La invención de una lengua no es nada
extraordinario. Normalmente se fabrican nuevas lenguas para contribuir con la
comunicación humana (el esperanto, el volapük, la interlingua de IALA, el uropi y toda
lingua franca fueron pensadas para derribar barreras lingüísticas y preconizar el empleo de una lengua común);
también las lenguas artificiales nacen para estudiar el funcionamiento de la
mente humana (el loglan de James Cook Brown, la lingua generalis de Gottfried
Leibniz o el ro de Edward Powell Foster tuvieron ese objetivo). Pero hay otras
lenguas que surgen sólo para satisfacer las inquietudes estéticas de un autor:
son las lenguas artísticas, como las que hablan los personajes de la Tierra Media inventada por J.
R. R. Tolkien, o la neolengua de 1984,
el nadsat de A Clockwork Orange, el
dothraki de Game of Thrones, el na’vi
de Avatar, el klingon de Star Trek, el gíglico de Rayuela, o incluso la lingua ignota y
la escritura críptica con la que, respectivamente, Hildegarda de Bingen e Isaac
Newton escribían para ellos mismos. El wardwesano ideado por Frédéric Werst se
afilia a este último grupo.
En 2011 Werst publicó Ward, una novela bilingüe (wardwesano y
francés) en la que se recoge una antología de textos representativos del siglo
I y II de la cultura Ward. Poemas, mitos, cuentos y divagaciones filosóficas,
junto a desarrollos teológicos, se mezclan a lo largo del libro con fragmentos
que revelan la historia, la geografía, la economía y otras cuestiones
concernientes a los wards.
Actualmente se dice que el mundo
enfrenta una catástrofe lingüística, puesto que mes a mes diversas lenguas
reales se extinguen alrededor del planeta. La
Internet poco hace para detener este fenómeno, ya que
diariamente crece el uso del inglés y el mandarín en detrimento de otros
idiomas.
El proyecto de Frédéric Werst es
quizás una cruzada en contra de esa homogenización de la lengua. El segundo
tomo de Ward, publicado este año por
Seuil, prosigue con el recuento del desarrollo de la cultura de este particular
pueblo, abarcando lo que sería el siglo III de su calendario (y que vendría a
ser algo así como el siglo XIV del nuestro).
Es la primera vez que una gran
editorial francesa apoya la propuesta de publicar una obra de ficción escrita
íntegramente en una ideolengua, por lo que los aficionados a este arte de
construir idiomas imaginarios podrían cantar victoria. Sin embargo Werst no
parece ser un sujeto que haya emergido de esos círculos.
Según lo que el propio autor ha
dicho, él creció fascinado con el Medioevo. Estudió el latín y el griego, y
fatigó la literatura antigua, medieval y renacentista. A partir de los 30 años
se embarcó en la aventura de construir Ward, un país cuya población se asemeja
a la de Francia pero su geografía coincide en cierta medida con la del norte de
África. A medida que inventaba las historias, inventaba también una lengua que
era propia de sus personajes. Así construyó más de diez mil palabras, que se
manifiestan con su propio alfabeto y se rigen bajo una gramática compleja, más
compleja aún que la del árabe (idioma del cual Werst ha tomado ciertos
elementos relacionados a su sonoridad).
Como el texto original fue
escrito en wardwesano, la traducción al francés le ha provocado más de un dolor
de cabeza al autor, ya que el idioma ficticio tiene modos mucho más sencillos o
mucho más complicados para decir lo mismo en francés, y, por supuesto, son
numerosos los vocablos que resultan intraducibles.
Ward es una novela que lleva hasta el extremo la teoría de los
“mundos posibles”: más que contar una historia el objetivo parecería ser el de
construir un mundo, un mundo que, como el Tlön del célebre cuento de Borges,
quizás busque invadir a la realidad hasta reemplazarla.
* Werst, Frédéric. Ward. IIIe siècle. Seuil, París, 2014, 22,50
€
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