martes, 5 de agosto de 2014

El más francés de los ríos franceses

David Quéré, un físico francés experto en fluidos, publicó en 2003 Qu’est-ce qu’une goutte d’eau ?, un encantador librillo sobre las formas, los tamaños y demás propiedades físicas de las gotas de agua. Gracias al texto nos enteramos, por ejemplo, que las gotas son esféricas y no abultadas en la base y puntiagudas por arriba como habitualmente se las grafica en los libros infantiles.

Empiezo esta reseña hablando sobre un texto que versa sobre las gotas de agua porque me toca comentar Dictionnaire amoureux de la Loire de Danièle Sallenave, una obra dedicada al “más nacional de los ríos de Francia” (como le hace decir Balzac a uno de sus personajes de Sur Catherine de Médicis). Sallenave pretende ser exhaustiva, y por ello ha producido un libro de casi mil páginas que se inscribe como una nueva pieza de la colección “Dictionnaire amoureux” de la editorial Plon.

Ordenada de la A a la Z, la civilización de la cuenca del Loira va pacientemente desplegándose hoja tras hoja, mezclando a los famosos 42 “castillos de Loira” (hoy Patrimonio de la Humanidad), con el comercio del vino, la sal y el chocolate, las marismas y los viñedos, las centrales nucleares, los molinos, los puentes, las ciudades, los pueblos, la arena, la fauna, la flora, los minerales, y, claro, la intervención humana en las transformaciones del curso fluvial. Dictionnaire amoureux de la Loire también incluye numerosas biografías de personas que nacieron, crecieron, vivieron y/o murieron en las cercanías de las aguas que bajaban presurosas al mar. Y, por supuesto, no faltan referencias a aquellos que lo describieron con auténtica pasión literaria: Carlos de Orleáns le cantó al Loira desde su famoso encierro en una mazmorra inglesa, como también Maurice Genevoix, René Bazin, Paul Claudel, Julien Gracq, Simone Weil, Robert Louis Stevenson, François Rabelais y tantos otros dejaron escritas exquisitas páginas sobre el “río real” y sobre el universo a su alrededor.

El texto de Sallenave enfatiza la importancia identitaria que el río Loira tiene para los franceses, similar a lo que sucede con el Misisipi para los estadounidenses o el Nilo para los egipcios, pues incluso se consigna que –gracias a diversos estudios geológicos– hoy en día existe la hipótesis de que el Loira estuvo antiguamente vinculado al Sena, lo que significa que el río del Oeste francés también lo habría sido del Norte, y su cuenca –que actualmente cubre la quinta parte del territorio del Hexágono– habría sido más grande de lo que lo es en la actualidad.

En la imaginación popular el Loira sigue siendo un río salvaje, el cual habitualmente se desborda inundando los alrededores, pese a todo el trabajo de contención que a lo largo de los siglos se ha hecho para evitar ello (en el área todavía se recuerda la gran inundación de 1856, una de las mayores catástrofes que les tocó vivir a los franceses en toda su historia). Sallenave reconoce que el Loira es un ser colérico, pero también lo destaca como fuente de plenitud.

Llegado a este punto de mi reseña, es lícito preguntar: si la reseña es sobre una obra acerca del Loira, ¿por qué la referencia inicial a las gotas de agua? Pues porque esos minúsculos objetos son los que permiten el nacimiento de un gigante de 1006 kilómetros, y están ausentes del Dictionnaire amoureux de la Loire, el cual habla de lluvias y tormentas pero no de las gotas de agua. Cuando el cielo sobre la falda meridional del Gerbier de Jonc se ha llenado de nubes grises, las gotas comienzan a caer. Con premura atraviesan el aire, e impactan contra de la tierra. Al comienzo, las primeras gotas de agua no tardan en evaporarse, pero la tierra seca chupa la humedad, tornándose más obscura. Las gotas que le siguen tienen mejor suerte: consiguen infiltrar los suelos. Una fina película de agua se acumula en la superficie, y, de manera inevitable, es empujada hacia las depresiones a su alrededor gracias a la fuerza de gravedad. Así el agua se escurre por las laderas, de modo irregular. Un poco más abajo, aparecen diminutos surcos. Éstos desembocan en una hondonada, la cual reúne el líquido suficiente como para provocar una pequeña incisión en el terreno. El agua, antes dispersa, ahora tiene un punto en donde concentrarse. Los charcos se alimentan de los surcos hasta que uno de ellos adquiere una dimensión significativa. Se trata de la “fuente verdadera” del río (no confundir con la “fuente auténtica” ni con la “fuente geográfica”), un sitio en donde las gotas aventureras, esas pequeñas esferas de agua que maravillan a Quéré y a mi, se aglutinan para que el Loira anuncie « Ici commence ma course vers l'Océan… »

* Sallenave, Danièle. Dictionnaire amoureux de la Loire. Plon, París, 2014, 25 €

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