Íngrid Betancourt fue alguna vez una
dirigente política de enorme influencia en Colombia. Como parlamentaria obtuvo
una gran popularidad gracias a sus denuncias acerca de la escandalosa
corrupción que afectaba al sistema político de su país. En 2002 decidió
utilizar su fama para catapultarse a la presidencia de la República. Sin
embargo su sueño se vio truncado tras ser secuestrada por las FARC, una guerrilla
marxista que opera clandestinamente en las áreas selváticas del país
sudamericano.
Como Betancourt tenía
nacionalidad francesa (dado que se casó en primeras nupcias con un diplomático
francés mientras estudiaba ciencias políticas en el Hexágono), en Francia
consideraron que el asunto les incumbía y la campaña para su liberación devino
una cause célèbre a nivel
internacional. Finalmente el cautiverio de Íngrid Betancourt culminó en 2008, y
desde entonces la mujer ha dado un giro en su vida, haciendo cosas que antes no
había hecho, como por ejemplo escribir una novela.
Íngrid como musa
En 2001 la editorial XO publicó
en París el libro La rage au cœur,
escrito por Íngrid Betancourt en colaboración con el periodista Lionel Duroy. La
obra impactó con fuerza en Francia, debido a que representaba la denuncia de
una senadora colombiana sobre la red de corrupción que unía a políticos con
narcotraficantes en su país. En aquel entonces ella intentaba mostrarse como
una suerte de Juana de Arco andina predestinada a salvar a su nación. Ernesto
Samper, antiguo presidente de Colombia, demandó a XO por difamación, pero no
pudo evitar que el libro fuese distribuido entre los puestos de venta. Poco
tiempo después Betancourt caería en su penoso cautiverio.
Cuando la pesadilla se acabó en
julio de 2008, Íngrid Betancourt y su familia se reubicaron en Francia. Allí ella
anunció que se preparaba para volver a ocupar un puesto político en Colombia y
que iniciaría una cruzada para liberar a todos los secuestrados por la
guerrilla (como símbolo de compromiso prometió no cortarse el pelo hasta que el
último rehén recuperase la libertad). Sin embargo el “proyecto Rapunzel” se
acabó más temprano que tarde, y la mujer renunció a la política para dedicarse
a viajar por el mundo promoviendo los derechos humanos y reuniéndose con jefes
de Estado.
Betancourt escribió dos libros
acerca de su experiencia como cautiva de las FARC. El primero de ellos, Lettres à maman : par-delà l’enfer, con
prólogo de Elie Wiesel, fue publicado en 2008, poco antes de que Álvaro Uribe
lograse la liberación de la mujer. La obra recoge intercambios epistolares
entre Íngrid y sus hijos Mélanie y Lorenzo. Obviamente el texto describe una
situación de enorme sufrimiento, que de alguna manera Betancourt decía sobrellevar
gracias a que conservaba intacta la esperanza de volver a reunirse con su
familia. Un par de años después, en 2010, la editorial Gallimard sacó a la
venta Même le silence a une fin, una
obra voluminosa (cuenta con algo así como 700 páginas). Allí está narrado con
lujo de detalles todo sobre los seis años vividos en la selva. Nada parece faltarle
a esas páginas: la descripción de los lugares en los que estuvo encerrada, las
carencias materiales que sufrió durante su cautiverio, las agresiones y
humillaciones que sus secuestradores le propinaron por ser quien era, el
comportamiento cuestionable pero comprensible de sus compañeros rehenes, lo
inhumano de la acción guerrillera colombiana y muchas otras cosas que uno se
imagina que debe atravesar alguien en una situación similar. La autora cuenta
que la Biblia
era su consuelo, por lo que vivió su experiencia de un modo casi místico.
Esa novela intimista y aventurera,
protagonizada por una heroína vulnerable que se convierte en invencible, fue
bien recibida entre la mayoría de los franceses (algún trasnochado hasta la
comparó a esa famosa obra sobre los gulags escrita por Alexander Solzhenitsyn),
pero cayó mal entre muchos colombianos. Especialmente porque por esa época en
que salía el libro a la venta, Betancourt estaba demandando al Estado
colombiano por una cifra millonaria, acusando a sus autoridades de ser los
culpables de su secuestro por no haberla protegido debidamente de la guerrilla.
Desde que Betancourt apareció en
la escena pública para iniciar su carrera política, hubo ciertos colombianos que
jamás dejaron de criticarla. Mientras estuvo cautiva, el rumor que corría con
fuerza era que la mujer padecía de Síndrome de Estocolmo y se había plegado a
las FARC para participar de actividades terroristas. Pese a que esa historia
con aire verosímil no se había descartado, Bertrand Delanoë, el alcalde de
París, declaró a Betancourt ciudadana ilustre de la Ciudad Luz en 2007 y reclamó su
pronta liberación. En 2008, cuando la rehén fue rescatada, otro rumor que
circuló con insistencia era el que sostenía que el gobierno francés –en una
suerte de golpe publicitario– le había pagado a las FARC una importante suma de
dinero para que entreguen a la cautiva. A cambio los galos coordinarían una serie
de negocios poco convincentes con Venezuela y Cuba para garantizar la
transacción.
Apenas unos días después de su
liberación, la mujer peregrinó al santuario de la Virgen María en Lourdes,
episodio que tuvo mucha cobertura mediática y que generó rechazo en mucha
gente, puesto que más de uno se percató de que había una especie de subtexto
político en ese acto (era como que Betancourt resultaba canonizada en vida,
convirtiéndose así en la “Santísima Íngrid”, transmutando a su tragedia
personal en una suerte de despertar mesiánico).
Las obras hagiográficas sobre
Betancourt abundan (a modo de ejemplo: Íngrid
Betancourt, femme courage ! de Éric Raynaud, Ingrid, ma fille, mon amour de Yolanda Pulecio, Ingrid Betancourt: le courage et la foi de
Pierre Lunel y un largo etcétera). Sin embargo no sólo ha recibido rosas a lo
largo de estos últimos años. Hubo tres libros que afectaron directamente a la
imagen de Betancourt.
El primero de ellos, Out of Captivity, se publicó en EEUU
en 2009. Lo firmaban Marc Gonsalves, Tom Howes y Keith Stansell, tres rehenes norteamericanos
que fueron liberados en la misma operación en la que liberaron a Betancourt. El
testimonio de estos hombres dejaba muy mal parada a la famosa mujer: según
ellos el comportamiento de Betancourt había sido detestable, signado por la
falta de solidaridad y la repetida hostilidad hacia sus compañeros de
cautiverio, y por la pelea constante con sus captores, lo que habría puesto
constantemente en peligro la vida de todas las víctimas del secuestro. En un
pasaje los norteamericanos hasta cuentan que estuvieron a punto de ser
ejecutados por culpa de las manipulaciones de Betancourt, quien los acusó ante
los guerrilleros de ser hombres de la
CIA.
Los otros libros fueron escritos
por colombianos, pero publicados en Francia. En Captive (2009), Clara Rojas cuenta su experiencia como secuestrada.
Abducida junto a Betancourt –de quien era estrecha colaboradora–, fue liberada
unos seis meses antes que su amiga gracias a la intervención de Hugo Chávez. En
una conferencia de prensa realizada unos días después de su retorno a la
libertad, Rojas afirmó que llevaba tres años sin tener noticias de Betancourt,
lo que les hizo suponer a muchos que la mujer, efectivamente, se había unido a
la guerrilla. En el libro que publicó después, Rojas mantiene su versión y deja
caer un manto de sospecha sobre cómo fue que la famosa Betancourt vivió
realmente el cautiverio.
El mismo año en que el libro de
Rojas vio la luz, Betancourt se divorció de su segundo marido, el arquitecto Juan
Carlos Lecompte. Este colombiano publicó en 2010 un libro en francés: Ingrid et moi. Une liberté douce-amère. La
obra no es más que un recuento de sus esfuerzos para liberar a su esposa y una
descripción de lo que fue su reencuentro con ella luego de que ambos padeciesen
seis largos años de calvario. Lecompte confiesa que las FARC le devolvieron a una
Betancourt cambiada, más espiritual pero también más distante, fría y
desinteresada en las personas que la rodeaban. De esa manera justifica este
hombre la sorpresiva separación de la pareja que se creía que era la más fuerte
de Colombia.
Íngrid como titiritera
Una de las cosas que Íngrid
Betancourt pudo hacer tras su liberación fue volver a cultivar el intelecto.
Así se matriculó en la
Universidad de Oxford para realizar una Maestría. Como tema
de tesis escogió los movimientos cristianos revolucionarios que se
multiplicaron en Latinoamérica entre la década de 1960 y la de 1970, es decir
que su interés giró en torno a los famosos “curas tercermundistas” que llevaron
a la práctica a los principios y fundamentos de ese engendro conocido como
“Teología de la Liberación ”.
A partir de esas investigaciones
Betancourt se da el gusto de fabular una historia que está a mitad de camino
entre el romance y la aventura: La ligne
bleue. Julia, una argentina, es nieta de Josefina (apodada
garcíamarquezamente “Mama Fina”), de quien hereda el extraño don de poder visualizar escenas del
futuro desde el punto de vista de otras personas. La mujer crece con la
facultad de la precognición, la misma que fuese criticada por Aristóteles en su
texto De la adivinación por el sueño
(el Estagirita razonaba que sólo Dios podía darle a la gente esas visiones, y
le incomodaba el hecho de que Dios se las diese no a los santos sino a
cualquiera). En la década de 1970, Julia se aproxima a Montoneros –un grupo
terrorista de izquierda que nació de la asociación de un conjunto de jóvenes
católicos con banqueros, militares y políticos peronistas–, y más tarde
terminará siendo secuestrada junto a su novio Théo por un grupo de tareas
antisubversivo. Théo es un montonero, básicamente, porque quiere vengar a su
hermano Gabriel, asesinado sólo por su militancia social a favor de los pobres.
Julia, por supuesto, estaba embarazada al momento de su captura -¿por qué privarle a un personaje así de algo de dramatismo extra?
En Francia a los estudiantes de
la escuela media se los suele hacer leer Lettres
à une disparue, un libro para adolescentes escrito por Véronique Massenot y
publicado en 1998 por Hachette. El texto, ambientado en un país sudamericano
anónimo cuya población parece europea, habla de desaparecidos (tópico
inagotable de las ficciones argentinas, especialmente de las cinematográficas)
y de la reconstrucción de la identidad personal. La ligne bleue ronda en torno a lo mismo, pero difícilmente se lo
pueda recomendar como una lectura para jóvenes, puesto que hay escenas como una
descripción muy truculenta de una sesión de tortura que es un tanto perturbadora. ¿Para
qué incluir algo como eso? ¿Deber de la memoria o artilugio para aumentar la
reminiscencia de realidad del relato?
Betancourt ha escrito un libro de
suspenso, que le va mostrando al lector una historia que se reconstruye página
a página (la narración abarca el periodo 1962-2006). En un momento Julia
utiliza su clarividencia para salvar a su hermana de ahogarse, pero no llega a
salvar al Padre Mugica de que lo acribillen. Los centros clandestinos de
detención, ciertamente, no pueden faltar en el relato, como no puede faltar
tampoco la filosofía del encierro que Betancourt, una víctima de los guerrilleros
“idealistas”, transmite a través de Julia, una simpatizante de los guerrilleros
“idealistas”.
* Betancourt, Íngrid. La ligne bleue.
Gallimard, París, 2014, 19,90 €
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