sábado, 10 de abril de 2010

Balzac, MBA

La máquina de hacer dinero

Al recorrer la obra de Balzac se nota de inmediato que su eje temático es la conflictividad de las relaciones humanas. En este sentido no es desmedido sostener que en la obra del novelista hay envíos y reenvíos hacia el concepto darwinista de “lucha por la supervivencia” y hacia el concepto marxista de “lucha de clases”. Balzac, al igual que Darwin o Marx, planteaba que en la sociedad industrial decimonónica en la que vivía –sociedad ordenada bajo el principio del “laissez-faire”– el único lazo auténtico identificable entre los hombres parecía ser el dinero. Por ello el nexo entre los personajes de la Comedia Humana se basa fundamentalmente en relaciones financieras que, operando como causas y efectos de las diversas motivaciones sociales, aúnan los diferentes volúmenes que la componen. El precio, el pago, el trabajo, el costo, la pérdida y la ganancia son los hitos que delimitan la geografía de los relatos balzacianos. Ello se constata en el hecho de que las asociaciones económicas son descritas en su obra con mayor detalle y énfasis que las uniones afectivas, pese a que estas últimas son más universales que las primeras. El economicismo de Balzac fulgura a lo largo de todas las páginas nacidas de su pluma: sus ficciones no eran más que una crónica que retrataba el crecimiento y la ramificación del sistema capitalista en la sociedad de su época.
Balzac tuvo tanto interés por abordar el tópico del dinero desde sus escritos, debido a que su vida se vio profundamente afectada por las dificultades para obtenerlo. Escribió febrilmente menos de lo que quiso, rentando su pluma a cualquiera que le pagase, y entre escrito y escrito tuvo que lidiar con naufragantes proyectos editoriales, administrar su propia imprenta sin los conocimientos suficientes para hacerlo y arreglárselas para publicitar sus productos (y los de los otros que también comercializaba en sus textos).
Su fracaso como hombre de negocios lo ayudó a confirmarse como hombre de letras: hasta que su situación financiera fue apremiante, Balzac no desarrolló plenamente su estilo. Fue la asfixiante obligación de la fecha de entrega y el hecho de haber convertido a la literatura en su fuente de ingresos lo que le que forjó su estilo: el reciclaje de personajes le permitía aminorar el esfuerzo de la inventiva, el demorarse en la descripción minuciosa de toda clase de objetos le posibilitaba engordar libros lo suficiente como para hacerlos pasar como un producto cuyo peso físico le daba más valor del que su calidad tenía, su paciente graficación de los bajos fondos parisinos y del mundo del hampa lo facultaba para darle rienda suelta a su imaginación.
De esta manera, si se lo considera a Balzac como el bardo que canta la épica de la Revolución Industrial o como un hombre anónimo intentando sobresalir en el interior del sistema de producción capitalista, se puede apreciar una suerte de continuidad entre la desgastadora actividad orgánica de escribir (donde el cuerpo se dobla, la vista se fatiga y la mano se aferra a la pluma) y el trabajoso proceso mecánico de imprimir (en el que la máquina hace rugir sus pistones para manchar papeles con tinta). Se escribe para publicar, se publica para vivir, se vive para escribir: la vida de Balzac era sinónimo de la comercialización del arte –y no existía aún un Flaubert cerca para criticarla.

Una nación de industriales y financistas

Balzac admiraba enormemente a Napoleón. En un busto que tenía del General, llegó a inscribirle: “Todo lo que él logro con la espada, lo lograré yo con la pluma”. De hecho su napoleonismo era tan sincero que quiso dedicar la sección “Escenas de la vida militar” de la Comedia Humana enteramente a reconstruir la epopeya napoleónica. Sin embargo, esa sección en particular casi no fue desarrollada: sólo llegó a completar Les Chouans ou la Bretagne en 1799 (una historia sobre amores y traiciones entre realistas y republicanos) y Une passion dans le désert (una curiosa narración acerca de un soldado francés durante la campaña de Egipto). Pese a ello entre sus textos no escasean las referencias a la figura de Napoleón, tanto a sus logros como a sus posturas. Una postura que el Emperador sostuvo fue la de acusar a Inglaterra de ser una nación de almaceneros. Coincidiendo con una apreciación irónica que Adam Smith había hecho en An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Napoleón pretendió minimizar el éxito inglés de la Revolución Industrial. Lo cierto es que si hubo una nación de almaceneros durante el siglo XIX esa fue Francia, pues su comercio tuvo un crecimiento mucho más expandido y sostenido que su industria.
En efecto, Francia, durante el siglo XIX, no contó ni con los recursos naturales ni con la demanda de bienes de consumo masivo que si tuvo Inglaterra, por lo que la industria gala se volcó hacia la producción de bienes de mayor lujo y refinamiento que la albiónica. La pequeña y mediana empresa dominó (y domina) el escenario económico francés desde el 1800. Ello se debe, en parte, a que la financiación de las empresas suele ser más un asunto privado que uno público: no son muchas las empresas del Hexágono que cotizan en bolsa –aunque, en las últimas dos décadas, el número empezó a crecer significativamente año tras año. Como consecuencia el mundo de los negocios no genera en Francia la fascinación sociocultural que si genera en países como EEUU.
Los líderes económicos no son glorificados en el Hexágono, pues allá se suele mantener la división ciudadano/consumidor como un elemento esencial de la vida republicana. No obstante la tendencia ha ido cambiando en la última década (en su momento Jean-Marie Messier, un importante CEO francés, atrajo mucho interés por parte de la prensa, pero en poco tiempo su figura se vino abajo como efecto de sus malas decisiones empresariales y su falta de ética, lo que atemperó el entusiasmo de quienes admiraban la cultura de los negocios en Francia).
Probablemente Balzac hubiese preferido que en la Francia decimonónica la mentalidad de sus contemporáneos se pareciese más a la de los industriales y la de los financistas, que a la de los almaceneros que Napoleón quería ingleses.

Rastignac: un CEO para el siglo XXI

Sintético antes que analítico, Balzac intentaba imponer el orden sobre el caos de la vida contemporánea, por ello cada parte de la Comedia Humana repite cierto esquema en el que desde la bancarrota moral se asciende a la redención social. Para Balzac el hombre no es ni radicalmente bueno ni radicalmente malo, sino que es más bien un ser que se deprava por sus flaquezas y se perfecciona por sus actividades.
Un buen ejemplo del típico héroe balzaciano es Eugène de Rastignac: un joven pobretón que llega a la capital desde la provincia y que, al cabo de varios años de sacrificio y golpes de suerte, termina convertido en una de las personas más influyentes del país; es, en el fondo, un intento de alter ego que el propio Balzac proyectó en su obra. Empero lo curioso de este personaje es que representa una figura ambivalente para el imaginario cultural francés. Rastignac es un hombre ambicioso que sólo cuenta con su audacia para conseguir todo aquello que no ha heredado. Así, para unos es un modelo de esfuerzo, astucia y eficacia, mientras que para otros es un trepador oportunista que no tiene problemas de olvidarse de los escrúpulos para conseguir lo que desea.
Brigitte Méra, una especialista en Balzac y profesora universitaria de management, se afilia al primer grupo, y considera a Rastignac un personaje más digno de alabanza que de oprobio. Por ese motivo escribió un libro que hace unas décadas hubiese sido un motor de polémicas por el uso insólito de una obra de arte, pero que hoy es moneda corriente en el mundo de las editoriales. Se trata de La méthode Rastignac, un “manual de desarrollo personal” en el que Balzac oficia de coach para orientar a quienes afrontan los desafíos empresariales en el campo de los recursos humanos o en el de las decisiones administrativas.
El crítico Boris Lyon-Caen, en su libro Balzac et la comédie des signes, sostiene que el marco metafísico de la obra del creador de la Comedia Humana es un materialismo cercano al que concebía Spinoza, en donde el sentido estaría encarnado en el mundo, por lo que la apariencia no remitiría a otra cosa más que a si misma. Esto es lo que le permitió a Balzac “fotografiar” el discreto encanto de la superficialidad y la frivolidad de la burguesía ascendente durante la primera mitad del siglo XIX. Al mismo tiempo este autor defiende la idea de que para Balzac no hay mejor escuela que la del pragmatismo (forzando de ese modo una relectura de la célebre idea de la “educación por las cosas” que predicaba Rousseau). Méra adhiere a esas conclusiones, y a partir de allí procura extraer de los escritos del creador de Rastignac un conjunto de intuiciones brillantes, desde las cuales pueda tejerse una filosofía del emprendedor, una ciencia de la gestión y una práctica del poder.
El libro es de lectura fácil y evita los rodeos: entre sus páginas abunda el material gráfico (cuadros de estadísticas, diagramas, teoremas y ecuaciones), e incluye resúmenes al final de cada capítulo para fijar lo importante del texto. Más allá de eso, quizás el otro mérito que tiene la obra es su redacción orientada al público francés. En efecto, la literatura de management (en especial la que llega al público general y se convierte en best-seller) suele presentarse como un conjunto de claves que construyen un programa más o menos coherente para que cualquiera alcance el éxito profesional; aceptar la validez de un texto semejante depende de si se posee o no cierta mentalidad individualista y existista, mentalidad que no es muy común entre los franceses. La méthode Rastignac, por su parte, en ningún párrafo garantiza el éxito. Es decir, por más que apueste al formato del manual o del vademécum, la autora advierte que el desarrollo personal no es sencillo de lograr, pues no es un asunto automático que sólo requiera de una correcta reprogramación. Sugiere que no sólo alcanza con el know-how y el know-what, sino que también se precisa de un know-be. El método de Rastignac orientado a conseguir el éxito como emprendedor o como administrador, según Méra, tiene sus limitaciones.
La académica no tiene problemas de caer en las obviedades o de apelar al sentido común: para ella el éxito depende de los conocimientos que uno maneja, del empeño con el que uno haces las cosas, del aprendizaje que nos da la experiencia, de la elegancia con la que uno se maneja entre sus pares, y, por supuesto, de la suerte con que uno cuenta. Para Méra (como también para Onfray y tantos otros maestros de ética) el origen del éxito se encuentra en la capacidad para construirse y gestionarse a uno mismo, pues una victoria sobre sí precede necesariamente a una victoria sobre el mundo. Si ello no sucede, si se logra el éxito sin antes haberse perfeccionado uno mismo, entonces el fracaso llegará con el primer soplo del viento malo del otoño.    
A lo que Méra apunta, en última instancia, es a presentar a un Balzac –y a un Rastignac– bajo cierta mirada humanista. Desde esa perspectiva no sería descabellado encontrar equilibrio entre el esfuerzo por conseguir el éxito personal y la lucha por lograr la justicia social, ya que el bienestar propio terminaría dependiendo del bienestar colectivo, algo que el Balzac emprendedor y nacionalista anhelaba.  

*  Méra, Brigitte. La méthode Rastignac. Tallandier, París, 2009, 21

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