miércoles, 3 de diciembre de 2014

Entre Cristo y el Che Guevara

Íngrid Betancourt fue alguna vez una dirigente política de enorme influencia en Colombia. Como parlamentaria obtuvo una gran popularidad gracias a sus denuncias acerca de la escandalosa corrupción que afectaba al sistema político de su país. En 2002 decidió utilizar su fama para catapultarse a la presidencia de la República. Sin embargo su sueño se vio truncado tras ser secuestrada por las FARC, una guerrilla marxista que opera clandestinamente en las áreas selváticas del país sudamericano.

Como Betancourt tenía nacionalidad francesa (dado que se casó en primeras nupcias con un diplomático francés mientras estudiaba ciencias políticas en el Hexágono), en Francia consideraron que el asunto les incumbía y la campaña para su liberación devino una cause célèbre a nivel internacional. Finalmente el cautiverio de Íngrid Betancourt culminó en 2008, y desde entonces la mujer ha dado un giro en su vida, haciendo cosas que antes no había hecho, como por ejemplo escribir una novela.

Íngrid como musa

En 2001 la editorial XO publicó en París el libro La rage au cœur, escrito por Íngrid Betancourt en colaboración con el periodista Lionel Duroy. La obra impactó con fuerza en Francia, debido a que representaba la denuncia de una senadora colombiana sobre la red de corrupción que unía a políticos con narcotraficantes en su país. En aquel entonces ella intentaba mostrarse como una suerte de Juana de Arco andina predestinada a salvar a su nación. Ernesto Samper, antiguo presidente de Colombia, demandó a XO por difamación, pero no pudo evitar que el libro fuese distribuido entre los puestos de venta. Poco tiempo después Betancourt caería en su penoso cautiverio.

Cuando la pesadilla se acabó en julio de 2008, Íngrid Betancourt y su familia se reubicaron en Francia. Allí ella anunció que se preparaba para volver a ocupar un puesto político en Colombia y que iniciaría una cruzada para liberar a todos los secuestrados por la guerrilla (como símbolo de compromiso prometió no cortarse el pelo hasta que el último rehén recuperase la libertad). Sin embargo el “proyecto Rapunzel” se acabó más temprano que tarde, y la mujer renunció a la política para dedicarse a viajar por el mundo promoviendo los derechos humanos y reuniéndose con jefes de Estado.

Betancourt escribió dos libros acerca de su experiencia como cautiva de las FARC. El primero de ellos, Lettres à maman : par-delà l’enfer, con prólogo de Elie Wiesel, fue publicado en 2008, poco antes de que Álvaro Uribe lograse la liberación de la mujer. La obra recoge intercambios epistolares entre Íngrid y sus hijos Mélanie y Lorenzo. Obviamente el texto describe una situación de enorme sufrimiento, que de alguna manera Betancourt decía sobrellevar gracias a que conservaba intacta la esperanza de volver a reunirse con su familia. Un par de años después, en 2010, la editorial Gallimard sacó a la venta Même le silence a une fin, una obra voluminosa (cuenta con algo así como 700 páginas). Allí está narrado con lujo de detalles todo sobre los seis años vividos en la selva. Nada parece faltarle a esas páginas: la descripción de los lugares en los que estuvo encerrada, las carencias materiales que sufrió durante su cautiverio, las agresiones y humillaciones que sus secuestradores le propinaron por ser quien era, el comportamiento cuestionable pero comprensible de sus compañeros rehenes, lo inhumano de la acción guerrillera colombiana y muchas otras cosas que uno se imagina que debe atravesar alguien en una situación similar. La autora cuenta que la Biblia era su consuelo, por lo que vivió su experiencia de un modo casi místico.

Esa novela intimista y aventurera, protagonizada por una heroína vulnerable que se convierte en invencible, fue bien recibida entre la mayoría de los franceses (algún trasnochado hasta la comparó a esa famosa obra sobre los gulags escrita por Alexander Solzhenitsyn), pero cayó mal entre muchos colombianos. Especialmente porque por esa época en que salía el libro a la venta, Betancourt estaba demandando al Estado colombiano por una cifra millonaria, acusando a sus autoridades de ser los culpables de su secuestro por no haberla protegido debidamente de la guerrilla.

Desde que Betancourt apareció en la escena pública para iniciar su carrera política, hubo ciertos colombianos que jamás dejaron de criticarla. Mientras estuvo cautiva, el rumor que corría con fuerza era que la mujer padecía de Síndrome de Estocolmo y se había plegado a las FARC para participar de actividades terroristas. Pese a que esa historia con aire verosímil no se había descartado, Bertrand Delanoë, el alcalde de París, declaró a Betancourt ciudadana ilustre de la Ciudad Luz en 2007 y reclamó su pronta liberación. En 2008, cuando la rehén fue rescatada, otro rumor que circuló con insistencia era el que sostenía que el gobierno francés –en una suerte de golpe publicitario– le había pagado a las FARC una importante suma de dinero para que entreguen a la cautiva. A cambio los galos coordinarían una serie de negocios poco convincentes con Venezuela y Cuba para garantizar la transacción.

Apenas unos días después de su liberación, la mujer peregrinó al santuario de la Virgen María en Lourdes, episodio que tuvo mucha cobertura mediática y que generó rechazo en mucha gente, puesto que más de uno se percató de que había una especie de subtexto político en ese acto (era como que Betancourt resultaba canonizada en vida, convirtiéndose así en la “Santísima Íngrid”, transmutando a su tragedia personal en una suerte de despertar mesiánico).

Las obras hagiográficas sobre Betancourt abundan (a modo de ejemplo: Íngrid Betancourt, femme courage ! de Éric Raynaud, Ingrid, ma fille, mon amour de Yolanda Pulecio, Ingrid Betancourt: le courage et la foi de Pierre Lunel y un largo etcétera). Sin embargo no sólo ha recibido rosas a lo largo de estos últimos años. Hubo tres libros que afectaron directamente a la imagen de Betancourt.

El primero de ellos, Out of Captivity, se publicó en EEUU en 2009. Lo firmaban Marc Gonsalves, Tom Howes y Keith Stansell, tres rehenes norteamericanos que fueron liberados en la misma operación en la que liberaron a Betancourt. El testimonio de estos hombres dejaba muy mal parada a la famosa mujer: según ellos el comportamiento de Betancourt había sido detestable, signado por la falta de solidaridad y la repetida hostilidad hacia sus compañeros de cautiverio, y por la pelea constante con sus captores, lo que habría puesto constantemente en peligro la vida de todas las víctimas del secuestro. En un pasaje los norteamericanos hasta cuentan que estuvieron a punto de ser ejecutados por culpa de las manipulaciones de Betancourt, quien los acusó ante los guerrilleros de ser hombres de la CIA.  

Los otros libros fueron escritos por colombianos, pero publicados en Francia. En Captive (2009), Clara Rojas cuenta su experiencia como secuestrada. Abducida junto a Betancourt –de quien era estrecha colaboradora–, fue liberada unos seis meses antes que su amiga gracias a la intervención de Hugo Chávez. En una conferencia de prensa realizada unos días después de su retorno a la libertad, Rojas afirmó que llevaba tres años sin tener noticias de Betancourt, lo que les hizo suponer a muchos que la mujer, efectivamente, se había unido a la guerrilla. En el libro que publicó después, Rojas mantiene su versión y deja caer un manto de sospecha sobre cómo fue que la famosa Betancourt vivió realmente el cautiverio.

El mismo año en que el libro de Rojas vio la luz, Betancourt se divorció de su segundo marido, el arquitecto Juan Carlos Lecompte. Este colombiano publicó en 2010 un libro en francés: Ingrid et moi. Une liberté douce-amère. La obra no es más que un recuento de sus esfuerzos para liberar a su esposa y una descripción de lo que fue su reencuentro con ella luego de que ambos padeciesen seis largos años de calvario. Lecompte confiesa que las FARC le devolvieron a una Betancourt cambiada, más espiritual pero también más distante, fría y desinteresada en las personas que la rodeaban. De esa manera justifica este hombre la sorpresiva separación de la pareja que se creía que era la más fuerte de Colombia.

Íngrid como titiritera

Una de las cosas que Íngrid Betancourt pudo hacer tras su liberación fue volver a cultivar el intelecto. Así se matriculó en la Universidad de Oxford para realizar una Maestría. Como tema de tesis escogió los movimientos cristianos revolucionarios que se multiplicaron en Latinoamérica entre la década de 1960 y la de 1970, es decir que su interés giró en torno a los famosos “curas tercermundistas” que llevaron a la práctica a los principios y fundamentos de ese engendro conocido como “Teología de la Liberación”. 
  
A partir de esas investigaciones Betancourt se da el gusto de fabular una historia que está a mitad de camino entre el romance y la aventura: La ligne bleue. Julia, una argentina, es nieta de Josefina (apodada garcíamarquezamente “Mama Fina”), de quien hereda el extraño don de poder visualizar escenas del futuro desde el punto de vista de otras personas. La mujer crece con la facultad de la precognición, la misma que fuese criticada por Aristóteles en su texto De la adivinación por el sueño (el Estagirita razonaba que sólo Dios podía darle a la gente esas visiones, y le incomodaba el hecho de que Dios se las diese no a los santos sino a cualquiera). En la década de 1970, Julia se aproxima a Montoneros –un grupo terrorista de izquierda que nació de la asociación de un conjunto de jóvenes católicos con banqueros, militares y políticos peronistas–, y más tarde terminará siendo secuestrada junto a su novio Théo por un grupo de tareas antisubversivo. Théo es un montonero, básicamente, porque quiere vengar a su hermano Gabriel, asesinado sólo por su militancia social a favor de los pobres. Julia, por supuesto, estaba embarazada al momento de su captura -¿por qué privarle a un personaje así de algo de dramatismo extra? 

En Francia a los estudiantes de la escuela media se los suele hacer leer Lettres à une disparue, un libro para adolescentes escrito por Véronique Massenot y publicado en 1998 por Hachette. El texto, ambientado en un país sudamericano anónimo cuya población parece europea, habla de desaparecidos (tópico inagotable de las ficciones argentinas, especialmente de las cinematográficas) y de la reconstrucción de la identidad personal. La ligne bleue ronda en torno a lo mismo, pero difícilmente se lo pueda recomendar como una lectura para jóvenes, puesto que hay escenas como una descripción muy truculenta de una sesión de tortura que es un tanto perturbadora. ¿Para qué incluir algo como eso? ¿Deber de la memoria o artilugio para aumentar la reminiscencia de realidad del relato?

Betancourt ha escrito un libro de suspenso, que le va mostrando al lector una historia que se reconstruye página a página (la narración abarca el periodo 1962-2006). En un momento Julia utiliza su clarividencia para salvar a su hermana de ahogarse, pero no llega a salvar al Padre Mugica de que lo acribillen. Los centros clandestinos de detención, ciertamente, no pueden faltar en el relato, como no puede faltar tampoco la filosofía del encierro que Betancourt, una víctima de los guerrilleros “idealistas”, transmite a través de Julia, una simpatizante de los guerrilleros “idealistas”. 

* Betancourt, Íngrid. La ligne bleue. Gallimard, París, 2014, 19,90 €

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