domingo, 21 de febrero de 2016

Un desperdicio de papel

Francia es un país con muchas tradiciones. Una de ellas consiste en exigirles a sus políticos que expresen sus pensamientos a lo largo de, al menos, doscientas páginas para ser considerados dignos del voto popular. Esto, claro, contribuye más con la tala de árboles en una época en donde al ciudadano se le pide que proteja y resguarde al medio ambiente, que con la ampliación del tesoro textual francés y el avance de las ideas que procuran garantizar el Bien Común.

Tan pesada es la tradición que, a excepción de Hollande, todos los presidentes de la Vº República lograron imponer un best-seller antes de la elección consagratoria o durante el desarrollo de su mandato: recordemos a Mémoires d’espoir de Charles de Gaulle, Le nœud gordien de Georges Pompidou, Démocratie française de Valéry Giscard d’Estaing, Le coup d’Etat permanent de François Mitterrand, La France pour tous de Jacques Chirac, y Témoignage de Nicolas Sarkozy. 

Las plumas de la Derecha

Ahora, con el 2017 acercándose, los presidenciables empiezan a cumplir con el ritual de darle a las letras francesas su invaluable aporte. Por lo pronto sólo los caciques de la Derecha han comenzado a invadir las librerías –los de la Izquierda habrán de hacerlo con seguridad en los próximos meses. Sarkozy, que planea su retorno, lanzó a la venta La France pour la vie, obra que, si hay que creerle a las estadísticas de los vendedores, fue adquirida por más de cien mil franceses. El antiguo presidente, el mismo que cierta vez insultó cara a cara a un productor rural, ahora siente la necesidad de reconocer todos sus errores, como quien hace un examen de conciencia antes de entrar al confesionario para salir luego lleno de gracia y listo para vivir una nueva vida.


Debajo de él están sus competidores: Alain Juppé, Jean-François Copé y François Fillon. De los tres Juppé es el más prolífico en esto de parir libros, pues el año pasado publicó Mes chemins pour l’école para prometer una transformación en el sistema educativo francés, y este año puso a circular Pour un Etat fort, en donde se muestra como el distinto de Les Républicains, el partido al cual pertenece.

Por otra parte, después del escándalo que causó el Caso Bygmalion en junio de 2014, Copé retornó en enero a la esfera pública con Le sursaut français, libro en el que defiende su inocencia y propone recetas mágicas para todo, incluida la Cuestión Islámica (a la que aparentemente pretende solucionar con un pacto de laicidad).

Lo de Faire de Fillon es un poco más interesante: más allá de su apología del liberalismo o del detalle de sus planes para salvar a Francia de la decadencia, lo que tiene el libro son anécdotas poco conocidas sobre su paso en el gobierno, lo que permite un poco darle un rostro humano al político, algo de lo que evidentemente carecen.

La lengua atrevida

El político derechista que ha tenido un éxito que se percibe como auténtico en las librerías en estos últimos tiempos es Philippe de Villiers. Le moment est venu de dire ce que j’ai vu, a la venta desde octubre de 2015, es un panfleto contra la casta política de Francia. Ese tipo de diatribas al parecer es del agrado de los lectores franceses, quienes gozan más con ver cómo los que mandan se destruyen entre si, que con revisar sus verbosos programas de gobierno.

Esto lo ilustra bastante bien la ecologista Cécile Duflot, cuyo libro De l’intérieur, voyage au pays de la désillusion en el que despotrica contra su antiguo jefe François Hollande se vendió aceptablemente en 2014, frente al programático Le grand virage que sólo sirvió para darle al polvo una excusa para habitar las librerías en 2015.

Negocio de pocos

La clave de estos libros de tan escaso valor literario y político es el contexto. Si los autores (sean los propios políticos o los prestadores de pluma) logran abandonar la torre de marfil en la que viven y consiguen dialogar de algún modo con el mundo real, entonces los lectores sienten cierta simpatía.

Y quienes más se benefician de un destello de sagacidad no son los que ponen sus caras en las portadas, sino los editores que disfrutan de una inyección de euros. Editoriales pequeñas, medianas y grandes se arriesgan todo el tiempo con los políticos: su lógica es que si al menos uno de los libros pega en el blanco, el desprestigio de incluir un título de esos en su catálogo queda justificado. Si la justicia se impone y nadie compra esas obras, aún así la editorial no pierde nada, ya que suelen ser los propios políticos los que financian la publicación de sus bodrios y delirios.

Al político mucho no le interesa que alguien lea sus textos (a veces ni ellos mismos lo hacen), sólo los usan como un instrumento de relaciones públicas. En efecto, la novedad libresca le permite visitar programas de televisión o de radio para “comentar” aquello que se supone que escribieron. Y mientras más arriba está el libro en la lista de ventas, más interés atraen entre los medios masivos de comunicación, gigantesco canal para vender su mensaje. Por ello no resulta extraño que un sindicato, una empresa o cualquier otro tipo de ONG compren cajas llenas de ejemplares para regalar entre sus miembros. Todo un gran desperdicio de papel en definitiva, sobre todo del papel moneda.

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