Yves Viollier es lo que en
Francia se dice un écrivain du terroir
(y que en el mundo de habla hispana podría traducirse como “autor costumbrista”).
El costumbrismo francés contemporáneo tiene en George Sand y en Jean Giono a
sus dos precursores más notorios. En la década de 1970, cuando el Nouveau Roman gozaba aún de gran
popularidad y la literatura francesa se sostenía sobre un sistema de
celebridades literarias que fomentaban el egocentrismo, irrumpió la obra de
Claude Michelet –quien era el hijo de Edmond Michelet, un político
democristiano de gran influencia durante la IV º República. Gracias a la trilogía que
constituye el ciclo Les gens de Saint
Libéral, Michelet ganó mucha popularidad en el Hexágono, narrando historias
que evocaban al mundo agrícola de la cuenca de Brive. Pronto otros autores
optaron por imitarlo y se creó de esa manera la Escuela de Brive, un grupo
de entusiastas que supieron no sólo contar historias inspiradas en la vida
rural francesa, sino también vincular a esa literatura a diversas
manifestaciones folklóricas como la gastronomía o la música, dando nacimiento
así a una industria cultural centrada en la explotación de las identidades
regionales.
A la Escuela de Brive (hoy
reinventada como Nueva Escuela de Brive) pertenecieron Michel Peyramaure, Jean-Guy
Soumy, Denis Tillinac y otros autores aficionados a la manifestación de la
nostalgia por un mundo agrario-pastoril que, junto a sus valores
tradicionalistas, se ve desplazado por la tecnociencia moderna y el consumismo
capitalista.
Lo característico del
costumbrismo es que si bien constituye una narrativa del tipo realista, éste no
pretende más que reflejar a las sociedades humanas, dejando de lado el trabajo
en torno al análisis de las causas que explicarían el motivo por el cual la
gente se comporta de determinada manera ante ciertas situaciones. Por eso se
acusa al costumbrismo de ser liviano y superficial: no le interesa averiguar
por qué el mundo funciona como funciona, tan sólo se conforma con retratarlo
con cierta fidelidad.
Viollier es muy hábil para
escribir desde esas coordenadas. Su última novela, Les deux écoles, lo demuestra. El relato empieza en 1984, año en
que el gobierno socialista de François Mitterrand impulsó y sancionó a la Ley Savary para
reorganizar al sistema educativo del país. Dicha normativa fue muy resistida
por los franceses, debido a que una de las ideas que proponía (que al final no
prosperó) consistía en liquidar a las iniciativas educativas de carácter
privado para integrarlas directamente al Estado. De esa manera el Estado impondría
planes educativos uniformes, que, probablemente, erradicarían a la religión del
ámbito escolar. Muchos cristianos franceses se organizaron alrededor del
Mouvement de l’École Libre y salieron a las calles para resistir el cambio.
Durante los meses que duró la discusión, la grieta social que separa a
conservadores de progresistas se vio fuertemente profundizada (Michel Sardou
aprovechó el conflicto para componer una famosa canción alusiva al tema).
Pues bien, Les deux écoles parte de ese episodio, pero se remonta cincuenta
años hacia el pasado, época en que los protagonistas del relato, Chrysostome
Lhermite –Totome– y Louis Malidin –Lili–, eran dos niños. 1984 los encuentra
militando a uno a favor de la Ley Savary y
a otro en contra, repitiendo de alguna manera aquella vieja guerra de clanes
que hacia que amigos, vecinos y hasta familias chocaran entre sí por ser
“blancos” o “rojos”. Sin embargo esa divergencia en su modo de entender al
mundo no romperá la amistad de los dos hombres, sino que, por el contrario, los
acercará aún más.
Algo comprensible en torno al corpus de la literatura costumbrista es
que lo que resulta una cosa folklórica en un país, puede estar lejos de serlo
en otro. Por ejemplo la disputa inagotable entre progresistas y conservadores
es algo muy característico de los franceses desde hace un par de siglos, así
como el “hombre superfluo” era algo muy característico de la Rusia de la segunda mitad
del siglo XIX (es por ello que los rusos inventaron a Oneguin, a Oblomov, al
Príncipe Myshkin y a muchos otros personajes similares que hoy son biotipos del
hombre contemporáneo). Debido a esto, Viollier puede contar la historia que
cuenta en Les deux écoles de un modo
pintoresco, sin necesidad de explorar demasiado en las tensiones sociales que
atraviesan a Francia.
La cabane à Satan (1982) es otra obra de Viollier que aborda
exactamente el mismo tema que Les deux
écoles, utilizando incluso a los mismos personajes (además de los niños, el
alivio cómico en ambas novelas lo aportan el maestro Nouzille y el cura Cador,
que son una especie de Peppone y Don Camillo con domicilio en la Vandea ). Pero la
experiencia vivencial adquirida en 30 años parece haber favorecido al autor, ya
que la reescritura de la vieja historia tiene un tono diferente, más calmo, más
sabio, más emotivo. El propio Viollier ha dicho que durante años estuvo
acopiando anécdotas reales de laicos y católicos para volcarlas en Les deux écoles: mientras muchos en
Francia apelan a cualquier figura pública medianamente conocida para ficcionalizar sus historias, Viollier se interesa por los anónimos, por aquella
gente que nunca aparece en la primera página de los diarios pero cuya manera de
vivir encarna las tensiones de su generación, y cuya voz –salvo en ocasiones
especiales como esta– suele perderse en la inmensidad del tiempo.
* Viollier, Yves. Les deux écoles. Éditions
Robert Laffont, París, 2014, 19 €
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