miércoles, 10 de septiembre de 2014

El arte de apropiarse de lo ajeno

Cuando el dúo de música electrónica Justice lanzó su disco , uno de sus autores señaló que para componer la obra habían empleado samples de cerca de 400 álbumes distintos. El pastiche dio resultado, pues es un disco estupendo. 

Otra obra francesa que supo acertar a la hora de pastichear exitosamente fue la película The Artist, una encantadora comedia muda filmada en blanco y negro que arrasó con los premios cinematográficos, obteniendo un centenar de ellos (incluyendo el Óscar y el César a la Mejor Película del año). 

La Cuasi-Guerra

The Artist fue estrenada en el Festival de Cannes, en donde recibió una infinidad de elogios. El productor norteamericano Harvey Weinstein, tras contemplar el producto terminado, adquirió los derechos de difusión de la película, y, acto seguido, inició una campaña multimillonaria de promoción –se ha dicho que Weinstein gastó en publicidad aproximadamente lo mismo que los productores franceses gastaron en armar la cinta. Parte de la campaña incluyó el sabotaje de la película entre la crítica francesa, para que de ese modo la obra no fuese seleccionada para representar a Francia en los Oscares y pudiera, así, competir en esa entrega de premios como si se tratase de una película filmada en Hollywood. Además Weinstein minimizó toda referencia al origen galo de la cinta y la lanzó en EEUU remarcando que se trataba de un homenaje a la Edad de Oro del cine del periodo de entreguerras (la ausencia de diálogos, los carteles de texto escritos en inglés, el movimiento de los labios de los actores pronunciando palabras anglosajonas y el título mismo de la obra contribuyó a alimentar esa ilusión).  

En su momento se desató una polémica sobre lo norteamericano en The Artist. Los críticos franceses se jactaron de que sus compatriotas cineastas, gracias a su sutil sensibilidad, pudieron evocar la magia del cine hollywoodense de una manera mucho más profunda en la que cualquier norteamericano jamás podría hacerlo. Francia conquistaba así a los EEUU. Sin embargo, del otro lado del Atlántico, los críticos vieron que el triunfo de The Artist representaba, simplemente, el triunfo de la norteamericanización del cine a nivel mundial; Francia, por tanto, habría capitulado finalmente ante los EEUU. 

Algunos críticos estadounidenses compararon a la actuación de Jean Dujardin con la de Roberto Benigni en La vita è bella, pues señalaron que ambos tienen talento suficiente para manifestar una mezcla de bufonería y sentimentalismo que es capaz de convencer y seducir a muchos espectadores, pero que poco impacto debería causar sobre alguien versado en cine. 

A The Artist los norteamericanos también la fustigaron por tratarse de un viaje nostálgico a un pasado mítico que es más propio de la unidimensionalidad de antaño que de una época multicultural como la nuestra. Se ve que a muchos los afectó que la consagración de una cinta en los Oscares se haya producido sin satisfacer a una cuota étnica o sin celebrar a “la diversidad”. 

Fragmentos, destellos, chispazos, astillas

Lo cierto es que The Artist es un ejercicio de estilo. Michel Hazanavicius, el director de la película, renunció a la sofisticación para construir una fábula cautivante. Por tanto la película es pura superficie, un objeto perfectamente cinematográfico que circula de referencia en referencia, pero jamás aborda algo que exceda al celuloide. Es su virtud y su defecto: la película es sólo una revisión amorosa y respetuosa de un montón de viejas películas, ni más ni menos.  

El imaginario hollywoodense es convertido en un baile de fantasmas que se materializan para darle una cierta forma substancial a la película que, de otra manera, no la tendría. Sunset Boulevard, la cinta de Billy Wilder inspirada en una novela de Evelyn Waugh, y Singin' in the rain de Stanley Donen y Gene Kelly son las referencias más obvias, pero hay muchas otras: Sunrise de F. W. Murnau, Four Sons de John Ford, The Crowd de King Vidor, Citizen Kane de Orson Welles y The Unknown de Tod Browning son claramente evocadas en The Artist

The Artist y The thin man

La película francesa tiene un evidente parentesco también con A star is born de George Cukor, filme que, al igual que The Artist, trata sobre la relación entre una actriz ascendente y un actor declinante. 

Show People, una pieza famosa por sus cameos (aparecen, entre otros, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, William S. Hart, y Claire Windsor), es otra fuente de inspiración de The Artist, algo que queda en evidencia cuando se toma en cuenta que Marion Davies interpreta a una aspirante a actriz llamada “Peggy Pepper” en la película norteamericana, mientras que Bérénice Bejo, en la película francesa, encarna a otra aspirante a actriz llamada “Peppy Miller”. 

En Show People también aparece John Gilbert, un actor hollywoodense que guarda más de una similitud con “George Valentin”, el personaje que interpreta Jean Dujardin: Gilbert fue una estrella del cine mudo que vivió traumáticamente el pasaje a la sonoridad, tuvo un encontronazo muy fuerte con el productor Louis B. Mayer que perjudicó su carrera, y, gracias a Greta Garbo, consiguió retornar al estrellato, acontecimientos muy similares a los que atraviesa Valentin en la película que consiguió diez estatuillas en la ceremonia de los Oscares de 2012. 

¿Plagio?

Sin embargo no todos celebraron que The Artist recurra a otras obras para contar la historia que propone. Kim Novak, una actriz veterana, se quejó de que en la cinta hubiera escenas en las que se emplea la música de Vertigo –la famosa película dirigida por Alfred Hitchcock y protagonizada por la propia Novak. Desde su perspectiva, lo que hicieron los creadores de The Artist fue succionarle impunemente los aciertos a otras historias que supieron atinar bastante en sus planteamientos estéticos, pero que, por su avejentada edad, muy pocos conocen, lo que hace que la película francesa logre maravillar tanto a sus espectadores en lugar de indignarlos por su falta de originalidad. Hazanavicius se defendió de la acusación de Novak diciendo que el pastiche es una forma legítima de hacer ficciones.

De todos modos este mes se supo que la productora de The Artist está atravesando un juicio sobre derechos de autor, pues aparentemente habría incurrido en el delito de plagio. Y aquí no se trata de Hollywood reclamándole que repongan todo lo que hurtaron de sus museos, sino de algo más grave. 

Sucede que un tal Christophe Valdenaire, en 1998, escribió un guión para una película muda en blanco y negro que se llamaría “Timidity, La Symphonie du Petit Homme”. Valdenaire cuenta que en 2006 consiguió crear una productora cinematográfica, condición necesaria para obtener las subvenciones del Estado francés que servirían para rodar el filme. Un par de años después, este sujeto conoció a la madre de Bérénice Bejo, quien se dedica al negocio de los bienes raíces: Valdenaire le pidió a la señora que lo contacte con Bérénice, pero ella le recomendó contratar a Moira Grassi, otra de sus hijas, quien es una actriz poco conocida en el Hexágono. El cineasta, haciéndole caso a la mujer, le envió el guión a Grassi y le pidió que le facilite una filmación suya interpretando algunas escenas del mismo, para remitirla después a la dirección de casting de su película. Grassi lo hizo, pero luego se arrepintió de la idea de participar en el proyecto de Valdenaire y le solicitó que le devuelvan su material. 

Al poco tiempo del desencuentro entre Valdenaire y Grassi, Hazanavicius anunció que lo que sería The Artist ya estaba en producción, y que una de las actrices que protagonizaría la película era su esposa Bérénice Bejo. 

A partir de ahí empieza el conflicto entre Valdenaire y los productores de The Artist. Según el demandante, la película que él proyectó y la otra obra multipremiada tienen alrededor de una treintena de motivos similares (en las dos hay escenas de baile, un intento de suicidio del protagonista, una pesadilla, referencias al Hollywood de finales de la década de 1920, etc). 

El problema es que Valdenaire no sólo quiere que se lo reconozca como co-autor de The Artist (lo que significaría que obtendría una parte de las ganancias por derecho de autor), sino que además tiene pensado invertir lo que gane en cumplir su sueño de filmar “Timidity, La Symphonie du Petit Homme”, una película que, de llegar a finalizarse, sería inevitablemente considerada similar a la cinta de Hazanavicius.  

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