Muchos dicen que envejecer no es
fácil, pero en realidad envejecer tiene que ver con el vivir día a día: si para
uno es complicado atravesar la vida cuando se es alto y apuesto como Flebas, probablemente
también lo será cuando le llegue la hora a uno de entrar y sobrevivir en la vejez.
Françoise Hardy, creo, es una de
esas personas a las que la vejez las ha impactado de manera negativa, pero no por la intesidad a la que ha debido renunciar, sino básicamente porque vivió
esperando aquello a lo que nunca pudo acceder. Su ancianidad, entonces, no es percibida como un crepúsculo, sino más bien como un apagón.
Este año la famosa cantante
publicó un libro de ensayos: Avis non
autorisés… La obra –descontando los textos sobre astrología y grafología que
publicó– es su tercer título. Antes había dado a conocer Le désespoir des singes (su autobiografía de 2008) y L'amour fou (una novela de 2012). En
ambas obras Hardy relata escenas de su vida, pero enfatizando el hecho de que
el amor auténtico le fue esquivo. Una y otra vez intenta explicar que ella hizo
todo lo posible por amar a Jacques Dutronc, pero jamás consiguió asociar esa
experiencia a la felicidad. Entonces la vida le pasó ante los ojos y la terminó
arrojando a una especie de soledad metafísica.
Avis non autorisés… es, o pretende ser, un texto reflexivo. Hardy,
de ese modo, busca transmitir la sabiduría que la sola experiencia de haber
existido por 71 años le ha cultivado en su espíritu. Sin embargo este libro
dice más sobre sus lamentos que su autobiografía o su novela de inspiración
biográfica.
En un ensayo sobre la vejez
confiesa que nunca se consideró una mujer hermosa, ni siquiera aún cuando era
joven, por lo que el paso de los años sólo ha empeorado la autopercepción que
ella tenía de si misma –hay que reconocer que Hardy no cedió a la tentación de
las cirugías estéticas, como si lo han hecho muchas de sus colegas, siendo un ejemplo la presentadora de televisión Sohpie Devant, quien este año publicó el libro Ce que j'ai appris de moi: journal d'une quinqua, una obra que se vendió bastante en la que la autora da consejos para ser feliz durante la quinta década de vida y hasta hace una apología de la medicina aplicada al campo de la estética. En su texto Hardy admite también el temor que siente ante la pérdida de independencia y propone
discutir la eutanasia. Al acto de envejecer, en definitiva, no lo ve como un
viaje sino más bien como un naufragio.
En otro ensayo cuenta su
experiencia como mujer enferma (desde hace más de diez años que sufre de
linfomas), describiendo especialmente su relación con las terapias
alternativas, a las cuales no necesariamente vindica.
Ambos textos pintan un retrato
muy sincero de Hardy, sin embargo la prensa francesa prefirió quedarse con los
ensayos en donde la cantante jubilada opina acerca de la política francesa.
¿Por qué? Porque allí sostiene que la izquierda francesa es arcaica y que François
Hollande, al igual que François Mitterrand, es prácticamente un cretino. Al
mismo tiempo elogia a Nicolas Sarkozy, François Fillon y Alain Juppé, como
también a los controversiales izquierdistas Michel Rocard y Hubert Védrine.
En un ensayo dedicado a la
espiritualidad, Hardy evalúa positivamente el cambio en la Iglesia Católica que está
intentando imponer el Papa Francisco, pero el periodismo francés en lugar de
eso retuvo su crítica a la politización del ecologismo (según la cantante ese
es un tema que debería estar por encima de toda división ideológica, por lo que
termina criticando a Jean-Vincent Placé, Eva Joly, Cécile
Duflot, Emmanuelle Cosse y a todos Los Verdes en general).
En
materia de literatura, la cantante sostiene que ama la prosa de Henry James y
Edith Wharton, como también aprecia a los textos de sus amigos Patrick Modiano
y Michel Houellebecq, pero los mediócratas franceses se quedaron con su
desprecio hacia Jean-Paul Sartre (por tedioso) y hacia Marguerite Duras (por desagradable), como también con su
desaprobación de las ideas de Virginia Woolf y de las feministas más exaltadas.
En una visita al programa de
televisión On n'est pas couché en
France 2, el conductor del mismo no tuvo mejor idea
que leer los ácidos pasajes del libro que la cantante le dedica a Aymeric Caron
–un opinólogo progresista al que le gusta obrar de policía del pensamiento–, estando
presente el sujeto en cuestión. Sin embargo el alto y apuesto Caron, prudentemente, se abstuvo
de hacer las bufonadas de siempre, salvando con ello a la anciana dama de ser arrastrada al sucio barro en el que viven él y la Francia de hoy.
* Hardy, Françoise. Avis non autorisés… Éditions des Équateurs, París, 2015, 19 €
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