« Le poilu se voit victime
impuissante et il
éprouve l’intolérable angoisse d’attendre
éprouve l’intolérable angoisse d’attendre
le coup fatal du destin
aveugle »
J. N. Cru : Du Témoignage, p. 107-108
Lazare Ponticelli murió en 2008.
Con 110 años, era el último de los poilus
o soldados veteranos de la Primera Guerra
Mundial que quedaba vivo (después de Ponticelli murieron ese mismo año Fernand
Goux y Pierre Picault, pero a ninguno de los dos se lo consideró oficialmente
veteranos de guerra debido a que estuvieron menos de tres meses en el frente).
El gobierno francés presidió las obsequias durante su funeral.
Ponticelli había nacido en Italia
en 1897 y había emigrado a Francia en 1906. Cuando comenzó la guerra fue
reclutado por la Legión Extranjera
francesa para combatir contra los alemanes en un batallón integrado por
italianos. Sin embargo después, en 1915, Italia se sumó a la contienda bélica
en el mismo bando que los franceses, por lo que Ponticelli fue dado de baja y
enviado a su país para combatir allá a los austrohúngaros. Un par de años
después de concluida la guerra, Ponticelli regresó al Hexágono. Junto a sus
hermanos fundó una empresa de servicios industriales que, con el tiempo, terminó
por convertirse en una organización importante, con presencia internacional.
A lo largo de su vida, Ponticelli
se negó a hablar sobre su experiencia como soldado en la Gran Guerra. Sólo en sus
últimos años aceptó comentar sus vivencias antes los jóvenes de las escuelas.
Opinaba que la guerra había sido una cuestión absurda, pues a él y a sus
compañeros los habían enviado a matar a sus prójimos sin darles una buena
explicación para hacer ello. Entendía perfectamente todo el discurso acerca de
la necesidad de defender al terruño, pero no disfrutaba del acto de poner su
vida en riesgo como si no existiesen otras alternativas posibles para resolver
las disputas. Con ese testimonio, Ponticelli arrojó por el suelo la idea
folklórica de que los poilus,
entusiasmados con la posibilidad de ver a su nación triunfar ante sus vecinos, fueron
al frente de batalla ondeando banderas y cantando canciones de unidad, como
quien hoy en día va a mirar un partido de fútbol de su equipo favorito.
Patología de los testimonios sobre la guerra
Cuando culminó la Segunda Guerra Mundial, la
prensa europea se ocupó de continuar con el bombardeo propagandístico que había
desplegado durante los años de combate. Para ella el conflicto no había
terminado aún, por lo que asumió como propia la obligación de doblegar a los
alemanes y sus aliados con el fin de hacerlos pagar por los crímenes de guerra
que habían cometido entre 1939 y 1945.
Por esa época –aunque en realidad
un poco después, en los años en que la prensa ya se había calmado tras
conocerse las sentencias de los Juicios de Nuremberg– aparecieron en Francia
las obras de Paul Rassinier y Maurice Bardèche, las cuales se caracterizaron
por cuestionar a muchos de los testimonios de los sobrevivientes de la guerra
que fuesen utilizados como elementos de prueba para determinar la fortuna
judicial de muchos nazis. Esta tarea de crítica y ataque de las voces de los
testigos no fue un invento original de sujetos como Rassinier y Bardèche: el
Hexágono ya contaba con un antecedente preclaro, la famosa y polémica obra de
Jean Norton Cru.
En 1929 la editorial Les
Étincelles –caracterizada por haber desarrollado un catálogo celebrado por la
ultraderecha– publicó el libro Témoins
del citado Jean Norton Cru, ya que el Fondo Carnegie para la Paz Internacional
que había financiado la elaboración del texto se negó luego a publicarlo por su
alto contenido polémico. La obra es voluminosa, pues recoge alrededor de 300
testimonios de más de dos centenas de auténticos combatientes (en 1930, y dado
el éxito comercial que Témoins había
logrado, la editorial Gallimard publicó Du
Témoignage, el cual no era más que una versión abreviada y corregida de Témoins; aprovechando el debate público
que se había suscitado sobre el asunto de la historia testimonial, la editorial
Flammarion publicó también en ese año la obra La guerre racontée par les combattants, que es una antología de dos
volúmenes editada por André Ducasse). La intención del libro era la de ofrecer
una mirada realista sobre la guerra, algo que, según el autor, es posible sólo
para aquel que, como él, se ubica en un punto equidistante entre el culto al
heroísmo de los nacionalistas y la magnificación de la barbarie de los
pacifistas.
Cru era un profesor de inglés,
hijo de un pastor protestante. Liberal e iluminista, combatió a los alemanes
desde las filas del ejército francés durante la Gran Guerra. Pasó mucho tiempo
en las trincheras, oficiando como intérprete del ejército francés ante sus
aliados británicos y norteamericanos. Cuando concluyó el conflicto, intentó
escribir acerca de su experiencia, pero no pudo hacerlo. Entonces se entregó a
la titánica tarea de analizar los innumerables textos de aquellos otros que
contaban la guerra desde adentro. Pronto notó que la mayoría de esas obras
presentaban una visión que él juzgaba distorsionada sobre lo que de hecho había
ocurrido en los campos de batalla. De todos modos también encontró otro tipo de
escritos: los que él entendía como justos, capaces de manifestar de modo
sencillo a la verdad, desafiar las ideas recibidas y apegarse a la descripción
mesurada de los hechos.
A Cru le molestaba que las
angustias y los padecimientos de los combatientes se maquillasen y
prostituyesen, deviniendo material literario ganador del Goncourt (el autor de Témoins juzgó desfavorablemente a la
novela Gaspard de René Benjamin, la
cual fuese premiada con el máximo galardón literario francés en 1915). Por ello
se propuso tomar a todo el cuerpo de textos producidos a partir de testimonios
acerca de la Primera Guerra
Mundial y separar a los sanos de los enfermos, distinguiendo la obra de alguien
que tuvo el coraje de no callar el relato de sus vivencias personales bajo el
fuego destructor, de aquellos textos fabuladores producidos con fines
propagandísticos. Dicha tarea de análisis y valoración muy lejos estuvo de ser
una empresa positivista, aunque la retórica científica de la época así se lo
exigiese. Témoins se convirtió debido
a ello en una excepcionalidad intelectual, muy literaria para ser histórica y
muy histórica para ser literaria. Su mayor mérito fue el de haber
problematizado la cuestión del testimonio, confiriéndole a ese tipo de creación
textual un nuevo lugar tanto en la construcción de la historia como en la
producción de la literatura.
Con Cru las cicatrices
psicológicas se convirtieron en un hecho social, por lo que Daniel Mornet, Jules
Isaac, Pierre Renouvin y muchos otros historiadores profesionales no vacilaron
en elogiar su osadía innovadora, aunque no necesariamente lo respaldaron en la
disputa sobre la elección de los métodos historiográficos (uno de los motivos
por el que Cru descartó a los documentos diplomáticos y militares para escribir
acerca de la Primera Guerra
Mundial fue porque, con toda razón, los consideraba interesadamente deformados
y, por tanto, inadecuados para aprehender la verdad de los
acontecimientos).
Elogio del poilu
Témoins generó un enorme número de detractores en Francia. La mayor
parte de ellos eran escritores o periodistas. Gabriel Marcel atacó a Cru: el
filósofo le reprochó que defendiese la idea de la verdad como algo fragmentado,
pues el veterano de la
Gran Guerra se negaba a valorar como positiva toda síntesis
explicativa o interpretativa que tratase de darle un sentido acabado a la
destrucción y a la matanza. A raíz de ello Julien Benda lo calificó de ser un
“sectario de los hechos” (para una revisión de aquella polémica recomiendo el
libro Le procès des témoins de la Grande Guerre.
L’affaire Norton Cru de Frédéric Rousseau, publicado en el año 2003, que
incluye también una discusión sobre la pretendida relación que habría habido entre
Cru y los negacionistas).
Buscando un poco de legitimidad para
su empresa crítica, Cru recurrió a Stendhal para ilustrar sus puntos de vista acerca
del relato sobre la guerra. En La cartuja
de Parma, el autor, él mismo un veterano de guerra, hace que el protagonista
–el joven Fabrizio del Dongo– asista ilusionado a la Batalla de Waterloo. El
muchacho es un aristócrata italiano que ha sido educado en el heroísmo, por lo
que se une al ejército francés con la esperanza de poder probar su valentía.
Sin embargo a sus hermanos de armas republicanos que constituyen el grueso de
las tropas napoleónicas no les interesa la gloria, sólo quieren triunfar lo más
rápido posible para retornar a sus asuntos cotidianos; por tanto les resulta
imposible disfrutar del desafío personal que el choque bélico significa. La
violencia de las armas de fuego también desconcierta a Fabrizio: las balas y
las bombas poco tienen en común con las bravas espadas de los caballeros
medievales sobre las que tanto ha leído. Al final el muchacho termina dudando del
hecho de si realmente ha ingresado a la historia de la humanidad por haber
combatido en Waterloo. Stendhal manifiesta así que la imagen romántica de la
guerra no se asemeja en nada a la versión realista de la misma.
Tomando esas observaciones, Cru
reúne cuadernos personales, diarios de campaña, cartas desde el frente,
reflexiones de veteranos, ficciones y ensayos de tema bélico ya publicados y
separa todo ese material entre lo que le suena realista y lo que le parece una
fabulación. De ese modo nota que los intelectuales sucumbieron en mayor medida
a la tentación de falsear sus textos para adornarlos positiva o negativamente,
en tanto que los poilus fueron, en
general, más sinceros a la hora de transmitir sus experiencias en los campos de
batalla.
Cru celebra que autores como Gabriel
Hanotaux se interesen por los testimonios de los poilus, pero lamenta que para ellos los mismos sean meros apéndices
decorativos y no auténticas fuentes de verdad histórica. En las novelas
pacifistas de Henri Barbusse o de Roland Dorgelès, el poilu es representado como una suerte de hombre brutalizado, que se
encuentra envenenado de odio y sediento de sangre; Cru despreciará ese tipo de
narraciones, del mismo modo en que criticará a Henry Bordeaux o a Charles Le Goffic
por intentar relatar a la Gran Guerra
en tono épico. Sus elogios irán a parar a Maurice Genevoix, Max Deauville,
André Pézard, Paul Lintier, Jean Galtier-Boissière, Raymond Escholier y varios otros
que comprendieron que la guerra no es un acontecimiento estético sino un
acontecimiento moral –una cosa que le critica al roman de guerre que proliferó en la posguerra es que esas obras, al
igual que los relatos de viajes, valen por sus formas y no por sus contenidos,
pero sin embargo el lector promedio no es capaz de distinguirlo; por ello Cru
dirá de Erich Maria Remarque que la guerra se cruzó felizmente en su mediocre
carrera de escritor.
Al autor de Témoins seguramente le hubiesen agradado las películas Paths of Glory (estrenada internacionalmente
en 1957 y dirigida por Stanley Kubrick, pero proyectada por primera vez en
Francia en 1975) y Joyeux Noël (una
obra de 2005 ideada y materializada por Christian Carion, la cual, más allá de
algunos momentos fantasiosos, describe con justeza la experiencia de la guerra
desde la triple perspectiva francesa, alemana y británica).
El desmitificador
Jean Norton Cru fue, en
definitiva, un revisionista. La prensa de 1914 hablaba de la guerra como si
estuviese hablando de partidos de fútbol o de peleas de boxeo: esa equiparación
entre guerra y deporte que a Georges Sorel le parecía estupenda, a Cru siempre
le resultó tétrica. Por otro lado el escritor fustigó la idea tan difundida por
el vitalismo decimonónico de que el gusto por el peligro es connatural al
hombre; según su experiencia, antes que aventureros buscando su oportunidad
para demostrar su hombría, en las trincheras era más común toparse con soldados
que se fastidiaban de estar inmersos en un conflicto en el que en cualquier
momento podían llegar a perder su vida de manera súbita, puesto que el combate
moderno no consiste en protagonizar duelos mano a mano, sino en poner en marcha
a una obscura maquinaria de muerte –Cru señala que, dadas las características
de los combates, eran pocas las veces en que los soldados estaban seguros de
haber matado o herido a alguien. El autor de Témoins apunta que el coraje y el miedo, que en épocas de paz son
sensaciones que se excluyen mutuamente, en tiempos de guerra al final coinciden,
por tanto el héroe condecorado por sus loables acciones en realidad es
exactamente igual a aquel pobre infeliz que fuese fusilado por desertor o
cobarde.
Otras cosas también le resultaron
intolerables: las imágenes tremendistas del “mar de muertos” o de los “ríos de
sangre”, la idea de que es heroico “ir a la carga” bajo una lluvia incesante de
fuego, el “debout le morts !” como un
grito sagrado que unía místicamente a los vivos con los muertos (al cual Jacques
Péricard y Maurice Barrès se encargaron de propagandear maravillosamente bien) y
cosas por el estilo. Todo ello alimentaba la mitología bélica de las guerras
con causas justas y el sacrificio heroico por la nación, lo cual servía para
justificar las cosas más horrorosas.
Al culto a las bayonetas Cru lo
repudió como algo verdaderamente ominoso. La propaganda de la época quería
mostrar que había una suerte de mimetización entre el soldado y su arma, la
cual, por cierto, era supuestamente una noble invención que reunía a la antigua
tradición de la espada con la revolucionaria novedad de la pólvora. En realidad
–tal y como lo describe Cru en base a los testimonios recogidos– la bayoneta
resultaba ser un arma incómoda e ineficiente para la guerra de trincheras, por
lo que el famoso aparato solía ser detestado por los soldados, quienes cada vez
que podían los reemplazaban por otro tipo de armas o les hacían modificaciones
para mejorar su capacidad de daño.
Recuerdos de la trinchera
Nadie en Francia sabe exactamente
de donde proviene el término “poilu”
[“peludo”] para referirse a los veteranos de la Gran Guerra. Hay quienes
vinculan la palabra a la idea de virilidad, en tanto que otros sugieren que
estaría más bien vinculada a la de rusticidad (el poilu sería, así, el pueblerino que fue a la guerra a defender su
tierra).
Sea como sea el poilu se ha convertido en parte del
folklore francés: cuando en 1918 muchos alcaldes decidieron homenajear a los
hijos de la ciudad caídos en el campo de batalla, proliferaron las esculturas
de Eugène Bénet, en las que se ve a un soldado bigotudo sosteniendo con una
mano una bayoneta y con la otra una hoja de palma y una corona de laureles; si,
por ejemplo, se visita Leffonds, Dol-de-Bretagne, Carcans, Remoiville,
Cattenières, Beaumesnil, Beauval o Bussières se podrá ver una réplica de esa
estatua a la que refiero.
Los poilus, como bien lo atestigua Cru, también hablaron de la guerra.
Algunos la sufrieron, otros la gozaron, pero la mayoría la toleró porque,
bueno, no tenían otras alternativas.
Un testimonio de primera mano
sobre la Gran Guerra
que ha resultado ser muy apreciado en Francia desde el momento de su
publicación por primera vez es el recogido en Les carnets de guerre de Louis Barthas, tonnelier. 1914-1918. Barthas era un
artesano nacido en 1879. Educado por los “húsares negros”, comenzó a trabajar
desde muy joven, pero jamás perdió el interés por la cultura libresca (de allí
que el estilo de su prosa sea muy elegante, y el contenido de la misma sea
pródigo en alusiones a figuras históricas, literarias y mitológicas). Barthas
era católico à la Péguy , es decir era un cristiano anticlerical y
socialista. Lo más valioso de su relato es su espíritu curioso y las observaciones
precisas que hace: cuenta cosas que los poilus
vivían a diario pero que se negaban a comentárselas a sus familias o a
informárselas a sus superiores; también indaga sobre la naturaleza de la guerra
de trincheras y se interesa en la cuestión de la fraternización y los motines entre
soldados –aborda con particular interés la relación entre combatientes del sur
y del norte de Francia, puesto que, desde septiembre de 1914, vale decir tras
el fracaso francés en la Batalla
de Morhange, se acusó a los sureños de haber provocado la derrota nacional por
su falta de compromiso y de ser los responsables de la ocupación de porciones de
Alsacia y de Lorena; ello, sin embargo, no era cierto, puesto que dicha
calumnia se trataba más bien de una burda excusa para disfrazar las malas
decisiones de los altos mandos militares, aprovechando a su vez la situación
para ejecutar una tardía represalia contra los sureños por la famosa Rebelión
de Viñateros de Languedoc en 1907, episodio que en su momento generó una gran
polémica en el Hexágono (Jean-Yves Le Naour cuenta detalladamente esta historia
en su libro Désunion
nationale: la légende noire des soldats du Midi
de 2011). Jean Norton Cru no llegó a leer Les carnets de guerre de Louis Barthas, tonnelier,
puesto que el texto fue publicado por primera vez en 1977, en una edición que
cuenta con un prefacio y un postfacio de Rémy Cazals, uno de los fundadores del
CRID 14-18.
Aimé Boursicaud fue otro de los poilus que dejó sus memorias acerca de la
Gran Guerra : a las mismas las editaron bajo el título “Larmes de guerre. Ecrit de 14-18” . A
diferencia de Barthas, Boursicaud carecía de talento literario; pese a
ello, sus textos no dejan de ser interesantes, ya que él mismo no deja de ser
un personaje interesante: ocupando diversos puestos, participó de la guerra
desde el inició hasta su conclusión. La intención detrás de la redacción de sus
memorias es fundamentalmente pedagógica, puesto que busca explicarle lo que
fueron los combates a quienes no estuvieron allí. Sin embargo evita redactar de
manera detallista y elude la tarea de referir situaciones y episodios que tal
vez serían sencillos de comentar para quienes no los protagonizaron. Al parecer
la tarea de escribir no le resultó fácil ni placentera, por lo que el texto se
encuentra inacabado, lo cual es comprensible (Walter Benjamin, en su célebre
ensayo “El Narrador”, señala que la gente que retornaba de los campos de
batalla no lo hacía con su capacidad comunicativa enriquecida, sino que, por el
contrario, sólo deseaba mantenerse en silencio). Boursicaud es el típico
ejemplo de un poilu que de tener una
mirada patriótica en 1914 terminó adhiriendo al pacifismo hacia 1918, hastiado
de la vida en las trincheras y desilusionado con el contraste entre la
grandilocuencia de la propaganda político-militar y la opacidad de los hechos
en el escenario bélico.
« Un de l’avant ».
Carnet de route d’un « poilu » de Gaston Lefebvre es un
texto muy conocido en Francia desde que fuese publicado en 1930. Lefebvre era
un joven nacido en Lille que se unió al ejército francés después de huir de la
zona que los alemanes habían ocupado tras haber avanzado sobre territorio galo.
Sobreviviente de la Batalla
del Somme (la misma que le inspiró la idea de Mordor a J. R. R. Tolkien), en
diciembre de 1916 Lefebvre fue gravemente herido por una bomba mientras trataba
de escribir una carta en una trinchera. Como consecuencia resultó hospitalizado
y terminaron por amputarle una de sus piernas. El texto de Lefebvre está lleno
de fechas y nombres, intentando mantenerse leal a los hechos. De allí que, al
momento de reconstruir los diálogos, el libro emplee muchas de las palabras y
frases que fueron inventadas por los poilus
(Albert Dauzat recogió muchas de esas expresiones en su clásico L’argot de la guerre de 1918). El autor
relata cómo comenzó su participación en el conflicto con el espíritu de un
adolescente temerario y cómo luego su moral se fue desinflando al empezar a
hacer propio el lamento de los heridos que, en medio de la angustia, sólo
querían volver a ver a sus familias. La obra está dedicada a los pocos hombres
que sobrevivieron en su batallón y a los muchos que cayeron en el campo de guerra.
Pretende ser, simplemente, un aviso a las generaciones futuras sobre la
necesidad de resolver las disputas sin permitir que los horrores bélicos se
desencadenen.
* Barthas, Louis. Les carnets de guerre de Louis Barthas, tonnelier. 1914-1918. Edición
del Centenario con prefacio y postfacio de Rémy Cazal, La Découverte , París,
2013, 15 €
* Boursicaud, Aimé. Larmes de guerre. Ecrit de 14-18. Grandvaux, Brinon-sur-Sauldre, 2011, 13,50 €
* Cru, Jean Norton. Témoins. Essai d’analyse et de critique des souvenirs
de combattants édités en français de 1915 à 1928. Con prefacio y postfacio
de Frédéric Rousseau, Presses Universitaires de Nancy, Nancy, 2006, 35 €
* Lefebvre, Gaston. « Un de l’avant ».
Carnet de route d’un « poilu ». Incluye “Le plus jeune héros de la Guerre : Corentin-Jean
Carré” de André Fontaine como anexo, Éditions des Traboules, Brignais, 2014,
18,50 €
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