lunes, 23 de noviembre de 2015

La mujer que quería llamarse Jean

Empecemos por aclarar las cosas: Titus n’aimait pas Berenice no es un libro sobre el dolor que provoca la experiencia del amor sino una biografía novelada de Jean Racine, en donde el artista es llamado por su nombre de pila por la voz narradora. El texto de Nathalie Azoulai, generosamente premiado este año con el Médicis, comienza con la historia de una mujer que sufre el abandono de su amante y se refugia en la vida y obra de uno de los más notables dramaturgos franceses de todos los tiempos para encontrar allí el consuelo. La historia de esa mujer –distribuida entre el comienzo, la mitad y el final de la novela– ocupa algo así como sólo una décima parte del texto, por lo que es fácil suponer que Azoulai pensó quizás en contrastar las visiones del amor de las dos épocas y terminó luego desviándose de su plan original.

En Francia hay quienes llaman “exoficción” a los libros como Titus n’aimait pas Berenice. Este engendro de la exoficción vendría a ser lo contrario de la autoficción: tomar la vida de otros e introducirles elementos ficticios para volverlas más atractivas. Por eso los que incursionan en el género saben que si se escoge un personaje que ya ha muerto, el cual no puede hacer reclamo alguno sobre la tergiversación de su biografía, tanto ellos como los editores saldrán ganando. ¿Y qué mejor muerto entonces que uno del lejano siglo XVII?

A la narradora le interesan los hechos en la vida de Racine, pero también sus ensoñaciones y excentricidades. Por ello el personaje principal aparece tan centrado como descolocado, muy familiar y a la vez completamente extraño.

La editorial P.O.L. incluye una curiosa solapa en Titus n’aimait pas Berenice en la que dice que cuando en Francia se habla literariamente de amor, siempre se llega a Racine. Sin embargo ello no es cierto: Ronsard, Stendhal y Musset son nombres mucho más asociados al amor que Racine. Una pincelada como esa marca ya el ritmo de lo que es la novela de Azoulai.

No extraña por tanto que los errores históricos se multipliquen como una constelación de detalles que alienan al retrato del Racine que todos conocemos: en la página 65 se lee que, en algún momento entre 1662 y 1663, Racine le envía una carta a La Fontaine evocando a La Thébaïde, cuando alcanza con leer las dos cartas que el dramaturgo le escribió a ese destinatario en aquella época para constatar que nunca hubo tal alusión; por otra parte en la página 64 encontramos a un Racine que en un texto llama “Nicolas” a Boileau, obviando el hecho de que, más allá de la estrecha amistad que existió entre los dos hombres, ellos jamás se tutearon, al menos no epistolarmente; y así un largo etcétera.

Azoulai quiere ver en Racine a un explorador de los misterios de lo femenino. Y ahí está toda la excusa de la autora para escribir su libro: ella comprende que quiere ingresar en la mente genial de él para demostrarle al mundo cuanto le pueden dar todavía sus elegantes versos a la humanidad, y él descubre (porque el propio Luís XIV se lo dice) que ha podido entrar en el cuerpo de una mujer para darles una lección sentimental a los varones. Esa idea tan común en nuestros días de la alteración de las identidades sexuales es más bien ajena a la cultura del siglo XVII. Ciertamente en ese periodo no faltaron los hombres que se disfrazaron de mujeres y las mujeres que se disfrazaron de hombres, pero la cuestión de la deconstrucción de los sexos es bastante posterior. Por ello uno se pregunta por qué motivo Azoulai escogió escribir sobre Racine y no sobre Julie d’Aubigny, François-Timoléon de Choisy o algún otro personaje de esa calaña.

Hacia fines del siglo XIX, el escritor Jean de Tinan publicó L’exemple de Ninon de Lenclos amoureuse que desarrolla la misma idea que Titus n’aimait pas Berenice: un personaje, para consolarse por sus cuitas amorosas, relata a su manera la historia de una escritora del siglo XVII. La diferencia entre ambas obras es que Tinan no intenta manifestar una vocación de verdad que si está presente de algún modo en Azoulai. Tinan, por tanto, domina mejor su objeto y produce un mejor libro que su colega del siglo XXI. Lástima que al Médicis lo comenzaron a entregar en 1958.

* Azoulai, Nathalie. Titus n’aimait pas Berenice. P.O.L., París, 2015, 17,90 €

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