miércoles, 5 de mayo de 2010

Pasados, presentes y futuros

Una vida hexagonal

Aquello que algunos consideran un defecto de la novela Une vie française, otros, por el contrario, lo juzgan como una virtud. Nos referimos a su complejidad para seducir a los extranjeros, esto es, su incapacidad para evitar bostezos en quienes no son franceses, no viven en Francia o ignoran la historia reciente del Hexágono. Lejos está Une vie française de ser una novela internacional pretraducida –como si lo son las obras de Umberto Eco o de Dan Brown–, por lo que el texto le exige a su fruidor cierto mapa de referencias sociales, culturales y políticas para no perderse en su interior (más allá de que esté atravesado de frases ingeniosas y observaciones mordaces que cualquier occidental está en condiciones de apreciar).

Quien firma Une vie française es Jean-Paul Dubois, un escritor de biografía reservada cuya obra esconde un eco kunderiano. Como toda buena novela de Dubois, Une vie française contiene muchos detalles que aparecen y reaparecen en las otras ficciones escritas por el autor (como, por ejemplo, el hecho de que la deuteragonista femenina se llame siempre “Anna” o que los protagonistas masculinos realicen siempre las mismas acciones triviales en su tiempo libre). Evidentemente Dubois utiliza sus propias vivencias para construir sus narraciones, por lo que es en los momentos inventados donde se mide su calidad como autor.

Dubois tiende siempre a apostar por las desacralizaciones. En Une vie française acomete esta tarea desde una perspectiva histórica, pues el relato reflexiona sobre los sucesos más importantes que afectaron a Francia desde 1958 hasta 2004, y los capítulos están ordenados de acuerdo a las diversas presidencias (desde la primera de Charles de Gaulle hasta la última de Jacques Chirac).

El narrador es un hombre nacido y criado en Toulouse. La elección de Dubois no es casual, ya que –como dijimos al reseñar Métronome– los hechos fundamentales de la historia de Francia están ligados a París; por tanto Une vie française es una suerte de heredera de las balzancianas Scènes de la vie de province: al observar durante más de cincuenta años la trayectoria de un hombre que participa lateralmente de los acontecimientos políticos del país, pero que, a su vez, encarna la evolución social y cultural de toda una generación, se puede percibir el desarrollo de una estrategia narrativa que le rinde un homenaje contemporáneo al clásico autor decimonónico.

La vida de Blick, el narrador y protagonista de la historia, está repleta de altibajos. El día en que se votó el referéndum para adoptar la Constitución que daría nacimiento a la Va República, su hermano Vincent muere inesperadamente. En 1968 decide participar de las revueltas estudiantiles, pero nunca se comprometerá verdaderamente con la causa política (ni siquiera se ocupará jamás de registrarse para votar en alguna de las elecciones posteriores). En la década de 1970, con un título de sociólogo prácticamente inútil en su poder, procastinastea un tiempo hasta que se casa con una mujer que se convertirá en una empresaria exitosa, mientras él devendrá irreversiblemente adulto: a partir de ese momento se tornará un buen padre de familia y un eficiente jefe de hogar (además de un desapasionado adúltero). Por un breve tiempo Blick conocerá la fama y la fortuna cuando, inexplicablemente, su pasatiempo de fotografiar árboles se convierta en una actividad rentable, estimulada por la fugaz moda burguesa de comprar álbumes con imágenes de la naturaleza. Sin embargo, hacia finales del siglo XX, Blick se dará cuenta de que todo se desmorona poco a poco: su esposa muere trágicamente en un accidente junto a su amante, el patrimonio familiar se reduce drásticamente ante las complicaciones financieras (y posibles malversaciones), su madre entra en un declinante proceso de agonía que le consume una buen parte de sus energías y su hija sufre un colapso nervioso. Finalmente, la novela se cierra con el protagonista convirtiéndose en jardinero, retornando a la naturaleza pero no como un ermitaño (a la manera de un san Deodato de Nevers) sino como un paisajista, en la época en que Sarkozy, Royal y compañía comenzaban a perfilarse para iniciar una historia cuyos acentos y puntuaciones nadie llega aún a comprender del todo.  

Detrás del relato del tal Blick (una especie de primo francés del famoso Harry “Rabbit” Armstrong, el inolvidable personaje libertario y libertino dibujado por John Updike) Dubois mira a Francia: la ultrapolitización de los sesentas, el hedonismo de los setentas, el consumismo de los ochentas, el descentramiento de los noventas quedan debidamente representados en Une vie française. La novela, como ya hemos apuntado, se interrumpe a mediados de la primera década del actual siglo, en una especie de nebulosa, dando a entender que el recambio generacional es necesario pero tratando de sostener, al mismo tiempo, que su generación puede hacer ahora todo lo que anteriormente no hizo ni intentó hacer: diseñar Francia como si fuese un jardín equilibrado, tan rojo como azul y blanco.

* Dubois, Jean-Paul. Une vie française. Editions de l’Olivier, París, 2004, hasta 21

Ojos ciegos bien abiertos

Gerald Messadié es un autor casi octogenario que ha escrito una gran cantidad de libros en los que se conjuga el vigor de los panfletistas y la sobriedad de los historiadores. Jurassic France, en ese sentido, es el típico ejemplo de su producción literaria. Cruel por momentos, feroz la mayor parte del tiempo, Messadié intenta poner al descubierto a los motivos por los cuales Francia se encuentra –según su diagnóstico– en vías de fosilización. Sus tópicos preferidos son la educación, la economía y la cultura, y desde allí se introduce en el análisis de los problemas de salud pública, desarrollo social y seguridad ciudadana.

La política es también un largo tema de debate para Messadié. Este autor es virulento tanto contra el capitalismo como contra el socialismo: así como uno –a causa de la crisis de 1929– terminó engendrando a Hitler, el otro –gracias a la aniquilación del Ejército Verde y del Ejército Negro– terminó engendrando a Stalin. Es decir, Messadié rompe con esa idea tan cómodamente instalada que equipara automática e irreflexivamente a la Derecha con el Egoísmo, la Violencia y la Maldad y a la Izquierda con la Solidaridad, el Diálogo y la Bondad, demostrando que una y otra orientación política pueden ser igual de viles y miserables. Y nuestro autor tampoco escamotea opiniones polémicas contra la Revolución Francesa: sostiene que once años después de decapitar al rey más progresista hasta ese entonces, los parisinos (porque la Revolución fue un acontecimiento netamente parisino que arrastró consigo al resto del país) festejaron el ascenso al poder del déspota más absolutista de la historia del Hexágono.

Que Maurras fue socialista, que Robespierre fue un tirano demente, que de Gaulle apoyó al General Weygand cuando éste organizaba la Resistencia contra los alemanes desde su despacho en Vichy, son cosas que se leen en Jurassic France, y se suman a otras tesis dispuestas a no hacer concesiones sostenidas por este intelectual, mezcla de François Furet y Louis Pauwels. A Messadié –se nota al leerlo– le molestan las hipocresías: Francia, el país europeo que más se jacta de promover la vida lujosa, las bellas artes y el cultivo del espíritu, es uno de los tres mayores consumidores de ansiolíticos del mundo; y tampoco es muy tranquilizador que en un país donde los automóviles son símbolos de estatus social (como bien lo expresó Barthes en su texto acerca del Citröen de sus Mythologies) se quemen anualmente más de cuarenta mil coches como modo de protesta.

Lo que Messadié plantea a través de su ofensiva teórica es que el crecimiento de la burocracia, la destrucción de la cultura del trabajo, y la excesiva intervención del Estado en los asuntos públicos (y privados) han convertido a Francia en una sombra de si misma, dejando todo su esplendor viviendo en un pasado cada vez más lejano, convirtiendo a su grandeza en una pieza de museo.

Nacionalista y euroescéptico, Messadié sostiene que el único modo para no ser enterrados vivos es ejercitando el pensamiento. De allí que apueste por la cultura como la principal clave para recuperar a Francia, y escriba las páginas más valiosas de su libro criticando el crecimiento de la industria editorial bajo la lógica de los monopolios, lo que hace que la calidad de los libros se convierta en un rasgo secundario frente a la capacidad que ellos tienen para generar ventas. Su libro, lo logre o no, pretende nadar a contracorriente de esa norma.

* Messadié, Gerald. Jurassic France. Culture, Santé, Economie, Banlieues, Education : pourquoi nous sommes en voie de fossilisation. L'Archipel, París, 2009, 18,95 €

Hiroshima mon Zemmour

La esfera cultural francesa estuvo agitada los últimos dos meses por el polemista y opinólogo televisivo Éric Zemmour, que publicó su último libro bajo el título de “Mélancolie française”. Este ensayo es un panfleto en contra de la inmigración y un alegato a favor de la recuperación del liderazgo francés en los asuntos regionales y mundiales, que tuvo entre los críticos literarios, los politólogos y los periodistas especializados en debates sociopolíticos tantos loadores como denostadores.

El libro ofrece la mirada provocadora de Zemmour sobre el tema de discusión más candente en la Francia de los últimos seis meses: la identidad nacional. Cuando Sarkozy ganó las elecciones de 2007 impulsaba, como eje de campaña, la idea de debatir acerca de ese asunto. Sin embargo –como bien apunta Zemmour– el gobierno de la UMP se topó con el problema de las minorías que generó un agudo dilema: optar por la “asimilación” o por la “discriminación positiva”. Es decir, el desafío que enfrentó y enfrenta el actual gobierno francés radica en decidir si se debe prolongar el tradicional modelo del Hexágono (la asimilación) en el que no existen ni mayorías ni minorías raciales o religiosas, sino que sólo reconoce la existencia de ciudadanos que deben adoptar como propios una serie de comportamientos comunes, nacidos –supuestamente– de una larga discusión racional previa, o si, por el contrario, hace falta establecer el modelo norteamericano (la discriminación positiva) según el cual la minorías tienen derecho a actuar según sus convicciones y aún así gozar de los derechos que garantiza el Estado, por más que ello genere tensiones sociales. Hasta ahora la UMP de Sarkozy no ha cerrado el debate, y ni siquiera ha apostado seriamente por inclinarse a favor de alguna de las dos opciones, como alguien que quiere demorar la resolución de un problema y dejar, mientras tanto, que todo tipo de injusticias se cometan (además ello explica por qué el Front National, un movimiento político que se lo consideraba casi difunto, se reposicionó como tercera fuerza nacional en la últimas elecciones regionales, tras acentuar en su discurso su clara posición acerca de la temática relacionada a inmigración y seguridad, algo que la UMP prefirió obviar y le restó votantes).

En este escenario Zemmour sostiene que Francia debe retornar, de alguna manera, al día anterior a Waterloo: el imperialismo norteamericano, el imperialismo alemán, el imperialismo británico, vale decir los diversos órdenes mundiales de los últimos siglos, han truncado el destino imperial francés y han convertido al país en una potencia en camino a la extinción. En “La caída de Roma”, el ensayo que constituye el último capítulo de Mélancolie française, se defiende la idea de que el proyecto de los sucesivos reyes franceses desde Clodoveo I a Napoleón I fue el de restaurar las Galias romanas, creando un territorio que se extendiese desde el Rin hasta los Pirineos, desde la Valonia hasta la Padania, desde la Bretaña hasta la Romandía. Cuando Napoleón intentó ir más allá, cuando trató de someter a los rusos (que habían frenado el avance mongol) y a los españoles (que habían expulsado a los musulmanes), sufrió un durísimo revés que fue aprovechado por los talasocráticos británicos para derribar al ambicioso emperador.

Hablar de imperios quizás suene como una extravagancia o un anacronismo, sin embargo Zemmour pone sus ojos sobre China e India –también podría incluir a Rusia o Brasil– como ejemplos de imperios nacionales: en aquellos países es la asimilación la política étnica escogida (ciertamente Zemmour también podría mencionar al irredentismo italiano y a las teorías del Lebensraum alemán como ejemplos a imitar de sus Galias redivivas, empero su texto no es una prédica a favor de su tesis, o al menos no lo es de modo explícito, ya que es muy cuidadoso de exponer todo como si fuese una tragedia ya consumada y no un proyecto para el futuro).

Mélancolie française defiende abiertamente la intención de sepultar definitivamente al sesentyochismo. Los trabajos de esa generación por “deconstruir” a la nación, deslegitimando el fundamento común que unificaba al territorio y que orientaba la tarea del Estado, serían los grandes culpables de las crisis de identidad en Francia. Ciertamente Zemmour no le objetaría nada a Lévi-Strauss cuando el antropólogo sostenía que es una obligación salvaguardar a todas las culturas, pero si le criticaría la interpretación que sugiere que todas ellas deben ser protegidas sobre el mismo suelo.

Para Gibbon el Imperio Romano cayó cuando se negó a asimilar entre su población a los bárbaros que terminaron saqueando y violentando a las ciudades; analogamente para Zemmour Francia va por el mismo camino, y es gracias a los sistemas de protección social que la caída final se demora (aunque los “árabes” y los “negros”, según este autor, ya estén entregados en grandes números a todo tipo de actividades delictivas). Las élites tendrían una gran culpa por esta situación: históricamente los capitalistas habrían alentado la inmigración para presionar a las bases de la sociedad en cuestiones salariales, mientras que por su parte los socialistas, tras haber perdido influencia entre una clase obrera cada vez menos disconforme, habrían encontrado en los inmigrantes a una masa proletaria que los apoye y a la cual manipular sin restricciones. Y el debate sobre el tópico, según Zemmour, pierde su rumbo al esclavizarse a los mandatos de la corrección política convertida en la ley más sagrada -algo que fue señalado con extrema lucidez por Vladimir Volkoff-, y por tanto no puede ni podrá así llegar a ningún puerto.

*  Zemmour, Éric. Mélancolie française. Fayard-Denoël, París, 2010, 17

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