sábado, 24 de abril de 2010

Las insumisas

Sexo y capitalismo

Frédéric Miterrand, el sobrino del histórico presidente socialista del mismo apellido, publicó La mauvaise vie en 2005. En aquel entonces la obra fue bien recibida por la crítica y considerablemente demandada por los lectores. El texto era algo así como una confesión, el recuento de una vida activamente ligada al campo cultural francés. También, claro, incluía detalles personales: a través de una construcción lingüística cruda y sincera, Miterrand narraba sus aventuras de amarga lujuria homosexual acaecidas en el Caribe, el Magreb y el Sudeste asiático. Pero el escándalo por el libro se desató recién en 2009, cuando Marine Le Pen en un programa de televisión criticó al ministro de Cultura de Sarkozy por haber practicado turismo sexual tan impúdicamente (técnicamente el turismo sexual no fue el motivo de la condena moral que ensayaba la lideresa del Front National, sino que aquello que perturbaba a la hija del famoso Jean-Marie fue la presunta pederastía que Miterrand habría consentido en Tailandia). Tras el episodio hubo una guerra de proclamas y declaraciones en la prensa, que terminó con Miterrand admitiendo (¿o fingiendo?) que su libro no era enteramente autobiográfico, ya que incluía mucha ficción interpolada. 

Los Le Pen, en aquella oportunidad, consiguieron recordarle a la sociedad francesa que el turismo sexual (obviando el hecho de que el turismo joven y adulto guarda siempre un fondo sexual, vale decir obviando el hecho de que todo turismo es implícitamente sexual) es una práctica condenable, pues contribuye a afianzar la explotación de las poblaciones del Tercer Mundo y a prolongar el abusivo poder del capitalismo sin moral. De cualquier modo para hacer eso no hace falta salir de Francia, pues el país cuenta con un ejército de prostitución permanente que involucra a miles de hombres y a miles de mujeres de las más diversas edades.

Tanto la izquierda como la derecha tienen argumentos para condenar a la práctica de la prostitución, pero ambas facciones tienden a considerar a las prostitutas y a los prostitutos como una masa homogénea. No separan el trigo de la paja: una cosa son las personas que se prostituyen voluntariamente, y otra cosa las que lo hacen bajo coerción. Ciertamente en Francia hay miles de mujeres que llegan al país como producto de las perversas redes de tráfico de personas, pero también hay muchas otras que eligen trabajar en eso.

El Estado se ha ensañado particularmente contra este último grupo, no tanto para desalentarlas a que abandonen su oficio, sino más bien para precarizar su situación laboral. En 2003 el entonces Ministro del Interior Nicolas Sarkozy promovió una ley en la que prohibía el “levante pasivo”. Es decir a partir de 2003 una prostituta o prostituto no puede caminar por las calles de las ciudades francesas y permitir que un cliente se les acerque para solicitarles sus servicios sin arriesgarse a ser severamente penadas o penados por la ley. Esta medida estatal no redujo el número de ofertantes o demandantes, sino que los obligó a hacerse menos visibles –lo que aumentó, como consecuencia, los peligros del intercambio sexual arancelado.

Las putas respetuosas

De esta situación se hizo eco el cineasta Jean-Michel Carré, un productor independiente, que realizó una película titulada “Les travailleu(r)ses du sexe”. Carré ya había abordado el tópico de la prostitución en varias oportunidades, pero nunca lo había hecho desde la perspectiva que opta para este film. 

Les travailleu(r)ses du sexe es un documental sin adornos groseros y con una muy buena compaginación, como suelen ser los demás documentales de Carré. La película plantea el contraste entre una sociedad que mercantiliza el cuerpo y comercializa el sexo (a través de los sex-shops, las productoras de pornografía y la realización de los multitudinarios salones eróticos) y, a su vez, estigmatiza a quienes constituyen el estamento más bajo de esa pirámide de consumo.

La gente que entrevista Carré –gente que se entrega a la entrevista sin victimizarse ni tomar posiciones defensivas– se presentan como gente libre, que ha escogido realizar sus labores voluntariamente. No hay ningún tipo de indagación sobre los motivos profundos por los cuales esa gente (especialmente las mujeres) aceptaron integrarse a ese submundo estigmatizado, pero si hay muchos argumentos a favor para no abandonarlo: por ejemplo el testimonio de una mujer que se especializa en brindarles servicios sexuales a los discapacitados es casi conmovedor.

La revolución desde la cama

Jean-Michel Carré es un sesentayochista maduro. Si bien la mayor parte de los miembros de esa generación terminó transitando diversos caminos, Carré se ocupó siempre de mantener cierta fidelidad a sus ideales. Les travailleu(r)ses du sexe embiste oblicuamente contra la industrialización de las vaginas, y defiende la práctica de la prostitución desde un punto de vista artesanal. Tal perspectiva -en donde se condena a la corporación y se celebra la pequeña y mediana empresa- es típicamente francesa. Por ello el eje del documental es la denuncia de la explotación del hombre por el hombre, y si no hay un reclamo por la completa liberación, al menos hay un pedido por una liberación parcial.

El peligro de la prostitución ocultada, según los testimonios, es que ella permite la proliferación de los proxenetas, pues al precarizar el trabajo éste se torna mas inseguro y frágil, lo que obliga a muchas prostitutas a colocarse bajo el ala protectora de uno de estos personajes. En Les trottoirs de Paris, un documental anterior de Carré, se narra la historia de una prostituta esclavizada por la heroína. Les travailleu(r)ses du sexe, por su parte, es un alegato en contra de otra clase de esclavitud: la de los proxenetas. La película deja en claro que entre los clientes de una de estas mujeres suelen haber muchos cretinos –sobrios o ebrios– peligrosos, como así también hombres inofensivos que, sumergidos en la más profunda soledad, acuden a las prostitutas para sobrellevar su abandono, pero es casi imposible encontrar a un proxeneta que en algún momento no defraude, lastime, estafe o castigue a su asociada.

Es significativo que Jean-Michel Carré le dedique su obra a Grisélidis Réal, pues aquella famosa artista y activista suiza hizo más por las políticas del placer que Cindy Lee –una modelo emuladora de la famosa Cicciolina y actual lideresa del Partido del Placer.    

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