viernes, 25 de junio de 2010

El discreto desencanto de la burguesía

Lucien Paumelle, un médico jubilado, antiguo miembro de la Resistencia y activo militante socialista, decide, ya octogenario, contraer matrimonio con una inmigrante moldava, para evitar que esa mujer y su hija preadolescente sean expulsadas de una Francia cada vez más reacia a admitir extranjeros. Según parece el viejo Lucien (interpretado por Michel Aumont), que toda su vida ha apoyado causas humanitarias tomando partido siempre por el lado de los oprimidos, realiza quizás uno de sus últimos gestos para lograr un mundo más justo e igualitario, abriéndoles las puertas de su bello departamento parisino a dos mujeres casi desconocidas provenientes de la Europa oriental.
El galeno tiene dos hijos: Babette (Karin Viard) y Arnaud (Fabrice Luchini). La primera ha optado por ser igual al hombre a quien admira, convirtiéndose en médica ella también y forjándose una mirada progresista sobre los problemas del mundo, mientras que el otro, por su parte, ha buscado contraponerse a esa pesada sombra que lo cubre para construir así su propia identidad, y ha terminado por ello tornándose un abogado interesado por asuntos económicos. Al enterarse del matrimonio, ninguno de los dos vástagos del anciano toma la noticia con demasiada alegría. Ella porque, por un lado, encuentra en la mujer moldava a una persona que no se ajusta al prototipo de “condenado de la tierra” que sufre en silencio y sumisión las injusticias a las que fue condenado –Tatiana, la mujer moldava, es cínica, racista y egoísta–, y por el otro lado ve que la inmigrante no parece lo suficientemente agradecida por el acto de autosacrificio que, al parecer, lleva a cabo su padre; él porque teme que la herencia que le correspondía se diluya por culpa de una intrusa. Tal es, basicamente, el eje de la película Les invités de mon père, escrita y dirigida por Anne Le Ny.
Lo interesante de esta obra es que, a medida que avanza, los maniqueísmos se van desdibujando. De ese modo el altruista Lucien empieza a mostrarles a los demás que es capaz del “pecado” del egoísmo, y la hija progresista y el hijo neoconservador van revelando que son más los puntos en los que sus actitudes coinciden que en los que discuerdan. El resentimiento aflora poco a poco, sacando a la luz la sordidez y la hipocresía con la que habitualmente se manejan aquellos que en Francia son llamados “bobos” (“burgueses bohemios”), gente que considera legítimo el concepto de “plusvalía” pero que casi siempre consume primeras marcas de alimentos y vacaciona dos veces por año.
Con esta comedia Le Ny prueba que el cine francés puede ser sabio si se lo propone. Aunque Les invités de mon père sea recién su segunda película, puede decirse que esta cineasta es muy hábil para moverse entre zonas incómodas, no a la manera cruda de Gaspar Noé, pero si con la fuerza suficiente para demoler las simplificaciones (su película anterior, Ceux qui restent, aborda el tema del amor entre dos enfermos terminales).
Al dejar al descubierto los límites del humanismo pequeñoburgués, Les Invités de mon père ironiza contra la solidaridad hipócrita que, desde la condescendencia, cierto sector social privilegiado practica como modo de tranquilizar la propia conciencia. Una verdadera fábula ácida sobre quienes convierten a sus visiones políticas en signos de superioridad moral.

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