico, con convicciones europeístas, cuyo modelo espiritual es el Emperador Augusto. El problema llega cuando los islamistas deciden reconvertir al sistema educativo, con el fin de adoctrinar a la población francesa en los beneficios de observar la sharia. Al apático François le envían un aviso de despido, porque el nuevo gobierno desea que sólo los musulmanes enseñen en las aulas (en esto no imitan a Augusto sino más bien a Juliano el Apóstata, un emperador que estipuló que sólo los paganos podían educar a la gente de su imperio). Para evitar el fin de su carrera como académico, el profesor tiene una opción: convertirse a la fe de Mahoma. Y, debido al hecho de que François flota por la vida sin una meta específica o algo que lo motive a aprovechar de los días, acepta la propuesta –al fin y al cabo el Islam permite que un hombre sea polígamo, una ventaja para un individuo promiscuo como él. La última frase que se lee en el libro es "je n'aurais rien à regretter" y la pronuncia el converso François (se trata de un ironía: en 1960 la cantante Edith Piaf popularizó la canción "Non, je ne regrette rien", la cual se convertiría poco tiempo después en el himno de la Legión Extranjera que se retiraba de Argelia tras perder la guerra en contra de los independentistas socialistas e islámicos).

La Francia de 2022, en la fábula de Houellebecq, descubre que los identitarios y los islamistas son lo mismo, pese a que a prima facie parezcan lo opuesto: ambas corrientes se oponen al “humanismo ateo” que 1789 llevó al poder, y aborrecen a los comunistas y a los liberales, variantes hard y soft de dicho humanismo.

Uno de los personajes más fascinantes del libro es Robert Rediger (¿una parodia de Robert Redeker?), un profesor universitario que de activista identitario pasa a ser un ministro islamista: a su conversión no la motiva el oportunismo cínico como el de François, sino más bien una búsqueda espiritual que ni los liberales, ni los comunistas, ni la democracia, ni el ateísmo, ni ningún otro producto de 1789 puede satisfacer. Como René Guénon, Rediger encuentra que el Islam es la única fuerza viva capaz de devolver a la humanidad al camino de la Tradición, y por ello -por pura aversión a la Modernidad- abraza al Corán.   

En Soumission hay una referencia a Casandra, un personaje de la mitología griega que podía predecir el futuro con exactitud, pero que, pese a ello, nadie la escuchaba. La adivina se opone al ingreso del Caballo a Troya, porque intuía que el enemigo destruiría con facilidad a una ciudad en decadencia. Para Houellebecq el problema contemporáneo no es el Islam (“la sumisión” a Dios), es la decadencia del hombre.

* Houellebecq, Michel. Soumission. Flammarion, París, 2015, 21 € 

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