David Quéré, un físico francés experto en fluidos, publicó en 2003 Qu’est-ce qu’une goutte d’eau ?, un
encantador librillo sobre las formas, los tamaños y demás propiedades físicas
de las gotas de agua. Gracias al texto nos enteramos, por ejemplo, que las
gotas son esféricas y no abultadas en la base y puntiagudas por arriba como
habitualmente se las grafica en los libros infantiles.
Empiezo esta reseña hablando sobre un texto que versa sobre las gotas
de agua porque me toca comentar Dictionnaire
amoureux de la Loire
de Danièle Sallenave, una obra dedicada al “más nacional de los ríos de
Francia” (como le hace decir Balzac a uno de sus personajes de Sur Catherine de Médicis). Sallenave
pretende ser exhaustiva, y por ello ha producido un libro de casi mil páginas
que se inscribe como una nueva pieza de la colección “Dictionnaire amoureux” de
la editorial Plon.
Ordenada de la A
a la Z , la
civilización de la cuenca del Loira va pacientemente desplegándose hoja tras
hoja, mezclando a los famosos 42 “castillos de Loira” (hoy Patrimonio de la Humanidad ), con el
comercio del vino, la sal y el chocolate, las marismas y los viñedos, las
centrales nucleares, los molinos, los puentes, las ciudades, los pueblos, la
arena, la fauna, la flora, los minerales, y, claro, la intervención humana en
las transformaciones del curso fluvial. Dictionnaire
amoureux de la Loire
también incluye numerosas biografías de personas que nacieron, crecieron,
vivieron y/o murieron en las cercanías de las aguas que bajaban presurosas al
mar. Y, por supuesto, no faltan referencias a aquellos que lo describieron con auténtica
pasión literaria: Carlos de Orleáns le cantó al Loira desde su famoso encierro
en una mazmorra inglesa, como también Maurice Genevoix, René Bazin, Paul
Claudel, Julien Gracq, Simone Weil, Robert Louis Stevenson, François Rabelais y
tantos otros dejaron escritas exquisitas páginas sobre el “río real” y sobre el
universo a su alrededor.
El texto de Sallenave enfatiza la importancia identitaria que el río
Loira tiene para los franceses, similar a lo que sucede con el Misisipi para
los estadounidenses o el Nilo para los egipcios, pues incluso se consigna que
–gracias a diversos estudios geológicos– hoy en día existe la hipótesis de que
el Loira estuvo antiguamente vinculado al Sena, lo que significa que el río del
Oeste francés también lo habría sido del Norte, y su cuenca –que actualmente
cubre la quinta parte del territorio del Hexágono– habría sido más grande de lo
que lo es en la actualidad.
En la imaginación popular el Loira sigue siendo un río salvaje, el
cual habitualmente se desborda inundando los alrededores, pese a todo el
trabajo de contención que a lo largo de los siglos se ha hecho para evitar ello
(en el área todavía se recuerda la gran inundación de 1856, una de las mayores
catástrofes que les tocó vivir a los franceses en toda su historia). Sallenave
reconoce que el Loira es un ser colérico, pero también lo destaca como fuente
de plenitud.
Llegado a este punto de mi reseña, es lícito preguntar: si la reseña
es sobre una obra acerca del Loira, ¿por qué la referencia inicial a las gotas
de agua? Pues porque esos minúsculos objetos son los que permiten el nacimiento
de un gigante de 1006
kilómetros , y están ausentes del Dictionnaire amoureux de la
Loire , el cual habla de lluvias y tormentas pero no de
las gotas de agua. Cuando el cielo sobre la falda meridional del Gerbier de
Jonc se ha llenado de nubes grises, las gotas comienzan a caer. Con premura
atraviesan el aire, e impactan contra de la tierra. Al comienzo, las primeras
gotas de agua no tardan en evaporarse, pero la tierra seca chupa la humedad,
tornándose más obscura. Las gotas que le siguen tienen mejor suerte: consiguen
infiltrar los suelos. Una fina película de agua se acumula en la superficie, y,
de manera inevitable, es empujada hacia las depresiones a su alrededor gracias
a la fuerza de gravedad. Así el agua se escurre por las laderas, de modo
irregular. Un poco más abajo, aparecen diminutos surcos. Éstos desembocan en
una hondonada, la cual reúne el líquido suficiente como para provocar una
pequeña incisión en el terreno. El agua, antes dispersa, ahora tiene un punto
en donde concentrarse. Los charcos se alimentan de los surcos hasta que uno de
ellos adquiere una dimensión significativa. Se trata de la “fuente verdadera”
del río (no confundir con la “fuente auténtica” ni con la “fuente geográfica”),
un sitio en donde las gotas aventureras, esas pequeñas esferas de agua que
maravillan a Quéré y a mi, se aglutinan para que el Loira anuncie « Ici commence ma course vers l'Océan… »
* Sallenave, Danièle. Dictionnaire amoureux dela Loire. Plon, París, 2014, 25 €
* Sallenave, Danièle. Dictionnaire amoureux de
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