martes, 11 de noviembre de 2014

La opción por el suicidio

Federico II el Grande fue la primera gran celebridad militar moderna. El rey prusiano una vez confesó que en 1740 llevó a sus ejércitos a la guerra contra Austria (en lo que se conocería como la “Primera Guerra de Silesia”) porque necesitaba construir poder. Es decir el monarca deseaba que su país controlase el mundo, por lo que estudió el escenario de su época, fabricó una excusa para justificar las hostilidades y se lanzó a matar para conseguir su objetivo. También podría haber obtenido el mismo resultado recurriendo a la diplomacia en lugar de a la fuerza, pero la elección de esa vía lo hubiese privado de la reputación de guerrero invencible que buscaba construir, por lo que por ello terminó mandando a miles de hombres a arriesgar su vida al campo de batalla.

Normalmente las guerras –episodios de muerte y destrucción– tienen causas como la enunciada por Federico II. Pero en la memoria de la humanidad son presentadas como fatalidades que el Espíritu del Mundo produce para imponer la libertad, la justicia o cualquier otra cosa similar. Por eso estudiar y criticar las causas de la Primera Guerra Mundial como ha hecho Philippe Conrad y demostrar que la primera gran tragedia europea del siglo XX pudo ser evitada resulta, en definitiva, un ejercicio intelectual poco frecuente, y por ello mismo admirable.  

Explicar la Gran Guerra

Cuando la Primera Guerra Mundial concluyó en 1918, los vencedores acusaron a los vencidos de haberla ocasionado. Así por ejemplo el Tratado de Versalles, en su famoso artículo 231, estipula que Alemania fue culpable de agredir militarmente a Francia y de haber desatado con ello un conflicto que duró cuatro largos años. A los alemanes ese tipo de acusaciones les desagradaron completamente, por lo que sus autoridades trabajaron para borrar su responsabilidad en torno al despliegue de la fuerza: es sabido que Bernhard von Bülow suprimió numerosos documentos oficiales del Estado alemán que podían llegar a ser interpretados como pruebas de que su país había inventado la guerra; el Káiser Guillermo II, a su vez, completó el proceso exculpatorio alemán señalando en sus memorias que los que pusieron a los europeos a enfrentarse entre si habían sido los judíos y los masones.

El revisionismo histórico sobre las causas de la Gran Guerra lo iniciaron los norteamericanos en la década de 1920, puesto que intelectuales eminentes como Sidney Bradshaw Fay y Harry Elmer Barnes publicaron obras influyentes en las que sostenían que era una injusticia acusar a Alemania de haber comenzado con las agresiones en 1914. El detalle que no debe olvidarse es que ambos historiadores contaron con apoyo explícito del gobierno alemán para llevar a cabo sus investigaciones.

Vladimir Lenin también opinó sobre la Primera Guerra Mundial: según él, el choque bélico entre los europeos se produjo como una consecuencia natural del sistema capitalista, el cual busca expandirse infinitamente y genera tensión a partir de ello. Por ende para los comunistas todos fueron igual de culpables de haber ocasionado la guerra.

El libro Griff nach der Weltmacht (1961) del historiador Fritz Fischer fue controversial: buceando en los archivos alemanes –llegando a revisar incluso muchos de los documentos que se hallaban escondidos o clasificados como secretos–, este historiador descubrió que en los años previos al inicio de la Gran Guerra los diplomáticos y políticos alemanes ya habían elaborado planes para atacar a sus vecinos e imponer su poderío a través de la acción bélica. La obra de Fischer fue muy popular pero contó con grandes detractores, como es el caso de Gerhard Ritter, quien criticó duramente la falta de honestidad intelectual que se percibía en el historiador estrella al momento de interpretar los textos que había leído con extremo cuidado.

Posteriormente surgieron muchas otras teorías: Andreas Hillgruber sugiere que los alemanes fomentaron el conflicto armado en el área de los Balcanes para debilitar a la Triple Entente y luego éste, por diversos factores, se desarrolló de un modo en que no pudieron controlarlo, arrastrando a las potencias a la guerra; A. J. P. Taylor sostiene que la carrera armamentística y el desarrollo industrial acelerado de Europa puso a los países beligerantes en una situación de tensión entre ellos, que culminó con el choque abierto cuando la intención original era sólo la de hacer demostraciones de fuerza para, justamente, evitar la guerra (es una tesis muy similar a la que alguna vez defendiese Lloyd George, Primer Ministro del Reino Unido entre 1916 y 1922); Arno Mayer asegura que la movilización de los ejércitos se produjo para evitar que el conflicto social en los países de Europa desencadenase una serie de revoluciones domésticas peores que las de 1848. En la actualidad hay historiadores que apuntan en dirección a los británicos y a los austrohúngaros para señalar a los verdaderos culpables, cuando el relato oficial presentó siempre a la Primera Guerra Mundial como un conflicto ideado y conducido fundamentalmente por Alemania y Francia.

Lo que hay detrás de todas estas explicaciones es una idea: la guerra del 14 habría estallado debidó a que las potencias de Europa habían entrado a un espiral de desarrollo que exigía una confrontación bélica para frenar o engrandecer a Alemania. 

El accidente trágico del verano de 1914

En el Hexágono han sido los historiadores Pierre Renouvin, Jean-Baptiste Duroselle y Jean-Jacques Becker los que más han hecho por presentar a la Primera Guerra Mundial como un conflicto que estalló porque parecía ser algo que inevitablemente sucedería dada la situación particular de cada país beligerante. En la mirada de estos hombres, la guerra nació varios décadas antes de 1914 y fue madurando poco a poco hasta finalmente explotar con toda su furia. 

Philippe Conrad, por el contrario, cree que ofrecer una explicación determinista sobre esta catástrofe europea es faltar a la verdad. El novelista Nicolas Saudray publicó este año Ces guerres qui ne devaient pas eclater : 1870, 1914, 1939, un ensayo que detalla una serie de episodios que, debido a haber estado protagonizados por personajes chauvinistas, prepotentes o incapaces, sirvieron para empujar a millones de personas a los campos de batalla. Las guerras del periodo 1870-1939 serían el producto de algo así como la condena de haber tenido que vivir bajo el poder de pequeños espíritus europeos. Conrad, en 1914, la guerre n’aura pas lieu, hace algo similar a lo que hizo Saudray en su libro, sólo que con mucha más rigurosidad metodológica y con un nivel más alto de objetividad epistemológica.

Antes de hablar de 1914, Conrad analiza los quince años previos. Le interesa sobre todo destacar que el periodo estuvo plagado de conflictos que, si bien afectaron a las relaciones internacionales en Europa, ninguno de ellos fue resuelto provocando un choque de gran envergadura. Es que el contexto global requería del fortalecimiento de la paz. ¿Entonces por qué Europa se suicida generando una guerra de treinta años? Según Conrad ello habría ocurrido por una serie de situaciones azarosas que fueron mal receptadas y resueltas de un modo aún mucho peor.

El propio asesinato del Archiduque Francisco Fernando, es decir la chispa que inició el incendio, fue un producto de la fortuna. Esa fatídica tarde, el heredero del trono austrohúngaro pudo haber salido vivo de Sarajevo si no hubiese tomado él mismo un par de decisiones que lo sirvieron en bandeja a la Mano Negra.

1914, la guerre n’aura pas lieu enlista a las explicaciones más populares en la historiografía gala sobre las causas de la Primera Guerra Mundial: el antagonismo franco-alemán por la cuestión de Alsacia y Lorena, las rivalidades imperiales que generaban tensión a raíz de la expansión colonial, el impacto de la carrera armamentística, la competencia económica entre potencias en un mundo que día a día se globalizaba cada vez más, y la especulación en torno a la situación de los Balcanes. A cada una de esas causas el autor las contesta demostrando que, en la época, hubo muchos dirigentes que plantearon resoluciones alternativas a esos conflictos, ninguna de las cuales implicaba levantar en armas a las naciones. El sistema diplomático vigente en Europa hacia todo lo posible para descartar a las balas y a las bombas como elementos de acción política, lo cual sirve para alimentar a la hipótesis de que la catástrofe de 1914 nació de las reacciones mal calculadas de un evento tan violento como casual.

La propuesta de Conrad es, entonces, la de interpretar a la Gran Guerra como algo que ocurrió no por fatalismo sino porque la voluntad de muchos coincidió en que se podía forzar a la gente a disputar una guerra defensiva que, debido al grado de sacrificio que requería, contaría finalmente con una fuerte adhesión para poner fin al conflicto. Nadie imaginó que costaría tantas vidas y que causaría tanta destrucción.  

* Conrad, Philippe. 1914, la guerre n’aura pas lieu. Genèse Édition, París/Bruselas, 2014, 22,50 €

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